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Londres: una violencia que no da respiro08/06/2017- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta
Atentados en Londres… Seres cuyo cuerpo no logró constituir una unidad y que, por ejemplo, sienten que el mismo se les hace transparente o se les despedaza cuando el Otro los mira. Pareciera ser que este principio de siglo nos encuentra en el pasaje de aquel narcisismo, que todavía conserva visos de humanidad, a la agresividad propia del cuerpo fragmentado, donde para lograr cierta satisfacción se hace menester despedazar al Otro. Es la agresividad en su punto más desnudo y radical…
Los recientes atentados en Londres conforman una escena tan demencial como inédita. Ya no se trata de un lobo solitario que arremete contra un grupo de gente ni de un señor que, cálculo mediante, pone una bomba en determinado lugar para provocar cierto y preciso daño. Aquí son varios transeúntes que, de manera imprevisible, irrumpen con el solo fin de matar repartiendo cuchillazos. No se trata de una banda contra otra banda en la calle. Ni de extranjeros que invaden una ciudad o país. Sino gente que, de pronto, mata y ataca gente. Cuerpos anónimos contra cuerpos anónimos. Una escena cuya bizarra composición atenta contra la posibilidad misma de sostener y componer una escena. Una violencia al acecho que no cesa de no cesar en su loca e inminente emergencia. Intentemos rastrear el rumbo de la expectativa angustiante que, desde el deterioro de la deuda simbólica con la que se constituye una comunidad humana hasta el nudo que conforma un cuerpo, llega a plasmarse en esta violencia que no da respiro.
Cuerpos sin deuda
Que la asfixiante amenaza de un ataque similar al de hace unos días encuentre un eco o semejanza en la decisión tomada por los Estados Unidos respecto de abandonar el acuerdo de París -limitante de la emisión de gases tóxicos- parece una hipótesis un tanto arriesgada. Tal impresión se disipa sin embargo cuando advertimos que ambos hechos bien podrían ser calificados como actos de intimidación terrorista. Si los primeros fueron y son cometidos por fanáticos religiosos, otro tanto le cabe a quien atenta contra el aire que respiramos con el argumento de que la contaminación es un cuento chino. Gente que mata gente. Cuerpos contra cuerpos. Cuerpos sin aire. Cuerpos sin deuda para con el planeta.
Al respecto, resulta llamativo que la compulsión a generar deuda inspiró la tesis de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es una religión asentada en la fe de que, en algún momento, el matrimonio entre la ciencia y el mercado proveerá los bienes para subsanar la burbuja financiera en que hoy descansa el mundo. Se trata de una tesis acorde con la ética protestante a partir de la cual Max Weber supo describir el capitalismo fordista, cuyo sólido afán encontraba en la familia pequeño burguesa el terreno apropiado para decir -tal como en la famosa serie de los ´60-: “Papá lo sabe todo”. Ahora bien, hoy que un presidente -elegido en elecciones libres y democráticas- cumple con una promesa electoral que amenaza la salud del planeta, se hace oportuno citar a quienes opinan -tal como el filósofo coreano Byung Chul Han-, que el capitalismo no constituye ninguna religión porque “toda religión maneja las categorías de deuda (culpa) y desendeudamiento (perdón). El capitalismo es solamente endeudador”[1]: su insensata deriva no respeta deuda alguna, ni siquiera con el orden natural que nos permite llenar los pulmones. (Hoy Papá se asemeja a Homero Simpson).
Cuando la angustia no es un cuento chino
La cuestión se vuelve inquietante por cuanto interroga el destino de la Angustia, eso que desborda la tramitación psíquica en este comienzo del siglo XXI. Esto es: si la deuda simbólica con el Padre -sea Dios, el planeta o lo que se quiera incluir allí- generaba la conciencia moral necesaria para inhibir los impulsos a cambio de localizar la angustia en un objeto- fuera-del-cuerpo (voz, mirada, pecho, heces), hoy que la gente se mata a sí misma -como en espejo- en una de las principales ciudades del mundo, pareciera que la Angustia cobra un carácter más afín con “el sentimiento que surge de esa sospecha que nos asalta de que nos reducimos a nuestro cuerpo”[2]. Luego: toda conexión con el semejante es puro cuento chino; esto es: el cuerpo desconectado de todo vínculo simbólico, sin deuda. Ni siquiera con el aire que nos alimenta. ¿Cuál es el tipo de violencia resultante de esta falta de reconocimiento con el Otro que nos constituye?
La violencia del cuerpo fragmentado
Desde los mortíferos enfrentamientos entre barrabravas del mismo equipo hasta las masacres provocadas por school killers, pasando por los lobos solitarios que atropellan gente o los últimos y desconcertantes episodios en Manchester y Londres, la modalidad que parece adoptar la violencia en este siglo desborda los cánones que permitían pensar el mundo y sus avatares. En su texto “La agresividad en psicoanálisis”[3], Lacan bascula entre dos dimensiones de la agresividad. Una a la que llama narcisista y otra para la cual, a medida que el texto progresa, queda simplemente el título de agresividad. La primera da cuenta del encono, violencia, agresión, que tiene el reconocimiento del Otro como premisa principal para conformar el propio cuerpo. Se trata de la misma estructura conceptual que llevó a pensadores como Heráclito a solicitar respeto y admiración por el enemigo. Yo estoy aquí porque él está ahí. Ambos nos necesitamos, aunque sea para hacer esta historia de guerra –pero historia al fin–, de la cual otros podrán sacar alguna conclusión. Por el contrario, la agresividad a secas remite a un estadio lógicamente anterior de la constitución subjetiva: el del cuerpo fragmentado. Nuestra subjetividad no viene dada desde el nacimiento, y se requiere un largo y delicado proceso para conformar ese cuerpo que tan naturalmente portamos. La psicosis es la mejor abogada de esta tesis: seres cuyo cuerpo no logró constituir una unidad y que, por ejemplo, sienten que el cuerpo se les hace transparente o se les despedaza cuando el Otro los mira. Pareciera ser que este principio de siglo nos encuentra en el pasaje de aquel narcisismo, que todavía conserva visos de humanidad, a la agresividad propia del cuerpo fragmentado, donde para lograr cierta satisfacción se hace menester despedazar al Otro. Es la agresividad en su punto más desnudo y radical. No es necesario abundar en ejemplos para advertir que nuestra vida cotidiana no está tan alejada de esta inquietante realidad carente de mediaciones y tramitaciones simbólicas. En efecto, condenar a la exclusión a decenas de miles de jóvenes con la frase: “estamos en este mundo para ser felices y ser amados”[4], habla del ahogo al que el marketing de la ceocracia somete a la palabra. Una violencia que no da respiro.
[1] Byung Chul Han, La agonía del Eros, Herder 2014, p. 22
[2] Jacques Lacan, “La Tercera” en Revista Lacniana N° 18, Buenos Aires, EOL, 2015, p. 27.
[3] Jacques Lacan, “La agresividad en psicoanálisis”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998.
[4] Frase proferida por Mauricio Macri en la reciente Expojoven de Buenos Aires
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