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¿Tratamientos de la catástrofe? El perito contable, el canalla y el adivino

25/08/2020- Por Carlos Gutiérrez y Sebastián Piasek - Realizar Consulta

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Proponemos pensar tres variantes de una verdad que no da la medida. Tres variantes que giran en torno a un tratamiento del dato: porque lo entroniza (y suprime el entramado narrativo); porque lo niega o manipula (como manipula a quien se dirige); porque lo desdeña (y lo reemplaza por lo que ya sabía). Medir la peste, manipularla o desconocerla no parece que permitan lidiar con ella. ¿Cómo propiciar entonces un pasaje posible a otra vía que no sea la contabilidad, la canallada o la infatuación intelectual? Son tres lógicas discursivas que ofrecen la espalda a la potencia y al alcance de un punto insoslayable para comprender la magnitud de la peste: el testimonio. ¿De qué trata la potencia y los alcances del testimonio? La pandemia como catástrofe global que todo lo abarca e inunda los medios de comunicación, exige un tratamiento discursivo que logre una inscripción simbólica aún vacante.

 

                             

 

                            Fábula de La Fontaine, ilustrada por Gustave Doré* 

 

 

 

 

“Mientras menos sepa uno sobre el pasado y el presente, tanto más incierto será el juicio que pronuncie sobre el porvenir”.

 

                                                  Sigmund Freud

 

 

Introducción

 

  La pandemia como catástrofe global que todo lo abarca e inunda los medios de comunicación, exige un tratamiento discursivo que logre una inscripción simbólica aún vacante. Ante la propagación viral, la impotencia de las coordenadas que ordenaban nuestra sociedad toma por completo la escena. Previsiblemente, el desconcierto y la incertidumbre se anudan y reclaman una palabra que articule la amenaza en un terreno que logre disipar el desamparo. Es allí donde concurren múltiples voces que pugnan por nominar este estado de cosas

 

  Si la catástrofe es, discursivamente, experiencia de una nominación (Lewkowicz, 2004, 154) o si, como el psicoanálisis plantea, la realidad se funda en el orden simbólico, en un entramado ficcional, nos interesa en esta ocasión extraer, de aquellas voces que operan ante el progreso de la pandemia, tres modos discursivos con un denominador común: el desentendimiento absoluto respecto de una verdad (que sólo puede ser construida ficcionalmente). En estas operaciones, ella queda elidida –sino acaso rehuida–. Su consecuencia es la saturación del lugar de la verdad por la impostura de diverso cuño.

 

  Aislaremos aquí tres formas discursivas que podemos adelantar, nombrándolas como la contabilidad estadística, la canallada (tal como Lacan designa a una operación lenguajera) y la infatuación del saber.

 

 

La descripción estadística

 

  Acaso la más evidente de las estrategias mencionadas sea la descripción estadística que desborda los diarios y las pantallas desde que la irrupción de la Covid19 tomó relevancia global. Entre la infinidad de datos y recomendaciones preventivas se mezclan diversas fuentes, muchas de ellas sin ningún soporte confiable. Precisamente, la multiplicación de datos falsos e información errónea ha llevado a que la OMS (Organización Mundial de la Salud) recurriera al neologismo infodemia.

 

  Este término designa a la falsa información como una epidemia dentro de la pandemia. Pero no sólo la información falsa juega un papel para incrementar el miedo sino también los giros discursivos al estilo de “sospechoso de haber contraído el virus” producen una estigmatización que sólo consigue un distanciamiento vecino a la segregación. De este modo la OMS pone alertas acerca de un tratamiento de la noticia que busca la espectacularidad tras el incremento de la audiencia. El espectáculo de la amenaza tiende a generar problemas de salud en la población que, repetimos, se suman a los conflictos existentes por la pandemia misma.

 

  Pero aún hay otro problema en este tratamiento discursivo de la pandemia. Esa forma específica de periodismo que construye realidad a través de los datos ordenados de modo estadístico comporta un modo sesgado que es necesario describir. La profusión de gráficos comparativos, en los que se mezclan columnas, curvas y otras formas de presentación de datos, suelen ser ofrecidos sin un orden explicativo genuino que, entonces, no puede hacer con la catástrofe sino a través de la contabilidad.

 

  Este modo de ceñir lo que arroja la pandemia se apoya en el prestigio de la ciencia para construir así un modo narrativo sin narración. En efecto, si la narración de una catástrofe se sostiene también en las cifras (un millón y medio de armenios asesinados, seis millones de judíos exterminados, treinta mil desaparecidos) es porque esa narración ha anudado las dos acepciones del verbo contar: la contabilidad y el relato. Y ese nudo surgió de incluir la cifra como parte del relato.

 

  Precisamente allí reside la intención de las prácticas negacionistas que atacan siempre las cifras redondas con las que las catástrofes se cuentan. Un falso prurito contabilista sirve como cobertura de seriedad y rigurosidad para esconder la intención de horadar la historia y construir una historiografía aviesa y falsa.

 

  En esa reducción de la verdad a un abanico de cifras, una de las acepciones del verbo contar se cancela. En la versión de los peritos contables del contagio, la verdad de la pandemia se reduce a una descripción cuantitativa donde toma autoridad el dato duro (cuando no el dato falso). De este modo, la contabilidad de la muerte gana la escena y construye una fascinación de horror medusante que atemoriza, inhibe, recluye.

 

 

La canallada

 

  Jacques Lacan define la canallada a partir del hecho de “… querer ser el Otro (…) de alguien, allí donde se dibujan las figuras que captarán su deseo” (Lacan, 1969-1970, p. 64). El canalla, aquel que se posiciona como autor de la ley, como Otro del Otro, dibuja con su operación una farsa, a través de la cual sitúa al sujeto –con gran eficacia en los tiempos que corren–como objeto del engaño que ha construido.

 

  El canalla es aquel que, porque sabe que el Otro no existe, se dispone a ocupar su lugar declarando una determinada verdad luego de montar un semblante eficaz para el fraude; su texto puede incluso ser secundario, siempre y cuando se trate de un enunciado consistente que lo torne valedero.

 

  Además de su destreza para la captura de los deseos, lo que torna eficaz el engaño de esta maniobra discursiva reside en fijar un límite entre lo verdadero y lo falso presentándolo como verdad irrefutable (cuando se trata de efectos de lenguaje, siempre atados al lugar desde el cual algo se enuncia):

 

  “No es la ‘mentira’ de decir que Saddam tiene armas químicas lo que hace de Bush un mentiroso (…) sino el hecho de que la invasión a Irak se haga en nombre de la democracia, así como antes se intervino en Kosovo por razones humanitarias, o se procedió al genocidio de todo un continente en nombre de la civilización. En todos esos casos, se partió de una perversión del lenguaje, de la mentira de que hay ‘acuerdo’ sobre las palabras, cuando la Palabra es el espacio del ‘desacuerdo’ por excelencia” (Grüner, 2008, p. 61).

 

  Es esta operación la que puede vislumbrarse detrás del intenso debate sobre el aparente conflicto entre la salud y la economía en la coyuntura pandémica. Se trata allí de una torsión discursiva que desoye la imposibilidad de separar un elemento del otro: como demuestra la experiencia de diversos países, privilegiar los intereses de poderosos sectores de la economía contribuyó de manera decisiva al salto catastrófico de la pandemia con retorno de boomerang sobre la economía.

 

  Por poner un ejemplo claro, el peso del turismo en la economía europea demoró de manera negligente el cierre necesario del tránsito entre los países. La expansión del virus, entonces, no tuvo fronteras y la salud de la población se derrumbó junto al turismo.

 

  Esta defensa de los intereses sectoriales sobre la salud tuvo respuestas de diversa índole en distintos países, muy severa en algunos de ellos o en ciertas regiones de un país. El caso de la ciudad de Bérgamo en el norte de Italia es paradigmático. Los poderosos industriales de esa ciudad obstaculizaron las medidas de aislamiento para mantener a sus obreros en las fábricas cuando otras ciudades vecinas, aunque tardíamente, ya habían decidido esas medidas. El desastre mayúsculo producido allí es el resultado de esa orientación. El interés inmediatista del lucro ha sido sin dudas un factor decisivo para el resultado.

 

  Ahora bien, lo que interesa aquí es situar la operación discursiva en torno a ello. Destaquemos uno de los modos elegidos para provocar esta torsión: se aprovecha incluso el nexo entre salud y economía para invertir los términos y señalar que el deterioro económico tiene consecuencias sociales (de salud incluso) que habría que preservar. Lo que ese argumento esconde es que el punto de mira de quien lo esgrime es siempre la “economía” (en verdad, el lucro). Lo que sigue a ello como argumentación es sólo el enunciado que se acomoda aviesamente al punto al punto de partida escondido.

 

  En Argentina esta discusión está en proceso y produjo un profuso debate a partir de una pregunta realizada por la periodista Silvia Mercado al presidente de la Nación a quien pedía una respuesta por la angustia provocada por el encierro hogareño del aislamiento obligatorio[1].

 

  Aunque en la pregunta era evidente el interés de la periodista en sostener la línea editorial de su medio, la sofisticación consistía en que no presentaba un argumento abierto, sino que invertía severamente los términos presentando una situación artificial y engañosa: si el encierro producía angustia, el problema pasaba a ser el encierro y no la pandemia.

 

  El aislamiento es uno de los pocos recursos preventivos disponibles. Esa medida, aunque rudimentaria y de origen medieval, es la mejor solución conocida frente al avance de la amenaza viral. Pero la pregunta desplazaba a la pandemia como amenaza y situaba al aislamiento como problema. Por cierto, las eventuales consecuencias psicológicas producidas por el encierro son, entre otras mucho mayores, una derivación de lo que la pandemia ha hecho a la población. Pero –precisamente allí está el engaño– la periodista expresaba su preocupación por la salud de la población cuando en verdad operaba en la dirección contraria.

 

  Es decir, mostraba algunos señuelos como un imán para capturar al verdadero destinatario de su pregunta, el ciudadano común (el deseo de cada quien de retomar su vida sin restricciones). Con esas figuras de la preocupación por “la gente”, expropia los deseos de vivir de cada uno poniéndolos al servicio de lo que escamotea: el lugar desde donde formula su maniobra.

 

  Pero aún hay más. Veamos: al preguntarle al gobernante qué tiene él para decirle a los ciudadanos por la angustia que el encierro provoca, lo pone en situación de dar explicaciones por la decisión tomada. Le atribuye así una deuda: les debe una explicación a quienes ha perjudicado con sus medidas.

 

  Los términos se han trastocado gravemente y el problema ya no es la pandemia sino el aislamiento; la angustia no proviene de la amenaza viral sino de la defensa ante ella; finalmente, si la solución es la que provoca daño, el agente nocivo no es el virus sino quien ha decidido las medias de cuidado. La malversación se ha consumado y el teatro del engaño quedó instalado.[2]

 

  El éxito de este fraude incluyó a muchos colegas del ámbito psi que han caído en la celada. Se esforzaron ante la prensa para hablar de la angustia ante el encierro cuando eran ellos quienes quedaban encerrados en la trampa. En algunos casos –hubiera resultado gracioso si no se tratara de algo tan delicado–ciertos colegas se apoyaron en una sentencia de Lacan: la angustia es el único afecto que no engaña. Curiosamente invocaban esa noción en el momento en que se dejaban engañar por la “angustia” de Mercado: una falsa angustia mercantil que monta un fraude de canalla. Son las curiosas paradojas que acarrea la sordera.

 

  La lógica del mercado es el paradigma de la canallada contemporánea: si el capital financiero “…prospera más que –y a costa de– cualquier otro por su velocidad para ubicar espacios de rentabilidad en medio de las crisis (…) produce y reproduce catástrofe a su paso” (Lewkowicz, ibid., p. 164), esto es porque el discurso capitalista (Lacan, 1972) impone un estatuto de verdad plena –como Otro de la ley–, capaz de brindar todas las respuestas al sujeto consumidor, de modo tal que siga consumiendo.

 

 

La infatuación del saber

 

  Allí donde la catástrofe conmueve lo instituido, es ciertamente esperable que el sujeto (un pensador; un colectivo; una sociedad) intente recomponer la homeostasis perdida. Si bien nada podemos encontrar de novedoso en ello, sorprende el modo en que ciertas lecturas de célebres pensadores contemporáneos–cuyas motivaciones pueden ser múltiples– parecen sucumbir a sus propios desarrollos al leer la escena actual con axiomas y teorías estructuradas de antemano. Por esta vía, se sustituye la observación singular de esta novedad de la peste global por un saber prepandémico, insuficiente para leer la situación y su radical novedad.

 

  Giorgio Agamben se adelantó a desestimar los sucesos que luego asolarían a toda Italia (y al resto de Europa) con un análisis que, además de subestimar el alcance del virus, deploraba la cuarentena a la que describía como un estado de excepción que parecía musulmanizar a los habitantes.

 

  Byung Chul-Han, por su parte, se vio tentado a decretar la importación tecnológica de un nuevo estado policial digital a Occidente, como consecuencia del éxito que las tecnologías de control social habían logrado en Oriente. Todo indicaría que este know how chino sería el único inmigrante asiático bienvenido en los países centrales.

 

  En un plano análogo, SlavojZizek editó a velocidad digital un nuevo libro[3] dedicado al tratamiento de la pandemia, en el que augura la inminencia de un nuevo comunismo reinventado; un comunismo del desastre (Zizek, 2020) que pueda hacer frente a las desigualdades del sistema capitalista actual.

 

  En suma, tres análisis que parecieran erigirse como respuestas inmediatas ante lo incierto, pero apelando a lo que ya sabían antes de la pandemia. Más aún, cuando todavía la pandemia está entre nosotros (o nosotros en ella) y se torna muy complejo pensar en qué situación nos hallamos, estos autores parecen haber comprendido cabalmente cuál es la época actual al punto que pueden incluso adivinar el futuro. La señal más inmediata que arroja la pandemia es precisamente la de ofrecernos una situación tan novedosa que ha desbaratado los lugares firmemente establecidos.

 

  La globalización económica quedó condicionada por las decisiones de cada Estado sobre sí mismo (retomando una función que parecía perdida). Los neoliberales toman medias claramente estatistas para rescatar sus economías (en contradicción con sus dogmas inviolables). Otros, como en Brasil y EEUU, en su conservadurismo (y la ignorancia brutal de sus gobernantes llevada a status de política de Estado), parecen coincidir con Agamben y se niegan a determinar los aislamientos necesarios, y entonces la catástrofe los abruma.

 

  El individualismo adquiere carácter solidario: cada quien se cuida para no enfermar a otros. En cambio, los altruistas del amor –que no ceden al reclamo de distancia y se prodigan en abrazos–provocan contagios múltiples entre sus propios familiares, mostrando el peor rostro del núcleo narcisista que los anima. Estos son pequeños retazos de lectura para poner en evidencia que todo se desacomoda en una realidad tan novedosa como inestable y que levanta una espesa niebla que impide ver el horizonte.

 

  Las tres posiciones de estos filósofos prescinden de la lupa singular que exige este escenario. La precipitación periodística para el análisis los deja en un inmediatismo que impide una reflexión más ajustada, no sólo respecto de lo que ahora acontece sino también al porvenir social y político.

 

  Si la posibilidad de concluir exige un pasaje por el instante de la mirada (Lacan, 1945) y por el tiempo para comprender, si aceptamos que el búho de Minerva emprende el vuelo al atardecer es porque no hay sabiduría en el inicio. Pero, si se superpone el momento de concluir con el instante de la mirada, la comprensión queda vacante. ¿Por qué se ahorran el tiempo para comprender? Porque creen haberlo transitado con lo que ya han pensado en otro tiempo. Clausuran el tiempo para comprender lo que ahora sucede, echando mano a lo que comprendieron antes que sucediera.

 

  Algunos fragmentos de realidad mezclados con fugaces miradas aquí y allá, más unos pocos datos de época, parece que bastan para medir acabadamente lo que sucede y confirmar lo que ya sabían. Como aprendices de Tiresias, creen que pueden adivinar el futuro por ser ciegos a lo que ocurre.

 

  Si bien se trata de intelectuales que mucho han aportado a un pensamiento crítico sobre nuestras sociedades contemporáneas –y puedan tener ahora más de una observación lúcida– debemos subrayar que la sola idea de una catástrofe comprendida de antemano con coordenadas conceptuales preexistentes parece una apuesta que se excluye a sí misma de hacer de esta catástrofe, en esta catástrofe, una experiencia de nominación.

 

  En resumen, hemos descripto tres variantes de una verdad que no da la medida. Tres variantes que giran en torno a un tratamiento del dato: porque lo entroniza (y suprime el entramado narrativo); porque lo niega o manipula (como manipula a quien se dirige); porque lo desdeña (y lo reemplaza por lo que ya sabía). Medir la peste, manipularla o desconocerla no parece que permitan lidiar con ella.

 

  Ahora bien, ¿cómo propiciar entonces un pasaje posible a otra vía que no sea la contabilidad, la canallada o la infatuación intelectual? ¿Cómo salir de esos sitios que sólo enhebran sentido común provinciano, restringido a la zona de sentido en la que operan? Son tres lógicas discursivas que ofrecen la espalda a la potencia y al alcance de un punto insoslayable para comprender la magnitud de la peste: el testimonio. ¿De qué trata la potencia y los alcances del testimonio? Avancemos.

 

 

La potencia del testimonio como política ante la catástrofe

 

  Si el concepto mismo de catástrofe implica ya un umbral (Lewkowicz, ibid) –límite que desarticula el saber previo y no acepta definiciones antiguas– ello exige un vuelco hacia otra lógica de lectura que atienda a fragmentos de vida que hablen sobre la experiencia de la pandemia. Trozos de vida comunitaria inaudibles para las categorías lógicas previas.

 

  El testimonio irrumpe entonces como la operación ficcional que puede horadar el engaño de la verdad impostada, y del saber impuesto por la notoriedad del escriba. El relato ubica en escena un fragmento de vida, atravesando una forma textual a través de la cual algo de lo verdadero sucede en la invención narrativa.

 

  Tal como lo señala Éric Sadin, quien interpreta en el testimonio la posibilidad de narrar “… las situaciones vividas desde la experiencia en el terreno, en los lugares donde los problemas de la época se sienten tan cruelmente: hospitales, empresas, escuelas, hogares pobres, personas desocupadas, los suburbios…” (Sadin, 2020, s./p.[4]), la enorme potencia del testimonio radica hoy en una resistencia a discursos que desoyen el riesgo ante la muerte, y no pueden sostenerse más que como semblante de saber (aspecto que, como destacara Lacan a partir del discurso universitario, en absoluto invalida su eficacia en lo social).

 

  Esta resistencia encuentra especial anclaje en un punto de imposibilidad que, lejos de implicar un obstáculo, desnudan el carácter más político del testimonio: hablamos aquí del hecho de que no existe transmisión alguna que alcance a representar lo real en lo acontecido: desde el punto de vista del psicoanálisis, la estructura ficcional que subyace a toda pretensión de verdad en el discurso (Lacan, 1975) invalida cualquier objetivación posible del mismo. Una perspectiva similar puede leerse también en los campos de la historiografía y la realización documental (Pierre Vidal Naquet, 1994; Bernini, 2014; Carrera y Talens, 2018)[5], en los que se destaca la imposibilidad de un registro documental que no parta de una toma de posición singular ante la escena relatada.

 

  Es a partir de este imposible que una política del testimonio adquiere especial relevancia. Abriendo un intersticio posible para el registro de la mirada que permita luego asimilar el escenario, se impone el consecuente tejido de nuevos sentidos como resultado de la multiplicidad de voces que denotan de modo ficcional lo que sucede en el terreno mismo: no se trata aquí de la sumatoria de lo testimoniado, sino acaso del entrelazado de voces de diversos registros que pueden ser llevados al campo de lo público.

 

  Como es evidente, esta operación no surge de la articulación entre lo simbólico y lo imaginario, que incumben al saber universitario y a la posición del Otro de la ley. Por el contrario, el testimonio traduce, por la vía de la ficción, un fragmento de lo real inenarrable por otras vías, que construye verdad desde otro espacio.

 

  En el ensayo Verdad y política (1967), Hannah Arendt plantea que “la mentira moderna –y muy especialmente la mentira política– ya no sería la ‘disimulación’ que enmascara la verdad, sino la lisa y llana destrucción de lo real” (Grüner, 2008, p. 67)[6].

 

  En detrimento de aquella tesis, sostenemos que la eficacia de la mentira puede bien radicar en una constante impostura de aquel teatro fraudulento de la canallada que, en efecto, intenta eludir las vicisitudes de lo real, pero con la salvedad de que no por eso puede realmente destruirlo: el testimonio es la fiel prueba de aquello, dado que aborda lo real para estructurar un entramado ficcional allí donde no hay denotación posible.

 

  Más allá de los objetivos que originalmente persiga, el ejercicio mismo de la escritura testimonial implica, como hemos situado, la transmisión de lo innombrable vuelto poesía, con los efectos que esa traducción puede operar en lo social, especialmente respecto del saber que se pretende hegemónico en lo que respecta al porvenir. A nivel singular, involucra un modo de hacer con los trazos de real que se derivan de la situación de desastre; un real que, de lo contrario, puede inmovilizar al sujeto en el lugar de la víctima que nada puede hacer con las secuelas del golpe traumático (Soler, 1998).

 

  Si en investigaciones anteriores[7] hemos problematizado la capacidad del testimonio de desbordar los limites procesales que el discurso jurídico impone, al intentar ceñir el relato a un estatuto cerrado de verdad, una lógica similar nos obliga a destacar el alcance del testimonio en este escenario, como vía de inscripción de las múltiples necesidades sociales ante la irrupción de la pandemia. Se trata de una apuesta ética para construir nuevos sentidos en un territorio discursivo en pugna.

 

  Sólo a partir de la pronta lectura de esos testimonios y no a priori, un nuevo horizonte menos anclado en la desigualdad atroz que hoy existe en nuestras sociedades puede eventualmente construirse, para producir el acontecimiento de la palabra. Un acontecimiento no signado solamente por una apuesta teórica, sino causado por la lectura que nuestras sociedades puedan hacer de aquellas voces hasta ahora acalladas por el bullicio de los dueños de la palabra y administradores del sentido.

 

 

Imagen*: Paul Gustave Doré (1832-1883) pintor, escultor e ilustrador francés. Considerado uno de los creadores del imaginario universal, y uno de los más famosos ilustradores del siglo XIX. “El lobo convertido en pastor” fue tomado de https://scholarlykitchen.sspnet.org/2015/08/17/deceptive-publishing-why-we-need-a-blacklist-and-some-suggestions-on-how-to-do-it-right/ 

 

 

Referencias

 

    Agamben (2020). “La invención de una epidemia”. En Quodlibet. [Consultado en https://ficciondelarazon.org/2020/02/27/giorgio-agamben-la-invencion-de-una-epidemia/]

    Arendt, H. (1967). “Verdad y Política”. En Verdad y mentira en la política. Barcelona: Penguin Random House.

    Bernini, (2014). Bernini, E. (2014). “El Documental. El fin de una ontología”. En Revista Digital DocuDAC (1). Asociación General de Directores Autores Cinematográficos y Audiovisuales:http://www.revistadocudac.com.ar/es/1/dossiers-el-documental-el-fin-de-una-ontologia

    ByungChul-Han (2020). “La emergencia viral y el mundo de mañana”. Diario El País. Consultado en https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

    Carrera y Talens, (2018). El Relato Documental. Madrid, España. Ediciones Cátedra.

    Freud, S. (1927). “El porvenir de una ilusión”. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores.

    Grüner, E. (2008). “No mentirás (salvo que seas un sincero demócrata)”. En Conjetural Revista Psicoanalítica. Nro. 48. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. 

    Lacan, J. (1945). “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”. En Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

    Lacan, J. (1969-1970). El Seminario. Libro XVII. “El Reverso del psicoanálisis2. Buenos Aires: Ed. Paidós.

    Lacan, J. (1972). “Conferencia de Milán”. Disponible en:http://www.elsigma.com/historia-viva/traduccion-de-la-conferencia-de-lacan-en-milan-del-12-de-mayo-de-1972/9506

    Lacan, J. (1975) Escritos 2. “El psicoanálisis y su enseñanza”, México DF, México: Siglo XXI.

    Lewkowicz, I. (2004). “Catástrofe, experiencia de una nominación”. En Pensar sin Estado. Buenos Aires, Ed. Paidós.

    Pierre Vidal Naquet (1994). Los asesinos de la memoria. Siglo XXI. Argentina.

    Sadin, E. (2020). “Es hora de una política del testimonio”. Página 12. Consultado en https://www.pagina12.com.ar/266925-es-hora-de-una-politica-del-testimonio

    Soler, C. (1998). El Trauma. Conferencia dictada en el Hospital Álvarez. Inédito.

 

 

 



[1] “Me gustaría saber, Presidente, si cuenta con las consecuencias no sólo económicas que se producen en las personas que ya van por sesenta y cinco días de cuarentena (...) si evalúa también consecuencias emocionales, psicológicas... hay mucha gente angustiada, no tiene que ver con lo político la angustia que mucha gente manifiesta. Me gustaría si nos puede dar, Presidente, una respuesta al respecto”. (Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=C5MWAHHj7G8)

[2] ¿Acaso no resuena aquí del modo más severo aquella orientación/programa de un funcionario educativo?: “Nosotros tenemos que educar a los niños y niñas del sistema educativo argentino (…) para crear argentinos y argentinas que sean capaces de vivir en la incertidumbre… y disfrutarla” (Esteban Bullrich, Ministro de Educación de Argentina en septiembre de 2016. Declaración extraída el 6-6-2020, https://www.eldestapeweb.com/nota/bullrich-polemico-debemos-crear-argentinos-capaces-de-vivir-en-la-incertidumbre-y-disfrutarla--2017-2-16-12-59-0)

[3] Zizek, S. (2020). Pandemia. La covid-19 estremece al mundo. Ed. Anagrama. Madrid.

[4] https://www.pagina12.com.ar/266925-es-hora-de-una-politica-del-testimonio

[5] La historiografía y la realización documental comparten una coordenada central: el intento de aproximación –en mayor o menor medida, según las intenciones del autor– al dato que resulta objeto de estudio.

[6] Aspecto que Eduardo Grüner discute hacia el final de su ensayo sobre la mentira, titulado “No mentirás (salvo que seas un sincero demócrata)” (Grüner, 2008)

[7] Gutiérrez y Noailles (2014). Destinos del testimonio: víctima, autor, silencio. Ed. Letra Viva, Buenos Aires, Argentina. En una investigación posterior hemos trabajado las vías través de las cuales el testimonio literario propicia un corrimiento del lugar de la víctima –al que eran convocados los testigos desde el campo jurídico– al espacio del testigo-autor.

 


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