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Merlí: una versión moderna de “El Enmascarado de Wedekind”

01/03/2018- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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La serie “Merlí” se destaca por apuntar a la construcción del juicio íntimo de sus alumnos en sintonía con las vivencias, pasiones y deseos… ¿Qué fibra ha sabido interpretar esta serie como para que los adultos hayan encontrado un punto de identificación en este profesor que estimula a pensar sin dejar de sentir y experimentar lo que la vida tenga para ofrecer? Valga una escena que denota el espíritu de la saga y desenmascara el tramposo discurso propio del cínico: mofarse de los crédulos para luego afirmar que como no se logra el todo, nada vale la pena…

 

 

 

        

                                                     Francesc Orella

 

 

  Resulta llamativo el éxito cosechado por Merlí, la saga televisiva que describe el arte docente de un profesor de filosofía en una escuela secundaria de Barcelona. Merlí se destaca por apuntar a la construcción del juicio íntimo de sus alumnos en sintonía con las vivencias, pasiones y deseos que cada uno dispone.

 

  Así es como la historia según Benjamin, la dialéctica en Hegel, la mayéutica en Sócrates o la duda en Descartes se convierten en instrumentos para que esos chicos accedan al pensamiento crítico.

 

  Lejos se encuentra esta propuesta de cernirse a un nivel meramente intelectual. En su función de tutor Merlí pone el cuerpo: se acerca a la vida cotidiana de sus alumnos, sus problemas, angustias y encerronas. Si bien siempre mantiene su rol de profesor y adulto, no duda en dar sus opiniones si de posibilitar que un chico se haga cargo de los avatares propios del deseo se trata.

 

  Una posición subjetiva a la cual el propio Merlí con aciertos y errores no rehúye jamás: sea por la decisión con que elige disfrutar del sexo, sus peleas con las estructuras educativas, sus embrollos con su hijo adolescente o con su propia madre, este docente se toma en serio la responsabilidad que supone enfrentar el enigma de estar vivo.

 

  En este punto, Merlí se asemeja a un personaje de ficción que Lacan[1] aborda al tratar el tema de la adolescencia: El Enmascarado, personaje de la obra de Franz Wedekind El Despertar de la Primavera cuyo argumento gira en torno a un grupo de adolescentes que sobre las postrimerías del siglo XIX intentan abrirse paso entre las arbitrariedades, limitaciones y mezquindades del mundo adulto.

 

  La escena que por demás nos interesa transcurre durante el desenlace de la obra. Melchor –uno de los alumnos protagonistas– se dirige al cementerio a visitar las tumbas de sus compañeros Wendla y Mauricio. Una vez allí, aparece el fantasma del finado Mauricio con su cabeza bajo el brazo.

 

  Con afectación, el espectro extiende la mano a su amigo, al tiempo que pronuncia el tramposo discurso propio del cínico: mofarse de los crédulos para luego afirmar que como no se logra el todo, nada vale la pena. En ese instante decisivo aparece el Enmascarado, quien luego de denunciar la pérfida maniobra del muerto, aboga por confiar en la contingencia propia de la novedad, defiende la dignidad de quien sostiene un horizonte de vida y promete a Melchor la aventura de conocer el mundo y experimentar la existencia.

 

  Por fin, como si el decisivo papel que la identificación juega en el destino de un adolescente necesitara un testimonio contundente, Melchor exclama: “¡Adiós Mauricio! No sé dónde me lleva este hombre ¡Pero es un hombre!”[2]

 

  El Enmascarado es la metáfora encarnada de la imagen paterna, el mundo de significaciones que se expande cuando el sentido trabaja con el enigma como fiel aparcero. El Enmascarado es la significancia misma, ese “aspecto del signo que le permite entrar en el discurso y combinarse con otros signos”[3]; es la pérdida fecunda del referente, la puesta a distancia de la Cosa.

 

  El tratamiento que sólo la ficción habilita cuando el sujeto cede la fijación que lo enquista y acepta endeudarse con el significante. El enmascarado es el vacío que habilita las múltiples versiones del padre: el semblante por excelencia.

 

  Por lo pronto, vale preguntarse qué fibra íntima y delicada ha sabido interpretar esta serie como para que los adultos hayan encontrado un punto de identificación en este profesor que estimula a pensar sin dejar de sentir y experimentar lo que la vida tenga para ofrecer.

 

 



[1] Jacques Lacan, “El Despertar de la Primavera” en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.

[2] Frank Wedekind, El Despertar de la Primavera, Argentina, Quetzal, 1954, página 80.

[3] Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, página 127.


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