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De-Construcción, transformaciones y los mecanismos de la cura

04/09/2017- Por Adrián Liberman - Realizar Consulta

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Con un método de-constructivo el autor propone pensar los alcances de la teoría psicoanalítica a la luz de su práctica específica. Para poder ubicar el psicoanálisis en un lugar particular analiza la instauración del vínculo analítico como un “fenómeno procesal”, con una serie de pasos concatenados en los que ambos miembros de la relación tienen que ver, y donde mucho de lo que se va pautando pertenece al orden de lo no declarado, pero dicho.

 

 

 

                             

 

 

  Inicio este escrito reiterando lo que he afirmado en múltiples ocasiones: entre otras acepciones el psicoanálisis es un procedimiento terapéutico obligado a explicarse en cómo opera y a someterse al escrutinio y crítica de otros saberes. El ejercicio del psicoanálisis es el de la cura, aquella que sobreviene “por añadidura” (Lacan, 1953) pero que a mi entender debe pregnar el hacer de analista y analizando. Esto para diferenciar la práctica psicoanalítica  de una navegación a ciegas, a veces coludida, en busca del “significante perdido” a veces durante años y sin efectos manifiestos.

  En mi particular aproximación al ejercicio psicoanalítico, éste se encuentra obligado a dar cuenta de las diferencias que produce si se practica o no, las cuales deben ser perceptibles para ambos miembros de la dupla, como para terceros. Debe existir una diferencia más o menos evidente tanto para analista como para analizando entre lo que acontece si la cura se practica como si no.

Esto no por un mero utilitarismo, o una aproximación simplista, sino para poder ubicar el psicoanálisis en un lugar particular, que le es propio, dentro de las maneras de comprender la subjetividad y especialmente,  la de proponer un procedimiento que apueste a introducir modificaciones en ésta.

  Este largo introito, o declaración de principios, intenta dejar claro el ángulo de conveniencia con el que intentaré aproximarme a la tarea de relacionar la deconstrucción, como técnica y como postura frente al discurso del otro con las transformaciones, que asumo son las del analizando. Lo último no es completamente cierto, dado que durante la travesía de la cura es plausible pensar que el analista también es pasible de experimentar alguna transformación de su estructura subjetiva. Es aquello popularmente difundido de “paga uno, pero se curan dos”, acerca de los beneficios del psicoanálisis.

 

  Para comenzar la aproximación a la deconstrucción como resorte de la cura, me parece necesario primero caracterizar, una vez más, el marco en el que ésta tendrá lugar.

Entre otras acepciones, el psicoanálisis es un pacto entre personas, y como todo pacto hecho entre humanos, frágil y proclive a la rotura. Una cura comienza con alguien portador de un sufrimiento, generalmente psíquico (aunque puede o no estar matizado de manifestaciones somáticas) que demanda encontrar algo que hacer con éste de forma de amortiguar el dolor que produce. A diferencia del orden médico, que acata esta demanda puntualmente y busca proceder a su desaparición tan rápido como sea posible, el analista contrapondrá otra serie de operaciones. Entre otras, en lugar de urgirse a yugular el malestar presentado ante sí, ofrecerá solo (y nada menos) que su escucha. No la escucha indiferente, apurada o bobalicona de otros contextos. Si no una escucha para la cual las manifestaciones de angustia por parte de su interlocutor pautan la legitimidad de reclamar los fenómenos ante él escritos como pasibles de ser comprendidos mediante la clínica psicológica. Esto, hecho sin mayor declaración previa, inicia la especificidad de la cura analítica. La de ofrecer a la demanda de alivio del consultante una oreja que viene impregnada de un ángulo de conveniencia específico, el de la psicopatología. Sin necesidad de decirlo, hay en ello un ejercicio de crítica Popperiana, un primer intento de colocar un discurso a la luz de uno de sus posibles cables de sostén, en este caso el de la significación psicopatológica y un poco después, la de portar sentidos en la trama subjetiva del hablante.   

  De esta manera, los intercambios entre un “sufriente” (aún no paciente, o preferiblemente analizando) y un analista inauguran una dialéctica de demandas de lado y lado más complejas que una gimnasia “mayéutica”. En la medida que el analizando es invitado a decir más, sea con preguntas, sea con un silencio que luego puede adquirir otras connotaciones, también se le ofrecen algunas hipótesis que pueden preparar el terreno para la acción deconstructiva. Una de ellas, es el asomo de la posibilidad que quien se queja ha tenido alguna participación en la génesis de su malestar, distinta a la de mera víctima pasiva. Ello, la “inversión subjetiva” (Laurent 2001, Miller, 2006) es la primera intervención que puede sancionarse como “estrictamente analítica” y marca el punto de partida en la caracterización del análisis como procedimiento terapéutico.

  Esta operación, junto a la idea que el caudal se síntomas desplegados, con más o menos sofisticación por el sufriente pueden tener que ver con la historia personal del mismo, portan la idea de subversión, de viraje rotundo en la manera de imaginar el dolor y se hacen porque están llamados a tener efectos. Es decir, son operaciones del analista destinadas a promover o no el paso de sufriente a analizando de quien demandó sus servicios. Así como el sufriente puede ser ladino en cuanto a querer solo exhibir su dolor, las operaciones del analista responden a un método, y mucho más importante, a una ética de su quehacer.

  Lo anterior está destinado a proveer al sufriente de algo más que una “neutralidad benevolente” (Freud, 1932) sino estimular un potencial para ocupar un particular lugar en los intercambios discursivos que singularizan el psicoanálisis como cura. Y aún me encuentro describiendo los prolegómenos, los elementos de ese pacto humano que de cimentarse permitirán aspirar a comprender si las deconstrucciones tendrán algo que ver con todo esto.

 

  La instauración de un vínculo analítico es un fenómeno procesal, de una serie de pasos concatenados en los que ambos miembros de la relación tienen que ver, y donde  mucho de lo que se va pautando pertenece al orden de lo no declarado, pero dicho. Me refiero a que aparte de los acuerdos que analista y analizando harán acerca de la duración de las sesiones, la frecuencia de las mismas, de los honorarios y conducta a seguir acerca de las sesiones a las que el paciente no asista, mucho de lo que cimenta un proceso analítico está en la esfera de lo que no se declara pero se comunica.

Con ello aludo a un estatuto ético que marca el hacer del analista en cuestión, el cual incluye desde aristas tan genéricas como su particular concepción de la cura hasta una más cercana a la conciencia como la de constituirse en agente del bien del analizando.  Esto puede entenderse mejor si se plantea que el analista en su hacer frente a quien lo demanda demuestra que no trabaja sino para éste, que el objetivo del análisis no está en una mayor adaptación social o en sumisión a ideales de corrección política, sexual o de otro tipo. El análisis es un juego, puesto que está reglado, pero también porque su desenlace es incierto y para nada predecible y porque necesita para su desarrollo de intercambios que responden a una concepción de la libertad y responsabilidad. Thomas Szasz (1977) utiliza el modelo del juego del bridge para explicar más sucintamente este aspecto de la relación analítica.

  Freud (1916) utilizaba el modelo lúdico del ajedrez para describir el curso de la cura analítica, en tanto la apertura y el final podían predecirse, pero no la fase media del tratamiento. Yo prefiero la caracterización más actual del “jenga” para ello. El “jenga” es el juego en el cual debe construirse una torre, quitando tramos de abajo para ir construyendo pisos superiores. Hasta que la remoción de un tramo produce el derrumbe de la torre en cuestión.

  En este punto mucho del proceso analítico consiste en demostrar que  no se tienen ideas preconcebidas acerca del decir del paciente, que se puede ser depositario de las pasiones del mismo (aunque no se las corresponderá) y que el diván invita al aflojamiento de las identificaciones, cosa que nunca se logrará por completo.

  El pacto analítico va cristalizando en que uno habla y el otro escucha. Uno empieza hablando de lo que no funciona bien, de aquello que proviene de lo real y lo angustia (aunque no maneje estos términos, ni sea necesario que lo haga), y pronto se encuentra diciendo otras cosas además de las que se proponía. Dirá cosas diferentes a las que cree decir, como también se encontrará imposibilitado de enunciar otras. Comenzará a encontrar que incluso en la más devota de las entregas analíticas, existen recuerdos que no acuden a la memoria, fechas que se superponen, personajes que se desdibujan, junto a la sospecha de no estar dispuesta a dejar ir el sufrimiento de una vez por todas. El lenguaje, en su valor de intercambio se revelará en su función de edición, hecha para decir como para encubrir.

  Y es que el analizando acude al análisis dividido entre el deseo de cambiar y de no cambiar al mismo tiempo. No sólo es la “hipocresía del síntoma” (Lacan, ob. cit.) sino que su sufrimiento, su discurso acerca de sí mismo constituye su capital psíquico. Es algo laboriosamente construido para intentar dar cuenta de un conflicto, con un saldo de angustia pero también de goce. Y si se agrega a las acepciones del análisis que éste es un proceso de pérdidas (de posiciones asumidas, de saberes establecidos) la forma en la que el síntoma se presenta será defendida con uñas y dientes por aquel que paralelamente desea deshacerse de él…

  Véase con todo lo anterior, que intentar inducir transformaciones mediante operaciones con intención deconstructiva entonces, requiere del ejercicio paciente del analista.

  En tanto la posición analítica es la del “cartero” (Derrida, 1977), la de fungir de re- conductor entre el decir del analizando a su verdadero destinatario, este tipo de maniobras requiere inicialmente el hacer evidente su “bondad” o como yo prefiero denominarlo, su “eficiencia”.

Esto último tiene como ánimo el rescatar el alivio sintomático, tan menospreciado por algunos epígonos de algunas formas de practicar el análisis que transforman la cura en un ejercicio ascético. Lo que tiene que ver con muchas interrupciones tempranas de los procesos o la absurda pretensión de colocar la práctica analítica en un nivel de “extraterritorialidad” frente a otras maneras de abordar el sufrimiento humano.

 

  Sin dejarse arrastrar por la burda seducción ni la sugestión alienante, el analista está obligado a transmitir al analizando que se inicia en el trayecto de la cura que una diferencia se hace evidente en el hablar a tontas y locas de sí mismo. El desafío se juega en resaltar, de forma paulatina, el estatuto diferencial en términos de consecuencias de estar en análisis o no.

De allí que en los momentos iniciales de la cura, muchas de las intervenciones analíticas, aunque apunten a tener una función interpretativa, frecuentemente no son de naturaleza deconstructiva y aun así, se mueve (Galileo dixit).

  A medida que el dispositivo se instala en ambos miembros del proceso, el analista va privilegiando el habla del analizando como vía regia para explicar y explicarse aquello que siente que funciona mal. Lo que introduce otro problema adicional, y es que decir, y solo decirlo todo resulta una empresa difícil de cumplir.

El lenguaje es alusivo por naturaleza, un significante solo adquiere sentido en relación con otros significantes. La palabra recorta, mutila necesariamente el objeto al que alude. Hablar revela, pero también esconde. La función del lenguaje es la de poner en relación a sujetos diferentes, no solo es comunal sino idiosincrático sincrónicamente.

  Y si no fuera poca dificultad la imposibilidad de hacerse entender sin sobresaltos, resulta que la subjetividad está constituida alrededor de un olvido necesario, una amnesia que impedirá entregarse sin más a la consigna de la libre asociación. Además se agregan aspectos como el malentendido que conforma la transferencia, esa adjudicación de lugares y funciones propias de la historia particular del analizando que tiñen su decir, por más que éste adquiera el semblante de un inventario de fenómenos, de eventos de su “historia material”. El lazo analítico es un lazo social (he ahí otra acepción más), susceptible de teñirse de pasiones, odios y malentendidos que impregnarán, quiérase o no, el decir del analizando. En contrapunto además el analista no intervendrá sino desde las cuestiones que estimulen su deseo, por ello el analista siempre dirige (y tuerce) la cura.

  Si analista y analizando tienen relativo éxito en sortear los escollos que hay desde el “vamos” en una cura (o incluso antes que ésta se inicie), cabe entonces preguntarse sobre la acepción conveniente del de-construir para explicarse los mecanismos operantes de la misma.

  La de-construcción es una estrategia de crítica frente a un discurso, para intentar poner en evidencia los sentidos que lo sustentan. Es una intención en tanto propone la construcción de un sentido novedoso con los significantes enunciados, el juego de “jenga”. Pero también es una propuesta subversiva en cuanto aspira producir una modificación en el vértice con el que el analizando habla de sí. La de-construcción como resorte prueba su valor si se da un tránsito de una verdad impersonal a una verdad comprometida. Es decir que haya justificación cuando comienza a darse un deslizamiento en el discurso del analizando del lugar de espectador o víctima pasiva del hacer de los Otros a destellos de protagonismo en los hechos o fantasías narradas.

  En el marco de mi experiencia clínica, esta oscilación entre el vértice pasivo al activo, el incremento de la sospecha por parte del analizando de su participación en aquello que le aqueja, su comprensión del valor de goce del síntoma así como de su potencialidad comunicante, consisten en los primeros  e imprescindibles marcadores de un proceso en desarrollo.

 

 

Interpretación, de-construcciones o no todo lo que reluce es oro

 

  Lo expresado previamente, obliga, a mi entender, a dirigir una mirada crítica sobre las intervenciones del analista. Aunque inicialmente el psicoanálisis se distinguiera de otras terapéuticas por el afán interpretativo, mucho de la praxis analítica, devenida en escolástica o retórica contribuyó a aumentar la confusión acerca de las herramientas que emplea el analista en su praxis. Desde el abuso de la interpretación transferencial al silencio convertido en fetiche, existe todo un espectro de intervenciones a las que se ha sancionado como interpretaciones, construcciones y si nos descuidamos como deconstrucciones.

  El analista escucha, y cuando cree comprender algo del discurso del analizando interpreta. O puntúa, o pregunta. No todo lo que sale de la boca del analista es una interpretación, cosa que se sabe generalmente “apres coup”. Tampoco todo lo que dice es un ejercicio deconstructivo que conduce a la emergencia de verdades inéditas con secuelas en la conformación subjetiva del analizante. A veces, el analista habla solo para probar que sigue vivo en su sillón (Winnicott, 1962). Otras para contribuir a poner en evidencia las tensiones inconscientes en el decir del analizando. Muchas otras por la angustia de no comprender. Y en algunos casos para realizar algún movimiento en este juego de “jenga” que devenga en transformaciones en la estructura subjetiva del analizando.

Así, las modificaciones en el decir del analizando se producen por el efecto combinado, que no aditivo de diversas maniobras del analista. Desde enunciaciones complejas a la pregunta, de la reconstrucción a enfatizar una palabra para resaltar un enunciado, la cura analítica es un constante intercambio de palabras, y a veces de acciones con valor de un “decir”.

  Una de las distinciones sutiles pero “operativas” en el seno del vínculo analítico es que lo que el analista dice no sigue las pautas de la lógica consiente. Lo dicho con anterioridad no sirve de predictor para las intervenciones posteriores, es imposible usar la estadística para saber lo que vendrá. Hay un efecto de “sorpresa” de sobresalto que afecta a ambos participantes donde lo dicho adquiere un carácter inédito. Es el movimiento de una barra de “jenga” que amenaza con el derrumbe de lo construido para dar lugar a una nueva construcción efecto del sacudimiento de lo pretendidamente sabido.

  Estas modificaciones del decir del analizando tienen un norte que es el ir haciendo de una historia contada de forma que puede rayar en el frío inventario de fechas y personas, como en algunas neurosis obsesivas graves, hacia una enunciación comprometida con lo que se dice. Esto es decir con un incremento del protagonismo en lo que se narra durante la secuencia de las sesiones, si no como un hecho, al menos como una sospecha. Aquí emerge otra arista del procedimiento analítico, consistente en impregnar de sospecha tanto como de revelación aquello que se escucha en sesión. Si el analista no es un oráculo poseedor de secretos arcanos si es un practicante de la sospecha en términos de que toda verdad puede ser apariencia de otra cosa.

  Imposible de agotar en todas sus significaciones posibles, lo que el análisis persigue como técnica terapéutica es en la cesación del efecto patógeno de la historia del analizando. Historia que, como se ha visto antes, siempre vela algo de sí como de quien la enuncia.

  La deconstrucción entonces resume una actitud frente al discurso, la cual dentro del contexto analítico no puede desvincularse de una intención transformativa. Y para que esta intención no corra el riesgo de derivar en un ejercicio autocomplaciente del hablar, exige contrastarse con marcadores concretos que la sustenten como condición para las transformaciones.

 

  Cual perro que se muerde la cola, retorno a lo dicho al comienzo, el análisis debe producir resultados, debe tener balizas que lo validan como praxis y debe poder ser evidente para los miembros de la dupla analítica lo que hará decir en algún momento que una cura llega a su fin.

  Entre las múltiples formas de caracterizar ello, yo enfatizo el alivio sintomático como el primer fenómeno clínico a tomar en cuenta. Intoxicados de estructuralismo, muchos analistas llegaron a despreciar el síntoma y sus avatares como terreno lícito para la acción específica del psicoanálisis. La disminución de la ansiedad, el aumento de la idea de que el síntoma es producto de la historia y creación personal, que porta una o varias significaciones, y que todo ello puede modificarse, es necesario para que el analizando sostenga la lógica de apuesta subversiva que el análisis comporta. Sea tributario de efectos sugestivos en un inicio, sea por la acción conjunta de los aspectos constructivos del Yo, del Superyó benigno, por aspectos transferenciales, el analizando como el analista deben poder tener elementos que desde el “vamos” permite sobrellevar a ambos las exigencias del encuadre.

  La estrategia deconstructiva, lo reitero, no puede ser un juego de “Serendipity” o un Jardín de Senderos que se Bifurcan, al decir de Jorge Luis Borges como fin en sí mismo. Mucho de lo dicho o hecho en sesión puede que aporte poco a la transformación permanente de la estructura inconsciente del analizando.

En todo caso, el análisis es también un intento de transmitir este hacer que deshace, esta acción de desmontaje y transformación al acervo personal del analizante. Es ayudar a instaurar la “función psicoanalítica de la personalidad” (Bion, 1970) y a poder llegar al momento del fin de análisis. Como también abrir paso a la noción que en cada quien habitan las cadenas que lo atan al sufrimiento como las llaves de su propia libertad en un juego de nunca acabar…

 

 

Bibliografía:

 

- Bion, Wilfred R, Atención e interpretación, Paidós (1970)

- Derrida, Jacques: La escritura y la diferencia en www.quedelibros.com

- Freud Sigmund: “Conferencias de introducción al psicoanálisis” Obras Completas,  

  Amorrortu, Bs.As

- Freud, Sigmund: “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, Obras Completas,

  Amorrortu, Bs. As.

- Lacan Jacques: “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos, tomo 2,

  Siglo XXI

- Laurent, Eric: “Principios rectores del acto analítico” en www.ampblog2006.blogspot.com  

  (2006)

- Miller-Jacques Alain: Introducción a la clínica lacaniana. Paidós, ibérica (2006)

- Szasz, Thomas: Ética del psicoanálisis, Paidós (1977)

- Winnicott, Donald W.: Holding e interpretación, fragmento de un análisis, Paidós, (1962)

 

 


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