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Mauricio Macri firmó un decreto por el cual el feriado del Día de la Bandera –que también conmemora el fallecimiento de su creador– se hace movible, es decir se corre de acuerdo a las supuestas conveniencias que precisa la industria del turismo.  Digo “supuestas”, porque hay ciudades cuyo atractivo pasa por la historia que albergan sus calles, sus monumentos y hasta la disposición del casco urbano en función de determinados hechos del pasado. Este es el caso de la ciudad de Rosario, sitio en que por primera vez fue izado nuestro pabellón nacional, en el mismo solar donde hoy se levanta el monumento a la Bandera. Walter Benjamin, maestro en el arte de leer una ciudad cual si fuera un texto que camina, no pierde oportunidad en señalar la importancia de las fechas en la conformación identitaria de una polis: se trata de un ejercicio de articulación entre el pasado con el presente que el paseante disfruta conforme se deja tomar por la historia que la ciudad ofrece a su ánimo  e imaginación. Así, las fechas proveen los cortes con que una urbe de cemento nutre de sentido sus días: esos imaginarios a partir de los cuales los cuerpos se reconocen como parte de un hábitat común. Para decirlo todo: que en Rosario un 20 de junio sea un día más es algo así como pretender que la toma de la Bastilla haya sido otro día que el 14 de julio. Es un ataque al alma de una ciudad. La empresa neoliberal gusta de pauperizar el legado simbólico de una nación con el argumento de aumentar la capacidad productiva. Bien, si alguien cree que sacrificar el legado histórico favorece la utilidad material, que se ponga a reflexionar. Lejos de procurar riqueza, el pavoroso vaciamiento simbólico que la empresa neoliberal -liderada por este gobierno- lleva a cabo tiene como objetivo la domesticación de las personas y el empobrecimiento de los imaginarios que nos otorgan consistencia como nación. Se trata de transformarnos en zombies. Nada más efectivo para aplastar la capacidad deseante de un pueblo que ningunear las fechas de los duelos, ésas que permiten reconocernos en “una soledad común”, como dice Jorge Alemán. De no otra cosa, trata esta medida que, junto con la movilidad del 24 de marzo, pretende socavar la memoria de una comunidad hablante.