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Consumos problemáticos. ¿Rechazo del discurso o discurso del rechazo?

07/11/2017- Por Pedro Carrere - Realizar Consulta

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Este texto a partir de los aportes del psicoanálisis, propone interrogar los consumos problemáticos a la luz del discurso capitalista y pensar algunas coordenadas discursivas que nos permitan establecer lo que caracteriza a la subjetividad de nuestra época y qué lugar ocupan las drogas en el estado actual de nuestra cultura.

 

 

 

                  

                             Blue Velvet (1986). Dirigida por David Linch

 

 

  En el presente trabajo serán presentadas algunas ideas respecto de lo que en nuestra época es pensado en términos de “consumos problemáticos”. Nos ubicamos en la perspectiva epistemológica que encontramos en la teoría psicoanalítica de Jaques Lacan, cuando afirma, por ejemplo: “No hay ninguna realidad prediscursiva, cada realidad se funda y se define con un discurso”[i]. Nos preguntamos entonces: ¿Cuáles serán las condiciones discursivas que posibilitan que el uso de drogas devenga problema? Se intentará pesquisar entonces qué de los discursos que conforman el contexto ampliado de nuestra cultura funcionan como condiciones de posibilidad de los problemas vinculados al consumo de sustancias. La articulación entre lo que sucede al nivel del sujeto y los discursos de la época se sostiene en la idea de que el Otro, como tesoro de los significantes que dan existencia al sujeto, constituye un espacio topológico, en el sentido de una superficie que disuelve la diferencia entre lo interno y lo externo. 

 

  Cuando Lacan les dice a los psicoanalistas: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”[ii], nos convoca a que allí donde el psicoanalista estaría en posición de conformarse con hacer de esa línea imaginaria, que llamamos “horizonte”, un límite o una frontera que indicase la disyunción entre dos espacios diferentes, debe ser posible concebir una continuidad entre el sujeto y su época. Intentemos precisar entonces algunas coordenadas discursivas que nos permitan establecer lo que caracteriza a la subjetividad de nuestra época y qué lugar ocupan las drogas en el estado actual de nuestra cultura.

        

  Podemos establecer algunas diferencias en cuanto al vínculo que el hombre establece con las sustancias a partir de la modernidad, respecto de lo que sucedía en las sociedades premodernas. En uno de los artículos del libro “Individuos bajo influencia” se afirma lo siguiente: “En las sociedades tradicionales, la relación con las drogas estaba modelada socialmente de manera de hacer emerger lo que el grupo deseaba que el miembro encontrara, y solo eso"[iii]. El autor citado toma el ejemplo de los alucinógenos, cuyo uso ritualizado en numerosas culturas no occidentales produce, como material de la alucinación, el encuentro con elementos ancestrales.

 

  En nuestra cultura, la alucinación toxica, en lugar de expresar el vínculo de los sujetos con elementos propios de una tradición, se presenta en términos de una experiencia meramente individual, en la que el consumidor se regodea con las imágenes que le brotan de la pantalla de los sentidos. Esta diferencia da cuenta de la caída de los discursos de la tradición en las sociedades occidentales, y nos lleva a preguntarnos por el tipo de discurso que funda un vínculo con las drogas que se traduce en términos de “experiencia individual”. Es decir que a la hora de pensar en los efectos (y en las motivaciones) de cualquier consumo de sustancias, no alcanza con recurrir a la búsqueda de lo que se establece a titulo de propiedades químicas, sino que hará falta interrogar el modo en que el contexto discursivo nos hace existir como sujetos.

        

  La noción de individuo que surge a partir de la modernidad es la de un ser unificado, autónomo e idéntico a sí mismo; dueño y agente de su propia interioridad. Se trata de una idea que cuenta con un lugar privilegiado en el sentido común contemporáneo. Jean Jaques Rousseau, uno de los principales exponentes del pensamiento moderno, expresa lo siguiente: “El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado”[iv]. La célebre frase da cuenta de la libertad como algo inherente a la condición humana. Esta idea de libertad se asocia a la de un individuo destinado a hallar su propia verdad en lo más hondo de su ser: un espacio interno, singular e inefable, el cual convendría conservar lo más a resguardo posible de las cadenas que impone el encuentro con la Alteridad.

 

  Es interesante considerar las diferencias entre la propuesta roussoniana y la de Lacan, para quien el hombre, lejos de nacer en libertad, adviene al mundo en un orden simbólico que está allí desde siempre y que lo determina como sujeto del lenguaje. Por otro lado, y distanciándose del elogio moderno de la libertad, Lacan establece una asociación entre libertad y locura, por ejemplo en el escrito “Acerca de la causalidad psíquica”, donde afirma que la locura: “Lejos de ser ‘un insulto’ para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento”[v]. Lacan propone un sujeto que viene a subvertir la ontología correspondiente a la noción moderna de individuo.

        

  Conviene tomar posición en relación al lugar que vamos a otorgarle al lenguaje y al discurso en lo que tiene que ver con la constitución del sujeto, dado que distintas posiciones en este punto determinan diferentes abordajes clínicos. Prácticamente la totalidad de los tratamientos que se proponen a personas con problemática de consumo de sustancias consideran al orden simbólico como un elemento que influye, desde una exterioridad, sobre algo que sucede en el interior del cuerpo del individuo, siendo éste el verdadero lugar al que habría que dirigirse en la búsqueda de las causas. Esta idea, en realidad, puede extenderse a la casi totalidad de las disciplinas que forman parte del ámbito de “la psicología”, las que otorgan un lugar central a la interioridad individual y al cuerpo, entendido éste en términos de organismo biológico. Lacan, al respecto, dice: “… esta psicología general no solo es asunto de escuela o de comodidad mental, sino realmente la psicología de todo el mundo.”[vi]

 

  Lacan ubica que la psicología sostiene las mismas ideas que conforman el sentido común, y nos advierte sobre el problema de sostener ciertas ideas que, en definitiva, son las mismas en la que se funda el padecimiento de quienes vienen a consultarnos. En las instituciones “especializadas” en tratar la problemática de consumo de sustancias, nos encontramos con el acuerdo, tácito o explicito, que se da entre pacientes y profesionales en relación a que en última instancia, sin dejar de considerar las influencias del medio y de los otros[vii], el quid de la cuestión lo hallamos en la decisión personal, en la impulsividad, en una personalidad trastornada, en el goce mortífero o en cualquier otra entidad que se caracteriza siempre por ser una propiedad del individuo. Llevando al extremo esta lógica, nos encontramos con el programa neurocientífico que ubica en el centro mismo de la individualidad al cerebro como verdadera causa material de todas las cuestiones humanas. Estas ideas son absolutamente contrarias a la propuesta de Lacan en relación a pensar al sujeto como efecto de una estructura significante, es decir, determinado no por una sustancia individual, sino por el “discurso del Otro”[viii].  

        

  Tomemos ahora una de las referencias de Lacan que permite dar cuenta de la noción de discurso con la que estamos trabajando: “… esta especie de estructura que designo con el término discurso, es decir aquello por lo cual por el simple efecto del lenguaje, se precipite el lazo social. Nos dimos cuenta de eso sin tener necesidad del psicoanálisis, y hasta es lo que se llama habitualmente ideología”[ix]. Es decir que, el discurso, para Lacan es lo que del lenguaje precipita el lazo social, y eso es asimilable a lo que, fuera del ámbito del psicoanálisis, conocemos como ideología. Si, como dijimos, no hay realidad prediscursiva, podemos afirmar entonces que no hay realidad sin lazo social. Conviene entonces intentar pesquisar cuál es el tipo especifico de lazo social en una cultura como la nuestra, regida por un individualismo acorde al funcionamiento del mercado tal como lo establece el sistema capitalista. Nos autorizamos a ello a partir de la propuesta de Lacan de pensar al capitalismo como un discurso. Lacan dice incluso que “es después de todo lo más astuto que se ha hecho como discurso”[x].

        

  El discurso imperante en la época del capitalismo tardío, exacerba el Ideal moderno de libertad desde el momento en que la subjetividad es planteada en términos de un individuo libre, no solo en relación a la trascendencia divina o a los mandatos que imponían las antiguas jerarquías de sangre, sino además como rechazo absoluto respecto de cualquier instancia de alteridad. Sin embargo, conviene no olvidar que ese rechazo no deja de revelarse como uno de los efectos de ese discurso y no como característica individual de quienes se opondrían al orden que impone la cultura. Lacan lo dice del siguiente modo: “Lo que distingue al discurso del capitalismo es esto: la Verwefung, el rechazo, el rechazo fuera de todos los campos de lo Simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. ¿El rechazo de qué? De la castración.”[xi].

 

  Lacan ubica el rechazo de la castración como efecto de lo que establece como discurso del capitalismo. Podemos afirmar entonces, que el discurso capitalista consiste en la institución de un determinado tipo de lazo social que se caracteriza por ese rechazo. Se trata de un rechazo que, si bien es hacia “fuera de todos los campos de lo Simbólico”, es un rechazo que, por ser postulado a partir de un discurso, proviene de un campo simbólico. En este nivel, solo sería postulable un rechazo de lo simbólico, o del discurso, en tanto efecto de un discurso del rechazo.

 

  En relación al consumo de sustancias en nuestra época, no deja de decirse que se trata de un fenómeno que tiene que ver con una declinación de la función paterna, una caída del orden simbólico, un desmembramiento del lazo social, una ausencia de ideales, etc. Desde este punto de vista, lo que hoy se piensa como “consumos problemáticos” no sería efecto de la eficacia de un discurso sino que, por el contrario, daría cuenta de un orden simbólico fallido y de su consecuente déficit en la estabilización del lazo social. Esta posición se asemeja a la queja del nostálgico, para quien la actualidad siempre estará en falta respecto de un pasado idealizado, cuando el orden reinaba en la vida. Se sostiene, además, en la imposibilidad de concebir la paradoja de que lo que se plantea como una falla a nivel del discurso, constituye un elemento inmanente al discurso mismo. El problema radica en que muchas veces se confunde lo que Lacan establece como metáfora paterna, con una idea del padre vinculada a la represión.

 

  La metáfora paterna cumple, por la vía de la articulación entre deseo y ley, una función asociada al establecimiento de la estructura. No se trataría entonces del Padre como agente de la prohibición sino de una instancia significante que da cuenta de un ordenamiento de la estructura pensable en términos de sujeto del inconsciente. La clínica sostenida en la idea del Padre como instancia represora, produce tratamientos que, bajo un sistema coercitivo, apuntan a restituir la autoridad perdida en alguna instancia que releve el lugar del Padre caído. En estos tratamientos, la dirección de la cura se convierte en el intento de doblegar la voluntad del consumidor de sustancias, en quien quedaría ubicada la fuente última del empuje al goce. Así, quienes presentan problemas asociados al consumo de sustancias serían los responsables de revelarse a la ley del Padre en su afán de gozar de modo autoerótico, por fuera del campo del Otro.

        

  Estas ideas son contrarias a la propuesta de interrogar los consumos problemáticos a la luz del discurso capitalista, quedando invisibilizado el hecho de que, solo a partir de ese discurso, adquiere consistencia la posibilidad de que alguien se proponga acceder a un goce absoluto y a liberarse de las “amarras” del Otro. Se trata de un discurso que funda una realidad que borra las huellas de su discursividad misma, y que se sostiene en la idea de una subjetividad autónoma, desenlazada respecto de cualquier instancia de Otredad. Lo paradójico del caso es que ese discurso constituye precisamente esa instancia de Otredad respecto de la cual se postula un rechazo.

 

  Conviene, en este punto, interrogar las relaciones entre lo que ubicamos aquí como discurso y la idea de poder, considerando que el poder no se define por una acción coercitiva, sino justamente por la eficacia de un discurso. Para aclarar este aspecto podemos recurrir, por ejemplo, a las ideas de Byung-chul Han, quien nos presenta un tipo de poder al cual describe como siendo superior respecto del poder coercitivo: “la frase que expresa la presencia en el espacio de un poder superior no es ‹‹de todos modos tengo que hacerlo››, sino ‹‹quiero››. La respuesta a un poder superior no es la negativa interior sino la afirmación enfática… el poder no funciona aquí como un empujón mecánico que se limita a desviar un cuerpo de la dirección original de su recorrido, sino más bien como un campo dentro del cual tal cuerpo se mueve con libertad”[xii]. Podemos ubicar que el campo del que se trata es discursivo y su eficacia es lo que puede pensarse como “poder”. Teniendo en cuenta estas ideas, podemos pensar que la idea moderna de libertad ha devenido, en la actualidad, una de las formas más logradas de poder.

        

  Desde la versión “nostálgica” suele suponerse que en la actualidad, a consecuencia de la falta de ideales, las personas gozan de su cuerpo en soledad, no ya con otros ni a partir del Otro. Pero si nos proponemos analizar las coordenadas discursivas de nuestra época, podemos establecer algunas de las referencias simbólicas que fundan la posibilidad de ese modo de gozar. Con lo cual, ya no se trataría de ningún goce solitario, sino vinculado a los términos en que es planteada la subjetividad en nuestro tiempo. Convendría entonces dejar de sostener la idea de que los problemas vinculados al consumo de sustancias responderían a la caída del Ideal, y en su lugar ubicarlos como uno de los efectos de un discurso que ubica al cuerpo y a la experiencia individual en el lugar del Ideal.

        

  En nuestros días, la subjetividad ya no está planteada bajo los principios de la moral victoriana, como lo estaba en la época de Freud, ni bajo la lógica del poder de la sociedad disciplinar[xiii]. Esto de ningún modo debe significar para nosotros que los sujetos hayan quedado librados a sí mismos, si tenemos en cuenta que, al menos en el psicoanálisis de Lacan, sería impensable la idea de “un sujeto en sí mismo”, dado que al sujeto con el que opera el psicoanálisis le corresponde una materialidad distinta de la que subyace a la noción de individuo. Un sujeto, el del psicoanálisis, que se constituye siempre como un efecto del lenguaje y que solo es concebible en relación a un discurso que proviene desde el Otro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[i] Lacan, Jaques. El Seminario. Libro 20. Aún. Clase 3. Paidós. Buenos Aires. 2006.

[ii] Lacan, Jaques. Escritos 2.  “Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis”. Siglo XXI editores. Buenos Aires. 2002.

[iii] Ehrenberg, Alain. Individuos bajo influencia. “Drogas y ambivalencias de la subjetividad”. Ed. Nueva Visión. 2004.

[iv] Rousseau, Jean Jaques. El Contrato social. Ed. Alba. Madrid. 1998.

[v] Lacan, Jaques. Escritos 1. ”Acerca de la causalidad psíquica”. Siglo XXI editores.

[vi] Lacan, Jaques. El Seminario. Libro 2. El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Clase 1.  Paidós. Buenos Aires. 2014.

[vii] Muchas veces, esta inclusión de lo social o lo discursivo responde simplemente a estar en sintonía con lo que se considera “políticamente correcto”. 

[viii] Lacan, Jaques. El Seminario. Libro 5. Las Formaciones del Inconsciente. Clase 28. Paidós. Buenos Aires. 1999

[ix] Lacan Jaques. El Seminario. Libro 19. Clase del 4 de Mayo de 1972. Versión inédita para circulación interna de la E.F.B.A.

[x] Lacan, Jaques. “Del discurso psicoanalítico”. Conferencia dictada en Milán del 12 de mayo de 1972. Traducida por la  Lic. Olga Mabel Máter. Inédita.

[xi] Lacan, Jaques. El Semibario. Libro 19, Clase del 6 de Enero de 1972. Versión inédita para circulación interna de la E.F.B.A.

[xii] Byun-chul Han. Sobre el Poder. Herder ed. Barcelona. 2016.

[xiii] Véase, por ejemplo: Foucault, Michel. Vigilar y Castigar. Ed. Siglo XXI. Buenos Aires. 2006.

 

 

 

 


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