» Educación

La exclusión incluida

25/09/2018- Por Marina Casas - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

Una serie de preguntas surgen de este escrito: ¿Cómo situar el pasaje de la integración a la inclusión? ¿Qué lugar se le ofrece a un estudiante integrado? ¿Y a su acompañante? ¿Cómo se lee el registro corporal en la escuela? ¿Qué saberes se ponen en juego? La inclusión no es una operación totalizante. Por eso, éstas preguntas recorren un borde, la diferenciación entre un adentro y un afuera, difuso, que se construye cotidianamente.

 

 

 

    

                        M. C. Escher “Cisnes”. Xilografía de 1956*

 

 

  El trabajo como acompañante externo genera en su día a día diversos interrogantes en relación a la educación, inclusión, integración, discapacidad y a la patologización de la infancia. Algunos de estos significantes circulan cotidianamente entre profesionales, docentes, directivos, padres y alumnos dejando marcas con variadas consecuencias.

 

  En este complejo entramado de actores, en este cruce entre educación y salud, me interesa pensar qué es eso que se excluye muchas veces con el pretendido ideal de inclusión que se intenta hoy en día alcanzar.

 

  La distinción entre integración e inclusión es ya conocida. Encuentro que hay un pasaje que se intenta hacer, de la idea de integración a la de inclusión.

En la integración se pone el foco en que un alumno con necesidades educativas especiales pueda ser parte de un grupo en una institución educativa con el apoyo de un acompañante y/o maestra integradora para lograr dicho objetivo.

 

  La idea en sí misma de integración parte de marcar una diferencia entre el alumno a ser integrado y el resto del grupo. Ese “alumno integrado” queda determinado por este modo de ser nombrado.

 

  En la inclusión se intenta quitar la mirada de ese alumno en particular, de sus dificultades escolares, de su diagnóstico o de su considerada discapacidad.

Se pone el acento en las condiciones ofrecidas por el sistema educativo y en cada institución educativa en particular para que todo niño pueda acceder a la educación.

 

  Hoy en día en las escuelas tanto públicas como privadas una gran cantidad de alumnos asisten a clases con sus acompañantes externos y/o maestras integradoras, funciones que todavía siguen confundiéndose, que se intentan diferenciar sin poder lograrlo.

 

  A pesar de los nombres: APND, AE o MI, se hable de integración o de inclusión,  lo que se ve día a día en el aula es al niño junto al profesional que lo acompaña.

  ¿Qué lugar tiene ese niño en esta aula, con esos compañeros y docentes, en esa institución educativa? ¿Qué lugar puede ocupar ese profesional que está allí?  Considero que estas son las preguntas a comenzar a poner en juego en cada caso.

 

  El acompañante está ahí sin ser parte de la institución, como su mismo nombre lo dice es alguien externo que viene a cumplir un rol. Ese alumno incluido y/o integrado tampoco parece ser parte, sino que se lo hace partícipe. Se nombra a esa inclusión que desde el vamos está ausente.

 

  En mi experiencia como acompañante he encontrado que la mayoría de las veces uno es convocado al lugar de maestro de ese niño, otras veces a ser sostén corporal o a calmar a ese cuerpo desenfrenado. ¿Qué lugar toman los cuerpos de los niños en la escuela? ¿Y el cuerpo del acompañante?

 

  A veces pareciera en esa integración escolar que con que el cuerpo de ese niño esté en al aula basta. ¿Cuántas veces el niño está sin estar, presente en tanto cuerpo pero sin poder comprender o participar de la actividad que se esté realizando?

 

  ¿Cuántas veces acompañando a un niño uno se encuentra con otros en esa misma aula con grandes dificultades y que no son mirados ni ayudados porque su cuerpo no se manifiesta haciendo ruido ni con un movimiento descontrolado? ¿Cuántas veces se le exige al acompañante el control del cuerpo de ese niño, cuando este le pega a otros, cuando corre en el recreo, cuando debe permanecer quieto en un acto escolar o en la fila de entrada y salida?

 

  El cuerpo parece entonces ocupar un lugar, sólo a veces soportable pero casi siempre con la posibilidad de ser parte.

¿Qué pasa en cambio con la palabra del niño, con la verdad de ese sujeto que a veces justamente no tiene palabra para ser dicha? ¿Qué pasa con la palabra de los profesionales?

 

  Los acompañantes muchas veces son psicólogos. La psicología de esta forma, entre tantas otras, genera un lazo con la educación. La salud de diversas maneras toma su lugar en la escuela, a través del lugar primordial que toman los diagnósticos, los certificados de discapacidad, los equipos y profesionales que tratan a los niños. El discurso médico y el psicológico están instalados entre los docentes y directivos. ¿Y el psicoanálisis, puede ocupar un lugar en las escuelas?

 

  Como acompañante muchas veces me he encontrado con un no querer saber de los docentes y directivos respecto a lo que le sucede a un niño, un no querer saber de su sufrimiento, a veces porque piensan que su subjetividad nada tiene que ver con los aspectos pedagógicos.

 

  También como acompañante uno es excluido de reuniones entre padres, docentes y directivos quedando sin lugar para poner en palabras lo que se observa día a día en el aula.

 

  Lo más interesante y valioso que considero que he podido aportar en ese lazo que se genera con el niño al que uno acompaña es la escucha a ese sujeto, a dar un lugar y también un tiempo a que se manifieste con su cuerpo, con juegos y con palabras y a partir de eso apostar a una transmisión y a un aprendizaje posible.

 

  Esa escucha es lo que considero que el psicoanálisis puede aportar, no a modo de realizar un análisis en la escuela, sino a dar lugar a la subjetividad de cada niño como punto de partida.

 

  Una definición de la Real Academia Española (2014) de incluir es: “Poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites”, mientras que de excluir dice: “Descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo”.

 

  ¿Cuántas posibilidades más tendrían los niños de aprender, de construir un lazo posible con sus pares y docentes si no se descartara la escucha, si se le permitiera a los acompañantes, que se encuentran en ese borde entre el afuera y el adentro, ofertar esta posibilidad de escucha a los docentes y a los directivos?

 

  Que el saber que comande en las escuelas no sean las etiquetas diagnósticas que reducen al niño a un conjunto de ítems, saberes considerados científicos y cerrados que excluyen a los niños de sus propias posibilidades. Que lo que abra la puerta a una educación posible no sea un documento que certifique una discapacidad. Que la inclusión no sea poner un cuerpo dentro de un aula.

 

 

Nota*: Maurits Cornelis Escher (1898 – 1972) fue un artista neerlandés (Países Bajos) identificado por sus grabados y dibujos con despliegue imaginario, ilusiones ópticas, y por trabajar lo paradójico desde lo tridimensional.

 

 

Bibliografía:

 

Real Academia Española. (2014). Diccionario de la lengua española (23.a ed.). Consultado en http://www.rae.es/

 

 

 


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

» El borde entre lo que pasa y lo que deseo
» El fin de la infancia o la imposibilidad de esperar

Búsquedas relacionadas

» integración escolar
» inclusión
» acompañante externo
» saber