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El DSM y la verdad: una escisión entre psiquiatría y psicoanálisis

25/03/2018- Por Susana Arazi - Realizar Consulta

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El DSM es la configuración de un entramado inscripto en un juego de poder en el que los aspectos institucional, social, académico, industrial-farmacológico y económico sostienen el eje de una ideología doctrinaria en el marco de un consenso cómplice y solapado. El poder médico llegado al actual siglo XXI no tiene reparos en develar sus paradigmas, que apuntan a dos cuestiones esenciales en la civilización: poder y dinero en pos de una conquista que no cesa… Queda así elidido lo intransferible de la singularidad de cada caso y la significación a la que remite el síntoma en y para cada sujeto, tal aborda el psicoanálisis…

 

 

 

                      *

 

 

 

La Ciencia y la Verdad

 

  Las categorías que presenta el DSM (“Manual diagnóstico y estadístico de los desórdenes mentales”) están descriptas sobre un telón de fondo semiológico. ¿Por qué es cuestionable el modelo semiológico en el área de las problemáticas agrupadas bajo el título de “enfermedades mentales”? Cada malestar es codificado por un signo y decodificado por el médico que diagnostica y trata.

 

  Sin embargo, el padecimiento es subjetivo, es un sujeto el que sufre. Cada signo representa algo -padecimiento- para alguien, pero ese “alguien” no es precisamente el consultante sino el consultado. La orientación particular de ese signo hacia quien lo decodifica niega una evidencia: lo intransferible de la singularidad de cada caso y la significación a la que remite el síntoma en y para cada sujeto. Los dispositivos médico-legales como el DSM o el CIE (Clasificación internacional de enfermedades) reúnen signos y no prestan atención al síntoma en su sentido de goce.

 

  Hay en esta perspectiva un problema fundamental constituido por la distancia entre las verdades en las que se apoya la base científica del conjunto de técnicas llamado “medicina” –es decir, la biología, la física, la química- y la verdad del síntoma.

 

  Esa distancia configura una hiancia, una brecha insuperable que indica la fisura entre ciencia y verdad. Hay una “disonancia” entre la verdad del síntoma, verdad subjetiva y lo que la medicina aborda. La verdad de una problemática subjetiva está escindida respecto al saber de la ciencia, la cual pretende establecer una relación de certeza y univocidad entre el conocimiento científico y el padecer subjetivo.

 

  Tal escisión deriva del modo en el que el sujeto está en el mundo: dividido, atravesado por un discurso en cuyos intersticios se halla su propia verdad y su propio saber.  Por ello mismo es que el principio de realidad como brújula de “objetividad” en el ámbito médico-científico pierde sentido.

 

  La ciencia, en tanto objetiva, no comparte con el Psicoanálisis su mismo objeto, ya que el objeto psicoanalítico por excelencia es el objeto “a”, pero éste se ubica en la grieta que marca la división subjetiva. El objeto “a” no es fundamento basal de una ciencia. Por otra parte, se ha cuestionado el valor del DSM como resultado científico, ya que el mismo ni siquiera resiste los pasos del método de las ciencias, el cual tiene un orden estricto y riguroso.

 

  El DSM no se basa en datos de la experiencia como verificación sino en clasificaciones enciclopédicas. Y a pesar de que se declara ideológicamente “ateórico”, una ideología subyace a este manual clasificatorio: universo cerrado y verdades prácticas absolutas: la ideología reemplaza al postulado teórico. El DSM se erige como ley en una encarnación que proclama “yo soy la ley”. Son los regímenes e ideologías totalitarios los que proponen modelos a aceptar y acatar sin cuestionamientos y ubicándose como portadores de una ley a la que, frecuentemente, los líderes autoritarios no se someten.

 

  Se trata de una identidad perversa en la cual la verdad no habla sino que “es”; adquiere un estatuto ontológico por el cual se sustituye el lenguaje por el ser. En ese caso la verdad se torna muda. El ser de la verdad no admite la lógica del significante sino la del modelo semiológico signo-significado.

 

  Ciertamente Freud aspiraba a ubicar al Psicoanálisis entre las ciencias naturales. Sin embargo sus desarrollos se orientaron hacia otro lugar, tal vez para sorpresa de él mismo. Empero, al hablar de lugares “virtuales” desprendidos de localizaciones materiales, desde sus primeros trabajos, ya vislumbraba que, aún con los métodos de la ciencia, sus descubrimientos lo llevarían a otro plano, que podemos denominar el plano de lo conjetural que se verifica por sus efectos.

 

  La forclusión subjetiva que produce el DSM nos lleva a una perspectiva que focaliza a un hombre-organismo, un hombre-máquina, un hombre-naturaleza, quien como tal, al aplicársele el método de las ciencias naturales, se convierte en el producto de una explicación, proceso propio del mecanicismo. El Psicoanálisis subvierte el orden del método científico. Son los efectos y no los experimentos los que demuestran la hipótesis. Ejemplos de esto son las nociones de inconsciente y de interpretación. El efecto remite a la teorización, de la praxis a la teoría y no a la inversa.

 

 

El saber y la Verdad

 

  En la Psiquiatría convergen un saber académico y una verdad inconmovible. Sin embargo, se revela un punto de ruptura que provoca una divergencia entre ambos si consideramos que la verdad es parlante y no le corresponde ser sino hablar. Al hablar la verdad es causa ya que hablar implica estar en falta y la falta causa. Es entonces que el objeto “a” es la verdad que la Psiquiatría desconoce. A su vez, la verdad parlante constituye una causa material.

 

  ¿Cuál es la causa material a la que nos referimos en la verdad parlante? Se trata de la verdad del significante en tanto su incidencia separada de la significación. Más concretamente se trata del falo como significante y como significante impar. Esta imparidad recorta un lugar vacío que ni la psiquiatría ni la medicina en general ni el DSM pueden sostener.

 

  El lugar vacío de la verdad como causa material es el lugar topológico donde ubicamos tanto el –fi (inscripción de la ausencia), como el objeto “a” (inscripción de causa de deseo) y como el falo (inscripción simbólica del significante impar). En esa vacuidad virtual reside el fundamento de discordia entre el saber de la ciencia y el punto de falta en el sujeto representada por la noción de falo. El saber de la ciencia no admite puntos de falta ni la verdad de la ausencia que implica el falo.

 

  Hay una aguda desavenencia, un cisma entre Psiquiatría y Psicoanálisis. Esta escisión es tan insalvable como la disimetría entre ciencia y verdad. La antigua aspiración freudiana acerca de que la Psiquiatría adquiriera conocimientos sobre los procesos inconscientes se perdió en la contemporánea era de diagnósticos por nomenclador, medicalización, abuso de prescripción de medicación y automedicación.

 

  El DSM apunta a un espacio donde verdad y saber se encuentran apoyados sobre la idea de un yo “objetivo” y del principio de realidad como directriz de una supuesta sanidad. Sabemos, a partir del Psicoanálisis, que la verdad del síntoma y el saber inconsciente se articulan en la topológica banda de Moebius, cuyo movimiento virtual mezcla esas dos inscripciones.

 

  ¿De qué saber y de qué verdad se trata? No son otra verdad ni otro saber que los que se anudan en el lenguaje: “…que la vía abierta por Freud no tenga otro sentido que el que yo reanudo: el inconsciente es lenguaje.” (La ciencia y la verdad, Escritos 2, J. Lacan, p. 845).

 

  La verdad no tiene otra manera de decirse que no sea con el lenguaje. No hay un más allá del lenguaje donde la verdad pueda decirse. La verdad habla con el lenguaje del inconsciente. Con todo este panorama es bastante difícil aceptar que alguna vez Freud hubo afirmado que “Psicoanálisis y Psiquiatría se completan” (Lección XVI, de Lecciones introductorias al Psicoanálisis, Parte III: Teoría general de las neurosis, S. Freud).

 

  Seguramente en aquellos tiempos la psiquiatría, la industria farmacéutica y el creciente endiosamiento de la ciencia no habían dado aún los gigantescos y arrasadores pasos que luego dieron sobre los conceptos fundamentales en el abordaje de la subjetividad.

 

 

Lo que el DSM desmiente

 

  El DSM es un dispositivo instituido e institucionalizado que pone al descubierto la creciente distancia entre el profesional médico y su paciente, característica de la organización institucional de la salud en la era contemporánea. Es un ordenamiento discursivo que adopta dos formas a la vez: expresa y tácita; y en cuyo silencio reside la posmodernización y la sofisticación de lo que M. Foucault llamaba “el arte de hacer sufrir”, cuando se refería a los castigos propinados a los criminales.

 

  Se trata, actualmente, de otra clase de suplicios, más artificiosa como la que entraña, por ejemplo, la expedición de certificados de discapacidad mental en general, y en particular, a niños y jóvenes con otras diversas problemáticas tratables, analizables, y por las cuales se ven alterados o disminuidos el rendimiento escolar y la capacidad de socialización. Ya denunciamos estas negligentes acciones en otro artículo (“Acerca de la subjetividad y el devastador DSM”).

 

  Esos certificados representan la condena a permanecer en una cárcel interna diseñada por los hilos invisibles provistos por la aplicación del DSM. Un certificado de discapacidad mental es una declaratoria de irrecuperabilidad y una sentencia de muerte social y subjetiva: una desubjetivación. Su portación es más un riesgo que un beneficio. La desubjetivación provocada por los dispositivos psiquiátricos representa una operación por la cual la “Cosa”, ese vacío generador desde el cual el objeto causa de deseo llama al sujeto y promueve la sublimación, transmuta en “cosa”, y, por otra parte, indica el pasaje del terreno de la subjetividad a la ciencia.

 

  En los casos en que se expiden tales certificados puede apreciarse claramente que hay una continuidad entre irrecuperabilidad, segregación y aislamiento. ¿No es esto, acaso, una de las sentencias de muerte más inexcusables tratándose de niños?

 

  En el hecho de “certificar” captamos un gesto de clausura y apartamiento de lo que las instituciones no pueden explicar y el acto de reducir a una respuesta simplista y anodina cuestiones de un terreno por demás escarpado. No pocas veces la emisión de esos certificados impresiona como un trámite que representa una salida de compromiso y el desligamiento de responsabilidades profesionales, al mismo tiempo que oculta subrepticios intereses económicos para los familiares.

 

  Si alguna vez habíamos vislumbrado una tendencia promisoria como la “humanización de la medicina” acompañada por la “Anti-psiquiatría”, movimiento sesentista asociado a la contra-cultura, ya esas esperanzas cayeron paulatinamente en el olvido y quedaron arrumbadas como meras intenciones de cambios que no prosperaron y se cristalizaron en los portentosos muros tanto de hospitales neuro-psiquiátricos públicos como de clínicas psiquiátricas privadas.

 

  En éstas últimas las TCC (terapias conductual-cognitivas) parecieran  constituir el único tratamiento psicoterapéutico posible y, además, ocupan un nivel auxiliar de la medicina, como hasta no hace mucho tiempo se consideraba la labor de los psicólogos, según las incumbencias legales.

 

  La ya lejana denuncia de Thomas Szasz respecto a la deshumanización psiquiátrica del hombre desenmascara una ideología que menoscaba y oprime al hombre como ciudadano. David Cooper cuestionaba el valor de la Psiquiatría, a la que concebía como instrumento del capitalismo para reprimir a los rebeldes. Ronald Laing exponía sus cuestionamientos por medio de su idea de alienación en la vida contemporánea. Así también Erwing Goffman criticó la organización institucional totalitaria de la “institución total”.

 

  Con el DSM en su apogeo lo desmentido y abandonado en el camino lo vamos recogiendo los psicoanalistas, que hacemos de los “deshechos” causa de deseo. Rescatamos los aparentes sinsentidos, lo absurdo, lo insignificante que la psiquiatría no estima. El Psicoanálisis toma en cuenta esos indicios allí donde la Psiquiatría no presta atención.

 

  Al modo del Método Indiciario utilizado tanto por el Psicoanálisis como por la Criminología y la Historia del Arte, en los detalles es donde anida la verdad del sujeto. Edgar A. Poe, anticipaba: “Una palabra accidental o involuntaria…la incertidumbre…todo es para el observador síntoma diagnóstico” (Novelas y poesías, “El doble asesinato de la calle Morgue”, E.A.Poe. Editorial Claridad, Buenos Aires, 1971, p.217).

 

  Las determinaciones inconscientes de un síntoma, las palabras que éste vehiculiza, los procesos psíquicos inconscientes y todo lo que ocupa espacios topológicos y habita lugares virtuales de la subjetividad, son cuestiones ignoradas, o peor, desmentidas por el DSM. Lo más llamativo es que dicho manual está confeccionado por psiquiatras a quienes su propia producción se les vuelve en contra como un boomerang, que en su movimiento de retroacción los expulsa y los confina a la obediencia hacia las organizaciones industriales, farmacológicas, comerciales y sanitarias.

 

  La causalidad psíquica, la dimensión histórica, la configuración de la estructura subjetiva, el saber no sabido que porta el sujeto, son todas nociones que no cuentan a la hora del DSM y son sustituidas por “signos patológicos” a medicar. Las consecuencias directas son el aumento del goce sufriente a través de la dependencia farmacológica y el empuje a la auto-medicación, dos motores para las adicciones.

 

  Las complicaciones emanadas de las diversas posiciones subjetivas respecto de la falta -estructuras y tramitación de la castración-  adquieren, en el entorno del DSM, un tinte casi mágico: las enfermedades mentales derivan de alteraciones en los neuro-transmisores o bien vienen de la nada, son creaciones exnihilo. Se descartan conceptos tan fundamentales como los de trauma, series complementarias, transferencia y el lenguaje en tanto lalengua como discurso inconsciente.

 

 

El DSM, el cuerpo y el poder

 

  A lo que acontece entre lo que se habla y las dolencias del cuerpo Lacan le da el nombre de “falla epistemo-somática”. Esta falla atañe a la relación entre la medicina y la noción de cuerpo. Un paralelismo avanza en simultáneo: el avance teórico sobre el conocimiento del cuerpo determina indirectamente las modificaciones sobre las enfermedades del mismo, al punto de hacer coincidir un signo con una medicación nueva en su lanzamiento al mercado farmacéutico.

 

  ¿De qué cuerpo se trata? El poder de una categorización, de un diagnóstico, de una medicación, no se dirige a un cuerpo-sustancia (res extensa), sino que opera sobre un cuerpo hecho de palabras y atravesado por entrecruzamientos de discursos de poder. Ese poder extiende sus efectos y labra el destino de millones de niños y adultos. La falla epistemo-somática pone de relieve que la ciencia no puede cubrir los términos en que un cuerpo goza y está habitado por excesos de lenguaje.

 

  Dicha falla muestra el modo en que la medicina reniega del cuerpo que goza de sí mismo. El ojo de la ciencia aparece conformado por una multiplicidad de aparatos reunidos bajo el ojo omnipresente de una especie de “Gran Hermano Tecnológico”. Es un ojo que ve pero no mira, su visión no entraña una mirada subjetivante.

 

  El DSM es, indudablemente, un dispositivo de poder: poder sobre el cuerpo, poder sobre la vida. En el ineludible binomio saber-poder cada término  retro-alimenta al otro: un saber siempre supone relaciones de poder y el poder siempre produce un saber.

 

  Afirma M. Foucault: “El caso del Psicoanálisis es efectivamente interesante. Se estableció contra un cierto tipo de psiquiatría…, el Psicoanálisis ha jugado un papel liberador. Y en ciertos países (pienso en Brasil) el papel político positivo de denuncia de la complicidad entre los psiquiatras y el poder” (Microfísica del poder, M. Foucault, cap.6: “Poder-Cuerpo”, p.108). El filósofo habla de la “tiranía de los discursos globalizantes”, expresión con la que podemos calificar al DSM como instrumento de poder a partir de su discurso totalizante.

 

  La “genealogía” que propone el autor se apoya en la lucha contra los efectos de poder de un discurso considerado científico. Hacemos nuestra la pregunta de Foucault: ¿Qué tipo de saberes se quiere descalificar en el momento en que dicen: esto es una ciencia? El Psicoanálisis responde: el saber que porta el sujeto, ese saber no sabido, el saber inconsciente y el saber acerca del inconsciente.

 

  El acto de diagnosticar con una categoría codificada encubre la asunción de un poder sobre la persona de la que se trate, un poder montado en secretas fibras que desembocan en la condena social, en la pérdida de un bien o en el cercenamiento del derecho a un desarrollo pleno.

 

  Estas consecuencias nos ubican de frente a la faceta más obscura del poder: una relación de opresión de la que deriva una forma especial de exclusión que deja al sujeto encerrado afuera. Es allí que el acto “terapéutico” se convierte en acto violento y punitivo. En el libro Los crímenes de la paz Franco Basaglia acusa a la ideología científica psiquiátrica de manipuladora y controladora en el par diagnóstico-cura.

 

 

Conclusión

 

  El DSM es la configuración de un entramado inscripto en un juego de poder en el que los aspectos institucional, social,  académico, industrial-farmacológico y económico sostienen el eje de una ideología doctrinaria en el marco de un consenso cómplice y solapado.

 

  El poder médico llegado al actual siglo XXI no tiene reparos en develar sus paradigmas, que apuntan a dos cuestiones esenciales en la civilización: poder y dinero en pos de una conquista que no cesa. Ambos constituyen dos objetos del tener imaginario, objetos de colmo, objetos de goce, dos objetos por excelencia del esplendor fálico.

 

  A su vez, dos nociones se contraponen: una, es el falo el que goza, la felicidad es del falo; dos, el brillo fálico es un espejismo. Ninguna armonía es posible entre ambas. Sólo el Psicoanálisis supo revelar que la vida no es vivible sin el espejismo imaginario, pero también advierte que la vida “dentro” del espejo es imposible y define la muerte subjetiva.

 

 

Nota*: la imagen ha sido tomada de https://logueos.com/fotos/1356361793-pastillas3.jpg

 

 

Bibliografía

 

Basaglia, Franco: Los crímenes de la paz

Foucault, Michel: Microfísica del poder

                               Vigilar y castigar

Freud, Sigmund: “Lecciones introductorias al Psicoanálisis”. Parte III: Teoría general de las Neurosis. Lección XVI:

                              “Psicoanálisis y Psiquiatría”

Lacan, Jacques: Escritos 2: “La ciencia y la verdad”

                            Intervenciones y textos 1: “Psicoanálisis y Medicina

Nasio, Juan David: Los gritos del cuerpo. Psicosomática

Poe, Edgar Alan: Novelas y Poesías: “El doble asesinato de la calle Morgue”

Szasz, Thomas: Ideología y enfermedad mental

Autores no mencionados: Para terminar con la camisa de fuerza del DSM. Apunte de circulación interna (EPLa)

 


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