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Asesinos de niños

26/10/2018- Por Andrea Homene - Realizar Consulta

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El impacto que produce la repetición de asesinatos de niñas y niños pequeños es tal, que la reflexión y el estudio psicológico del autor queda en un último plano. Se suele caer en reduccionismos hasta el extremo de intentar exculpar al asesino de la responsabilidad por sus actos. Lejos de esta derivación exculpatoria, el psicoanálisis plantea que todo sujeto es responsable de sus actos, aun cuando éstos estén sobredeterminados, tengan su anclaje en el inconsciente, o sean el producto de una severa perturbación psíquica… Resulta necesario distinguir responsabilidad subjetiva de responsabilidad penal.

 

 

 

                 

                                                                                                  Foto: Kien y Ke

 

 

  Los horrorosos acontecimientos de las últimas horas vinculados a la desaparición y asesinato de una niña de 9 años provocan todo tipo de reacciones: desde las más espontáneas y descontroladas por parte de familiares y vecinos, quienes dirigen su furia contra el personal de seguridad (policías, gendarmes o infantería), hasta la profusa cobertura de los medios masivos de comunicación, que compiten por encontrar el testimonio más desgarrador o la imagen más impactante.

 

  A este tremendo y reciente asesinato, se suman los que en los últimos tiempos parecen haberse convertido en hechos habituales y cada vez más crueles: abusos de niños pequeños, malos tratos feroces que derivan en la muerte de bebés, niñas de corta edad embarazadas como producto de violaciones intrafamiliares, etc.  No sólo en nuestro país, sino también en otros países del mundo, con historias y  culturas diferentes.

 

  A partir de esto, suelen escucharse opiniones de expertos, profesionales del derecho, de la psicología, de la psiquiatría, etc., respecto al tratamiento que debe “aplicarse” sobre los responsables de tales delitos. 

 

  Se abre entonces un gran abanico, en el que se proponen distintas modificaciones al código penal, con el objeto de llevar al extremo el castigo a los autores de las aberraciones cometidas. Se reinstala el debate sobre la conveniencia de la pena capital, tal vez en un intento desesperado por acabar con el mal de manera definitiva, postulando que la pena “ejemplificadora” disuadiría a otros sujetos de cometer actos similares.

 

  Sin embargo, es bien poco lo que se escucha acerca del análisis de la personalidad de los sujetos que cometen crímenes atroces. En general se cae en reduccionismos atribuyendo al consumo de alcohol y o drogas como un modo de “explicar” la pérdida de la conciencia de los actos (lo que en general resulta poco factible, al menos con consumos que no llegan a provocar intoxicaciones graves).

 

  O se utilizan categorías propias de la psiquiatría de la escuela americana que sitúan a estos sujetos en una “escala de maldad”, de acuerdo presenten más o menos rasgos psicopáticos, pero encuadrando a todos ellos en la categoría de “psicópatas”.

 

  En el campo del psicoanálisis sin embargo, la psicopatía no es una categoría diagnóstica en sí misma. Algunas de las características atribuidas a tales sujetos podrían corresponderse con el diagnóstico de perversión.

 

  Ahora bien, en mi experiencia profesional de varios años de trabajo con sujetos que habían protagonizado distintas conductas delictivas (de mayor o menor gravedad), el diagnóstico de perversión tal como lo ha establecido Freud, sólo pudo determinarse en una muy pequeña proporción en relación a la cantidad de sujetos evaluados.

 

  Es que la perversión como estructura propiamente dicha es realmente difícil de encontrar. Por el contrario resulta muy frecuente hallar rasgos de perversión en sujetos neuróticos o estabilizaciones en las psicosis a través del rasgo perverso.

 

  La pregunta acerca del sujeto autor de un hecho de estas características, cuyas víctimas se encuentran total y completamente indefensas frente a ellos, resulta imprescindible.

 

  La cultura, como elemento crucial en el control de los impulsos de los individuos que forman parte de un colectivo social, evidencia su impotencia frente a estos actos que parecen situarse por fuera de toda regulación pulsional.

 

  El impacto que producen los asesinatos de niñas y niños pequeños es tal, que la reflexión y el estudio psicológico del autor queda en un último plano, a veces incluso confundiendo este interés por el desciframiento del funcionamiento psíquico del asesino con un intento de “exculparlo” de la responsabilidad por sus actos.

 

  Cabe señalar que lejos de esta derivación exculpatoria, el psicoanálisis propone que todo sujeto es responsable de sus actos, aun cuando éstos estén sobredeterminados, tengan su anclaje en el inconsciente, o sean el producto de una severa perturbación psíquica.

 

  Resulta pues necesario distinguir entre la responsabilidad subjetiva (que es aquella en la que todo sujeto está implicado y debe dar cuenta de sus actos) de la responsabilidad penal (que es aquella que se establece en función de la capacidad que un individuo posee de comprender la criminalidad de sus actos y dirigir libremente sus acciones).

 

  La responsabilidad penal la establecerá la justicia, atendiendo  al hecho antijurídico cometido, agravantes y atenuantes, si los hubiera. En cambio, la responsabilidad subjetiva, el análisis de los resortes psíquicos que intervienen en estos verdaderos pasajes al acto homicidas, y el estudio, necesario y urgente, de las condiciones sociales y culturales que están contribuyendo al desarrollo de personalidades capaces de cometer estas atrocidades, es tarea ardua pero imperiosa de quienes nos hemos formado en el estudio del psiquismo humano. 

 

  Tarea que ha de afrontarse sin prejuicios, sin preconceptos, sin clichés y especialmente sin apelar a reduccionismos que sólo opacan más la ya oscura senda de la exploración psicológica de estos sujetos.

 

 


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