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Mundo Tinder: el desierto del amor

22/08/2017- Por Santiago Thompson - Realizar Consulta

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La aplicación promueve encuentros con ciertas carencias a nivel de la ficción del amor: muchas veces “sin historia”. Lo cual hace que el otro rápidamente pueda volverse ominoso. Este efecto de deshistorización del lazo es un verdadero talón de Aquiles en el mundo de los encuentros virtuales, y es generador de evitación y angustia: recordemos que Lacan definía en “La Tercera” a la angustia como la sensación de reducirse a un cuerpo… Está por verse si las “love apps” serán el modo de encuentro privilegiado de los nativos digitales.

 

 

 

   

 

 

  Tinder y aplicaciones similares nos proponen una oferta difícil de rechazar: el encuentro amoroso a un toque de distancia. Desde la comodidad de nuestro hogar, tirados en la cama. Calificado usualmente como “un catálogo” o “una góndola de personas” por sus detractores, es el lugar de encuentro privilegiado para los solitarios de las grandes ciudades. Las apps rescatan a los sujetos del anonimato de las polis. Anonimato en el que el otro puede volver a desaparecer sin dejar rastro. En un seminario que di en una ciudad del interior tuve que explicar de qué se trataba la app: allí se conocían todos y nadie necesita una aplicación.

 

  Los perfiles muchas veces, más que una presentación, son una descripción de penurias pasadas: “en pareja, no - rollos con tu ex, no - mentirosos, no - si no me vas a hablar, poné la X”. Los varones se muestran como teniendo: músculos, un auto, una moto, un velero u algún otro medio de transporte. A veces, prestado. Las fotos de viajes son un clásico, siendo la Torre de Eiffel el semblante fálico preferido por los argentinos. Especial atención merece la selfie en el baño, que ameritaría un desarrollo aparte. En todo caso, puntualicemos que ese conjunto de cinco fotos y –en ocasiones – un breve texto, es una interpretación del deseo del otro: se da a ver aquello que, se supone, hará mella en el partenaire anhelado. Una licenciada en comercio internacional me acerca su clasificación –no exhaustiva de los perfiles que observa:

 

“Pet lover: foto con la mascota, foto con algún sobrino o hijo, foto al aire libre. Viajero: foto de varios viajes, foto con su instrumento en alguna montaña. Banana: varón con foto en cuero, foto en traje, foto con amigos en boliche, foto con su auto o moto. El músico con su perfil de semi Dios en el escenario, que suele recurrir mucho a las fotos profesionales de los conciertos. El inseguro: foto con amigos en la cual no podes saber quién es ya que siempre se repiten al menos dos personas en todas las fotos. Fotos donde no se le ve la cara. Femme fatale: mucha selfie con escote, mucha foto en malla. Sexy poética: las mismas fotos que la categoría anterior pero con alguna frase de autoayuda en la biografía para demostrar cierto interés por la lectura o las frases de moda”.

 

  La aplicación promueve encuentros con ciertas carencias a nivel de la ficción del amor: muchas veces “sin historia”. Por lo que el otro rápidamente puede volverse ominoso. Este efecto de deshistorización del lazo es un verdadero talón de Aquiles en el mundo de los encuentros virtuales. Es generador de evitación y angustia: recordemos que Lacan definía en “La Tercera” a la angustia como la sensación de reducirse a un cuerpo. Las prevenciones que emergen en el consultorio ante una primera cita lo evidencian: ambos partenaires se sienten “a merced” de un desconocido. La escena se arma para las mujeres con algún sostén que permita la evasión: un encuentro (ficticio o no) con una amiga suele servir de coartada. A los varones no les están tan facilitadas tales evasiones –ni la postergación del encuentro sexual si la mujer toma la iniciativa en ese aspecto–. Lo que deriva en que las mayores dilaciones a la hora de concertar una cita vengan del lado de los varones.

 

  La fragilidad del lazo promueve también que cualquier movimiento que conmueva la escena, baste en ocasiones para que el posible encuentro se interrumpa: una frase fuera de lugar puede detonar la huida del otro. Una amiga me confía que,  cuando un varón le dice “Que lindas fotos” a poco de entablar una conversación, lo elimina. Otra no soporta las faltas de ortografía.

 

  La dinámica de la app hace que la mujer entre en contacto con el varón, no por el lado de un semblante de mostrarse como objeto de conquista y oponer resistencia sino a partir de un “Sí” inicial. Lo cual da lugar a otro fenómeno corriente: los varones no inician las conversaciones. A veces, nunca. “Los varones hacen match y no te hablan” es una queja usual en los consultorios. Mientras las mujeres sostienen una búsqueda más decidida del encuentro, es más frecuente en los varones utilizar la app para corroborar que gustan al otro sexo. “Me encanta juntar matches en Tinder” me confiesa un paciente de treinta años. En lugar de contabilizar “polvos”, muchos varones hoy acumulan matches.

 

  El cuerpo permanece ausente en el primer contacto, permitiendo en cierta medida avanzar sin riesgos. El salto al encuentro entre los cuerpos es el Rubicón del mundo Tinder. Algunos jamás lo cruzan. Los relatos de “chats eternos” son otra queja constante entre mis pacientes. “Nadie te invita un café” me contaba una mujer con ochenta matches y ninguna cita.

 

  El “amor descartable” es otro de los mitos populares respecto de la app. No es infrecuente que los encuentros se produzcan directamente en la casa de alguno de los partenaires. En la comunidad gay es directamente la práctica más usual. Se solía decir que “Tinder es para garchar”, o bien que era un refugio de marginales asociales. Hoy sin embargo no faltan quienes, incluso con una circulación social amplia, encuentran su partenaire en tales encuentros virtuales. Todos conocemos alguna familia surgida a partir de un encuentro en la app. Del “Tindergarchen” hemos pasado al “Hijo ‘e Tinder" usado como guiño en una publicidad. Está por verse si las love apps serán el modo de encuentro privilegiado de los nativos digitales.

 

  Por último, no hay que soslayar el dejo de tristeza acompaña el uso de la app. Sensación que se emparienta más con la soledad de las capitales que con Tinder. Dicho esto en una ciudad donde se construyen edificios enteros de monoambientes. Más de un perfil pide con un dejo de desesperación: “sacame de esta aplicación”. Una paciente me contaba que se instaló Tinder “para hablar con alguien”. La escritora Sabrina Haimovich publicó hace unos días en su muro de Facebook un poema que reza:

 

“Ya no quiero entrar más a Tinder
ni hacer matches nuevos
ni imaginar a través de las direcciones de sus miradas
como se van a frustrar
nuestros intentos
por conectar

ya no quiero más entrar a Tinder
ni imaginar a través de nuestras fotos
quien va a ser el primero
en dejar de hablar
en general soy yo
porque me duele
menos dejar
que ser dejada
porque ya me dejaron
claro"

 

  Tinder es vivido por muchos como un mal necesario en el desierto contemporáneo del amor. “Las redes sociales terminaron con la pareja” le dijo una paciente a la analista Leda Martyniuk. La oferta constante conspira contra la durabilidad de los lazos. Mi amiga Mel me cuenta que extraña los levantes de antaño: “ya nadie te encara en la calle. Me encantaría que alguien que me gusta me busque en la vida real”. Habiendo apps la casa no se responsabiliza por el uso del chamuyo.e responsabiliza por el uso del chamuyo.


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