» Colaboraciones

La Trilogía: “Olimpíadas/Mundial de Fútbol/Malvinas”

29/06/2018- Por Silvia Beatriz Bolotin Kogan - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

Proponiendo un paralelismo de instancias históricas mundiales “Olimpíadas/Mundial de Fútbol/Malvinas”, la autora nos propone una reflexión acerca de nuestra condición en tanto seres humanos. ¿Qué nos lleva a volvernos cómplices muchas veces, del silencio testigo ante tanta violencia?

 

 

 

 

                Ceremonias inaugurales, miradas de 1936 y 1978

 

  Examinaremos brevemente que la música degenerada fue un tanto desconocida a lo largo del siglo XX; sin embargo, era la música del oratorio Carmina Burana –compuesta  por Carl Orff, artista oficial del Reich– y había sido creada para celebrar las Olimpíadas de 1936.

 

  El esplendor del Tercer Reich se promocionaba en medio de un placer inusitado y perfecto ante perfiles perfectos, acordes con el esplendor tras una cortina musical de grandes manifestaciones de popularidad y salas de concierto a las que acudían multitudes embelesadas.

 

  En 1936, Hitler sale del lugar donde se celebraban los juegos debido a que se le había otorgado el 1er premio a un atleta norteamericano negro. “La única elección a nuestro alcance era tomar partido por aquellos que mueren y sufren injustamente”, decía la escritora Guinzburg. “Aunque no sea una elección fácil, tal vez sea la única (1) agregaría.

 

              

 

  En Munich, en el Septiembre Negro (en 1972), después que terroristas palestinos secuestran a jugadores israelíes en plenos Juegos Olímpicos, exigiendo la inmediata liberación de unos doscientos cincuenta prisioneros palestinos. Después de una terrorífica tensión, los guerrilleros se aprestaban a abandonar Alemania con sus rehenes, pero matan a once en medio de una ordalía de sangre. Según la escritora, que detestaba enunciar cualquier verdad como absoluta, pero a quien quedarse callada la confundía. 

 

  Entonces, esas paradojas inundan el texto y la moral. Tal vez por eso esta escritora tome a Hanna Arendt, a quien considera una vía digna. Su ideal era actuar en el lugar de los implicados. “De haber sido el jefe de la policía alemana, –dice Guinzburg–, y de haber pertenecido a la organización de las Olimpíadas, las habría suspendido, ya que después de aquel horror carecían de sentido, e incluso lo multiplicaban.

 

  De haber sido, por fin, jefe de Estado, habría reclamado por los niños de Vietnam: también rehenes, también masacrados, pero a cuya tragedia el mundo ya se había acostumbrado abominablemente. Pero ¿puede ponerse en el lugar de los guerrilleros? No: ese horror no humano se lo impide”.

 

            

                    Leni Riefensta dirigiendo Olympia

 

 

Las juventudes hitlerianas

 

  A la manera de las Olimpíadas de 1936, en la Alemania nazi, y del Mundial de fútbol de la Italia fascista en 1934, la dictadura argentina tuvo su majestuoso evento deportivo, que le sirvió para ocultar los desastres subterráneos imposibles de creer en una vida.

 

  Esas Olimpíadas son producto de movimientos de masas en una condescendencia en la que no se trata de ideología de masas sino de algo parecido a lo sucedido en la Argentina durante el Mundial de Fútbol de 1978, o cuando los argentinos vivaban la Guerra de Malvinas.

 

  La probable ingenuidad de la lectura, seguramente, acaso sea un modo de defenderse, como también, si se reflexiona, de echar un haz de luz sobre ese Septiembre Negro parecido a ese Mundial en la Argentina o a esa Guerra de Malvinas. Esta última metáfora del territorio de la memoria en un tiempo que fue aciago de ambos lados del Atlántico. Lo que contribuyó a su reputación definitiva fue la guerra en la historia y la cultura de la Argentina y, en menor grado, en Gran Bretaña (2).

        

  En esos días de la guerra, Amparo no podía dejar de llorar; tiempo más tarde recordaría esa guerra anterior a las primeras liberaciones de la ESMA, las de quienes llegarían a París en 1978. Allí señalaba cómo iban a contarles a las autoridades francesas y a la gente de Amnistía Internacional que había campos en la Argentina.

 

           

 

  Durante los preparativos bélicos de Malvinas, se veía en las pantallas de televisión a la flota inglesa salir de la costa gala rumbo a la guerra, mientras mujeres frenéticas con los senos al desnudo saludaban a sus soldados en el puerto. No se podía entender que la gente vivara a las Malvinas, aunada a los militares con un potente síndrome nacionalista tan soberbio como paranoico.

 

  Durante la construcción estatal de la identidad nacional, se había pensado al siglo XIX en calidad de fundador del país, utilizando un párrafo de la constitución que convoca a  “todos los hombres de buena voluntad a habitar el suelo argentino sin distinción de razas, lenguas o credos”. 

 

  En ese marco sucumbían los seres queridos, cuando se los llamaba por teléfono desde Europa, donde esa guerra se consideraba parte de un delirio, mientras otros la vivaban y legitimaban (1982) pese a que algunos estaban ausentes. Aunque se trataba de una dictadura militar, la legitimación de la guerra plebiscitaria remite a un líder, el balcón, la plaza unánime, y en ese engaño sistemático se  funciona en sociedades que se cierran (3).

 

  Estos fragmentos, en palabras de Guinzburg, son sobre el horror no humano, por el cual sólo mirando somos cómplices del silencio testigo. La condición humana se confronta con las limitaciones humanas ante tanta violencia, sin explorar hasta dónde llega la desesperación para que un mundo de gente se volcara a la Plaza aquel 2 de abril en medio de un panorama de plazas donde las masas se vuelven homogéneas como en la Alemania de Nietzsche, donde éste quedaba como el filósofo de la Patria y la Nación (4).

 

  Probablemente se hacía presente Eisler, uno de los alumnos predilectos de Arnold Schoenberg, quien hasta mediados de la década de 1920 entendía que a la música moderna le faltaba fuerza como para envolver a las masas. Durante su exilio norteamericano, Eisler compuso la Sinfonía alemana, de manera que se pudiera transmitir un dolor sin debilidades y una batalla sin marchas militares.

 

  Esta sinfonía terminada en 1957 con otros versos de Brecht, dice en su epígrafe: “Oh, Alemania, madre pálida/ cómo te ensuciaste/ con la sangre de tus mejores hijos”. Madre pálida que cayó en un totalitarismo que había atrapado a la música instrumentándola en forma de tortura en los campos de concentración,  y que sonaba potente e infatigablemente para que golpeara las mentes de las víctimas.

 

  Esa voz de Brecht se eclipsaba ante la de Francisco de Quevedo, que nos decía: “Miré los muros de la patria mía”. Esa idea se eclipsaba paralelamente en aquella imagen grabada en la retina con otra nostalgia en una Europa distinta. Por esos días, todos eran parte de un canto a la multitud porque llegaba el día en que en Brandemburgo iba a congelarse un momento de la historia. Ahí, llegaba el fin de la Alemania oriental; los tractores arrasaban el infausto muro que los occidentales llamaban muro de la vergüenza. Caía el muro llamado, por los orientales “muro de protección antifascista”.

 

                     

 

  Aunque fue la salida del retroceso, la gente vivía con extrañeza ese derrumbe, que aún perdura, cuando la barrera se levantaba por vez primera en veintiocho años. Cuando el muro se levantaba, las calles tenían un ambiente carnavalesco; la fiesta se extendió durante tres años. En el momento en que empezaba a derrumbarse, todos se agolpaban; la emoción de aquella noche recorrió el mundo; la música era otra, y miles de hombres y mujeres volvieron a verse.

 

  El mundo debería recordar siempre cada uno de esos momentos en que los berlineses deseaban estar en otro lugar de la historia. Esto sucede en un mundo en el que se empezó a entender que nada debía permanecer en la Europa que señaló el estancamiento del Viejo Continente.

 

  En los países latinoamericanos, con Carlos Fuentes se afirma la idea nietzcheana: “Vivimos con un gigante herido que acaso se dispare a una catastrófica furia hacia adelante, arrastrándonos a un despeñadero. Europa aparece, más que nunca, como factor de equilibrio y de salud internacional. Y nosotros, los iberoamericanos, con tan hondas raíces en España y Portugal, ¿no somos lo más semejante a Europa fuera de Europa? No permitamos que Europa nos sea raptada” (5)

 

  Ese día, finalmente, una suerte de socialismo había sido traicionado y no había funcionado esa vez. Probablemente, regresaban las voces de la música degenerada. Las voces tomaban el pathos de época, de la libertad que le había permitido a Georges Gershwin mezclarse con los negros en esos años sesenta, en los que la conciencia artística negra se liberó. Era el tiempo de la descolonización, del pequeño lugar en la cultura norteamericana.

 

  Era el tiempo de una toma de distancia respecto de la ideología europea de las potencias colonizadoras, en las que se daba largamente tributo al pasado. El arte negro revestía una función crítica por necesidad, con la mira puesta en una identidad visual, en un mundo ocupado por el arte blanco, para quienes no deseaban  reconocer la invisibilidad negra, por ser susceptible de volverse visible (6).

 

  Por lo tanto, la libertad acercaría a Duke Ellington y a Benny Goodman que desarrollarían ambos un año fértil en 1937. Aunque Stalin y Hitler hubieran odiado esa mezcla de razas. Se enfatizan así los versos de Brecht: “Oh, Alemania, madre pálida/ cómo te ensuciaste/ con la sangre de tus mejores hijos”. Tal vez, la historia de la madre pálida debería leerse en voz alta, como las grandes novelas de los clásicos.

 

  De modo que todas esas páginas escritas sean sistematizadas en cada mente, sobre cada ficción. En cada vida se recuerda la ficción de Tule, que es nuestra ficción también, y nos recuerda a la multitud agolparse ungida por la emoción de una noche en el universo sin fronteras mundiales cuando los rostros se reconocían una vez más.

1-    Leni Riefensta  dirigiendo Olympia

2-    Romero, L. A. La Nación, 2007

3-    Palermo, V. Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2007.

4-    Romero, L. A. La Nación, 2007.

5-    Faye, J. P. Le vrai Nietzsche.Guerre à la guerre, París,  Ed. Herman, 1998,  2004.

6-    Fuentes, C. El rapto de Europa, Buenos Aires, La Nación, 2007.

7-    Idem 


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

» Malestar en una fábula inconsciente
» Un pacto fáustico: identificación novelesca con el delirio en “La ciudad ausente” de Ricardo Piglia
» Misceláneas del exceso: un Yo confinado… Una máquina de una “escritura clínica ficcional”
» Experiencia ficcional del mundo imaginario. Homenaje a Anne Lyse Stern
» Entre amores delirantes: “Musas de una época”
» Mirada del testigo directo. “El alivio de la memoria”. Sobre el documental Shoah de Claude Lanzmann
» Locura en la polis: razas. Guerra: odio / enamoramiento. Testimonios fotográficos
» “Kamps”; una dramaturgia que reparó una historia. Andalucía entre testimonios vestidos de rayado
» Viajando por salones del Hermitage
» Cuadro de familia en el Siglo XXI. Velázquez, Goya: telas, pantallas
» Noches entre fantasmas apasionados: Casa de Viena
» Novela de una diáspora entre creencia//esperanza subjetiva
» Invertir el mensaje
» Entre bibliotecas con historia de lo fantástico: William Shakespeare
» Siniestro/ lirismo en la locura: “Un trabajo consigo mismo”
» Voces de leyendas en desarraigo
» Hiroshima mon amour. Palabra acallada/… “tu n’as rien vu”
» Letras en llamas: “Sublimación de bibliocastos”
» Voces de la inmigración: “Las guerras”
» Un salto al otro lado del espejo con Barthes y Cortázar
» Entrevista a Alain Badiou

Búsquedas relacionadas

» Olimpíadas 1936
» Munich 1972
» Mundial de futbol
» Guerra de Malvinas
» subjetividad
» identificación
» masacres
» ocultamiento
» silencio