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¿Lectoescritura en falla? ¿Un síntoma de lo social en la subjetividad?

16/04/2018- Por Silvia Sisto - Realizar Consulta

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¿De qué están hechas las palabras? ¿Cúal es la relación entre el lenguaje y el cuerpo? ¿Qué significa leer? ¿Cómo se pasa del habla a la escritura? ¿Qué ecuaciones simbólicas hay en juego? Éstas y muchas otras preguntas nos deja el trabajo de Silvia Sisto a partir de su práctica institucional con niñxs. Incorporando una mirada que contempla el campo social para comprender al sujeto, se amplían los horizontes de intervención.

 

 

 

          *

 

 

     Los chicos tal vez no leen, pero saben leer…

 

 

  La experiencia con niños y niñas en una toma de tierras del sur del conurbano bonaerense me hace pensar esa idea bastante instalada de que a las niñas y niños, no les gusta leer.

Es muy cierto que un alto porcentaje de estxs pequeñxs no acceden fácilmente a la lectoescritura.

 

  Los que trabajamos con niños y niñas o los tenemos cerca (no hace falta ser especialistas), sabemos que es un proceso muy ligado a modos familiares, a las ganas de saber. O, a la insistencia en no saber, como modo familiar o de la comunidad. Proceso muy ligado también al estímulo y la curiosidad. El saber es también cuestión del deseo.

 

  Las letras están allí en el cuerpo del otro. Se dibujan con caricias y: ¿cuándo se dibujan con golpes? No somos animales para ser marcados, la marca de la letra es otra, es sutil, es esa que se instala cuando se le habla a un bebé. Y la lectoescritura empieza con una marca, un trazo, un rayón en la pared, o la caca en el suelo.

 

  Las letras están en el cuerpo de ese otro que aloja… ¿Están? ¿De qué cuerpos se trata? Creo que hay que escuchar a “esos cuerpos” en “estxs niñxs”, que por alguna razón, no ingresan a la lectoescritura de modo armonioso.

 

  Navidad… un nacimiento.

En la última navidad, Mamá Noela, les regaló a lxs chicxs que asisten a la Salita de [i]Propuesta Tatú, una valija llena de libros hermosos, de ciencia, de arte, de Disney, de dibujos y no tanto. Clasificados con colores y ¡nuevos! Grabé un audio, solo para apreciar el murmullo de la lectura compartida. Parece un mantra.

 

  Me pregunté qué es... tal vez que yo amo los libros, que [ii]Claudia Stella habló con mamá Noela y los eligió muy bien... pero algo mágico sucede allí, algo que no podemos responder de un solo modo.

Habrá que sostener la incógnita, diría Winnicott.

 

“Sonia tiene 8 años y no sabe ni quiere saber leer”, dice la madre.

La presenté al grupo, que trabaja bajo un árbol en la vereda, le dije a la mamá que no se preocupe y nos sumergimos en la valija. Charlamos y comimos galletitas, vuelve a la semana siguiente y la madre insiste “¡No quiere leer!”. Y yo insisto: “No te preocupes…” Y buscamos otro libro.

 

  Después pregunté al grupo: ¿Hay alguna amiga o amigo que le quiera leer a Sonia? Y una niña se ofreció... ¡fue un momento mágico! Las dos amigas niñas leyeron. ¡Si!, ¡si!, una con los recursos de las letras adquiridas, la otra con la mirada, la sonrisa, la escucha atenta. Sonia, ese día, se llevó un libro.

 

  En ese espacio de talleres con los libros tenemos un modo similar al de cualquier biblioteca, se anota al que lleva y al que lo devuelve, el que se olvidó se vuelve a buscarlo. Muchos se dan cuenta apenas llegan y corren alegres al grito de “¡Uyyy… me olvidé!”

 

  No hay penas ni castigos, ni reproches, ni penitencias. Hay escucha y espera y risas… hay alegría. ¿Será eso? Claramente no vienen solo por el libro, vienen a encontrarse y ahí descubren que olvidaron el libro. Y el encuentro ya tiene una dinámica de relatos.

Muchas familias han perdido la alegría por diferentes motivos. La lucha por la vida (y no es metáfora), por la subsistencia, le ha ganado a la alegría y no solo en barrios vulnerados.

 

  Cierta mañana bajan de un auto un grupo de niños y sus padres, la madre con las manos llenas de derivaciones, el niño por quién solicitarán tratamiento trepa al árbol y allí permanece durante varias reuniones. Llegaba y se subía. Nunca le pedimos que baje y tampoco los otros niños querían subir.

 

  Él, cual Barón Rampante, jugaba desde las alturas. Intervenía, hablaba, contaba historias de animales salvajes. Estaba por terminar su primer grado y no había hecho un solo trazo en su cuaderno, ni un garabato. Lo derivaron a neurología, a psicología, a psicopedagogía y a fonoaudiología.

 

  En la salita, solo había dos [iii]psi “medio raras”, que trabajan bajo un árbol… y la mamá aceptó el trato: trabajar con él en el grupo, con ella en entrevistas y pensar juntas de qué se trataba el rechazo a leer y escribir, ya que era un niño muy vivaz e inteligente en el trabajo en la chacra donde vive y sin ningún problema motriz a la vista. Era un gato, un mono, un pájaro y un niño. Todo eso.

 

  Y así transcurrieron las semanas y un día bajó, de pronto siento alguien que se prende a mis piernas y me dice: “Te quiero”.

 

  Solo habíamos jugado su juego sin rechazarlo. No mucho después la mamá trajo su cuaderno, escribía muy bien. Su maestra, una docente muy amorosa, armó una estrategia para que recupere, ya que leía y escribía perfectamente.

 

  Nuestro Barón Rampante elaboró seguramente su historia de exclusiones, pero no solo propias, sino transmitidas por muchas generaciones. Su madre sentada en una silla en la calle contaba el derrotero en los centros de salud sin turnos. Venían de muy lejos… siendo rechazados.

 

  Este niño me hizo pensar en el valor del trazo, de la marca, del abrazo.

Cuantas Sonias sin sueños y cuantos Barones sin árboles flotan en los renglones de los cuadernos vacíos. Necesitan amarre, cuerpo, amigos que acompañen.

 

  La lectoescritura es un recorrido que empieza en el propio cuerpo pero desde el cuerpo de quien te abraza. En una primera infancia tan dura como la de estos niños, a veces los cuerpos están agotados de tanto derrotero.

 

  Una salita en el camino, un mate, una escucha atenta aunque breve, pero atenta, hace de casa. Casa, cuerpo, madre, y agregaría árbol, amiga, valija, libros… ecuaciones simbólicas que nos introducen en ese mundo mágico de los libros.

¿Será que no se puede entrar a ese mundo solo?

 

  Se abre el universo cuando una letra es igual a la de tu nombre y te das cuenta. Sol dijo… “S de sol” y miró el cielo y de pronto, como si un aire fresco hubiera corrido una nube, me dijo: “¡Y de Silvia!”

 

  Descubrir el significante, se trata de eso, están ahí nomás a un paso, pero alguien tiene que hacer el puente. Este taller en medio de la calle, arma un puente entre el afuera y el adentro. Adentro atendemos en forma individual. Afuera es “el taller”, con sus banderas, su espacio delimitado y su encuadre. Bajo un hermoso árbol que nos aloja a todos frente a la intemperie de la soledad…

 

  Son los pibes y pibas del barrio que nos hacen de puente a nosotras, las psi de Tatú… para poder pensar más allá, para ampliar horizontes de intervención.

 

  Entre líneas, leen los deseos, goces y las sombras de sus padres…

 

 

Nota*: imágenes de murales realizados por artistas plásticos callejeros de la Ciudad de Buenos Aires

 

 



[i] Propuesta Tatú  es una organización sin fines de lucro que brinda a través del trabajo voluntario, asistencia médica, psicológica y social. En este caso es en el Barrio 14 de Febrero de Longchamps. Un proyecto que se inicia juntos a Médicos egresados de ELAM, Cuba, desde hace ya 12 años.

[ii] Claudia Stella es Narradora Oral y colaboradora del área de Salud Mental junto a Propuesta Tatú.

[iii] Comparto este espacio junto a la Lic. Laura Lueiro, Coord. de la Red: Otro lugar.


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