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Sobre la x en los DNI no binaries (del álgebra de Boole al malentendido que anima la política)29/07/2021- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta
A propósito de los documentos no binarios, decisión que acarrea importantes consecuencias políticas: si en la sexualidad se refugia lo más íntimo y traumático del sujeto, cuesta imaginar una sociedad donde prime el respeto y al mismo tiempo la indiferencia respecto de la singularidad del semejante. Tal Ideal sólo sería posible al costo de eliminar lo más propio y conflictivo de una persona. Todo lo personal es político. La intimidad del sujeto habita en un pliegue de lo público, jamás escindida de la problemática que agita a una comunidad hablante.
Presentación del decreto + Foto ilustración Shutterstock
Pocos días atrás el presidente de la Nación firmó un decreto -enmarcado en la ley de identidad de género-que otorga a las personas no identificadas con la condición de hombre o de mujer la posibilidad de inscribirse en su documento nacional de identidad con una x, esa misma letra que el álgebra de Boole popularizó para designar aquello que encierra una incógnita por descubrir. Desde ya, saludamos la voluntad de sacudir la estereotipia de un régimen binario cuyo anacronismo excluye de reconocimiento legal a muchos ciudadanos.
Sin embargo, una frase del presidente –con seguridad formulada con el ánimo de aventar prejuicios– nos advierte respecto de ciertas apropiaciones que conspiran contra los objetivos políticos de la iniciativa: “El ideal va a ser cuando todos y todas seamos todes y a nadie le importe el sexo de la gente”[1].
Por lo pronto, si en la sexualidad se refugia lo más íntimo y traumático del sujeto, cuesta imaginar una sociedad donde prime el respeto y al mismo tiempo la indiferencia respecto de la singularidad del semejante. Tal Ideal sólo sería posible al costo de eliminar lo más propio y conflictivo de una persona.
Si es cierto que todo lo personal es político, en el malentendido que distingue a una comunidad hablante habita el deseo. De hecho, en una sociedad sin conflicto no hay vida política alguna (esa “democracia” que Macri pretende hacer funcionar con un botón es el tecnofeudalismo[2] propio del empuje neoliberal)
De la x al Uno del goce
La cuestión se hace oportuna para interrogar, desde el punto de vista que brinda el psicoanálisis, lo que reúne y separa a la condición de gay; lesbiana; hombre; fluido; mujer; queer y demás semblantes adoptados por las personas para tomar posición respecto de su sexualidad.
Nuestra hipótesis de partida es que, en lo que al sexo respecta, lo común a todo ser hablante es, precisamente, una x que determina el goce singular de un sujeto.
Al respecto, dice Lacan:
“en la medida en que ese goce es privilegiado se ordena toda la experiencia analítica (…) propongo que sea ella la que vincule la función del ‘Uno’ [dado que] en la medida en que algo designado en Boole por una x (…) se precipita como significante (…) el mismo será obstáculo para que jamás se escriba lo que llamo la relación sexual”.
En otros términos, esta x que une y separa –esta falla esencial– es la condición por la cual una comunidad hablante cobra sentido al hacer de esa incógnita una historia humana.
De allí su conclusión según la cual “el sentido no es sexual sino porque el sentido sustituye justamente a lo sexual que falta. Todo lo que implica su empleo analítico del comportamiento humano es lo que eso supone no que el sentido refleje lo sexual sino que lo suple”. (clase del 11 de junio de 1974, inédito, los corchetes son nuestros)
Desde este punto de vista, a partir de esta falla o carencia que distingue a todo ser hablante, el sentido está llamado a construir los diferentes semblantes con que un sujeto, para bien o mal, conforma un cuerpo con que orientarse en el mundo. De hecho, la actual proliferación de semblantes no hace más que testimoniar la No relación Sexual más arriba citada.
El énfasis en el Ser
Ahora bien, cierto énfasis en la cuestión identitaria (en el Ser) opera para suturar ese no saber en la que el sujeto refugia su más entrañable intimidad. Cuestión que redunda en nuevas modalidades de segregación, sea mediante el expediente del rechazo o el de la indiferencia.
Para el primer caso, allí están los escraches, la cultura de la cancelación y, en algunos casos, las feroces disputas entre colectivos cuyos respectivos discursos –si bien comparten su disidencia respecto del orden patriarcal–, no aceptan la diferencia que distingue al Otro.
Para el segundo, vaya como ejemplo lo sucedido durante el mismísimo acto celebrado en el Museo del Bicentenario, cuando una de las personas que recibió de manos del presidente su DNI no binario, hizo una pública protesta al gritar la frase inscripta en su remera: “no somos una x”).
Se trata de que el ser hablante se distingue por ser un sujeto dividido. Esto es: la singularidad es lo que nos hace diferente de nosotros mismos. Decir Yo, ya supone ocultar algo. Esto significa que nadie es del todo lesbiana, queer, fluído, gay, hombre o mujer, etc.
De no otra cosa trata la bisexualidad que Freud elevó a una condición estructural a fines del siglo XIX. Desde este punto de vista, la x es ese resto que ningún significante logra abarcar porque el sexo es el lugar donde fracasa el lenguaje. No por nada Lacan decía: “En el psiquismo no hay nada que permita al sujeto situarse como ser macho o ser hembra” (1964, p. 212)
Toda la cuestión radica en el estatuto de esa x ¿Se trata de una mera dimensión simbólica imaginaria o más bien reside allí una condición erótica unaria e indescifrable que, por hincar sus raíces en el cuerpo, determina el goce de un sujeto más allá de su voluntad conciente?
Consecuencias políticas
La cuestión acarrea importantes y decisivas consecuencias políticas. Por ejemplo, para diferenciarse de la posición histórico constructivista de Judith Butler –para quien el sexo es una construcción del lenguaje que se hace y se deshace–, la filósofa feminista Joan Copjec señala:
“En la medida en que el sujeto está en el lenguaje y sin embargo es más que el lenguaje, el sujeto es una causa de la que ningún significante puede dar cuenta. No porque trasciende el significante, sino porque lo habita como límite. Este sujeto, radicalmente incognoscible, radicalmente incalculable, es la única garantía que tenemos contra el racismo. Una garantía de la que hacemos caso omiso cada vez que desdeñamos la no transparencia del sujeto respecto del significante, cada vez que hacemos coincidir al sujeto con el significante, y no con su falla”. (Copjec, 2006, p. 30).
En este punto radica la opción que oscila entre propiciar una comunidad, jamás Ideal, pero sí menos tonta y cruel, y el empuje individualista que sutura el hueco donde habita el sujeto.
La sexualidad de una persona alberga sus aspectos más traumáticos, lo que signa su deseo y el goce alojado en un cuerpo que habla. El sexo está en la enunciación de ese decir que, por intentar cernir un imposible, determinan la singularidad de un sujeto. No por nada, Joan Copjec agrega:
“Al eliminar este impasse radical del deseo, El género en disputa [Butler], en todo cuanto dice acerca del sexo, elimina el sexo mismo” (p. 33, los corchetes son nuestros)
A manera de breve conclusión
Nuestro actual gobierno se nutre de una filosofía que otorga dignidad a la singularidad de las personas. Debemos velar para que este esfuerzo no sea cooptado por perspectivas que –a veces con buenas intenciones– terminan reforzando la pauperización simbólica y el individualismo al que empuja el mandato neoliberal.
Es necesario poner en discusión algunos supuestos teóricos. Por lo pronto, dado que en el malentendido habita el conflicto que otorga vida y sentido a una comunidad, el Estado –lejos de desentenderse– debe interesarse por el sexo de los ciudadanos con el fin de garantizar derechos y proteger a los más vulnerables (hoy son las posturas disidentes respecto del patriarcado, mañana pueden ser otros).
Si es cierto que todo lo personal es político, arrojar la sexualidad al ámbito de lo privado es el ariete que el neoliberalismo emplea para escindir el interés del sujeto de la cosa pública y así vaciar la política de todo sentido y pasión.
La intimidad del sujeto habita en un pliegue de lo público, jamás escindida de la problemática que agita a una comunidad hablante. Los cuerpos hablantes logran un encuentro singular gracias al tono personal que adquieren ciertas palabras comunes en una escena sexual que, nunca, deja de ser política.
Bibliografía:
Lacan, J (1964) El Seminario: Libro 11: “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1974-1975) El Seminario: Libro 21 “Los no incautos yerran”, inédito.
Butler (1990) El género en disputa, Buenos Aires, Paidós.
Copjec (2006). El Sexo y la eutanasia de la razón, Buenos Aires, Paidós.
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