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A Daniel Zimmerman con afecto y memoria

21/01/2019- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

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En este día triste, va como legado por medio de la entrevista realizada a fines de 2013, la mirada, transmisión y el “saber hacer” en la clínica, de quién –además de su destacada labor psicoanalítica, docente, institucional (en la Escuela Freudiana de Buenos Aires), y literaria–, fuera nuestro querido colega y compañero en elSigma durante varios años. A la par de Juan Michel Fariña, de Laura Kuschner y de tantos integrantes y autores, ha nutrido con otra de sus pasiones, el cine, a la sección Cine y Psicoanálisis del portal. ¡Hasta siempre Daniel… y gracias!

 

 

                             

 

 

 

- Usted es coordinador de IAB (Interdisciplina en Anorexia y Bulimia) junto a la Dra. Liliana Mato. Bulimia, anorexia, obesidad, como las manifestaciones más frecuentes, suelen ser llamadas, por ejemplo: desórdenes, trastornos del comportamiento alimentario, patologías alimentarias, también hay quienes las incluyen entre las adicciones o las denominadas patologías del vacío. ¿Las distintas formas de nominación qué diferencias comportan en la escucha? ¿Cuáles son sus consideraciones al respecto?

 

- En el campo de la psicopatología, las formas diversas de nominación han implicado siempre diferencias en el enfoque causal y en el consecuente modo de intervención. Un siglo atrás, Bleuler acuñó el término “esquizofrenia” para rebautizar el cuadro clínico caracterizado por Kraepelin como “demencia precoz”. Entusiasmado por los postulados freudianos, Bleuler se oponía a la concepción organicista de su colega alemán, poniendo en primer plano la escisión psíquica que reconocía en los síntomas primarios de dicha enfermedad.

 

  Anotemos, de paso, que esta nueva denominación no fue del agrado del propio Freud, para quien la spaltung era algo propio del psiquismo de todo sujeto y no el déficit de alguna patología. Hoy día, y siguiendo las pautas de la Asociación Psiquiátrica Americana, se habla de “trastorno esquizofrénico”, enfatizando que se trata, ante todo, de algo a suprimir.

 

  Lo mismo ocurre con lo que hoy se rotula como “trastornos de la conducta alimentaria”. Apelando a determinaciones hereditarias o genéticas, se buscan exclusivamente medidas adecuadas para corregirlas. Desde nuestra perspectiva, y tratando de subrayar el contraste con esa perspectiva, enfocamos a la anorexia y la bulimia como “extravíos del goce alimentario”. Denominarlos de esa forma busca introducir la dimensión de la causa más allá de lo biológico; y, al remitirnos a la dimensión del goce, llevamos a primer plano la relación del sujeto con su propio cuerpo.

 

- La interdisciplina puede resultar un campo de entrecruzamientos complejos, ¿Cuál es el entramado interdisciplinario de abordaje que proponen y cómo ha sido su experiencia?

 

- Intentamos llevar adelante una práctica en la que el discurso analítico oficie como brújula; hacer valer su ética en el contexto de los diversos discursos que abordan el campo de experiencia de nuestra época. Los efectos de la propuesta pueden leerse, por ejemplo, en los matices que adquieren los modos de intervención: quedan acotados los excesos de intención pedagógica, se advierten los callejones sin salida de la comprensión; se modera el uso de los psicofármacos; se aguza el oído para captar los alcances del decir del paciente y de sus familiares.

 

  En una reunión de equipo, una de las nutricionistas refería los dichos de una paciente bulímica: “Fue mi peor época, vomitaba mucho”. Una primera lectura, desde el cuerpo de la medicina, admitía: era su peor época porque vomitaba mucho. Otra perspectiva del cuerpo invita a una lectura diferente: era su peor época, entonces vomitaba mucho. A través del vómito, la paciente intentaba expulsarse ella misma ante el peligro de ser devorada. En una entrevista familiar, una madre expresaba con toda naturalidad: “Lo que más me preocupa es que a mi hija pueda llegar a pasarle algo”, confesando cómo su inquietud era la vía para ocluir su propia falta.

 

  Los talleres de almuerzo son una oportunidad privilegiada para la puesta en juego de la intrincación pulsional. En ellos se despliega a sus anchas la “avidez” de la mirada. Se pone en evidencia lo imperioso que resulta mirar a los otros cuando comen, ser mirada para poder terminar el plato.

 

  El objeto oral encuentra en la mirada el soporte para su articulación en el campo del deseo; amparo en una mirada diferente, verdadero refugio ante la mirada de un Otro que controla todo: qué y cuánto está comiendo, si se levanta de la mesa para vomitar; que hasta revisa su diario íntimo para poner en alerta a los profesionales que la atienden.

El abordaje cognitivo de estos “trastornos” toma como punto de partida el dicho para hacer foco en el hecho. Nuestra premisa sostiene, en cambio, que el verdadero alcance de un hecho se verifica en el decir.

 

- En el marco de unas jornadas de actualización, y en torno a un caso clínico, manifestaba que la paciente había “estado medicada con antidepresivos y estabilizadores del ánimo, pero sin mayores resultados”. La experiencia clínica me ha llevado en varios casos a hallazgos similares, ¿Cómo piensa el lugar de la medicación?

 

- La articulación de la práctica del análisis con la prescripción de un psicofármaco no es un asunto sencillo. El psicoanalista encuentra su modo de intervenir a partir del acto; y reconoce en el síntoma, no el correlato de una entidad codificada, sino la expresión disfrazada de una verdad. El instrumento del que se vale es la palabra; y apuesta a su incidencia en el cuerpo considerado como sustancia gozante; algo radicalmente diferente de la utilización de medicamentos que buscan modificar su dinámica biológica.

 

  Para la psiquiatría actual, tanto la fobia como la depresión, la enuresis e incluso la timidez, nombran desórdenes que, de acuerdo con el modelo médico, deben ser corregidos por medio de una medicación. Queda excluida, así, toda interrogación sobre la función de la fobia como baluarte frente a la desaparición del deseo, la enuresis como manifestación de una función paterna insuficiente, el refugio en la tristeza como maldición.

 

  ADD, TOC, TCA son las fórmulas propias de una nomenclatura que borra radicalmente al sujeto. Y, excluido de lo simbólico, lo sabemos, no puede más que retornar en lo real. El inconsciente estructurado como un lenguaje reaparece en la programación neurolingüística (PNL), reducido a una mera herramienta para la comunicación.

 

  La intervención analítica, a diferencia del criterio médico tradicional, no busca restituir al paciente a un estado anterior, lo introduce en el orden del deseo para conseguir “abanicárselas” mejor con el goce. Ese camino, sin duda, requiere “dosificar” cuidadosamente la angustia que conlleva. En algunos casos, una medicación puede resultar un bastón apropiado para acudir a la cita con el Sujeto supuesto Saber.

 

- Usted ha trabajado la mirada para puntualizar la función del objeto, por ejemplo en el amor, así en “El amor, fracaso del inconsciente”, incluido en su libro La Mirada, paradigma del objeto en psicoanálisis, señala: “La mirada de amor de Bill inscribe en el cuerpo de Violet un trazo, una marca”, ¿Que trazo inscribe la mirada del Otro en el cuerpo de la anoréxica?

 

- La escena que usted refiere pertenece a la novela titulada justamente “Todo lo que amé”, de Siri Hustvedt. Violet, una de las protagonistas, se queja de sus feas rodillas. El hallazgo del relato es subrayar cómo, a partir de la mirada de su novio Bill, esas rodillas quedan rehabilitadas en forma definitiva. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué eficacia ha tenido lugar? Los ojos de Bill escapan al espejismo de devolver a Violet su propio reflejo para dar lugar a la causa de su deseo. Introducen en su cuerpo una hendidura, que permite a Violet desprenderse del goce que lo tiene tomado.  

 

- ¿Es una mirada de amor?

 

- Es, efectivamente, una mirada de amor, de un amor que se emparenta con la sublimación. Cómo esta última, introduce la dimensión de la falta y, de esa forma, permite al sujeto desprenderse de una fijación gozosa para dar lugar a un goce diferente. Es la mirada de amor que la anoréxica reclama mediante la privación del alimento, cuando el Otro primordial confunde el don de su amor con la satisfacción de la necesidad.

En palabras de otro autor literario, John Berger: “Mi maquillaje es mi deseo. Cuando te veo, me brillan los ojos”.

 

- ¿Desde qué coordenadas es posible pensar el cuerpo en la transferencia cuando se trata de anorexia?

 

- La anoréxica dice: “Me veo gorda”. Antes que una distorsión de la percepción, su queja debe considerarse como la manifestación de una seria dificultad en su afirmación subjetiva. Así, entonces, se abre una pregunta diferente: ¿en qué espejo se está mirando? Lo que se verifica es una fragilidad en el revestimiento, en el sostén de la imagen del cuerpo. Si “se ve gorda”, es porque su cuerpo carga con el sobrepeso de la mirada despreciativa del Otro.

 

  A su turno, la bulímica refiere: “Me comí todo”. El objeto oral tapona la cavidad bucal desalojando la voz y enmudeciendo la palabra. Al darse un atracón, queda situada ella misma como bocado para el apetito insaciable del Otro. Hasta cierto punto, consigue la compensación de ese desequilibrio a través del vómito; expulsar el objeto real constituye la tentativa de abandonar el lugar de tapón de la angustia del Otro.

 

  En la clínica actual, es muy frecuente que anorexia y bulimia se acompañen de cortes en el propio cuerpo. El DSM resuelve esta encrucijada desde la perspectiva de una “comorbilidad”. Por nuestra parte nos preguntamos: ¿a qué responde este impulso a infringirse cortes deliberadamente aunque sin intención suicida?

 

  De esas incisiones, lo importante no es el dolor (las pacientes, al contrario, refieren siempre alivio) sino la cicatriz, es decir la posibilidad de forjar una marca. No es un rasgo, y menos una posición masoquista: es una respuesta ante el peligro de quedar reducido a lo real del cuerpo. Esos cortes, antes que mutilar el cuerpo, procuran apuntalarlo, ejecutan en el cuerpo real una operación de corte indispensable simbólicamente.

 

- Para seguir en el terreno de la anorexia, ¿se puede hablar de un deseo de muerte?

 

- Recordemos ante todo que detrás de su aparente negativismo, y al igual que otros síntomas, la anorexia es una afirmación. Se trata de una acción que enuncia: “Yo como nada”. Ese tajante rechazo del alimento constituye la afirmación más radical del propio deseo.

 

  Encontramos un ejemplo elocuente en la historia de Karen Carpenter, integrante junto a su hermano Richard del célebre grupo musical The Carpenters. Karen era anoréxica y murió a la edad de 32 años como consecuencia de la ingesta reiterada de purgantes y de las complicaciones cardíacas de su padecimiento. Además de tener una bellísima voz, Karen era una extraordinaria baterista. Sin embargo, la oposición de su hermano Richard en complicidad con las pautas imperantes en el mundo discográfico de su época hicieron que su talento quedara relegado.

 

  Hoy encontramos en youtube  los videoclips que dan fiel testimonio de su drama subjetivo. Confrontada con Richard frente a la cámara de televisión, ella le pregunta: “¿Por qué no?”. Es su forma de reclamar al Otro ¿acaso no puedes perderme? Esfuerzo desesperado para desalentar un saber que no es otra cosa que goce, su supervivencia biológica queda relegada hasta límites extremos en pos de alcanzar la supervivencia subjetiva.

 

- En “Jugarse la vida”, texto publicado en la revista Imago Agenda Nº 130, señala el aumento del riesgo de suicidio entre adolescentes y destaca que más allá de las causas que se consideran de tal aumento “los jóvenes que intentan matarse, en realidad, quieren vivir”. ¿Qué es lo que empuja a esos jóvenes a buscar una vía tan mortífera para querer vivir?

 

- Hoy tiene lugar un fenómeno inquietante: son cada vez más frecuentes y peligrosas las acciones en las que los adolescentes ponen en riesgo su vida. En los medios de difusión se habla de depresión, abuso de alcohol o de drogas, crisis en la familia de origen, dificultades en la escolaridad. Sin embargo, todo esto resulta insuficiente para apreciar en su justa medida lo que ocurre: arriesgan su vida de esa manera, no porque fantasean con la muerte sino porque quieren vivir de otra manera. Y es eso justamente lo que les resulta más difícil. 

 

  Lo extremo del recurso al que los jóvenes apelan señala la extrema dificultad que atraviesan.

La entrada en la adolescencia se despliega, sin duda, en un contexto de presión y de consideración social. De todas formas, no debemos perder de vista las coordenadas de demanda y deseo que hacen el horizonte subjetivo de cada uno de esos jóvenes que, al fin y al cabo –y “a los tumbos”–, no se resignan a un destino impuesto por el Otro.

 

- En “Pasaje al acto: ¿qué propone el psicoanálisis?” texto presentado en una Jornada de Carteles, refiere que “en el pasaje al acto, el sujeto no sabe de qué se trata lo que hace y aquello que hace no lo dice. Todo lo contrario: lo aproxima peligrosamente a lo que permanece fuera del discurso, fuera de toda ley. ¿Desde esta premisa cómo intervenir cuando un sujeto llega o es llevado a una guardia de un hospital como efecto de un pasaje al acto?

 

- El pasaje al acto se presenta como una acción muda, ajena a toda intencionalidad. En relación al deseo, opera como contrasentido, es decir, hacia fuera del escenario donde el sujeto es apremiado a sostenerse. Es la expresión clínica de una extrema dificultad subjetiva a la que se agrega la perturbación del movimiento corporal. Su manifestación más dramática es la tentativa de suicidio, pero exige ser reconocido también en otras acciones, desde una cachetada, un golpe de puño hasta una fuga.

 

  Fuera del discurso, fuera de la ley simbólica, ubicamos el registro de lo real, un registro que el sujeto no puede más que evitar. Destino final de todo pasaje al acto: el sujeto queda reducido al desecho, coagulado en el lugar mismo del cual pretende salir.

Configurado con estas coordenadas, habilita una vía de intervención eficaz incluso en la situación de urgencia. Dicho en pocas palabras: no es lo mismo abordar una tentativa de suicidio malograda a partir de la premisa de que, a través de esa acción, el paciente quiso matarse, que considerar ese accionar como la manifestación no sólo de lo dificultoso de la encrucijada que atraviesa sino además de lo imperioso de encontrar alguna salida.     

 

- En su artículo “La entrada en el Psicoanálisis” reflexiona sobre los interrogantes del joven psicoanalista en torno al adecuado ejercicio de su función. Luego dirá que “En su intervención, el analista no aprueba ni rechaza los decires del analizante; su responsabilidad consiste en reconocerlo o abolirlo como sujeto.” ¿A qué se refiere con abolirlo como sujeto y en qué circunstancias el analista es llevado a esa posición?

 

- Lacan acostumbraba subrayar que la finalidad última de su enseñanza era formar psicoanalistas que estuvieran a la altura del sujeto. De allí su insistencia en prevenirnos de la vía de la comprensión o de la puesta en práctica de técnicas sugestivas, que no hacen más que desconocer su verdad. Justamente, cuando la verdad del sujeto no es considerada en su justa medida, busca los medios a su alcance para hacerse valer. Es lo que sucede, por ejemplo, en el acting out. Pero no siempre los encuentra; sobreviene, entonces, un pasaje al acto.

 

  La abolición subjetiva puede expresarse también por la vía de una recaída del síntoma. Recuerdo el caso de una joven anoréxica atendida en el servicio de clínica médica de un hospital general, que fue dada de alta y derivada al servicio de psicopatología una vez recuperada del bajo peso que determinó su internación. Fue derivada al área de consultorios externos con la sola exigencia de mantenerse en el mismo peso con el que iniciaba la fase ambulatoria de su tratamiento. Retomó su actividad escolar y se mantuvo estabilizada durante varios meses, cumpliendo con las pautas alimentarias que el equipo clínico se encargaba de controlar.

 

  Hasta que un día planteó su interés en retomar además las clases de danza que mantenía suspendidas. Su reclamo fue tratado por el equipo terapéutico en su conjunto; englobado su desorden alimentario dentro de un “cuadro borderline”, y atribuyendo a su solicitud una intención transgresora, de desafío a los límites (propia de su patología, según ese enfoque diagnóstico) se decidió no dar lugar a su petición. El resultado no se hizo esperar: en pocos días perdió el peso que había recuperado y, en consecuencia, se decidió su reinternación. El recrudecimiento del síntoma fue el recurso que la joven pudo implementar ante el arrasamiento de su subjetividad.  

 

- Guy-Félix Duportail señala en una entrevista que le hiciera recientemente Pablo Chacón que “la  renovación del psicoanálisis vendrá de la Universidad, no de las Escuelas”. Usted ha asumido hace poco la función de Presidente de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, una de las instituciones con mayor trayectoria en nuestro país ¿Coincide con esa apreciación y por qué?

 

- La cuestión de la relación entre el psicoanálisis y la universidad se remonta a los orígenes mismos del psicoanálisis.  En 1918, Freud dictó en Hungría una conferencia sobre el tema, cuyo texto fue rescatado por el psicoanalista argentino Ludovico Rosenthal. Fue incorporado a las Obras Completas con el título de “Sobre la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad”, amortiguando, a mi juicio, las resonancias de su título original: “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la Universidad?”

 

  Únicamente la Universidad puede beneficiarse con la incorporación del psicoanálisis en sus programas de estudio –afirma Freud– y allí su enseñanza sólo podrá tener un carácter dogmático-crítico, ofreciendo al estudiante un aspecto necesariamente parcial. Así como la enseñanza universitaria no hace del estudiante de medicina un cirujano –concluye Freud– la formación del psicoanalista exige el ejercicio práctico del psicoanálisis. En la universidad, podríamos decir, el estudiante adquiere cierto saber sobre el inconsciente; queda pendiente para su formación como analista la interrogación del inconsciente como saber.

 

  Lacan replantea el problema en términos de discurso, advirtiendo sobre las consecuencias de una enseñanza que ubica el saber como agente, encarnado en la figura del profesor. Para el profesor, la verdad ya está en alguna parte; tarde o temprano, el asunto en cuestión quedará definitivamente zanjado. Generalmente, el profesor recorta los textos de modo tal que su autor sólo aparece en sus aspectos más limitativos y parciales; en la disciplina que nos concierne, se aplica a resumir o sintetizar los conceptos planteados por Freud y Lacan.

 

  Por su parte, el estudiante queda relegado a aprender a servirse del profesor. Va sumando, acumulando saber; y nada mejor, en esa dirección, que los apuntes de clase o la ficha de la cátedra… El restaurante universitario ofrece ollas y más ollas de saber (imagen que el propio Lacan rescata de la película inglesa “If”) cuando resultaría más provechoso despertar el apetito. Al respecto, es digna de destacar la impresión de frescura, de novedad que experimentan esos mismos alumnos cuando tienen la oportunidad de remitirse a los textos originales. El llamado “caso de los sesos frescos”, por citar un ejemplo, recupera entonces su lugar como ilustración clínica de un texto teórico; se advierte el alcance de las diversas puntuaciones hechas por Lacan, aprehendiendo incluso su método de lectura.

 

  Una verdadera enseñanza pone en juego el deseo mismo del enseñante, y su alcance se traduce en los efectos que suscita. Menos preocupado por el ajuste entre un tema y otro, articulando antes que soldando los conceptos, y advertido que su método va de la mano con el objeto abordado, el enseñante hace lugar a la falta, de forma análoga al artista cuando elabora un collage. Sorteando la ilusión de un saber demasiado seguro de sí mismo, procura alcanzar lo que puede llamarse un “efecto de formación”. 

 

  Lacan apostó a la renovación del psicoanálisis fundando la Escuela Freudiana de París preocupado por el malestar imperante en el campo mismo del psicoanálisis y oponiendo una Escuela de analistas a una Sociedad extraviada en su finalidad debido a los efectos de grupo.

El año que viene se cumplen 40 años de la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Una Escuela que, en consonancia con la ética propia del psicoanálisis, apuesta a la práctica de su teoría en el contexto de nuestra geografía.

 

- En nombre de elSigma le agradezco su disposición a participar en este espacio abordando temáticas nodales de la clínica.

 

 

Daniel Zimmerman: psicoanalista, docente, conferencista, escritor. Fue presidente de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Autor de: La mirada, paradigma del objeto en psicoanálisis, Editorial Letra Viva, 2009; Contornos de lo Real. La verdad como estructura de ficción, Editorial Letra Viva, 2000; Ficción y fantasma, Ricardo Vergara Ediciones, 1993. Co-autor de: Desbordes del goce, Quorum/UMSA, 2005; La intervención psicoanalítica en las psicosis, Editorial Letra Viva 1998; Psicoanálisis y Cine, Editorial Letra Viva 1998, entre otros.

 

 

 


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