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Reflexiones sobre el odio

21/10/2013- Por Mariano Acuña - Realizar Consulta

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El autor reflexiona a partir de pensar la de-limitación adecuada del campo subjetivo, por consiguiente, de significantes y discursos, como aquellos que reflejan las coordenadas de la superficie en la época en que ese sujeto transcurre su vida. Se propone investigar sobre la particular forma en la que el "odio" se va entramando (en lo social, en los subjetivo), postulando y nombrando, en los diferentes discursos. La pregunta es válida y tomando a S. Freud, a S. Zizek y a un significativo hecho de la actualidad, el autor la hecha al ruedo: ¿En qué aspecto constitucional del sujeto parlante opera el odio? Los invito a disfrutar de este interesante texto.

 

 

 

 

 “Confundida la venganza muchas veces con los celos y la agresividad, muestra que su fundamento es el odio,                                                               que como sabemos siempre se dirige al ser del otro aunque ese otro  sea uno mismo”

                                                                                Carlos Quiroga (1)

 

   El sujeto humano porta una particularidad destacable, inherente a su propia constitución: se constituye mediante un lenguaje. El sujeto humano, se constituye (reafirmamos) a partir del lenguaje (del Otro primordial)  convirtiéndose, entonces, en sujeto parlante.  Como tal, expresa los diversos avatares de su propia estructura. En este punto, el modo en que ese lenguaje lo haya marcado podrá  gestar un discurso (ergo, se  constituirá subjetivamente por fuera de la psicosis). Discurso, que antes que otro aspecto, reflejará diversas expresiones;  inhibiciones, síntomas, angustias. Discurso, que hablará por  él, evidenciando radicalmente esa muesca de alienación (al discurso del Otro), de pasividad, de efectuación por el mencionado Otro. En efecto, el sujeto vocifera, se expresa (como puede), conversa,  se comunica(o, mejor dicho, cree que lo hace) con palabras. Precisamente, cuando estas (palabras) se colocan  en circulación frente a otros (en posición de Otros), el sujeto-parlante podrá escuchar de parte de aquel, los componentes de su propio discurso. En este punto, la palabra  puede perderse como tal, para para posibilitar el surgimiento del significante. (2) El significante, lo sabemos, engendra un sujeto para otro significante. De esta manera, por ende, se gesta una operatoria trascendental para  formalizar al sujeto lacaniano: el sujeto se aloja en los intersticios de la cadena de significante, entre significantes. Aquí mismo, estamos frente a otra instancia de trascendencia en el entramado conceptual lacaniano: el sujeto alcanzará su dimensión ética, toda vez que realice el consecuente ejercicio de implicación. A propósito, recordemos que Jacques Lacan  postula dos definiciones de ética: dar cuenta de un deseo y  dar cuenta de un decir. Posición, que se evidencia no sin el pertinente ejercicio de implicación subjetiva, es decir; estar al tanto de lo que se dice, saber por qué se dice y, principalmente, desde dónde se dice.                                                                                                                                                                                                                                           Ahora bien, la delimitación adecuada del campo subjetivo, por consiguiente, de significantes y discursos, reflejan las coordenadas de la superficie en la época en que ese sujeto transcurre su vida. Superficie, compuesta de significantes y discursos, insistimos (el inconsciente está estructurado como un lenguaje, el inconsciente es el discurso del Otro, pregonaba Lacan en la década del 50) que en nuestra época postmoderna, se nutre de diferentes esferas. Posmodernidad, ligada a construir escenarios en los que se fomenta la utilización de la palabra. Así, se suceden sin distinción de continuidad; noticias, interpretaciones de éstas, discusiones, debates (pseudodebates). Secuencia esgrimida en los medios  comunicacionales (globalizados, informatizados). De esta manera, surge en escena la denominada  agenda mediática.  Medios, que  insisten en promulgar la participación de diversos opinólogos, en procura de encontrar luces adecuadas sobre distintas problemáticas  sociales. En este contexto, se pronuncian diversos términos que aluden directamente a problemáticas complejas. Es así como se escuchan emitir sin demasiados miramientos, palabras como pobreza,  violencia (3),  educación, libertad, democracia, odio, como parte de una enumeración más extensa. Enumeración,  que sostenida en una metonimia casi infinita, tiende a  la confusión antes que a la intelección, a  la ausencia de tapujos antes que a la vergüenza (¡que nunca es ajena! Ya que siempre es propia: subjetivamente propia), a la articulación entre frivolidad y seriedad (que ante tamaña articulación se torna inmediatamente frívola), a la oscuridad argumentativa generalizada antes que a  la pretendida luz. En síntesis, se gesta un discurso, con solvencia para hacer lazo social (requisito imprescindible para ser considerado discurso), pero con carencias radicales para implicar a sus portavoces en los dichos esgrimidos. De esta manera,  se tiende a la continua implementación de mensajes meramente superficiales, radicalmente contrastantes con el valor de la superficie (tal como lo pregonó  Lacan; en los 50, basándose en la lingüística, en los 60, en la topología. Gestando, entonces, un veredicto crucial para la sociedad occidental: el inconsciente está en la superficie).  

    En esta oportunidad, nos ocuparemos de poner en consideración algunas reflexiones sobre uno de los significantes mencionados: el odio. En efecto, en nuestro contexto socio-político, nos encontramos  con  reiteradas menciones al significante odio. Se lo pronuncia desde distintos sectores, se lo asocia a un supuesto estado de crispación (promulgado por la llamada política nacional y popular) por un lado. Por otro, se lo vincula a las  desigualdades materiales (pregonadas durante mucho tiempo, por fanatizados sectores de la derecha  argentina). Se lo sitúa, además,  como núcleo de los incidentes en ámbitos familiares, y como núcleo también, de  la agresividad manifestada en espacios públicos. En la amplia mayoría de estos casos, se conduce a la degradación  del término. Degradación, que conlleva un  error de foco, inherente al desconocimiento del término aludido. En este punto, presentamos dos interrogantes como guías para nuestra argumentación: ¿En qué aspecto constitucional del sujeto parlante opera el odio? Y, considerando que  el odio resulta un componente de la subjetividad, por ende de lo social; ¿cómo se expresa en la superficie, en la que se establecen los discursos, y en la que también se distribuyen los bienes materiales (economía libidinal según Sigmund Freud? 

   Llegados a esta instancia, nos remitiremos a Freud, a las conceptualizaciones manifestadas en el texto Pulsiones y sus destinos. Freud, en  un texto relevante que nos permite encontrar delimitaciones certeras sobre el odio. Una vez más recurrimos a la letra freudiana, como instancia de luminosidad, como guía para el abordaje pertinente de temas complejos. En principio, Freud presenta cuatro destinos pulsionales: el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la represión y la sublimación. En este punto, debemos considerar que toda vez que un sujeto presente una manifiesta satisfacción por los desbordes pulsionales, estará ligado (traumáticamente ligado) al primer par señalado. En efecto, el trastorno hacia lo contrario y la vuelta sobre sí mismo, se tornan en destinos predilectos de  sujetos, que sin atenuantes, conviven con los efectos  de lo que Lacan denominaba  acefalía (del sujeto, frente a la pulsión). Al respecto, leemos en Freud; el trastorno hacia lo contrario se resuelve en dos procesos diversos. Primero, la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad. Y, en segundo lugar, el trastorno en cuanto al contenido. Sobre este, dice Freud que resulta el caso en que se descubre la mudanza del amor en odio. Desde esta instancia, Freud establece un orden de opuestos(a la acción de amar): indiferencia, odiar, ser amado. Sobre el odiar, manifiesta que se constituye como tal en la segunda antítesis del amar. Destacando con énfasis que el sentido originario del odiar, es una resultante de la relación con el mundo hostil, proveedor de estímulos. De esta manera, la mencionada segunda oposición, contiene la matriz  conceptual del vínculo entre amor y odio. Por caso, según Freud,  cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere  acercarlo al yo, incorporarlo. Es decir, se ama al objeto. A  la inversa, cuando el objeto es fuente de sensaciones displacenteras, una tendencia se afana en aumentar la distancia entre él y el yo. Aquí se siente la repulsión del objeto y por lo tanto se lo odia. Este odio podrá más tarde acrecentarse, convirtiéndose  en una inclinación a agredir el objeto con el propósito de aniquilación. En efecto señala  Freud “El yo odia, aborrece y persigue con fines destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en fuentes de sensaciones displacenteras…” (4)  Argumentación, que demuestra una instancia relevante(a los fines del presente  trabajo), precisamente la que conlleva a establecer que el odio, en tanto relación con el objeto, es más antiguo que el amor. Puesto  que el mismo odio, brota  de la repulsa primordial, que el yo del narcisismo  opone al mundo exterior.

      Considerada  la letra freudiana, continuaremos el tratamiento del tema a partir de la matriz conceptual que establece el psicoanálisis. Es decir, nos nutriremos con las reflexiones esgrimidas para  analizar  (o al menos intentarlo)  un acontecimiento sucedido en nuestra polis. Elegimos trabajar  el siguiente acto, ya que el mismo presenta (a nuestro entender) una acentuada riqueza al momento de intentar establecer un análisis de la situación, basado en dos niveles disímiles de lectura del mismo. Al respecto,  meses atrás  sucedió un hecho que denominaremos paradigmático, en tanto refleja ciertas caracterizaciones de la sociedad (subjetividad) contemporánea. Precisamente, un hecho ocurrido con el viceministro de economía de la nación, Axel Kiciloff. Recordemos, durante el pasado verano, mientras el funcionario público regresaba  de Uruguay con su esposa e hijos, fue abordado por un grupo de turistas, quienes sin tapujos lo insultaron durante varios minutos. Insultos, destinados a Kiciloff, su esposa y  por añadidura a los pequeños hijos del matrimonio. En efecto, ante la imposibilidad de que los enfurecidos turistas manifestaran  implicación (aquí llegamos  a la matriz del presente trabajo) alguna con lo sucedido, los insultos (con la carga de agresividad que portaban)  afectaron a los distintos integrantes de  la familia en cuestión.  En este punto, abordaremos el acontecimiento como una expresión de la polis (insistimos en ubicar esta particularidad de la vida social), por lo tanto, una expresión que posibilita un análisis de perspectiva moral  y otro de dimensión ética. Hacia allí iremos.

     Por caso, si un grupo de veraneantes, de regreso desde Uruguay, sin saber en qué entretenerse durante las horas del viaje (¡Cuánto se añora una derecha que lea, que pueda  argumentar, al menos, mediante  el silogismo aristotélico! Si decimos se añora, es por que no dejamos de recordar- sobre todo, ante instancias como las narradas- a Smith  y Ricardo, economistas estudiosos, reflexivos, responsables con su tiempo. Economistas, que pasaron a la historia por ser los creadores del liberalismo)  sienten repentinamente la invasión de su espacio ante la presencia del funcionario público. Aquí estamos, en consecuencia, ante el surgimiento de una manifestación de tipo moral. (5)Sin más, se trataría de mantener  o potenciar los efectos de una supuesta lucha de clases entre la histórica derecha argentina y una modalidad de populismo peronista, que esta vez, premia con el puesto de viceministro de economía a un sólido intelectual  de pasado marxista: ¡nada menos! Encima, este funcionario decide viajar a Uruguay, escenario predilecto de los grupos de poder económicos, entonces, en la misma ciudad, en el mismo barco, parece demasiado. Lo hacen visible en el mismo momento en que lo distinguen. La escena   mostrada por la televisión es clara, demasiada clara. El matrimonio mantiene en brazos a sus hijos, mientras varios de los ocupantes del barco (burgueses de mediana edad, turistas, padres)  vociferan en voz alta: delincuente, ladrón de nuestro dinero, lacra, zurdo, que tus hijos se enteren(es decir, de la  voz de ellos) que sos una mierda (no por accidente los significantes que remiten a la demanda anal suelen representar a los sectores vinculados a  la acumulación de dinero. Al respecto,  recordemos las reflexiones de Freud).  Elementos descriptos que nos permiten plantear, que  en esa oportunidad  emergió una vez más una confrontación de tipo moral. Manifestación, que por un lado, prioriza el bien en la lógica del mercado (en tiempos neoliberales se conocía como teoría del derrame), ergo, bien para algunos (no son pocos por cierto, sí, son los mismos de siempre).Bien, por otro lado, que intenta priorizar a  sectores desprotegidos de la sociedad (los otros, tal como surge de una de la últimas consignas a las que se aferra el kirchnerismo). Posición que procura solidificar el lugar del estado. Razones de estructura, razones de historia, razones de valor como para que los voceros de parte de la derecha no reaccionen ante la mera presencia de un funcionario actual. Aún más,  al enterarse de que estaban compartiendo los mismos gustos turísticos, el mismo espacio recreativo. Hasta aquí se trataría de un plano moral. Ahora bien, la inquietud por analizar la situación de un modo riguroso, conlleva a la pretensión de situarnos en el plano de la ética. Plano que resulta  más estructural, más trascendental, en definitiva, más subjetivo. Desde aquí, estamos en condiciones de enlazar el acontecimiento comentado con las diferentes conceptualizaciones sobre el odio.

   En efecto, al situar una manifestación de odio, estamos en principio, ante una evidente dificultad en la constitución del registro imaginario. Por ejemplo, una lectura inicial del citado texto freudiano nos permitiría destacar que el par amor-odio, se corresponde con el otro (par) activo-pasivo. Por ende, el odio se manifestaría ante las inconsistencia del amor, tanto del recibido (amor recibido de) como así del expresado (amor dado hacia). Alumbra este planteo, nuestro epígrafe establecido por Quiroga, del que leemos que el odio se dirige al ser del otro, pero ancla posteriormente en el propio ser. En esta dimensión, cualquier mención a los  escritos  de Lacan, establecidos en las décadas del treinta y cuarenta, confirman (insistimos, en principio), la enunciada perspectiva. Ahora  bien, el material presentado, su argumentación pertinente, nos permite complejizar el  concepto del odio. Para dicho fin, necesitamos relacionar el término en cuestión con los registros simbólico y real. Para tal propósito, tomemos como referencia inicial (en este punto  superaríamos la manifestada lectura inicial que abarcaría solo el principio de la cuestión) el seminario 7, La ética del psicoanálisis. En éste, Lacan, nos señala que llegó el momento de avanzar sobre lo real. Nos encontramos, aquí mismo, en el punto en que se corporiza la relación entre ética y real. Relación, que se establece concretamente a partir del desarrollo de  la definición de la Cosa. La Cosa, se liga directamente al das ding  freudiano  de 1895. La noción de Cosa, en primer lugar,  somete a examen la oposición entre el principio de placer y el de realidad (6).Reflexión que  habilita a considerar la ética vinculada a la relación simbólico-real. (7)Arribamos aquí a un punto crucial para el tratamiento central de nuestro presente escrito. Avancemos con Lacan, precisamente en la instancia en que se presenta la relación entre la cosa y la representación. Dicha relación destaca que la Cosa manifiesta un “apego al significante”  Agregando  que das ding “es otra cosa, es una función primordial que se sitúa en el nivel inicial de la gravitación de las Vorstellungen inconscientes”.  Al respecto, Safouan expresa que a partir de lo señalado dicha gravitación toma su impulso. Al nivel de la  Vorstellungen “la cosa no solo no es nada, sino literalmente no está, ella se distingue como ausente, como extranjera” (8). Finalmente, a partir de lo establecido, Safouan destaca que la Cosa, sería entonces un vacío (por lo tanto, antecedente del objeto a) hecho con un agujero. Nótese, en esta instancia, como Lacan postula una definición de ética (del deseo) que anticipa el vínculo (acentuado en los 70) de ética con el significante. De aquí que, en los setentas, definirá  la ética, como la implicación con un decir (9).  Ahora bien, encontrar el punto en que el sujeto parlante responderá  bajo coordenadas éticas, conllevará acercarnos a la afirmación de que, dar cuenta de un decir exigirá hacerse cargo de lo formulado (significantes, discursos), fundamentalmente de lo más estructural, sin más, del resto que subyace a toda afirmación.(10) Punto en el que suele aflorar la posición del analista diciendo: usted lo ha dicho, fueron sus palabras.

   Recapitulemos, recordemos entonces  que nos convocaban dos preguntas; una, referida al odio en su faz constitucional del sujeto. La otra, vinculada al odio y su expresión a través de significantes, es decir, de discursos, en tanto representación  que conlleva un monto de afecto (según Freud) o goce (según Lacan). Recordemos, asimismo, que hemos seleccionado para ejemplificar nuestro trabajo, no un material de la clínica, sino uno proveniente de un acontecimiento desarrollado en ámbitos público. Ergo, el camino elegido es ciertamente sinuoso, en tanto no se trata de una manifestación subjetiva a partir de una demanda precisa (la de ser consultante, paciente, analizante). Se trata, en este caso,  de una situación en la que aparecen  significantes-discursos que se representan a través de sujetos, para otros significantes-discursos, en el punto de materialidad que hemos establecido como político .Aquí mismo recordemos (no sin insistencia) que la elección de la escena en tratamiento, presenta una acentuada riqueza en términos de lectura. En efecto, como señalamos, existen dos modos de leer este acontecimiento. Ambos aparecen en la superficie, aunque se diferencian en la presentación de una faz visible (en la lectura cuyo sesgo principal, apuntaría a un problema ideológico-político vinculado a la historia argentina) de una no visible (la que nos conduce al plano ético-real), ubicada tras el velo de la anterior.

    La escena comentada porta inicialmente  una referencia central. Kiciloff es insultado por un grupo de viajantes, los mismos expresan efusivamente su disconformidad con el hecho de tener que compartir el barco con el funcionario. Las agresiones se manifiestan verbalmente (veremos como la voz da lugar al registro de lo que ubicamos como significantes-discurso) y el marco predilecto es Kiciloff. Sin más éste se convierte en el acérrimo objeto odiado. Odiado, en tanto se constituye en blanco directo de los insultos y acusaciones. Esta primera lectura, por ende, nos acerca  a la postulación del juicio sobre el papel secundario que  ocuparían la esposa e hijos del funcionario: en consecuencia, serían aludidos en carácter de familiares-acompañantes del viceministro. Se trataría entonces de una discusión sobre posiciones ideológicas, que calificamos de posición simbólica – moral. Ahora bien, llegados a este punto, podemos interrogar sobre el papel que desempeñaría la figura de este funcionario, para los intereses de un sector vinculado al poder económico burgués. Por caso, tendríamos que ubicar las consecuencias de una posición en el presente, es decir, lo que en este retorna  un pasado político (siempre reprimido) con sus respectivas confrontaciones de intereses. Aquí mismo nos conducimos a  un nuevo  interrogante ¿qué condensaría la figura de Kiciloff, intelectual de origen marxista, viceministro de la nación?  ¿En qué aspecto resultaría, para la derecha, un blanco sensible para la manifestación del odio? Al intentar responder estos interrogantes, quedamos de cara al segundo de los planes de lecturas propuestos. Para tal propósito, nos serviremos de la categoría de extranjero, tal como la trabaja Carlos Quiroga. El extranjero, es el que habla en nombre de una lengua extraña. El extranjero pide sus derechos, admite sus deberes en esta lengua extraña, es decir, en una lengua otra. El extranjero, se presenta  para posicionarse frente a otros, con otros, en confrontación si es necesario, pero nunca procurando la disolución de estos  otros. El extranjero, instancia crucial para nuestro texto, da la lucha con el padre del lazo imperante hasta su llegada a escena. En consecuencia, los componentes del orden imperante reaccionan inmediatamente ante la presencia del extranjero, ya que sienten que se coloca en riesgo el lazo discursivo, precisamente el padre del lazo. “Si el extranjero pide no ser tomado como un parricida, entonces es que sabe que lo es. En verdad, su ser mismo de extranjero lo convierte en una amenaza disolvente al logos paterno (…) el extranjero no ataca al ser del otro, su existencia, su singularidad, sino todo lo contrario: ataca al padre del logos, aquello que mantiene la masa. Se transforma así, en un testimonio de la falta en el Otro sin violencia, ya que lo hace con su propia indefensión, su rasgo” (11) Afirmación, que nos permite situar que Kiciloff cuestiona el orden paterno tal como los sostienen y defienden ciertos sectores. Afirmación, que nos posibilita, a la vez, acercarnos a una lectura con cierto tono paradójico. Los hombres insultantes defienden el orden paterno (por caso,  el que representa un bienestar socio-económico, tanto en dictadura militar como en democracias conservadoras o neoliberales) y para tal fin, presentan un ataque al extranjero y su descendencia (por consiguiente, el ser otro está encarnado en los hijos del extranjero, los niños del funcionario. Motivo por el cual los niños  representan en la escena, un resto traumático de matiz real-ético) (12). A propósito, recordemos nuestro epígrafe; el ataque al ser del otro esconde el ataque al ser (13) propio.

  Ya situados en el análisis del plano ético sobre el odio, remarquemos que es en la repetición de significantes y de discursos, como la voz del Otro se convierte en mandamiento. Movimiento que se constituye en dos tiempos; primero, el deseo del Otro adquiere la forma de mandamiento. Más tarde, este mandamiento puede ser motivo de angustia. Aquí, “la voz se manifiesta como obediencia” (14) destacándose en efecto “el carácter coercitivo de la incorporación de la voz, que, luego, puede resolverse a través de distintas figuras derivadas como la culpabilidad, la necesidad de castigo, etc.” (15). Referencia que liga los significantes paternos con la  pulsión invocante, y esta, con lo real del goce  subjetivo. Finalmente, en este punto,  al  decir de Zizek, estaríamos en la dimensión de la ética surgida a partir de la reflexión sobre la Cosa. Instancia en la que podremos situar las principales coordenadas del presente escrito.

     En efecto, el acontecimiento destacado nos invita (como sostenemos) a formalizar nuestro análisis en dos planos. Es decir, tenemos  lo simbólico-moral y  además el plano radical-real. El  primero, se representa por la postura ideológica- conceptual. Mientras que el segundo por los restos de esta misma. Ésta, suele  encontrarse toda vez que se ubique el más allá de la realidad simbolizada, en el preciso instante en que aflora lo real. Según Zizek, en esta perspectiva verdad y goce son  radicalmente incompatibles. En consecuencia, se manifiesta una verdad, al momento de establecer una coordenada simbolizada- ideologizada, que  debiese interpretarse como un falso reconocimiento de la cosa traumática. Posición que supone (tal como vimos) que un debate presenta una sola cara, la alimentada por la fantasía ideológica, deudora de la encarnación de una defensa radical del orden paterno. Aunque, y aquí estaría el germen de nuestra reflexión, al ubicar la posición mencionada como netamente fanstasmática, el punto crucial de análisis nos remite directamente a su trasfondo, a su vacilación .Llegados a este punto,  destacaremos que facilitaría  la cuestión, el planteo de que en la crítica de la ideología, ubicásemos dos puntos complementarios, irreconciliables, disimiles. El llamado discursivo,  sostenido por los significantes flotantes que constituyen el campo ideológico. Y el otro, el que se gesta en el más allá  del campo del significado (pero interno a él) “el otro apunta a extraer el núcleo de goce, a articular el modo en que (…) una ideología implica, manipula, produce un goce pre ideológico estructurado en fantasía” (16) Sin atenuantes, ni máscara (fantasmática), esta reflexión final invita a establecer que detrás de toda argumentación, se encuentra el núcleo de goce, el real, el núcleo que sostiene la posición expresada. En definitiva, la mera suposición de que una posición conceptual demanda en si misma ser sostenida por el aparato ideológico, remite al basamento neurótico, que proclama la consistencia subjetiva, a partir de la imposición de la fantasía dominante (respuesta fantasmática). Ahora bien, la dimensión real- ética,  como intentamos demostrar, espera tras el velo, ya que se constituye en los restos, en lo no visto, en el hueso último del campo subjetivo. Precisamente, este es el punto de lo ético,  y a los fines de nuestra reflexión, el fin último, y a la vez primero  de la implicación.

    Sostenemos que el plano ideológico, manifestado sin reconocimiento desde el sitio en que se proclama, conlleva una ausencia subjetiva trascendental. Por consiguiente, constituir un lazo discursivo sin la convocatoria a la visibilización de los restos de los mismos,  presenta sin más, una lógica sintomática de desconocimiento de un real que exige, que resiste, que resulta lo imposible lógico, que recurrentemente, resulta imposible de soportar. En consecuencia, creemos que la dignidad de una posición discursiva debe legitimarse en la presencia, en la consideración de un resto operante, que genera el punto crucial de alienación subjetiva en cuestión.                                                            Para terminar, recuperemos el valor de la escena elegida. La agresión a Kiciloff,  puede ser un producido de una posición política- ideológica, la expresión fantaseada  de un orden paterno, como tal una manifestación de un nivel de odio. Aun así estaríamos lejos de ubicar el núcleo de la cuestión. Núcleo, que denuncie que la escena es elegida, antes que por la dimensión ideológica que porta, por la posibilidad de esconderse tras ella, de esconder precisamente el resto que la constituye  desde su estructura: es posible insultar a alguien mientras navega en el medio del río (y por lo tanto no tiene la posibilidad de evadirse de la escena), es posible insultar a su mujer y a sus hijos, porque el resto ético no ingresa al entramado ideológico. Es allí donde los insultantes rivalizan con los niños de la escenas, constituyendo la maniobra fantasmática, una mera resultante de una expresión discursiva de distracción. La rivalidad de fondo, se manifiesta  por ende,  entre el logos paterno y el extranjero. En este punto, el verdadero odio se esconde.  En este punto, aflora el odio a sí mismo (disimulado esta vez, en el odio a los hijos del funcionario en cuestión) antes de confrontarse con el peso de la castración en el Otro (Otro, amenazado por el sitio de extranjero encarnado por Kiciloff) En este punto, lo real se esconde. En este punto, se suele recurrir a la frase daños colaterales, toda vez que un acontecimiento político, pudiese afectar al orden del logos paterno. En este punto, se suele afectar a sujetos indefensos (¡incluso niños, como destacamos!). En este punto, se intenta burlar  la piedra basal gozosa que  comanda la dimensión subjetiva. En este punto, para concluir, recordamos que lo real resiste, al menos, mientras no se lo reconozca como tal.

   

                                                                                                           Referencias

 

1- QUIROGA, Carlos. Cadáver Insepulto, Venganza y Muerte. Estudio psicoanalítico. P. 42. Ediciones  Kliné.

2-En esta línea se expresa Luciano LUTEREAU  “Los seres humanos no conversamos con significantes, sino con palabras, y es en la repetición que ciertas coordenadas del habla pueden adquirir un estatuto de significante. Por lo tanto, la materialidad del significante escapa al sentido  corriente de la emisión”    Los usos del juego: estética y clínica. Letra Viva. P. 86

3-En forma recurrente se remite al término violencia, sin siquiera establecer coordenadas precisas que delimiten, al menos en parte, puntos genealógicos de la misma. Por caso; no es lo mismo la violencia emanada de fundamentalismos religiosos, la proveniente de las luchas de clases, el asalto a una entidad bancaria, un secuestro, o la descarnada violencia cotidiana entre pobres, en sus propios barrios, en sus propias casas. Qué decir de este último ejemplo, que decir, cuando precisamente falta mucho por decir. Que decir; cuando solo por empezar, podríamos  dar cuenta de una avasallante inmixión de un real (consistentemente traumático) sobre un imaginario (plagado de inconsistencia, reducido a lo más básico de las adquisiciones especulares). Generando como resultante,  el vínculo mortífero entre vida y riesgo, entre vida y peligro.

4-FREUD, Sigmund. Pulsiones y destinos de pulsiones. P.132.  Tomo  14.  Obras  completas. Amorrortu editores.

5-Sostenemos que las posiciones argumentativas dotadas de cargas ideológicas, presentan una referencia primaria deudora de un plano moral. Es  decir, las posturas de izquierda o derecha  resultan ambas subsidiarias de una estructuración de carácter polar. Polaridad que da origen preciso a lo adeudado: la completud de tono aristotélico o la incompletud de perspectiva freudiana. Al respecto, recordemos nuestro escrito. ACUÑA, MarianoAristóteles y Freud: enlaces entre moral y política  El Sigma.com

6-SAFOUAN, Moustapha. Lacaniana I. Los seminarios de Jacques Lacan. 1953-1963. Cáp. 7 La ética del psicoanálisis. Paidós.

7-Lacan dedicará un buen número de sus lecciones a la oposición entre placer y realidad, que se articula lo mejor posible en esta fórmula: la ley moral es eso por lo cual se presentifica en nuestra actividad, en tanto estructurado por lo simbólico, lo real como tal, el peso de lo real.” SAFOUAN, M. Op. Cit. Pág. 139.

8-SAFOUAN,M.  OP. CIT. Pág. 143

9-Al respecto, resulta interesante el modo en que Noemí QUEHE, articula las definiciones de ética, del Seminario7 y de Televisión. De la presentación de Lacan en los medios de comunicación, la citada destaca  que  la ética se liga al bien decir. Agregando que en este bien decir, se trataría de que el sujeto se reconociese en el inconsciente (estructurado como un lenguaje). En efecto, el bien decir se vincula con la palabra que hace acto, en tanto tal, funda un hecho. Hecho, por ende, que modifica al sujeto en cuestión, toda vez que se implique en sus dichos, así como en el decir que porta una connotación de real.  Centro de Lecturas Debate y Transmisión. Lecturas del Seminario de  Jacques Lacan. Un seminario   por mes. Audio  del Seminario 7.

10-El famosos lema lacaniano de no ceder al propio deseo (ne pas ceder sur son desir) apunta a que no hemos de borrar la distancia que separa lo Real de su simbolización, puesto que es este plus de lo Real que hay en cada simbolización lo que funge como objeto-causa de deseo. Llegar a un acuerdo con este plus(o con mayor precisión, resto) significa reconocer un desacuerdo fundamental (antagonismo), un núcleo que resiste a la integración –disolución simbólica.” ZIZEK, Slavoj. El   Sublime objeto de la ideología. Siglo XXI. Pág. 25.

11-QUIROGA, Carlos. Op.cit.p57

12-Admitiendo distancias de plano, cabe destacar que en la historia contemporánea de nuestro país,  han sido  niños los afectados por restos de supuestas batallas ideológicas-conceptuales. Estos niños encarnan en extremo el núcleo traumático-ético de una situación que  los sectores del poder (del logos amenazado) solo ubican como daños secundarios-colaterales.  Daños, que en procura de construir una argumentación ideológica, se justificarían en la pretensión de evitar un mal mayor. Por caso, solo por situar dos ejemplos referenciales en atrocidad,  destaquemos que el bombardeo a plaza de mayo de junio del 55(que pretendía derrocar a Perón), destruyó un par de ómnibus repletos de infantes. Asimismo, recordemos la sistemática apropiación de bebés, durante la última dictadura militar.

13-Esta concepción del ser, se vincula por igual a los tres registros lacanianos: imaginario, simbólico, real. La subjetividad misma, se correlaciona con el ser en cuestión. De esta manera, este ser uno mismo, en su conflictiva, demuestra que el sujeto se constituye, por consiguiente,  en la falta de ser, antes que en una matriz (de constitución imposible) esencialista de tal ser.

14-LUTEREAU, Luciano. Op. cit. p. 89

15-LUTEREAU, Luciano op.cit. p 90.

16- ZIZEK, Slavoj Op. Cit. Pág. 171

 


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