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La degradación de la vida erótica en la época de lo obsceno

05/02/2019- Por Mirta Golduberg - Realizar Consulta

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La autora nos propone entre otras cosas pensar al erotismo como lo que nombra la creación que el sujeto efectúa sobre las marcas erógenas que el Otro ‒al que llamamos materno‒, talló firmando su deseo. Adelanta que éste paso no se da sin una operación de corte ‒interdicción instituyente cuya función es paterna‒ nombrada castración. Y abre la pregunta acerca de: ¿cuál es la condición de hacer de lo erógeno incestuoso, erotismo exogámico?

 

 

             

                  “Pez pequeño”, óleo sobre lienzo de Rebecca Leveille Guay*

 

 

 

“Federico II, rey de Sicilia hizo traer a su castillo a varios recién nacidos a los que se les procuró todos los cuidados, salvo que estaba prohibido hablarles. El monarca quería saber a qué vocablo debía otorgarse la primacía y cuál era la lengua que los niños se pondrían a hablar espontáneamente: el hebreo, el latín o el griego, tuvo que dejarle el primer puesto a la muerte ya que la consecuencia de la privación del lenguaje fue el deceso de los lactantes”.

 

                             Gerard Pommier – “Qué quiere decir hacer el amor”

 

 

  “Todos somos adictos”. “Qué hacer antes de que sea tarde”, sentenciaba la voz en off mientras la pantalla del televisor ostentaba la próxima tapa de una de las revistas de actualidad política de mayor venta en nuestro país. Conclusión de la última novedad que en materia neurocientífica, sostenían dos profesionales del tema, quienes gozan de una intensa trayectoria mediática.

 

  La imagen de la cubierta publicitaria mostraba el gráfico de un cerebro humano ubicando diversas zonas: cigarrillo, droga, alcohol, juego, amor, trabajo, shopping, exhibicionismo, tecnología. Así la propaganda propagaba el espectáculo mercantilizado de los goces. Del impacto que me produjo el propagandismo de estos dichos, es respuesta el hilván de algunas preguntas.

 

  Habitamos la época en la que impera la degradación del Ser de lenguaje de la sexualidad humana. A diferencia de la que le tocara vivir a Freud, quien desafiara el imperativo de la moral victoriana, poniendo al descubierto la importancia de la sexualidad como lo fundante de la constitución del hombre, siendo la carencia de ese saber, el vacío estructural que el descubrimiento de nuestro inconsciente testimonia.

 

  Hallazgo de una abertura imposible de cernir entre la biología y el lenguaje, frontera que en su alemán nombró trieb, y en nuestra lengua llamamos pulsión. Anclaje sin igual que en tanto hommo nos desaloja de la pura naturaleza. Fundación de un sujeto, gestado por la lengua que nos sujeta.

 

  Nuestro tiempo, parece haber dado un giro, dando la espalda a la historia de este descubrimiento que cambiara la esencia del saber-hacer con el sufrimiento humano. Se trata del barrimiento causado por la desmentida del leguaje, que priva al hombre del símbolo, único lugar vivible.

 

  Un intercambio de sustancias e información genética es la doctrina de esta doxa, cuya idea central en relación a lo humano soslaya su existencia en tanto hablante. Degradación del inconsciente y de su práctica eficaz sobre los padecimientos del mono gramático. La renegación de esta ex-istencia subvierte perversamente la ley del deseo, articulador de la ley biológica en el campo humano.

 

  Ley que para el desarrollo constitutivo, deberá recaer sobre el goce, nombre que el Psicoanálisis da al primordial encuentro mítico con el Otro, quien con la especificidad amorosa de su acción, ingresa la cría humana al campo de la humanidad por vía de la lengua madre. Goce parasitario del que llegado a su tiempo deberá sustraerse, así lo dice poéticamente el maestro francés:

 

“La castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”.

 

  Para el Psicoanálisis, la ley no es otra que la del deseo, cuya eficacia, el orden sexual, es única posibilidad de devenir sujetos.

        

 

  ¿Cuáles son las invariantes del campo psicoanalítico a partir del descubrimiento freudiano, y que Lacan lo retornara del desvío sufrido?

 

  La experiencia cotidiana de nuestra práctica, en la privacidad de nuestros consultorios como en la enmarcada por los muros hospitalarios, se nos da a ver bajo las nuevas modalidades en que se presenta el padecer efecto de la particularidad de este Otro actual. Doxa epocal, agente de la sustitución perversa del símbolo por el fetiche.

 

  El cerebro, órgano central del soporte biológico que habitamos, es arrojado de su sitio transmutándolo en tapón orgánico de la cosa, mientras que la dignidad humana, es arrojada de la escena. Avasallamiento que la hace retornar degradadamente como objeto de la maquinaria biológica y de un discurso que lo aliena a injuriantes nominaciones en la nueva escena del adaptador mercado conductista-conductual.

 

  Nuestra época nos da a ver el Otro actual de la cultura, obscenidad de lo público, que en su voracidad voyeur demanda imperativamente: ¡muestra! Siendo su malestar exhibido en cuerpos palpitantes, mudos, ahogados bordeando la muerte, sufrientes.

 

  ¿La temporalidad que habitamos ha degradado al erotismo, al que entiendo como el acto retórico del sujeto frente a la falta de saber que conlleva nuestra sexualidad, desmentida cuyos efectos se nos muestran entre los des-velos de la angustia: urgencia de los cuerpos, o en la interpelación de lábiles ropajes bajo enmascaramientos sexuales?

 

  Como soporte de esta interrogación me serví del texto del fundador de nuestra práctica, en cuyo título ambos términos se alzan iluminando la lectura: “Erotismo y degradación”.

 

 

Sobre una degradación de la vida erótica

 

  Si preguntamos a un psicoanalista cuál es la enfermedad para cuyo remedio se acude a él más frecuentemente, nos indicará –previa excepción de las múltiples formas de la angustia–: la impotencia psíquica.

        

  Freud inicia su texto, subrayando una diferencia clínica entre las formas variadas en que se presentan la angustia y la impotencia sexual. La pregunta que se precipita es acerca de esta diferencia que se ocupa de establecer, entre las formas de la angustia (Ello) y el síntoma (inconsciente).

 

  La inhibición llegará más tarde encabezando el título de su ensayo: “Inhibición, síntoma y angustia. Establece así una relación entre la inhibición y la angustia. Nos dice que esa relación nos salta enseguida a la vista. Leo allí que estamos en el terreno de la mostración. Se trata de la percepción de un real, no pudiendo escucharse por ser dicho y no decirse. Freud se interroga acerca de la procedencia de esta angustia ubicándola, en un más allá.

        

  El maestro vienés ubica en el origen de la constitución subjetiva la presencia del Otro necesario que con la especificidad de su acción deseante llevará a cabo la operación de simbolización de los restos caídos del real del trauma, su prematuración, acto de escritura de la huella precipitada del campo fisiológico.

 

  Operación primera cuya alquimia lingüística exilia la cosa orgánica al abismo. Expropiación sin otro deseo que el de dar a luz al sujeto. El abismo es ese espacio abierto entre el soma, lo Real, la vida y el territorio del significante que da nacimiento a la existencia, materia prima del lenguaje que inocula al viviente, elevándolo a la dignidad que por hablante lo hace poseedor de un cuerpo humano.

        

  El erotismo nombra la creación que el sujeto efectúa sobre las marcas erógenas, que el Otro al que llamamos materno, talló firmando su deseo. Esta donación necesaria de los bordes que arrancan la particularidad de un cuerpo al organismo, es el ensamble incestuoso de nuestro origen: amor y deseo. Como Freud gustaba llamarlos, corrientes de ternura y de sensualidad.

 

 

¿Pero cuál es la condición de hacer de lo erógeno incestuoso, erotismo exogámico?

 

  Tal como lo ubicamos al comienzo del texto, éste paso no se da sin una operación de corte, interdicción instituyente cuya función es paterna, nombrada castración.

Una de las consecuencias de esta operación es la localización de la marca del deseo transmitida a través de la encarnadura necesaria de la función paterna, símbolo que representa la Ley del deseo, encarnada en un padre real. Siendo necesario el acto de lectura concerniente al sujeto, para jugar su mano en la partida.

 

  Este es el camino diseñado por un deseo que no debe ser anónimo. Es necesario que el significante de la falta, el falo, se halle encarnado en el cuerpo gozante del padre para que cumpla su función directriz que oriente al sujeto.

 

  Es a la altura del segundo despertar sexual, en tiempo puberal, que la operatoria se resignifica con un plus, la transmisión no sólo de la ley de prohibición del incesto, sino también la donación singular de los emblemas fálicos del padre a la progenie, permitiendo que el hilo del telar, marca de la castración, oriente el deseo propiciando la travesía hacia la adolescencia. Función de un padre que pasa el hilo para que no se atasque y siga corriendo. Alcance de nuevas operaciones subjetivas imposibles de ser efectuadas definitivamente en la infancia: asunción del sexo, elección de objeto y modalidades de goce sexual.

 

  El testimonio clínico de nuestra época, denuncia vociferando las carencias, atascamientos y confusiones de discursos que dan cuenta del impedimento y los tropiezos que afectan estas decisiones subjetivas. Mostrándose bajo envolturas de sexualidades que confunden sexuación con prácticas sexuales, identificaciones con imaginería identitaria, mimesis.

 

  A falta de semblantes aparecen las máscaras. Estos ropajes no calman la carencia que una y otra vez interpela al sujeto quien no encontrando el referente donde asirse para librar su batalla y dar el salto en nombre propio, autorizándose en su sexuación, dirige su requerimiento a un Otro de cuerpo anónimo que a falta de nombre es nominado cultura, lo público. Diferenciando lo público, la cultura de lo público, lo obsceno, del Otro público que no es cualquiera.

 

  Allí donde es posible que la institución pública, devenga en singularidad de un otro, cuya valentía deseante permita la encarnadura de ese Otro no anónimo, prestando su cuerpo y su nombre a la posibilidad de ajustar un grito a la modulación entonada de una demanda.

 

  ¿Qué relación podemos establecer entre la preocupación de Freud sobre los padecimientos de sus neuróticos por las dificultades de la erotización, afectando la eficacia de un acto gozoso y el impedimento del erotismo, en tanto acto de escritura exogámica que hace condescender el goce erógeno incestuoso al goce erótico exogámico? ¿Qué relación hay entre la actualidad y lo actual para el psicoanálisis?

 

  Sabemos que la fantasía es el elemento esencial que liga, mediatizando, la pulsión con su objeto. Haciendo que los objetos subrogados, partenaires, velen el objeto parcial de la pulsión.

 

  Tal vez podamos establecer la diferencia entre la condición de una cierta degradación del objeto, como condición de elevación a la categoría de erótico, lo que Freud describe en tanto síntoma de sus neuróticos, con la fragrante degradación en nuestro tiempo, del erotismo, en tanto creación singularmente subjetiva, que entreteje con sutileza retórica el lienzo escénico, permitiendo al sujeto subirse a la escena a efectuar su acto.

 

  No hay otra realidad para el sujeto sino de ficción. El erotismo es la ficción necesaria para la condición del deseo. El fantasear, puesta en escena del acto erótico, eleva al sujeto a su posición de agente en relación a la gramática pulsional, donde es tomado como objeto por ella y sólo por el artificio de la fantasía puede invertir la maquinaria mortífera de la pulsión. Cuando el fantasear lleva el signo del impedimento o la turbación, el sujeto no juega, no se juega, es jugado en la certeza de la angustia.

 

  Lo actual es la clínica de la actualidad: inhibición y angustia. Pulsación imperativa frente a la cual al sujeto sólo le queda el detenimiento en la inhibición, mostrarse en los actings bajo las envolturas de diverso género, arrojándose del mundo en el pasaje al acto ó ahogándose en la servidumbre con su ataque panicoso, en señal de su última defensa.

 

 

Me interesa lo que se encuentra en el origen del erotismo, el deseo. Lo que no puede, o no se debe, apaciguar con el sexo. El deseo es una actividad latente y en eso se parece a la escritura: Se desea, como se escribe, siempre”.

                                

                                                              Marguerite Duras

 

 

Imagen*: tomada de https://www.rleveille.com/2013-2015-works.html.

               Rebecca Leveille Guay es una artista

               contemporánea figurativa nacida en EEUU.

               Ilustradora en sus origenes, multipremiada.

               Sus pinturas actuales transitan el erotismo.

 

 

 

 


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