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Sexo virtual

14/01/2017- Por Erika Rosas Martínez -

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La pantalla resulta ser un espejo en el que se pueden proyectar las más íntimas fantasías, y aunque se crea que los mensajes en los que se vierten estas fantasías y que se envían en palabras escritas, imágenes o voz son para un alter ego electrónico, en realidad se envían como para uno, ya que en esta forma de comunicación el cuerpo queda fuera, está ausente y de esta manera nos convertimos en una onda electrónica que sostiene un imaginario, que a la vez nos sostiene a nosotros mismos. El cibersexo se trata entonces de una pasión sin objeto, sin Otro que medie el goce, por lo que atenta contra el lazo, ese lazo que es símbolo de la falta… Así cuando el ciberespacio funciona como un suplemento de nosotros mismos nos puede librar de cargas innecesarias, pero también funciona como un agente que puede mediatizarnos, provocándonos un descentramiento radical en donde nos es imposible elegir sobre nuestro deseo…

 

 

 

 Escrito remitido por la corresponsal mexicana de elSigma Isela Segovia

 

 

En el curso de la modernización pasamos de la sociedad industrial a la sociedad de riesgo, en donde de una manera sistemática y paradójica se tratan de “manejar los riesgos y las inseguridades inducidas e introducidas por la propia modernización”[1].

 

Este manejo de riesgos ha alcanzado a las prácticas sexuales coitales, pues con la aparición del virus del sida y la amenaza de contraer otras enfermedades de transmisión sexual se comenzó a producir la desaparición del cuerpo en las relaciones deseantes.

 

En la actualidad no hay una exigencia de penetración real, sino más bien se exige abstenerse de las relaciones sexuales coitales o ser cuidadosos al tenerlas.

 

Nuestro cuerpo es cada vez más percibido como una amenaza, por lo que se han distinguido y fomentado las ventajas del cibersexo, como la búsqueda de ciertos compañeros sexuales sin el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual o embarazos, y además permite encontrar a otra persona para la práctica sexual en muy poco tiempo o de manera casi inmediata desde la comodidad del hogar.

 

Con estas nuevas particularidades y posibilidades que nos promete el internet es posible pensar que pudiéramos abandonarnos en los más extremosos placeres corporales, liberándonos de nuestros cuerpos reales, sin obstáculos, sin riesgos y sin faltas.

 

En el sexo virtual se beneficia el contacto sin contacto. El contacto sexual con otro “real” se pierde o se suspende frente a la descarga masturbatoria autoerótica, ya que el autoerotismo parece ser la forma menos riesgosa de obtener satisfacción sexual.

 

El cibersexo es entonces una variante moderna del onanismo, un goce en el que se prescinde del Otro, un goce idiota, un goce fuera del cuerpo, pues nos dice Lacan en la Tercera “que al hombre le guste tanto mirar su imagen, pues está bien, solo le queda decir así es”[2].

 

Y es que el programa o la pantalla de la computadora, resultan ser un espejo en el que se pueden proyectar las más íntimas fantasías, y aunque se crea que los mensajes en los que se vierten estas fantasías y que se envían en palabras escritas, imágenes o voz son para un alter ego electrónico, en realidad se envían como para uno, ya que en esta forma de comunicación el cuerpo queda fuera, está ausente y de esta manera nos convertimos en una onda electrónica que sostiene un imaginario, que a la vez nos sostiene a nosotros mismos.

 

El cibersexo se trata entonces de una pasión sin objeto, sin Otro que medie el goce, por lo que atenta contra el lazo, ese lazo que es símbolo de la falta.

 

El goce que nos depara el cibersexo es un goce fálico que surge “con respecto a lo imaginario, es decir, al goce del doble, de la imagen especular, del goce del cuerpo”[3] porque “hay algo para cada quien que se ama aún más que a su imagen”[4] y esto es gozarse.

Al evitar el encuentro con el Otro, evitamos recordar la falta, por ejemplo la imposibilidad de establecer intimidad con otra persona real.

Antes de proseguir hay que aclarar que cualquier actividad real se manifiesta como forma aparente de otro poder invisible, cuyo estatus es puramente virtual. El pene y su función penetrante son una forma aparente del falo que en sí mismo es sustituible, es decir que tiene una estructura virtual, por lo tanto lo que se haga en la realidad con el pene real será solo un eco del pene virtual, esta es la paradoja de la castración. Este pene real es la sombra de otro pene virtual, cuya existencia es puramente simbólica, es decir, el falo como significante.

 

Entonces el cibersexo, como las relaciones sexuales reales, es una manifestación de la estructura fantasmática del sexo, pues en el acto sexual real el cuerpo real del otro solo nos sirve como sostén para nuestras proyecciones fantasmáticas, y en el caso del cibersexo la pantalla de la computadora o el programa por el cual nos comunicamos con otro también sirve como sostén de nuestras proyecciones fantasmáticas. En otras palabras, el acto sexual en cualquiera de sus manifestaciones está incluido en la tesis de Lacan “No hay relación sexual”.

 

La computadora sustituye el cuerpo de la persona a la que me dirijo, por lo que el mensaje que envío rebota sobre mi propio cuerpo, recibiendo así mi propio mensaje, que además me confiesa una verdad, como lo explicaba Lacan en “La Tercera”: “cada quien recibe su mensaje en forma invertida… en eso consiste el pensamiento en que unas palabras introduzcan en el cuerpo algunas representaciones imbéciles, y ya está hecho el recado; ya tienen con eso lo imaginario, y que además nos suelta prenda”[5].

 

En el sexo virtual no hay cara a cara y eso tiene sus ventajas porque podemos expresar un lado reprimido de nosotros mismos y también podemos actuar las fantasías internas más íntimas, sin inhibiciones o vergüenzas. Estas fantasías se pueden hacer y se pueden actuar, sin necesidad de llevarlas a cabo realmente, porque en este espacio impersonal las inhibiciones o vergüenzas se encuentran suspendidas, lo que nos hace creer que todo es posible,  permitiéndonos la ilusión de potencia que no desfallece nunca y la obturación del sentimiento de falta.

 

Cuando la pantalla de la computadora o el programa operan como una pantalla de proyecciones fantasmáticas puedo derivar sobre ellos aspectos escindidos de mi yo, es decir puedo externalizar en la pantalla o en ese programa mis yoes múltiples que son lo que quisiera ser, son figuraciones de mi yo ideal. A falta de cuerpos no hay nada en medio más que yo mismo quien pueda decir lo que yo soy, por lo tanto puedo presentarme como una persona atrevida o experta en materia de sexo.

 

En el sexo del ciber espacio la pulsión deseante se encuentra en su estado más puro, ya que se estimula lo que aparentemente se quería reprimir, y de manera paradójica se expresa públicamente un lado reprimido de sí mismo.

 

A través de la realidad virtual puedo articular la verdad oculta de mis pulsaciones precisamente en la medida en que sé que solo estoy jugando o soy conciente de que eso que articulo no es del todo verdad, esta es otra forma de leer el aforismo de Lacan “La verdad tiene estructura de ficción”.

 

Cuando se chatea o se charla con alguien a través del ciberespacio, se juega a ser otro, se manifiesta una imagen errónea sí mismo, es decir hay un engaño imaginario y al mismo tiempo se muestra una verdad de sí mismo al adoptar juguetonamente una personalidad, esperando siempre que esta verdad sea tomada como una mentira, esto resulta en un engaño simbólico.

 

La realidad virtual permite la suspensión de las normas simbólicas que regulan la actividad en la vida real, de tal manera que me puedo permitir manifestar y aceptar mis fantasías en la medida en que sé que sólo juego.

 

Así en el sexo del ciberespacio cualquiera puede mostrarse aventurado y experto en el sexo y hacer atentas promesas sobre los favores sexuales que se pueden facilitar a otra persona, sin necesidad de actuarlos en la realidad y así evitar la ansiedad relativa de esta actividad fantasiosa en la vida real.

 

Hay una oscilación entre la identificación simbólica e imaginaria, provocando que lo que falte sea realmente “en cierto sentido la falta misma, es decir el vacío que explica la dimensión constitutiva de la subjetividad”[6]. Esta falta produce un descentramiento del sujeto, pues este deslizamiento de una identificación yoica a otra, no permite la sensación de vacío en el sujeto, ni la identificación como tal, es decir, este deslizamiento nos lleva a confundirnos con respecto a donde esta nuestra verdadera clave, en nuestro yo real o en nuestra mascara externa, y es que es posible que esa máscara simbólica sea más real que nuestro rostro verdadero tras ella.

 

El programa de computadora puede funcionar como alter ego, un remplazo o suplemento del sujeto, ya que funciona como una extensión que actúa por él y por otro lado puede actuar sobre él y controlarlo provocando su descentramiento o que funja como un medio de identificación vacío.

 

Así cuando el ciberespacio funciona como un suplemento de nosotros mismos nos puede librar de cargas innecesarias, pero también funciona como un agente que puede mediatizarnos, provocándonos un descentramiento radical en donde nos es imposible elegir sobre nuestro deseo.

 

En este intento de que la satisfacción no pase por el encuentro con el Otro, con la falta, con la castración. Los medios nos bombardean exigiéndonos que elijamos sobre nuestro deseo y cuando esta elección recae sobre nosotros desaparece de manera efectiva, ya que estamos dominados por nuestro inconsciente de tal forma que esta decisión es reemplazada por una mera semblanza, pues sin la castración, sin el Otro, sin la falta, nuestra elección es confinada a el campo del libre albedrío, en el que todo podría ser posible y con este exceso de opciones infinitas paradójicamente la posibilidad de elegir se ve limitada, ya que se produce una decadencia de la función del Amo que expone al sujeto a la confusión radical de su deseo, porque con este declive de la relación Amo-Significante la decisión sobre nuestro deseo recae sobre nosotros, como si en realidad supiéramos lo que deseamos.

 

El sexo de la virtualidad está al servicio del deseo donde falta la piel, el olor y el sabor, que no siempre son agradables en la realidad.

 

Este encuentro del placer con un contacto virtual y fatasmático con otros usuarios de la red nos deja protegidos de cualquier posible contaminación viral, bacteriana y/o afectiva humana, pues nos garantiza un sexo limpio, sin contagios, sin secreciones molestas, pero sobre todo sin compromisos. Además no hay angustias de soledad o abandono o bien con un solo cliqueo podemos tener esa sensación omnipotente de poder decidir si quedarnos o irnos cuando lo deseemos.

Sin embargo, esta nueva forma de realización del deseo no solo nos colma de satisfacciones, sino obviamente también de frustraciones, porque aunque el sexo virtual nos prometa una liberación de los enredos del amor, hallamos no obstante una fiel atadura, ya que aparte de la solicitud sexual se agregan otros complementos, como el desborde de la imaginación, habilidades seductoras que estén el orden de la ilusión y conductas de excitación sin consumación con un objeto concreto inalcanzable, y en ocasiones estimulantes que se añaden a su práctica, que provocan una dependencia del objeto sexual. Pero estos complementos o agregados no serán suficientes con el tiempo y se demandará otra cosa que no es precisamente la presencia del amor, sino la presencia del goce en el lugar del Otro como lugar del significante para que el sujeto se precipite y anticipe como deseante o, dicho de otra forma, la presencia de Otro es importante pues este se presta como semblante de objeto para que el sujeto aborde su deseo y la realización de este, y en esta operación se produce un $ deseante.

 

Tal vez parezca que no hay angustia, sin embargo Lacan nos dice que “el tiempo de la angustia no está ausente, en la constitución del deseo, aunque ese tiempo esté elidido, aunque no sea perceptible en lo concreto”[7] es esencial, ya que en la angustia el sujeto se ve oprimido, concernido, interesado, en lo más íntimo de sí mismo, y si el sujeto la rehúye es porque en lo real la angustia apunta a su división que esta respecto a Otro, ese Otro que permite su realización como un $ deseante y por ello en cualquier momento será necesaria la presencia de ese Otro.

 

El cibersexo no es suficientemente espectral y aunque la presencia real del Otro lo es inherentemente, en el cibersexo el otro se presenta descarnado y omnipenetrante y esa falta de carne nos hace elevar su entidad espectral, pero si nos encontráramos con esa persona con la que mantenemos sexo virtual en la vida real perdería su calidad espectral, pues sería como cualquier otra persona con fallas, con olores y secreciones.

 

Y aunque pareciera que el cibersexo rechaza la cercanía real del Otro y aboga por la soledad como único modo de relacionarse con el objeto amado, también involucra la nulificación del objeto de la vida real, obteniendo así energía erótica de esta nulificación, ya que se evita el encuentro con la pareja del cibersexo para evitar el regreso a la realidad y mantenernos en la fantasía, fantasía que es externalizada en un espacio público haciendo de esta intimidad algo muy socializado.

 

La violencia del cibersexo no está en la publicación con contenido violento de nuestras fantasías más íntimas en un espacio público, sino que la violencia está en que en realidad no ocurre nada en nuestro cuerpo quedando al descubierto el trasfondo fantasmático de nuestro ser.

 

Para no quedar vulnerables a quedarnos confinados a ese goce vuelto sobre nosotros mismos, será necesario dejar de suponer ese goce sexual absoluto que nos depara el cibersexo y abrirnos a la posibilidad del contacto con el cuerpo del otro y atravesar las dichas y desdichas de la vida en una relación que nos provea de placeres y dolores.

Concluyo con la siguiente cita de Slavoj Žižek que resume lo planteado hasta ahora:

 

“En el mercado actual encontramos toda una serie de productos libres de sus propiedades perjudiciales: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol… Y la lista es larga: ¿no podríamos considerar el sexo virtual como sexo sin sexo… la guerra sin bajas… como guerra sin guerra… la política como el arte de la administración experta como política sin política, hasta llegar al multiculturalismo liberal y tolerante de hoy en día como experiencia del Otro sin su Otredad (el otro idealizado que baila bailables fascinantes y tiene una visión ecológica y holística de la realidad, mientras que costumbres como la de pegar a las mujeres las dejamos a un lado”[8]

 

 

Bibliografía

 

Lacan J. Intervenciones y textos 2. “La tercera”. Manantial: Buenos Aires, 2007.

Lacan J. El Sinthome, Seminario 23. Del nudo como soporte del sujeto. Clase de 16 de Diciembre de 1975. Paidós: Buenos Aires, 2008. 

Lacan J. La angustia, Seminario 10. “Aforismos sobre el amor”. Clase del 13 de Marzo de 1963. Paidós: Buenos Aires, 2009.

Slavoj Žižek. El acoso de las fantasías. Siglo XXI: México, 2011.

Slavoj Žižek. Bienvenidos al desierto de lo real. Traducción de Cristina Vega Solís. Akal: Madrid, 2005.

Bauman Zigmund. Ética posmoderna. Siglo XXI: México, 2005.

 

 

 

 

 

 



[1] Ulrich Beck (1998). La sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós; en Bauman Zigmund. “Ética posmoderna”. Siglo XXI: México, 2005.

[2] Lacan J. Intervenciones y textos 2. “La tercera”. Manantial: Buenos Aires, 2007. p. 92.

[3] Lacan J. El Sinthome, Seminario 23. “Del nudo como soporte del sujeto”. Clase de 16 de Diciembre de 1975. Paidós: Buenos Aires, 2008.  p. 55

[4] Lacan J. “Intervenciones y textos 2”. La tercera. Manantial: Buenos Aires, 2007. p. 92.

[5] Lacan J. (2007).  Ibid. p, 77-78.

[6] Slavoj Žižek. El acoso de las fantasías. Siglo XXI: México, 2011.

[7] Lacan J. La angustia, Seminario 10. “Aforismos sobre el amor”. Clase del 13 de Marzo de 1963. Paidós: Buenos Aires, 2009. p. 190.

[8] Slavoj Žižek. Bienvenidos al desierto de lo real. Traducción de Cristina Vega Solís. Akal: Madrid, 2005. p. 15.


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