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Individuación e intersubjetividad: viviendo en la paradoja

01/04/2018- Por Irene Meler - Realizar Consulta

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Los movimientos sociales que se denominan “pro vida”, asignan a la vida potencial del embrión el mismo valor ético del que tiene la vida adulta de la mujer que lo porta… Esa falacia, cuando se instituye en una sociedad, promueve la perpetuación de modos de subjetivación femenina que no permiten el desarrollo del proceso de individuación… Sobran ejemplos en la humanidad de que estamos ante la autorización irrestricta de la violencia masculina, y la interdicción más radical de la violencia femenina, aunque esta se despliegue en el interior del propio cuerpo. Estos arreglos culturales constituyen verdaderos dispositivos de construcción de subjetividades femeninas esclavizadas…

 

 

 

   

 

 

 

  Las personas postmodernas hemos logrado el estatuto psíquico de individuos. Como lo planteó en su momento Winnicott (1972), la individuación ha sido un logro histórico, y no un dato esencial de la condición humana.

 

  Sin embargo, el androcentrismo imperante ha dificultado advertir que la figura del individuo autónomo fue construida sobre la base de la experiencia masculina. El varón adulto, sujeto social hegemónico, ha podido olvidar su período de dependencia y desvalimiento, para concebir una ilusión de autonomía personal.

 

  Una paleo historiadora española, Almudena Hernando (2012), considera que en la prehistoria humana, la movilidad y la obligada agrupación de los machos, cultivada con fines de la cacería, favoreció el desarrollo de la individuación, mientras que las hembras, más sedentarias, permanecieron por más tiempo con una mentalidad grupal, una identidad relacional.

 

  Ella sin embargo no idealiza el modelo masculino de subjetivación, ni lo considera como la cima del desarrollo humano, pese a que habilitó a los varones a dominar las sociedades conocidas. La identidad masculina individualizada es, según considera esta autora, una ilusión: nadie puede prescindir de la vinculación con la comunidad humana.

 

  Los varones habrían delegado en las mujeres el cuidado de los vínculos, que también necesitaban, pero a la vez, desvalorizaron esta aptitud vincular. La identidad de género masculina ha estado basada en la competitividad, la priorización de los propios deseos, el dominio de uno mismo, de las propias emociones y de los demás.

 

  El actual proceso de autonomización de las mujeres está dejando a los varones sin el recurso a depositar en ellas las cualidades relacionales, tan necesarias como devaluadas. Esto explicaría en parte, según piensa, el incremento de la violencia y los femicidios.

 

  En concordancia con Hernando, considero que, si bien un paso, tal vez inevitable, consista en cierta mimesis de las vanguardias femeninas con el modelo de subjetividad masculina, el camino hacia la paridad implica que ambos géneros se subjetiven mediante un adecuado balance entre el desarrollo de las cualidades relacionales, que implica el reconocimiento del valor de la vincularidad, y la individuación, que promueve la asertividad y una relativa autonomía.

 

  Aunque no suscribamos un paradigma biologista, conviene recordar que el cuerpo de muchas mujeres atraviesa por la experiencia del embarazo, momento en el cual cae la ilusión de la autonomía individual, ya que por un breve período, somos dos.

 

  Los movimientos sociales que se denominan “pro vida”, asignan a la vida potencial del embrión el mismo valor ético del que tiene la vida adulta de la mujer que lo porta y que lo nutre. Esa falacia, cuando se instituye en una sociedad, promueve la perpetuación de modos de subjetivación femenina que no permiten el desarrollo del proceso de individuación, que es necesario para el despliegue de un proyecto vital original, y de la asertividad requerida para sostenerlo.

 

  El ejemplo actual más representativo de esta tendencia autoritaria se encuentra en El Salvador, donde se ha condenado a mujeres que han tenido un aborto espontáneo sin advertirlo, a sentencias de prisión de hasta treinta años.

 

  Los regímenes autoritarios siempre han buscado promover subjetividades sometidas, y las luchas sociales se libran no sólo en las calles, sino en las conciencias. La situación de esta república centroamericana se percibe en toda su gravedad, cuando conocemos que muchos de estos embarazos son producto de violaciones, delitos sexuales perpetrados en contextos dominados por grupos mafiosos sumamente violentos.

 

  De modo que estamos ante la autorización irrestricta de la violencia masculina, y la interdicción más radical de la violencia femenina, aunque esta se despliegue en el interior del propio cuerpo. Estos arreglos culturales constituyen verdaderos dispositivos de construcción de subjetividades femeninas esclavizadas.

 

  Los dispositivos terapéuticos, mayormente hacen foco en la subjetividad individual, pero este recorte operativo no debe inducir a los trabajadores en salud mental a abordar el padecimiento humano sobre la base de paradigmas endogenistas e individualistas.

 

  El encuentro con los otros debe ser estudiado, y, tan importante como comprender los propios patrones de comportamiento, es conocer el modo en que se entablan vínculos, cómo se seleccionan de modo inconsciente los partenaires, y cuáles son los puntos ciegos que cada cual tiene en la vinculación con los objetos de amor.

 

  La democratización de las relaciones de pareja y de familia, es un requisito indispensable para promover la salud mental. Los terapeutas que desarrollamos nuestras prácticas mediante una visión de las subjetividades en contexto, no podemos permanecer al margen de una polémica cultural donde se juega el reconocimiento del derecho femenino más elemental, que consiste en la decisión sobre el propio cuerpo y la propia vida.

 

  Quienes asignan sacralidad a la vida potencial no estarán obligadas a interrumpir un embarazo no deseado, de mismo modo que aquellos que sostienen el carácter indisoluble del matrimonio no se han visto compelidos a protagonizar divorcios compulsivos.

 

  Se trata de garantizar este derecho humano básico, para dar un paso hacia la construcción colectiva de la equidad entre los géneros. Este es uno de los modos en que subjetividad y política se entrelazan, de modo inevitable, y en que la salud se promueve, no sólo a través de prácticas terapéuticas, sino también, mediante la participación ciudadana comprometida.

 

 

Bibliografía citada

 

Hernando, Almudena: (2013) La fantasía de la individualidad, Buenos Aires, Katz Editores

Winnicott, Donald: (1972) Realidad y juego, Barcelona, Gedisa.

 

 


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