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Desaparecidos en México: el horror cotidiano y sus consecuencias en el lazo social

05/02/2018- Por Isela Segovia - Realizar Consulta

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La desaparición nos confronta con la finitud, con la del semejante, con la propia. Para los que sobreviven al que ya no está, al que ya no volvió, supone un proceso de duelo que no tendrá fin… Ante el horror es difícil hablar, como si las palabras no alcanzaran para poder nombrarlo. El horror como un real que se presentifica en muerte, en cuerpos tratados como desechos, en una Ley transgredida en donde el poder de unos avasalla a otros, en regiones del país donde la vida cotidiana ha sido completamente trastocada, donde ya no se puede transitar libremente. No debemos “normalizar” la violencia y sus consecuencias… y una vez más, el psicoanálisis tiene algo para decir…

 

 

 

 

    

 

 

  Puedes desaparecer si eres joven y sales con tus amigos de fiesta al puerto de Veracruz y de regreso a casa, en Playa San Vicente, en una gasolinería en Tierra Blanca policías estatales te suben a una patrulla y te entregan a un cártel del narcotráfico. José, Mario, Alfredo, Bernardo y Susana desaparecieron el 11 de enero de 2016; sus cuerpos no han sido encontrados.

 

  Puedes desaparecer una noche de septiembre, junto con 42 de tus compañeros estudiantes normalistas, y convertirte en una historia tan macabra como emblemática, en una de las mayores infamias cometidas en tiempos recientes por el Estado mexicano.

 

  Las autoridades podrán armar una “verdad histórica” y decir que fuiste calcinado en un basurero en Cocula, Guerrero y que tus restos fueron arrojados dentro de bolsas de plástico en el río San Juan. Abel, Benjamín, Carlos, Emiliano, Felipe, Israel, Jesús, Magdaleno, Saúl, y 34 estudiantes más de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, en Iguala, Guerrero, fueron atacados y desaparecidos por la policía y el crimen organizado, el 26 de septiembre de 2014; más de 3 años después no han sido encontrados y no se sabe realmente que ocurrió con ellos.

 

  Unos cuantos casos pueden ilustrar la situación de los desaparecidos en México. Si bien las cifras en el país son variables, se habla de alrededor de 30,942[1] personas desaparecidas hasta enero de 2017, de las cuales casi 7 mil son menores de edad. La estadística no es del todo confiable si se considera que no siempre se hace una denuncia. Las razones de la desaparición son también diversas.

 

  En América Latina, se hace mención de 51 mil desaparecidos en Colombia durante la guerra civil; 30 mil en Argentina por la “guerra sucia” y 3 mil en Chile en la dictadura pinochetista.[2]

 

  Desaparición forzada[3] es el término jurídico que designa a un tipo de delito complejo que supone la violación de múltiples derechos humanos; cometido en determinadas circunstancias constituye también un crimen de lesa humanidad. El crimen de desaparición forzada, definido en textos internacionales y la legislación penal de varios países, está caracterizado por la privación de la libertad de una persona por parte de agentes del Estado o grupos o individuos que actúan con su apoyo, seguida de la negativa a reconocer dicha privación o su suerte, con el fin de sustraerla de la protección de la ley.[4]

 

  La desaparición nos confronta con la finitud, con la del semejante, con la propia. Para los que sobreviven al que ya no está, al que ya no volvió, supone un proceso de duelo que no tendrá fin. A un muerto se le entierra o se le incinera, se le dedican los rituales funerarios que posibilitan a los deudos ir asimilando la pérdida. Cuando alguien desaparece, se le espera indefinidamente, en una especie de limbo marcado por la incertidumbre de no saber si está vivo o muerto, con la esperanza de que algún día se le encontrará o regresará… Y este puede ser el motivo para su búsqueda o para ir muriendo lentamente de dolor…

 

  La desaparición está ligada asimismo a otro asunto tan terrible como espeluznante: las fosas clandestinas, lugares donde van a parar los restos de los que han sido eliminados por el crimen organizado o por fuerzas de “seguridad” del Estado.

 

  El territorio mexicano ha sido convertido en un enorme cementerio. Un informe de la Universidad Iberoamericana (UIA) y la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos (CMDPDH)[5] revela que entre 2007 y 2016 han sido localizadas 1075 fosas clandestinas con 2014 cuerpos, en 19 entidades. El informe señala que las fosas están ahí para ser descubiertas, no para permanecer ocultas; no están destinadas a guardar un secreto, sino a divulgar que la impunidad se ha adueñado del país.

 

  Asimismo, la inhumación clandestina es una práctica cuyo objetivo es “eliminar” los cuerpos que previamente han sido desaparecidos, pero al mismo tiempo dejar visibles las huellas de la violencia que ha sido ejercida sobre ellos. Por una parte, se trata de generar terror y mediante el control y, por la otra, hacer patente la impunidad con la que se puede actuar en México.

 

  En ocasiones, los métodos de desaparición son tan eficaces como definitivos: cuerpos desintegrados utilizando procedimientos para que no quede nada de ellos o que son desmembrados y esparcidos en diversos lugares; cuerpos o restos de cuerpos que son exhibidos en lugares públicos o son arrojados en sitios específicos para enviar un aterrador mensaje de advertencia.

 

  El horror: regiones del país donde la vida cotidiana ha sido completamente trastocada, donde ya no se puede transitar libremente, donde hay que guardarse en casa a cierta hora, donde quedar atrapado en el fuego cruzado de un enfrentamiento es el temor de cada día, o de ser “levantado”, o confundido u objeto de una represalia... Y todo esto no es una mala película, es algo con lo que hay que lidiar de manera directa, pero que pareciera una especie de realidad paralela a la que vivimos quienes no habitamos en esas zonas.

 

  La periodista Marcela Turati llama la atención sobre el odio manifiesto en estos sucesos: “La saña con la que se castiga a los contrarios. Como si el acto de matar no fuera suficiente. Como si se tuviera que borrar su rastro de la tierra, despojarlo de todo rasgo que lo humanice, torturando, decapitando, desfigurando, desmembrando hasta hacerlo picadillo, arrojando sus restos al basurero…”[6] No obstante, estas crónicas del horror tal vez han dejado de asustarnos o han pasado a formar parte de las noticias de todos los días.

 

  La escritora Cristina Rivera Garza señala que lo que los mexicanos hemos sido forzados a presenciar en espacios públicos, la televisión, la prensa y las redes sociales “es uno de los espectáculos más escalofriantes del horrorismo contemporáneo”. En el México de fines del siglo XX e inicios del XXI, el horror va íntimamente ligado al retroceso del Estado en materia de bienestar y protección social y, consecuentemente, al surgimiento de un feroz grupo de empresarios del capitalismo global a los que se les denomina de manera genérica como el Narco.

 

  Se trata, pues, del horror de un Estado que, en pleno retroceso ante los intereses económicos de la globalización, no ha hecho más que repetir una y otra vez aquel famoso gesto de un traidor: lavarse las manos.”[7]

 

  ¿En qué momento nos convertimos en este país que ahora somos?

Ante el horror es difícil hablar, como si las palabras no alcanzaran para poder nombrarlo. El horror como un real que se presentifica en muerte, en cuerpos tratados como desechos, en una Ley transgredida en donde el poder de unos avasalla a otros que parecieran inermes frente a un Otro absoluto que no tuviera límites, cada vez más atroz. Un “pacto social” roto. Un tejido social profundamente desgarrado.

 

  Pero el odio está en el origen de la cultura y de la civilización. Freud recurre al mito del asesinato del Padre de la horda primitiva por parte de los hermanos, despojados del goce y el acceso a las mujeres. En su texto “Tótem y tabú”, da cuenta de cómo con su muerte se erige primeramente la figura del tótem y posteriormente la de dios.

 

  La ausencia del padre, su retorno, lo hace más fuerte y su lugar no podrá ser ocupado por ninguno de los hijos, quienes tendrán que pagar con la culpa su crimen. Ante la posibilidad de correr la misma suerte que el padre, los hermanos deciden unirse para protegerse entre sí, con lo que tienen que ceder su libertad y delegarla en el más fuerte a cambio de protección. Aunque esta renuncia tendrá consecuencias y traerá consigo un malestar.

 

  Es así como surgirán las instituciones; la primera de ellas se encargará de regular y legislar los lazos sociales entre los hombres mediante el Derecho, lo cual será una de las razones más fuertes para estar en contra de la cultura, según asegura Freud en El malestar en la cultura. El mito pervive en lo individual, en lo inconsciente.

 

  Para poder formar parte de lo social será preciso renunciar a la satisfacción pulsional de la agresividad y de la sexualidad, apaciguamiento del cual siempre quedará un resto. Para la convivencia social será necesario que el sujeto esté capturado por la Ley, sin ello no sería posible ni su constitución ni su vínculo con lo social.

 

  La propensión a la destrucción en el sujeto, contra sí mismo y contra el semejante, es alta. En la constitución del yo, a partir de la imagen del Otro según la propuesta lacaniana, está presente una tensión constante. El Otro con el que me identifico narcisísticamente y al que puedo amar, también puede devenir una amenaza y el amor puede convertirse en odio.

 

  La inclinación agresiva es entonces, “una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano”, asegura Freud, y la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso. La cultura está al servicio de Eros, que busca reunir a los individuos aislados, en sentido contrario a la pulsión de muerte que busca la disolución de estas uniones. La destructividad humana es una expresión de la pulsión de muerte orientada hacia el exterior.

 

  Las pulsiones de vida y las de muerte se presentan juntas en las distintas actividades de la vida, no se las puede captar en estado puro, aunque las primeras resultan más evidenciadas, a diferencia de la pulsión de muerte cuya presencia es silenciosa, muda. Ambas están ligadas a cierto monto de la otra, lo que hace que se modifique su meta, o bien, que pueda alcanzarse. La pulsión de muerte aparece como un representante de las fuerzas de fragmentación y dispersión, convirtiéndose en un obstáculo para el desarrollo cultural.

 

  Para Freud, en la relación con el objeto, el odio es el sentimiento más antiguo; surge del rechazo primitivo que el yo narcisista contrapone al inicio al mundo exterior, que prodiga estímulos. Es la exteriorización de la reacción displacentera que provocan los objetos, y mantiene un vínculo cercano con las pulsiones de conservación del yo, por lo que las pulsiones yoicas y las sexuales pueden entrar en una oposición, que repite la que se produce entre amar y odiar. Cuando la relación de amor con un objeto termina, no es difícil que sea reemplazado por el odio.

 

  Con su conceptualización del estadio del espejo y en su texto sobre La agresividad en psicoanálisis, Lacan da cuenta del término agresividad, como algo propio de la estructura narcisista, que se da en el plano imaginario. Es algo estructural y abarca el acto y la palabra hablada. En el plano imaginario, en el que se constituye el yo, tiene su propia lógica, donde no existen las diferencias, lo que cubre así toda posibilidad de falta o castración, por lo que en esta relación narcisista hay una imposibilidad de asimilar lo diferente, ajeno o imperfecto.

 

  El objeto imaginario deslumbra, exacerba la envidia y la rivalidad, su atractivo es ser el objeto que imaginariamente satura el deseo del otro. Esta idea de plenitud, propia del yo ideal, se ve atacada cuando aparece otro con las características imaginarias de perfección y completud. Este otro que se muestra colmado y perfecto empuja al deseo de destrucción y muerte, ya que en él se percibe la propia perfección, pero como ajena al yo.

 

  Esta agresividad imaginaria ataca la integridad de la imagen ideal por lo que se presenta un deseo de aniquilar al rival para poder poseerlo todo. La misma es planteada como aquella tensión agresiva que caracteriza a todo vínculo con el otro, y que Lacan conceptualiza a partir de su manifestación como “intención agresiva” en el sujeto.

 

  M. Zafiropoulos y R. Cevasco[8] retoman los efectos de lo que Lacan llama “oscura pasión del odio”, ofrecimiento de un sacrificio a un dios oscuro, a través de trabajos acerca de lo social. Señalan que lo que Lacan despliega acerca del odio tendrá que   aquello que es específico de la pasión del odio tal como ella se plasma en el racismo: el racismo es el odio al goce del Otro. Es esta suposición del goce del Otro –como exclusivo de mi propio goce– que entrega como objeto a la pulsión de muerte, al Otro constituido como "extranjero, expropiador de mis bienes, o del Bien Nacional"[9].

 

  Así, la perspectiva sobre el goce abriría otra dimensión que la perspectiva sobre las identificaciones y sus consecuencias, en tanto productora de un Otro diferencial.

Esta intención agresiva se consuma en el otro al que se considera diferente o que de pronto deja ser útil o se convierte en una amenaza. Freud hablaba, en “Psicología de las masas y análisis del yo”, de un “narcisismo de las pequeñas diferencias” que marca una divergencia, a veces insoportable, de un grupo con respecto al otro lo cual pareciera justificar el ataque y su aniquilación.

 

  El tema de la desaparición y la desaparición forzada podríamos enmarcarlo en este momento en el contexto de la así llamada “guerra contra el narcotráfico”. El discurso oficial enuncia que en la mayoría de los casos los miles de muertos son consecuencia de enfrentamientos entre cárteles rivales; son por lo tanto muertes que no importan, que no se investigan. Pero, en muchas ocasiones, se trata de civiles que el discurso del poder también llama “daños colaterales”.

 

  Si consideramos al narcotráfico como un negocio, como una empresa del capitalismo global fabulosamente lucrativa, la lógica que lo rige es el de la ganancia a cualquier costo. Nada importa salvo mantener su viabilidad. No hay lazo posible con una maquinaria movida por la muerte y la destructividad.

 

  Lacan elabora una teoría sobre los discursos en su Seminario XVII (1969-1970), El reverso del psicoanálisis. Los discursos son formas de hacer lazo social que se manifiestan entre los seres hablantes; estas formas son cuatro: el discurso del amo, el de la universidad, el de la histérica y el del analista. En 1972, en una conferencia en Milán, agrega otro discurso, el discurso del capitalismo.

 

  En sus primeras conceptualizaciones de la sociedad capitalista esta aparece ligada a la acumulación de saber. El capitalista acumula saber; mediante la ciencia y la técnica controla la “realidad” y acumula capital. El saber del capitalismo solo podía ser un saber para la técnica, la acumulación de capital y la reducción de los hombres a cosas.

 

  Enlazar al hombre al proceso de producción, someterlo en su individualidad, hacer que incluso en su tiempo libre dependa de lo miles de productos que se derivan del proceso de producción capitalista, convirtiéndose en un consumidor voraz. La máquina de la producción capitalista contemporánea es el punto dominante de la lógica del capitalismo. Acumular saber para acumular capital y controlar la naturaleza.[10]

 

  Este discurso no es como los demás en el sentido de que no produce un auténtico lazo social, sino que más bien lo disuelve. Sería una variante particular del discurso del amo. Marca el rechazo de la castración. Hay un imperativo de goce, la orden de darle continuidad a la circulación del consumo.

 

  Lo esencial de la vida del sujeto contemporáneo, es este imperativo, que lo lleva a gozar a toda costa, incluso poniendo en peligro la vida. Gozar hasta el fin, hasta consumirse: “… el sistema de producción no es compatible con el principio del placer sino con el goce en sus formas más devastadoras que se sostienen en el reforzamiento tiránico del superyó.”[11]

 

Si el odio está en el origen de la cultura, si la agresividad es estructural a lo humano, si la destrucción del semejante es una tentación constante, la creación de leyes e instituciones que regulen la convivencia y que protejan a los sujetos y a los grupos, incluso de sí mismos, ha sido una condición indispensable para la sobrevivencia, para poner un límite a través de lo simbólico a ese real, a ese goce mortífero.

 

  Vivimos en una época donde prevalece un imperativo superyoico, una orientación al goce, que pareciera querer abolir la castración. Hay una imposibilidad para soportar la demora por la urgencia gozosa que lleva a un individualismo exacerbado, que rompe el tejido social. Los lazos sociales están cada vez más impregnados de violencia, de hostilidad y de odio.

 

  Si las autoridades no son el garante de la integridad de los sujetos y la impunidad es un resultado usual, se crean las condiciones para que quienes asumen un lugar de poder y de dominio, frente a los que se considera débiles y despreciables, actúen de forma violenta sin alguna instancia que la limite.

 

  Sin embargo, no podemos “normalizar” la violencia y sus consecuencias. Hablar de estos temas es necesario para hacerlos visibles. Dar nombre a esos muertos anónimos para restablecer algo de ese sentido de humanidad que ha sido mutilado. Preguntarnos qué pasa con esos sujetos que viven en medio del horror y que han perdido a alguien cercano, qué pasa con todo ese dolor, con esos duelos detenidos, con esas zonas del país avasalladas por la destrucción y la muerte.

 

 

 



[1] Diagnóstico del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), presentado por el Centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios (CDDHFJL), el 15 de mayo de 2017. [http://pdf.usaid.gov/pdf_docs/PA00MVR9.pdf.]

[2] “El mayor número de desaparecidos en Latino América está en Colombia”, Caracol Radio, 14/12/2010. [http://caracol.com.co/radio/2010/12/14/nacional/1292306520_398245.html].

[3] “Desaparición forzada”. [https://es.wikipedia.org/wiki/Desaparici%C3%B3n_forzada].

[4] “Desaparición forzada”. Naciones Unidas. Derechos Humanos. Oficina del Alto Comisionado. [http://www.hchr.org.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=653:desaparicion-forzada&Itemid=269].

[5] Ernesto Aroche Aguilar, “Defensores y académicos documentan 1,075 fosas clandestinas en México”, Animal Político, junio 23 de 2017. [http://www.animalpolitico.com/2017/06/fosas-clandestinas-mexico-informe/].

[6] Turati, Marcela. Fuego cruzado. Las victimas atrapadas en la guerra del narco. México, Grijalbo 2011, pág. 37.

[7] Rivera Garza, Cristina. Dolerse. Textos desde un país herido. México, Surplus Ediciones, 2015, 2ª ed., págs. 10-11.

[8] Rithée Cevasco; Markos Zafiropoulos. “Odio y segregación. Perspectiva psicoanalítica de una obscura pasión”. Revista de Psicoanálisis y Cultura. Número 13. Julio 2001. www.acheronta.org. [http://www.acheronta.org/acheronta13/odio.htm].

[9] Ibíd.

[10] Marcelo Otón. El discurso del capitalismo en la teoría de Jacques Lacan, [http://sifp1.psico.edu.uy/sites/default/files/Trabajos%20finales/%20Archivos/tfg_final._final.pdf].

[11] Braunstein, N. El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista. México, Siglo XXI, 2012, pág. 10. 


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