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De mandarinas y puercoespines

20/09/2018- Por Gabriela Melluso - Realizar Consulta

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Contrariamente a la creencia popular, el hombre no es “naturalmente” bueno y amable […] Freud atribuye al hombre una buena cuota de agresividad primaria que interviene como obstáculo fundamental a la hora de relacionarse de alguna manera con otros […] Chechenos y giorgianos es el nombre que distingue a los soldados [en este film], pero que responde a una diferencia débil, construida y provisional que en definitiva conduce a su falta de sentido. Es notable cómo el movimiento de acercamiento y alejamiento, de amor-odio al que se refiere Freud en su obra con la parábola de los puercoespines ateridos que toma de Schopenhauer, se refleja en la película entre los personajes de los dos soldados. Por momentos, el espectador distraído puede pensar que pertenecen al mismo bando, todo lo que se pone en palabras en ellos lleva a considerarlos así. Pero el detalle nimio, significante, que permanecía agazapado, irrumpe para recordarles que son extraños y enemigos y que responden a un ideal superior; ¿responden a un ideal superior?

 

 

                            

 

 

 

Ficha técnica y artísticahttp://www.estamosrodando.com/imagenes/comn/pxtrans.gif

Título: Mandarinas

Título original: Mandariinid

País: Georgia-Estonia

Año: 2013

Dirección: Zaza Urushadze

Duración: 87 min.

Género: Drama, Bélico

Reparto: Lembit Ulfsak

Distribuidora: Karma Films

Productora: Allfilm, Georgian Film

 

  

“Los asentamientos estonios en el Cáucaso se remontan a más de 100 años. Con la reactivación del conflicto bélico entre Giorgia y Abjacia, apoyada por Rusia en 1992, los estonios se vieron obligados a volver a su tierra natal en el norte de Europa.

Sus pueblos quedaron vacíos, solo algunas personas permanecieron. Ivo, un anciano que elije quedarse solo, sin su familia, pero en el lugar al que ama y odia; y Margus, un hombre de mediana edad, solo, que se resiste a perder su plantación de mandarinas amenazada por el comienzo de la guerra.

 

Sorpresivamente, en un ataque con varios soldados muertos y dos gravemente heridos, Ivo no duda en alojarlos en su casa, uno en cada habitación, un mercenario checheno versus un soldado giorgiano, bajo amenaza de muerte de uno sobre el otro ni bien el cuerpo maltrecho se los permita.

 

La convivencia de los cuatro hombres, pero sobre todo la de los dos soldados, les revela que tienen cuestiones en común, otras que los diferencian pero ambos respetan sin dudar, hasta llegar a reírse juntos; pero la guerra que los enfrenta les recuerda, cada tanto, el deseo mutuo de matarse...”

                                                             

                                                              Película “Mandarinas” (breve reseña)

 

 

  Contrariamente a la creencia popular, el hombre no es “naturalmente” bueno y amable, y solo responde agresivamente si se lo ataca; tampoco acepta gustosamente la reunión con otros semejantes.

 

  Ya en escritos tan memorables como “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) y “El malestar en la cultura” (1930), Freud atribuye al hombre una buena cuota de agresividad primaria que interviene como obstáculo fundamental a la hora de relacionarse de alguna manera con otros. Tiene que superar, siempre parcialmente, su hostilidad para lograrlo, y esta parcialidad hará que su relación con otro u otros esté signada por una ambigüedad afectiva, con mayor o menor preponderancia, variable en el tiempo, del amor o del odio.

 

  Estas tendencias agresivas que percibimos en nosotros y no dudamos en suponerlas en los demás, son uno de los factores más importantes, si no el más, que perturba la relación con los semejantes. Es por amor y por necesidad que establecemos lazos sociales, pero aún satisfechos ambos, no alcanza para apaciguar la hostilidad innata.

 

  Los extraños, los necesarios extraños, los por fuera de nuestras relaciones, serán los destinatarios de ella; en ocasiones porque de ello resulte un beneficio propio y en ocasiones porque solo se obtenga placer:

 

“le bastará (al extraño) experimentar el menor placer para que no tenga escrúpulo alguno en denigrarme, en ofenderme, en difamarme, en exhibir su poderío sobre mi persona, y cuanto más seguro se sienta, cuanto más inerme yo me encuentre, tanto más seguramente puedo esperar de él esta actitud para conmigo”, dice Freud en “El malestar en la cultura”.

 

  Es la cultura la que viene a establecer normas y restricciones a la hostilidad y a la vida sexual para poder vivir en comunidad. Ahora bien, el hombre no las acepta pasivamente. Debido a los impulsos agresivos primordiales en los hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la desintegración.

 

  La cultura espera poder evitar los despliegues de fuerza bruta mientras se concede el derecho, a sí misma, de ejercer la fuerza frente a los delincuentes, por ejemplo; pero las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad humana quedan por fuera de la ley.

 

  En este sentido, Ivo, el anciano de la película, pareciera encarnar el rol de la cultura, en tanto impone reglas para intentar evitar que el soldado checheno mate al giorgiano. No ahoga su intención, solo la desvía, la acota, “en cuanto asomes la cabeza fuera de la casa, te mato”, le dice Ahmed, el checheno, al otro, obedeciendo de ese modo el mandato de Ivo, que dice que en su casa nadie matará a nadie sin antes matarlo a él, claro que además esconde sus armas.

 

  El conflicto bélico reúne a dos poblaciones cercanas, tanto en territorio como en cultura, y ambas, además, formaron en otro tiempo parte de una gran nación. Situaciones como esta son las que Freud pone como ejemplo cuando habla del narcisismo de las pequeñas diferencias.

 

  En grupos tan parecidos, un detalle, pequeño pero significante, actúa como un corte que los diferencia y marca territorio: “¡hasta acá!”. Ese otro grupo se convierte entonces en el extraño, merecedor de la agresividad del primero, agresividad que puede tomar las formas y los grados más diversos.

 

  Giorgia y Estonia, dos poblaciones vecinas que otrora formaban parte del ideal del gran Imperio Ruso, se enfrentan ahora para independizarse.

 

  Dos hombres, que por vivir uno a cada lado de la frontera ensayan con matarse en los intervalos de una convivencia contingente en la que cada uno de los cuatro hombres depende, en mayor o menor medida, de los otros. Pero ¡ay!, a pesar de compartir una comida, una risa, una complicidad, la frontera cada tanto les recuerda el deseo de matarse como enemigos.

  Chechenos y giorgianos es el nombre que distingue a los soldados, pero que responde a una diferencia débil, construida y provisional que en definitiva conduce a su falta de sentido.

 

  Es notable cómo el movimiento de acercamiento y alejamiento, de amor-odio al que se refiere Freud en su obra con la parábola de los puercoespines ateridos que toma de Schopenhauer, se refleja en la película entre los personajes de los dos soldados.

 

  Por momentos, el espectador distraído puede pensar que pertenecen al mismo bando, todo lo que se pone en palabras en ellos lleva a considerarlos así. Pero el detalle nimio, significante, que permanecía agazapado, irrumpe para recordarles que son extraños y enemigos y que responden a un ideal superior; ¿responden a un ideal superior?

 

  Al menos como la película lo muestra, pareciera que la guerra responde a un motivo desgastado y desdibujado por el tiempo, los hombres-soldados no forman parte de un ejército organizado, sino que deambulan en pequeños grupos sin insignias que los identifiquen.

 

  Se preguntan entre ellos a qué población pertenecen, se piden pruebas, incluso no queda del todo claro si lo hacen por dinero, por obligación o por ideales, pero este motivo o ideal ya pasado de moda, este nombre del padre venido a menos, pareciera ser el líder que cohesiona a estos hombres a cada lado de la línea fronteriza.

 

  Y mientras tanto, el capitalismo no deja de meter su cola. Margus (¿un pequeño hurón acaparador?), en medio de bombas que explotan, se resiste a perder la gran cantidad de dinero que promete la cosecha de su plantación de mandarinas, un verdadero enjambre de pasadizos, motivo que lo retiene en un pueblo abandonado y que resulta ser su trampa mortal.

 

  La cultura va modificándose poco a poco para satisfacer mejor nuestras necesidades, y generar así menos malestar. Pero es necesario aceptar que existen dificultades propias de la cultura misma, inaccesibles a cualquier intento de reforma y a las que el hombre responde a veces como un puercoespín, un hurón o un erizo.

 

Ivo: -¿Quién les dio el derecho? (de matar al otro)

Ahmed (soldado checheno): -La guerra.

 

 

 

Bibliografía

 

-          FREUD, S.; “El malestar en la cultura” (1930); en Obras Completas, tomo 8; Ed. Biblioteca Nueva; Madrid; 2007

-          FREUD, S.; “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921); en Obras Completas, tomo 7; Ed. Biblioteca Nueva; Madrid; 2007

 LACAN, J. A.; “La tercera”; en Intervenciones y textos 2; Ed. Manantial; Buenos Aires; 1988

-          MUSACHI, G.; “Huraño y la ciudad”; en Mutaciones del sujeto contemporáneo; Ed. Grama; Buenos Aires; 2016

 


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