Manchester by the sea

24/03/2017- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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Manchester by the sea es un film cuya trama gira en torno a un padre arrojado por la contingencia a cargar con la responsabilidad más radical y extrema que un hombre puede experimentar en tanto padre: la muerte de sus hijos.

 

 

 

                                           

 

 

Ficha técnica y artística

 

 

Título: Manchester frente al mar

Título original: Manchester by the Sea

Dirección: Kenneth Lonergan

País: Estados Unidos

Año: 2016

Duración: 0 min.

Género: Drama

Reparto: Casey Affleck, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Michelle Williams, Erica McDermott, Gretchen Mol, Kara Hayward, Heather Burns

Distribuidora: Universal Pictures (Spain)

Productora: Pearl Street Films, Big Indie Pictures, CMP Entertainment, K Period Media, B Story, The Affleck/Middleton Project

 

 

 

“Hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé!”

                                                                          César Vallejo

 

 

Manchester by the sea es un film cuya trama gira en torno a un padre arrojado por la contingencia a cargar con la responsabilidad más radical y extrema que un hombre puede experimentar en tanto padre: la muerte de sus hijos. Lee vive con su mujer y sus tres pequeños –dos nenas y un bebé varón de meses– en la ciudad de Manchester by the sea, Massachussets, Estados Unidos.

Una buena noche, tras una larga reunión con sus amigos de juerga y diversión interrumpida por el enfado de su mujer, Lee sale de su casa a comprar más bebida. Al volver ve que su hogar está en llamas, con sus hijos adentro y su esposa –rescatada de milagro por los bomberos–, gritando enloquecida en la calle. Horas después Lee explicará a la policía que, mientras caminaba hacia el market y su familia dormía, recordó que no había colocado la pantalla protectora en la chimenea, pero que no obstante decidió continuar la marcha porque consideró que no habría peligro de incendio. Del resto se encargó el fuego.

El film contiene una referencia muy cara para los psicoanalistas: años después de aquel atroz desenlace, sus dos hijas –de ocho y nueve años de edad–, se le aparecen a Lee en sueños y le dicen: “¿Papá, no ves que nos estamos quemando?” Se trata de una escena idéntica a la que Freud describe sobre el padre que, mientras está velando el cadáver de su pequeño hijo –muerto tras días de cuidarlo sin descanso en su lecho de enfermo–, se queda dormido para soñar que el niño le reprocha: “¿Padre, no ves que estoy ardiendo?”[1] En ambos casos el azar de un factor ambiental sirve de material para la producción onírica: en la película una sartén en el fuego emana el humo que Lee –dormido– traduce como incendio en los dichos de sus hijas; en el soñante de Freud, el resplandor provocado por la llama de un cirio volcado sobre la mortaja del cadáver brinda el elemento para el reproche del pequeño finado. En ambos casos estos dos padres se despiertan y presos de espanto se encargan de detener el fuego.

 

 

La contingencia, cómplice del destino

 

Aquí el psicoanálisis traza un antes y un después en el campo de la reflexión ética: ¿Qué es lo que despierta a estos padres abrumados por la culpa, el dolor y la desesperación? ¿Es el humo de la sartén, el resplandor de la llama del cirio o, como sugiere Lacan, “alguna otra cosa”[2] más allá de toda tramitación psíquica o duelo posible, a saber: un encuentro con el real “que se expresa en el fondo de la angustia de ese sueño?”

Porque si “No falla la adaptación, [la conducta supuestamente correcta][3], sino tyche[4], el encuentro”, lo que despierta a estos soñantes es la pulsión: esa tendencia caótica que desde siempre nos constituye y cuyo valor traumático la frase de marras condensa como ninguna otra: “¿Padre no ves que estoy ardiendo?” De esta manera, si en la inconsistencia del padre desfallecen las respuestas capaces de dar cuenta cierta de los actos humanos, uno sólo es responsable de lo que hace con lo que la pulsión y su imprevisible demanda hace de uno. Y tan cierto como que el libre albedrío prueba ser una ilusión, es que –contingencia mediante– toda neurosis es “neurosis de destino o de fracaso”: el padre –y todos los padres– se despiertan para seguir soñando con la culpa y la necesidad de castigo, coartada que al precio de la miseria neurótica nos preserva de ese encuentro con la pulsión en el agujero de la tramitación simbólica. Por algo, en su comentario al sueño freudiano, Lacan apela al drama de Hamlet para destacar que la demanda de venganza exigida por el fantasma del Rey (padre simbólico si los hay) no está formulada sin hacer referencia a que fue “sorprendido, inmolado, en la flor de su pecado”[5]. Desde ya la mención a Shakespeare no es ociosa, Kenneth Lonergan –el director de la película que proviene de la dramaturgia–, tuvo el acierto de interrogar los límites en la tramitación de un duelo sin caer en la tontería voluntarista del: ¡Sí, se puede!

 

 

 



[1] Sigmund Freud, “La interpretación de los sueños”. Capítulo VIII: “Psicología de los procesos oníricos”, en Obras Completas, trad. De López Ballesteros,

[2] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998, pp. 76 y 77.

[3] Los corchetes son nuestros.

[4] Palabra griega que se traduce como buena o mala fortuna.

[5] Jacques Lacan, op. cit, p. 42. 


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