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Imagen perpetua06/09/2014- Por Silvia Fantozzi - Realizar Consulta
El uso de la imagen atraviesa los sistemas de pensamiento descritos por Freud en Tótem y Tabú. El advenimiento de la religión monoteísta arrancada del animismo prohíbe la adoración de representaciones materiales de la divinidad. En una guerra por administrar el poder la Iglesia Católica tuerce los mandatos bíblicos respecto de la imagen y la utiliza como instrumento de manipulación. Los argumentos de los siglos VIII y IX continúan vigentes y se asientan en determinantes anímicos primitivos del ser humano y en el aprovechamiento que realizan los sitios en los que se asienta el poder en diferentes momentos históricos y sociales.
Eje: “Supremacía de la imagen”
“Nuestros pueblos jamás podrán crecer, prisioneros de tres cadenas,
el terror, la ignorancia y la Iglesia Católica”.
Mariquita Sánchez de (Thomson) Mendeville
“Ya hubo una vez alguien, en tiempos más oscuros, que pensó lo mismo
que tú”.
Sigmund Freud
La imagen, forma básica del poder
La supremacía de la imagen es un problema perpetuo. Se remonta a prescripciones arcaicas y a maquinaciones vigentes y efectivas. Invariablemente, encontramos imágenes tanto donde se produce y ejerce el poder como en el espacio psíquico que posibilita ese ejercicio.
La historia de los pueblos y las religiones permite analizar la doble dominación que ejerce la imagen. Por un lado, el sometimiento de las masas y por otro, el que realiza en el psiquismo individual.
En la relación entre el sujeto y la cultura, Freud describe tres sistemas de pensamiento en la evolución de las concepciones humanas del mundo: el animismo, la religión y la ciencia.
“En la fase animista se atribuye el hombre a sí mismo la omnipotencia; en la religiosa la cede a los dioses, sin renunciar de todos modos seriamente a ella, pues se reserva el poder de influir sobre los dioses… En la concepción científica del mundo ya no existe lugar para la omnipotencia del hombre, el cual ha reconocido su pequeñez...”.
Estas cosmovisiones se conservan en lo inconsciente y en sus manifestaciones.
En la primera fase, la animista, el uso de objetos y rituales constituye un observable en niños, neurosis o pueblos “primitivos” para enfrentar la angustia.
La segunda fase, el modelo de la religión monoteísta instituye un cambio abismal en el desarrollo del pensamiento, las formas de comprender y operar sobre realidad.
Precisamente, una de las leyes fundacionales de la religión que la diferencia de su pasado animista, y encabeza los mandamientos es la prohibición de fabricar y adorar imágenes.
Dice Freud, en “Moisés y la religión monoteísta”: “Entre los preceptos de la religión mosaica se cuenta uno cuya importancia es mayor que lo que a primera vista se sospecharía. Me refiero a la prohibición de representar a Dios por una imagen… esta prohibición tuvo que ejercer, un profundo efecto, pues significaba subordinar la percepción sensorial a una representación decididamente abstracta, un triunfo de la intelectualidad sobre la sensorialidad y, estrictamente considerada, una renuncia a las pulsiones, con todas sus consecuencias necesarias sobre el plano psicológico.” (Subrayado mío).
Plantea que en Egipto, cargado de divinidades, surge la religión mosaica: “un monoteísmo de grandiosa rigidez”, tan extremista en la abolición de la imagen que se atribuye a esta virulencia la invención del alfabeto, letras que enfrentan las figuras de los jeroglíficos.
Freud sostiene que, con el tiempo, una corriente religiosa de signo contrario asesina a Moisés y hace poderosa la casta sacerdotal que introduce ornamentos y solemnidades en el culto.
Observamos idéntico movimiento o, con más propiedad, una repetición en la evolución judeo-cristiana.
El cristianismo restringe el poder de los rabinos y reduce las manifestaciones rituales. Para retornar, en el catolicismo de la Roma imperial, entronizando la curia, infinidad de adoraciones y complejas liturgias.
Esquemáticamente:
Faraón egipcio/sacerdotes (politeísmo; representaciones, ídolos)- Moisés (abolición de imágenes y rituales)- Rabinos (retorno de ornamentos, ritos, ofrendas animales y comidas)- Jesús (abolición de solemnidades y objetos)- Emperador romano/ sacerdotes (retorno de imágenes y liturgias)- Protestantismo (abolición de íconos, simplificación del culto).
Resumiendo miles de años de historia, en las luchas por el poder y manipulación de las masas, verificamos que los imperios aseguran la casta sacerdotal y los instrumentos necesarios para aterrorizar y dominar a los pueblos. También que los “héroes” que deponen estos regímenes religiosos son asesinados.
Estos movimientos, como dijimos, son de dos órdenes: radicales transformaciones político-sociales por invasiones, conquistas y preeminencias de modelos, entrelazadas a expresiones de las profundidades del aparato anímico y los mecanismos que éste pone en juego para preservarse.
Según Bion, un grupo puede intentar resolver sus problemas matando a otro, pero “estos impulsos asesinos no han resultado adecuados hasta ahora porque el asesino está penetrado por la cosa que asesina… la religión se impregna con la religión cuyo lugar intenta tomar.”
El poder y el retorno de lo reprimido
En sus orígenes, el cristianismo era un culto monoteísta sin imágenes, prohibido y perseguido en Roma hasta fines del siglo III, momento en el que se oficializa. En ese contexto de “asimilación” se introduce la imagen para utilizarla como extraordinaria forma de conversión de las dos culturas.
La estética preponderante, heredada de los griegos, representaba dioses y diosas, al emperador, a los filósofos con sus discípulos. Temas que reaparecen en el “retrato" de Jesús y las puestas grupales: el Maestro y los apóstoles o el Soberano (rey de reyes) y su corte. Santos y santas “patronos” revisten sin disimulo adoraciones pretéritas.
Freud analiza este procedimiento: “Al evocarlos se afirmaba de cierta manera el propio origen autóctono y se evitaba el odio contra el conquistador extranjero… el dios les restituía lo que sus ancestros un día habían poseído.”
Coincidimos con Freud y Mircea Elíade, que casi con las mismas palabras se preguntan cómo una tradición perdida, la judeo-cristiana, en lugar de debilitarse con el correr del tiempo, se hizo cada vez más poderosa y “ejerció efectos suficientemente fuertes para influir de una manera decisiva sobre el pensamiento y la acción del pueblo.”
Para extender (globalizar, monopolizar) una cosmovisión con el grado de certeza del animismo –que no teme establecer conexiones inexactas para sus definiciones– y el rigor del monoteísmo, la Iglesia Católica utiliza al Antiguo Testamento, como anunciador de Jesús –sino sería un profeta más– pero renegando la prohibición de la imagen expresamente enunciada. Agrega a este soporte milenario un obsesivo programa iconográfico desplegado en todos los ámbitos públicos y privados. Y el terror.
Con respecto a la relación entre la imagen y la proliferación del culto, Elíade atribuye la capacidad de universalizar historias locales a una trans-temporalidad basada en el peso histórico del símbolo: “Incluso es posible preguntarse si la ‘accesibilidad’ del cristianismo no se debe en gran parte a su simbolismo; si las Imágenes universales que repite no han facilitado considerablemente la difusión de su mensaje." En esta suerte de “perennidad de las imágenes”, estudia, entre otros, el símbolo de la cruz, que antecede en miles de años al cristianismo y encuentra en culturas diversas y desconectadas entre sí.
Por otro lado, las representaciones alimentan diferentes necesidades.
Aristóteles dice que “Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones. Éstas en efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su utilidad y más que todas las demás, las sensaciones visuales… el hombre calcula y delibera comparando el futuro con el presente, como si estuviera viéndolo con ayuda de las imágenes. "En este sentido la imagen obtura, en parte, la incertidumbre, la conciencia de ignorancia y alimenta la ilusión del “ver es saber”.
¿Cuál es el valor de la imagen?
Freud sostiene que, “Una tradición que solamente se basara en la comunicación oral, nunca podría dar lugar al carácter compulsivo propio de los fenómenos religiosos. Sería escuchada, juzgada y eventualmente rechazada, como cualquiera otra noticia del exterior, pero jamás alcanzaría el privilegio de liberarse de las restricciones que comporta el pensamiento lógico. Es preciso que haya sufrido antes el destino de la represión, el estado de conservación en lo inconsciente, para que al retornar pueda producir tan potentes efectos, para que logre doblegar a las masas bajo su dominio.” Podríamos aseverar, entonces, que la fuerza de la imagen, su energía, se debe al retorno de lo reprimido.
Según los concilios, la imagen sirve para educar. Los santos y reliquias para proteger.
A los fieles les permite comprender sin saber leer, un conocimiento que penetra inmediatamente; percibir cuestiones complejas o muy abstractas en una totalidad, como la unidad figurativa del sueño. Y, a la vez, brinda amparo.
Simbolismo infantil –lo reprimido– y promesa de lo imposible: “quizá –dice Freud– el hombre simplemente proclame como supremo lo que es más difícil de lograr.” Vivir sin sentir el desamparo y el desvalimiento.
Las imágenes favoritas de la Iglesia, los infiernos, el Juicio Final inminente, figuras torturadas, calaveras; y la Madre que sostiene en brazos al niño. Sustituyen la angustia en miedo simbolizable, a personas expuestas a padecimientos corporales, guerras, hambrunas, pestes.
Aristóteles explora esos sentimientos: “Son temibles cuantas cosas manifiestan tener un gran poder de destruir o provocar daños que lleven a un estado de gran penalidad. Son igualmente temibles los signos de tales cosas." Quiere decir que los seres humanos casi no podemos escapar al dolor existencial.
Y describe algunas formas de manipular esas impresiones, ya sea por medio de la compasión (desgracias inmerecidas) o la indignación (éxitos inmerecidos). Ambos pueden constituir un mal cercano porque ya sucedió o podría sucederle a sí mismo o a un allegado.
Es innegable que la vida misma, el simple existir, contiene hechos o signos; del pasado o futuros; personales o ajenos que puedan provocar temor.
La Iglesia y otros empresarios de la imagen –que generalmente son sus aliados en cualquier tiempo y espacio– abusan de los sentimientos de desamparo. Aprovechando la angustia y el miedo ofrecen refugio. Inventan sistemas protectores.
La imagen “arma” un sitio: lo intermedio. Un espacio psíquico entre, ni interno ni externo. Ni solo objetivo ni exclusivamente subjetivo. Anuda lo peor y la protección.
Letra y figura
Elíade sugiere que la imagen es “el deseo de algo completamente distinto del instante presente; en definitiva de algo inaccesible o perdido irremediablemente: el ‘Paraíso’.” Quizá funciona como un “símbolo vivo” representa y es el paraíso. Algunas representaciones albergan este tipo de símbolo que, por un lado tienen materialidad y por otro, sostienen o posibilitan lazos con otros. Construyen familiaridad, en sus sentidos ambiguos, lo conocido, lo cercano, lo propio.
Continúa Elíade, “¿Alcanza la psicología profunda para la lógica interna de los símbolos? Algunas zonas del inconsciente individual o colectivo ¿se hallan también ellas dominadas por el logos, o son manifestaciones de una psique en crisis, cuando no en regresión patológica?”. Esta frase, un tanto enigmática, remite a varios niveles de interpretación. Dejando de lado la crítica al psicoanálisis, resulta interesante analizar la imagen en el sentido de lo no verbal, un vacío de lenguaje, y paradójicamente el relleno de ese vacío con la ilusión de “completud” que tienen las imágenes. Una meta comunicación, no pre-verbal, porque nunca será verbal. Y la fragmentación del psiquismo originario, lo parcial, y la renegación de la amenaza de desintegración. Quizás la atracción que ejercen las imágenes, se debe, en parte, a que constituyen una especie de refugio psíquico, un alivio de las tensiones del sentido, del significado. En este territorio sólo se trata de abrir preguntas.
En su posición trans-lingüística y trans-individual concluye: “En la perspectiva que nos hallamos situados, una sola cosa importa: que toda nueva valorización siempre ha estado condicionada por la propia estructura de la Imagen, hasta el punto que de una Imagen puede decirse que espera la realización de su sentido.”
Cada individuo realiza la imagen en el movimiento de su versión personal. Y en ese sentido hace la experiencia de su omnipotencia y de su sujeción.
¿Es concebible la coerción, el uso indebido del poder, la sacralización del consumo, la forma de relacionarse con los otros, los “debe ser” de la cultura sin la dirección y el soporte de la imagen?
Bibliografía
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Cornélius Heim
Kush, Rodolfo Obras completas Tomo II. Rosario Editorial. Fundación Ross 2007
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Biblias
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La Biblia. “Versión crítica sobre los textos hebreo, arameo y griego”. por Francisco Cantera Burgos y Manuel Iglesias Gonzáles. Barcelona. Salvat Editores. 1980.
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