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El poder de la denuncia

11/02/2019- Por Ana Esther Krieger - Realizar Consulta

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Estamos asistiendo al fenómeno de la denuncia que aparece como una herramienta con reconocimiento público, en el marco de la desarticulación del pacto heterosexual que viene sosteniendo la lógica del patriarcado… Términos como parrhesía, mentira, retórica, ayudan a pensar –también desde Foucault–, las implicancias de la denuncia y el alcance de la sororidad en el lazo social y el sujeto, en pos de una verdad emparentada con la ética.

 

 

                    *

 

 

  Estamos asistiendo al fenómeno de la denuncia que aparece como una herramienta con reconocimiento público, en el marco de la desarticulación del pacto heterosexual que viene sosteniendo la lógica del patriarcado.

 

  La palabra denuncia se define como: “Dar parte a una autoridad jurídica o judicial de un daño o manifestar de manera pública el estado ilegal o de irregularidad de algo (en derecho). Documento en el que se notifica a la autoridad competente de la comisión de una transgresión o delito”.

 

  Desde lo etimológico denuncia remite a la idea de dar noticia a la autoridad, hacer saber, notificar, evidenciar, avisar. En especial el término evidenciar que se cita, es explicado como “probar o mostrar que una cosa es tan clara y manifiesta que no admite duda”.

 

 

Fragmento del relato de una denuncia

 

  Una historia como tantas:

 

“De pronto me vi sentada en la antesala de una comisaría. Antesala del infierno. La angustia y el sufrimiento me hacían pensar hasta en el pago de una deuda. ¿Qué estaré pagando? ¿Qué errores terribles cometí?

 

- ¿Señora?

- Vengo a hacer una denuncia.

El policía me miró sin pestañar. Cuántas veces habrá escuchado las mismas palabras. Un caso más de mujer golpeada. Seguramente pensó.

Un caso más para él. Para mí ‘el caso’, el único vivido en mi vida.

 

A mis 58 años  esta relación había resultado tan rara para mí, tan insondable. Nunca se termina de conocer  al ser humano, cuando crees que ‘te las sabes todas’, que tuviste suficiente experiencia para reconocer rápidamente cualquier situación nueva, te encuentras conque nada sabes, todo lo contrario, es como si retrocedieras en tu comprensión.

 

¿Cómo? ¿Acaso no había que tratar de conocer un hombre que quisiera formar una pareja? ¿Que tuviera un trabajo estable? ¿Que fuera mínimamente fiel? ¿Que además te pudiera ayudar económicamente?

 

Sí, ese era el hombre que yo había conocido. ¡Eureka! Coincidía en casi todo.

 

Lo que no aclaraba el ‘instructivo social’ es que era deseable que fuera afectuoso, que no descalificara permanentemente, que reconociera los esfuerzos y cualidades, que estimulara a la persona querida, que pudiera decirle algunas lindas palabras, que compartiera momentos de placer, que acompañara a la mujer elegida con respeto y consideración, que no reaccionara violentamente...que ... que ... que...

 

Después de recorrer en mi mente este catálogo de propiedades, miré al inmutable cabo:

- ¿Qué hago?

- Pase, al fondo a la izquierda.

Sentí que mi cuerpo se trasladaba como hipnotizado hacia el lugar señalado. Mi corazón dañado, dolido, estrujado, parecía que caminaba separado, corazón y cuerpo escindidos, así me sentía, partida en por lo menos dos pedazos.

 

-      Señora. ¿Fue con el puño o con la mano abierta?

 

La escena me invadió nuevamente. Nunca pensé que merecía vivir algo como aquello. Nunca nadie me explicó que dos personas que vivían juntas, que compartían el mismo techo por propia elección, podían odiarse tanto. Jamás había presenciado  algo así en el hogar de mis padres, nunca lo había vivido yo anteriormente. Sólo lo había visto en novelas y en algunas películas.

 

La violencia invisible se hacía visible a mis ojos con toda su crudeza. ¿Cuánto más iría a sufrir? Mientras que me defendía con uñas y dientes, arañaba, empujaba, gritaba ¡socorro!, sentía que me tapaban la boca, que me apretaban la nariz para que no pudiera respirar, pensé que mi identidad se veía en peligro. No era un sufrimiento corporal, era la integridad de mi yo.

 

Mientras que me juraba que si esto lo dejaba pasar no me llamaría más como me llamo, vino a mi memoria un libro que hacía poco había leído. La mujer y la violencia invisible un estudio sociológico sobre la mujer y la violencia. Había aprendido a distinguir entre el concepto de lo público y lo privado…”

 

 

  La denuncia busca entonces evidenciar públicamente (a voces), es decir, de alguna manera mostrar o dar visibilidad a un hecho que aparece tan claro que no admite duda.

 

 

Denuncia y verdad

 

La denuncia ‒desde este sentido de búsqueda de evidencias para mostrar la veridicción de un hecho‒ se enlaza con el concepto de parrhesía como práctica del decir veraz, desarrollado por Michel Foucault en sus clases y proporciona algunos elementos  esclarecedores.[1]

 

  La parrhesía era, en la Antigüedad, la práctica de decir la verdad “sin esconderla con nada”, bajo el riesgo del rechazo o la ira del interlocutor. Esta práctica la sitúa en “la prehistoria de algunas parejas célebres: el penitente y su confesor, el enfermo y el psiquiatra, el paciente y el psicoanalista”.

 

  Foucault llega a esta noción del hablar franco a partir de las relaciones entre sujeto y verdad. En la cultura antigua, el decir veraz sobre uno mismo fue una actividad con los otros, una actividad con un otro, una práctica de a dos.

 

  Pero, continúa Foucault, en su origen, la parrhesía es fundamentalmente una noción arraigada originariamente en la práctica política y en la problematización de la democracia, y derivada hacia la esfera de la ética personal y la constitución del sujeto moral. Puede emplearse con dos valores.

 

  Un valor peyorativo: consiste en decirlo todo en el sentido de decir cualquier cosa que pueda ser útil para la causa que se defiende. El parresiasta es el charlatán que no es capaz de ajustar su discurso a un principio de racionalidad o de verdad.

 

  En el libro VIII de La República se encuentra la descripción de la mala ciudad democrática. Una ciudad heterogénea, dislocada, dispersa entre intereses diferentes, pasiones diferentes, individuos que no se entienden. Esta mala ciudad democrática practica la parrhesía: todo el mundo puede decir cualquier cosa.

 

  Un valor positivo: consiste en decir la verdad sin disimulo, ni ornamento retórico que pueda enmascararla. La verdad sin ocultar, sin esconder nada.

La parrhesía, en su aspecto positivo, implica coraje. El parresiasta corre el riesgo de poner fin a la relación con el otro que, justamente, hizo posible su discurso. Hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice.

 

  El juego de la parrhesía se establece a partir de esa suerte de pacto. La parrhesía es el coraje de la verdad en quien habla y asume el riesgo, pero es también el coraje del interlocutor que acepta recibir como cierta, la verdad ofensiva.

 

 

El arte de la retórica y los fake news

 

  Foucault contrapone la parrhesía al arte de la retórica que se practicaba en la Antigüedad, como una técnica o procedimiento que permite al que habla decir algo que tal vez no sea lo que piensa, pero que podrá:  convencer, inducir conductas, establecer creencias.

 

  La retórica no implica ningún lazo del orden de la creencia entre quien habla y lo que éste enuncia. Desde este punto de vista, la retórica es exactamente lo contrario de la parrhesía. El rétor puede perfectamente ser un mentiroso eficaz que obliga a los otros. El parresiasta, al contrario, será el decidor valeroso de una verdad.

 

  “La parrhesía es una actitud, una manera de ser que se emparenta con la virtud, es una manera de hacer. Son procedimientos pero es también un rol, un rol útil, precioso, indispensable para la ciudad y los individuos”.

 

 

La sororidad como garantía

 

  La sororidad es el pacto entre mujeres que empodera la denuncia, desafiando en muchas oportunidades el pensamiento hegemónico de distintos sectores de poder de la sociedad. El concepto de sororidad viene a solucionar, no sabemos si del todo, la cuestión de creer en la denuncia.

 

 

Nota: el material desarrollado –en relación a la viñeta aquí expuesta–, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

          Imagen*: http://laotramiradasur.com.ar/2014/11/mujeres/

 

 

Bibliografía

 

Foucault, Michel: Curso “El coraje de la verdad – El gobierno de sí y de los otros II”. (Collège de France, 1983-84), Fondo de Cultura Económica, 2010. Clase del 1° de febrero de 1984, Primera hora.  (págs. 17-37)

 

 

 



[1] Foucault, M.: Curso “El coraje de la verdad – El gobierno de sí y de los otros II”. (Collège de France, 1983-84), Fondo de Cultura Económica, 2010. Clase del 1° de febrero de 1984, Primera hora. (págs. 17-37)

 


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