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El hombre moderno

09/06/2017- Por Bruno Javier Bonoris - Realizar Consulta

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El texto analiza por un lado la promoción exponencial del yo en la existencia moderna y por otro, la presencia permanente de un discurso sobre la libertad en el individuo moderno. En este sentido el autor plantea que el “hombre moderno” es, paradójicamente, marioneta de la libertad. O como planteaba Lacan “A fin de cuentas nadie, en el estado actual de las relaciones interhumanas en nuestra cultura se siente cómodo”

 

 

 

                                   

 

         

  En sus primeros seminarios Lacan esbozó algunas ideas sobre el “hombre moderno”. Las siguientes palabras nos proporcionarán las variables principales de su propuesta:

 

Un campo parece indispensable para la respiración mental del hombre moderno, aquel en que afirma su independencia en relación, no sólo a todo amo, sino también a todo dios, el campo de su autonomía irreductible como individuo, como existencia individual. Esto realmente es algo que merece compararse punto por punto con un discurso delirante. Lo es. No deja de tener que ver con la presencia del individuo moderno en el mundo, y en sus relaciones con sus semejantes. Seguramente, si les pidiese que formularan, que dieran cuenta de la cuota exacta de libertad imprescriptible en el estado actual de cosas, e incluso si me respondieran con los derechos del hombre, o con el derecho a la felicidad, o con mil otras cosas, al poco andar nos percataríamos de que es en cada uno un discurso íntimo, personal, y que para nada coincide en algún punto con el discurso del vecino. Resumiendo, me parece indiscutible la existencia en el individuo moderno de un discurso permanente de la libertad (Lacan, 1955-56, pp. 191-92).

 

  El hombre moderno respira individualismo. La palabra “respirar” no fue tomada al azar, su presencia es significativa porque expresa con eficacia el modo en que determinados pensamientos constituyeron a la subjetividad moderna. Con esto queremos decir que el individualismo moderno no es meramente una corriente de pensamiento a la que cada quien podría en mayor o menor medida alinearse, una ideología típica de época que “influye” en los posicionamientos morales, políticos o sociales de los hombres; lo que nos dice Lacan es que el hombre moderno es el individuo y que el individualismo es nuestro hábitat. El mundo moderno está atravesado por una “matriz de inteligibilidad” individualista, un campo de saber en el cual inhalamos y exhalamos –diaria e inconscientemente– pensamientos referentes a nuestra autonomía irreductible, a nuestra independencia de cualquier instancia de Otredad y a nuestra pretendida libertad. Los modernos somos, lo queramos o no, individuos. Y esto significa que nos sostenemos en un discurso delirante –certero, inquebrantable y axiomático– sobre la autonomía irreductible de la individualidad y la independencia de las elecciones vitales, y sobre los derechos supuestamente universales que en verdad se realizan en un discurso íntimo y personal que nada tiene que ver con el de nuestros semejantes. En nuestro mundo cada quien tiene su verdad, y es su deber y su derecho descubrirla y llevarla a cabo. “Todos se plantean a cada momento –dice Lacan– problemas que tienen estrechas relaciones con esas nociones de liberación interior y de manifestación de algo que uno tiene incluido en sí” (Ibíd., 193).

  Es innegable, entonces, la presencia de un discurso permanente sobre la libertad en el individuo moderno. El hombre moderno es, paradójicamente, marioneta de la libertad.

  No obstante, agrega Lacan, el discurso delirante del individuo entra en contradicción con la realidad, con la experiencia de la vida cotidiana. A pesar de que la realidad pertenezca a un grado de certeza inferior de la que le brindan sus ideas delirantes, debe resignarse a ella. “A fin de cuentas nadie, en el estado actual de las relaciones interhumanas en nuestra cultura se siente cómodo” (Ibíd.). De un modo u otro, el discurso delirante de libertad tropieza con el hecho de que nadie sabe qué hacer muy bien con ella: dónde ir a buscarla y qué hacer con lo que se encuentra. El imperativo de liberación es uno de los fundamentos de los conflictos del hombre moderno.

  El malestar en la cultura del hombre moderno se debe, como una de sus variables esenciales, al ocaso de los principios que ordenaban al mundo. Si bien limitaban las posibilidades de elección, estos preceptos le daban una razón evidente a la existencia. El descredito de dichos órdenes a partir de la modernidad produjo un “desencantamiento del mundo”, la negación de todos lo horizontes significativos. Esto quiere decir, entonces, que la supuesta libertad moderna se pagó con el sentido de la existencia. Todas las significaciones están abiertas a cualquier interpretación.[i] El universo ya no nos dice nada en sí mismo. El único principio que parece regir la vida moderna es que debemos ser libres, es decir, descubrir la verdad que llevamos en nuestro interior y realizarla. Por esta vía se compuso el yo del hombre moderno, o mejor dicho, el hombre moderno en tanto yo.

 

El yo no se reduce a una función de síntesis. Está ligado indisolublemente a esa especie de bienes inalienables, de parte enigmática necesaria e insostenible, que constituye en parte el discurso del hombre real a quien tratamos en nuestra experiencia, ese discurso ajeno en el seno de cada quien en tanto se concibe como individuo autónomo (Ibíd., p. 194).

 

  En el Seminario 2, Lacan dijo que el yo es “la ilusión fundamental de lo vivido por el hombre, al menos por el hombre moderno [y] que la técnica de Freud, en su origen, trasciende esta ilusión que ejerce una influencia decisiva en la subjetividad de los individuos” (1954-55, p. 13). Si el yo es una ilusión moderna, debemos admitir que no siempre tuvo la misma importancia en la constitución de la subjetividad humana, o de otro modo, que no todos los seres humanos a lo largo de la historia nos subjetivamos en tanto “yo”. En efecto, esta es la tesis de Lacan. Según su hipótesis, el yo “comienza en una época que podemos situar a mediados del siglo dieciséis, comienzos del diecisiete” (Ibíd., p. 17) y su nacimiento se articula intrínsecamente con el cogito, “fundamental en lo tocante a la nueva subjetividad” (Ibíd., p. 16).[ii]

  ¿Pero qué quiere decir subjetivarse en tanto yo? ¿Acaso los antiguos, por ejemplo, no tenían una noción de sí mismo, una identidad personal, una topología del cuerpo y de la subjetividad? Difícilmente podríamos sostener lo contrario. No obstante, es cierto que ningún hombre se había subjetivado a partir de los ideales de autonomía, libertad, interioridad, responsabilidad e independencia que constituyeron la modernidad. Nunca antes el hombre estuvo tan convencido de que él era el centro de la realidad, de que su realización como humano dependía únicamente de sí mismo, de que la verdad era una variable íntima y personal; “el hombre moderno piensa que todo lo que ha sucedido en el universo desde el origen está destinado a converger hacia esa cosa que piensa, creación de la vida, ser precioso, único, cumbre de las criaturas, que es él mismo” (Ibíd., p. 78). Esta es la ilusión fundamental de la que los modernos somos víctimas y que el psicoanálisis develó al sostener la existencia de un “segundo grupo psíquico” que contenía pensamientos no sabidos.

  La promoción exponencial del yo en la existencia moderna secundada por la concepción utilitarista del hombre llevó, según Lacan, a realizar cada vez más al hombre como individuo, es decir, a conducirlo a un “aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original” (Lacan, 1948, p. 125). El individuo padece por un exceso de modernidad, y la tarea del psicoanálisis debe ser diagnosticar y curar ese “plus” de sufrimiento propio de nuestra época.

 

En el hombre “liberado” de la sociedad moderna, vemos que este desgarramiento revela hasta el fondo del ser su formidable cuarteadura. Es la neurosis de autocastigo, con los síntomas histérico-hipocondriacos de sus inhibiciones funcionales, con las formas psicasténicas de sus desrealizaciones del prójimo y del mundo, con sus secuencias sociales de fracaso y de crimen. Es a esta víctima conmovedora, evadida por lo demás irresponsable en ruptura con la sentencia que condena al hombre moderno a la más formidable galera, a la que recogemos cuando viene a nosotros, es a ese ser de nonada a quien nuestra tarea cotidiana consiste en abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraternidad discreta por cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales (Ibíd., p. 127).

 

  Desde las reivindicaciones corporales que inquietan el alma de la histeria –indicios polifacéticos y móviles como pueden ser una parálisis motriz o un dolor estomacal inhallable- hasta el desconcierto mental que inhibe el cuerpo de los psicasténicos –dudas, obsesiones, abulia, apatía, extrañamiento del mundo–; el psicoanálisis debe hacer del sufrimiento moderno un síntoma, es decir, debe quebrar la mentalidad antidialéctica de la cultura que tiende a reducir al ser del yo toda actividad subjetiva (Ibíd., p. 121) y abrir las vías del sentido para recibir la verdad del deseo que se aloja en las fisuras del discurso.

 

 

 

Referencias Bibliográficas

 

Lacan, J. (1948): La agresividad en psicoanálisis. En Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.

Lacan, J. (1954-55): El Seminario, Libro 2: El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, 2006. 

Lacan, J. (1955-56): El Seminario, Libro 3: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, 2006.

van Dülmen, R. (1997): El descubrimiento del individuo, 1500-1800. Madrid: Siglo XXI, 2016.

 

 

 



[i] “¿No vemos acaso que la experiencia analítica está profundamente vinculada a ese doble discursivo del sujeto, tan discordante e irrisorio, que es su yo ? ¿El yo de todo hombre moderno? […] Todos nos sentimos deshonestos con sólo tener que enfrentar el más mínimo pedido de consejo, por elemental que sea, que toque a los principios. No es simplemente porque ignoramos demasiadas cosas de la vida del sujeto que no podemos responderle si es mejor casarse o no en determinada circunstancia y que, si somos honestos, sentimos que tenemos que mantener nuestra reserva; es porque la significación misma del matrimonio es para cada uno de nosotros una pregunta que queda abierta, y abierta de tal manera, en lo tocante a su aplicación en cada caso particular, que no nos sentimos capaces de responder cuando somos llamados como directores de conciencia.” (Lacan, 1955-56, p. 193).

 

[ii] Esta hipótesis coincide, por ejemplo, con la de Richard van Dülmen: El descubrimiento del yo desarrolló una dinámica social que no se ha tenido en cuenta hasta el momento: no se trataba de hacer triunfar una única idea nueva, sino de una nueva postura que afectaba a todos los ámbitos de la vida cotidiana y que también repercutía en la vida práctica […] La reflexión sobre uno mismo y el propio destino […] son circunstancias que no solo atestiguan la expansión de los ámbitos privados […] La reflexión articulada sobre uno mismo se convierte en el signo de una sociedad burguesa en formación. El proceso de un conocimiento y una afirmación propios se amplía en un proceso general de afirmación de la libertad de culto y de los derechos humanos […] el descubrimiento del individuo y de la vida individual fue uno de los grandes temas del siglo XVI (1997, .p 12-18). 

 

 

 

 

 


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