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Fibromialgia: el dolor, el cuerpo erógeno

04/03/2019- Por Alejandra Madormo - Realizar Consulta

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Hay formas del dolor que a veces no podemos reconocer si son nuevas, novísimas o retornos, con nombres nuevos, de padecimientos clásicos. Las llamadas fibromialgias son una de estas nuevas/viejas formas del padecimiento localizado en el cuerpo y abordado primeramente, muchas veces con escaso éxito, por las ciencias médicas. En este texto la pregunta por el dolor se desplaza al interrogar al dolor en tanto fenómeno del cuerpo erógeno. El recorrido se nutre de referencias freudianas y de ejemplos de la práctica, que habilitan a internarse en este enigmático modo del cuerpo.

 

 

 

                     

                                               “Amor y dolor” de Edvard Munch*

 

 

  Desde hace algunos años, me interroga si la fibromialgia es una de las llamadas “enfermedades psicosomáticas,” o como muchos la bautizaron, “una histeria moderna”.

 

  Este signo de pregunta, que al abrirse lleva a poder pensar si en la actualidad, y dadas las derivaciones, que vamos recibiendo en los consultorios, las pacientes, (y digo “las”, por el alto porcentaje en mujeres) diagnosticadas con fibromialgia, tienen algún parentesco, por llamarlo de algún modo, con las histerias descriptas por Freud en el 1800, o es una enfermedad, definida por síntomas particulares, de origen actualmente desconocido, (aunque algunas investigaciones la vinculan a una alteración en la conducción del dolor del Sistema Nervioso) pudiéndose pensar desde el lado del goce, la holofrase, y la manifestación orgánica que caracteriza al Fenómeno Psicosomático.

 

  Llegan al consultorio con el diagnóstico del médico traumatólogo, algunas veces el diagnóstico lo hace el mismo médico clínico, y lo que las pacientes describen como crónico es el dolor, a veces invalidante, particularmente en articulaciones, asociado a rigidez por las mañanas, insomnio, dolores de cabeza, otros dolores varios.

 

  El centro del discurso es el dolor, con lo cual invariablemente, para pensarlo, no puedo dejar de recordar a Freud, en “La interpretación de los sueños”, y anterioremente en el texto “Proyecto de una psicología para neurólogos”, donde plantea la experiencia mítica del placer, y también del dolor.

 

  Allí mismo dice, también, que para el humano, no hay un dolor “puramente orgánico”, en tanto va a estar asociado desde el vamos, con una marca psíquica.

Tenemos entonces, el dolor, el padeciente, o sujeto del dolor, quien relata casi a veces hasta con regodeo, gozoso, sus experiencias.

 

  Pero leamos como lo dice Freud: El dolor surge cuando un estímulo sobrepasa los medios de protección y pasa a funcionar como un impulso pulsional continuo contra los cuales son impotentes los actos musculares que sustraen al estímulo del lugar sobre el cual él mismo recae”. Así inaugura un capítulo de su libro “Inhibición, síntoma y angustia”.

 

  El dolor se refiere efectivamente, a ese afecto contrario, del “placer”, llamado “displacer”, y toca de este modo la pulsión, pero también la vivencia de la enfermedad orgánica. El dolor le permite al sujeto tomar contacto con aquello que llamamos propiocepción o “sentimiento de sí”.

 

  “La enfermedad proporcionaría al sujeto, un conocimiento de partes de su cuerpo, que de otra manera pasarían inadvertidas, por ejemplo: por afecciones dolorosas, se adquiere un nuevo conocimiento de los propios órganos, que es tal vez prototípica, de la forma en que se llega a la representación del cuerpo propio, en general”. (Freud, en: “El Yo y el Ello”).

 

  Pero el dolor también muestra ser un lenguaje superyoico. Dice el poeta: “el hombre tiene lugares, de su pobre corazón, que aún no existen, y en los que entra el dolor, para que sean.”

 

  Podemos entonces inferir que existe un sujeto en relación a su dolor, como lo está en relación a su placer, y he aquí el lugar donde se va a jugar toda la economía psíquica.

Precisamente, en ese punto del “dolor”, éste asume su dimensión de pasión, dolor físico y moral, dolor al fin, son para el sujeto, indiscernibles.

 

  Si el dolor, literalmente “se vive” la idea misma de dolor nos conduce a la primera experiencia del aparato psíquico frente al mundo exterior, un psiquismo incipiente, un primer origen mítico, en el cual placer y dolor van a dejar su impronta en el inconsciente, y a partir de allí, serán inseparables del objeto, frente al cual el sujeto desplegará toda su dramática, es decir, su vida.

 

  La unión con el objeto, inicialmente montada sobre una necesidad, el hambre, dará apertura a vivencias de placer, y la separación del objeto, montada sobre un incremento de estímulos tal, vivida como displacer, hará que el inconsciente se aparte, o se “duela”, es decir, padezca en esa relación.

 

  Pero desde el vamos, un goce lo llevará por estos derroteros donde, en el mismo cuerpo donde se inscribe el placer, y tenemos allí toda al erogenización del cuerpo, en sus zonas de borde, también allí, ese cuerpo gozará, y decimos cuerpo, decimos inconsciente, registro inconsciente de goce, porque ya no podremos separar cuerpo, goce, de psiquismo en tanto se trata de un cuerpo humano.

 

  Si seguimos con Freud, hay un Principio de Placer, rector del funcionamiento psíquico inconsciente, el dolor no puede ser sino una objeción interna a la economía del placer. El dolor es propiamente físico, dado que algo debe sucederle al cuerpo para que se instale displacer, de la misma manera, decimos que se instala el dolor moral, que alude a una especie de dolor del ser mismo, si es posible decirlo así: el dolor físico donde “eso lastima” en el dolor moral, se traduce como “un dolor inherente al mismo existir”.

 

  Hablar de dolor, moral, en su sentido eminentemente psíquico, o hablar de sufrimiento corporal, en ambos casos, nos tenemos que referir a un “sujeto del dolor”, en tanto ese sentimiento sufriente da cuenta de una falla en la metaforización: todo dolor va a invadir un campo, que puede permanecer en el ámbito psíquico, como es el caso de la Melancolía. O puede también pasar al cuerpo, apoderase del cuerpo. El caso que hoy nos ocupa: la Fibromialgia. (Hipótesis de trabajo surgida en el grupo de investigación del cual fui parte y coordinadora en el año 2016-/ 17)

 

  Aún si la lesión no es visible, o no es comprobable en el espacio corporal, donde “hay dolor, hay que buscar la herida” (dice el poeta Gabriel Celaya). No hay dolor sin displacer, ni desagrado, subjetivo. Y más allá del dolor, como suceso vivido y sufrido, se abren sus modalidades reflexivas que van desde la pesadumbre hasta la tristeza. “Tener pesadumbre o tener tristeza, ya estamos en el registro del “dolor moral”. (“Lecciones psicoanalíticas sobre el masoquismo”, Paul Laurent Assoun).

 

  Pero, ¿qué ocurre con este cuerpo que envía sensaciones dolientes, que, más que cuerpo erógeno, preparado para el placer, es cuerpo sufriente, cuerpo entregado al dolor?

 

  El dolor, en esta polaridad de inscripción desde el masoquismo erógeno, sería también un registro de cuerpo, donde, más que existir desde el placer de las zonas erógenas, y gozar con ese goce acotado a éstas; es un cuerpo recortado por el dolor.

Placer en el dolor es la mezcla pulsional que inaugura el masoquismo erógeno.

 

  Dice Freud: “la excitación sexual se genera como efecto colateral a raíz de una gran serie de procesos internos, para lo cual basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites cuantitativos. En el organismo no ocurre nada de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión sexual, según esto, también la excitación de dolor y la de displacer tendrían esta consecuencia, dando lugar a una superestructura psíquica, el masoquismo erógeno”.

 

  Cuando se goza con dolor, no es con el propio dolor con lo que se goza, sino con la excitación sexual concomitante.

 

  “Pareciera que la tarea de la libido, sería la de volver inocua a la pulsión de destrucción, desviándola hacia objetos del mundo exterior, una parte es puesta al servicio de la función sexual, (sadismo) pero otra parte permanece en el organismo y allí es ligado libidinalmente, con ayuda del masoquismo erógeno, el placer en el dolor.

 

  En el ser vivo la libido se enfrenta a la pulsión de destrucción o de muerte que impera dentro de él, queriendo desagregarlo y llevar a cada uno de los organismos elementales a lo inorgánico. La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora, la desvía hacia fuera, con ayuda de la musculatura, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior, recibe entonces el nombre de “pulsión de destrucción”.

 

  La historia de la humanidad nos enseña que la crueldad y la pulsión sexual se ligan estrechamente, según algunos autores, esta agresión que va mezclada con las pulsiones sexuales es en verdad un resto de apetitos canibalísticos; también se ha sostenido que el dolor contiene en sí y por sí, la posibilidad de una sensación placentera. (“El problema económico del masoquismo”.)

 

  Del dolor, podemos decir, que se presenta de varias formas: como una manifestación orgánica, fenómeno psicosomático, o un síntoma histérico, como hipocondríaco, y que hasta algunos, se nos presentan como verdaderos melancólicos.

 

 

  El sujeto hablará de su cuerpo doliente porque no conoce otra manera de hablar de sí mismo, de sus cosas. Toda su vida gira en torno a “su dolor” que no es otra cosa que su goce, prisionero al fin de una relación autoerótica, con su cuerpo, éste sería el escenario a través del cual el sujeto escenifica su historia, su vida. Es el cuerpo que habita, y que padece, que lo aísla, lo condena.

 

  El poeta Federico García Lorca lo dice bellamente así:

“... al que le duele su dolor, le dolerá sin descanso./ Y el que teme la muerte, la llevará sobre sus hombros.”

 

  Entonces, en la escucha de los pacientes con el mencionado diagnóstico, hay una cercanía con el discurso del paciente melancólico, toda su vida, y la de sus seres cercanos, gira en torno a su dolor, del mismo modo, la presencia tanática de la insistencia en esta inmovilidad discursiva, hace que la clínica con estos pacientes sea, muchas veces, ardua para el psicoanalista.

 

  En todos los casos, la escucha es fundamental, no sólo porque no nos importa tanto el diagnóstico médico, como psicoanalistas, sino cómo el paciente hace uso del mismo, o es tomado por el discurso médico, o lo ignora, incluso puede dejarlo a un lado y hablar de otros aspectos de su vida.

 

  Pero lo que se repite en todos los casos es, la presencia “central” del dolor en sus vidas, y su referencia al cuerpo, donde no hay un registro del placer, sino que es un cuerpo tomado por el dolor, que puede aumentar, o disminuir, pero no desaparecer.

 

 

  Como pequeño recorte clínico, voy a comentar dos casos, mujeres ambas, en los 40 años:

 

  En el primer caso luego de unas 3 o 4 entrevistas iniciales, donde relata con lujo de detalles el dolor, dónde le duele más seguido, la forma del dolor (puntadas, cosquilleos, oleadas, más intenso, menos intenso, etc.) entumecimiento de articulaciones y rigidez por las mañanas, que luego iba cediendo durante el día, insomnio, vértigo (que había cedido con una medicación) relata un episodio, anterior a la aparición del dolor y su instalación.

 

  Este episodio se trataba de un robo a mano armada, bastante violento y con toda la familia dentro de la casa (ella, marido y dos hijos pequeños); al irse los asaltantes, y sin saber por qué, ella corre detrás de ellos, gritándoles que se vayan lejos, hasta que se da cuenta de la magnitud y peligrosidad de su acto, y de golpe se queda parada, inmóvil, en medio de la calle, temblando. Con un gran sentimiento de angustia.

 

  Al poco tiempo se “instala” el dolor, el insomnio. Y comienza su derrotero por consultorios médicos hasta el diagnóstico.

No puedo dejar de asociar con el “Caso Elizabeth”, de Freud, este “quedarse de pie, como parada”, y todo el deslizamiento significante de Elizabeth respecto de su parálisis motriz.

 

  Otra paciente, con el mismo diagnóstico, después de unos meses de concurrir al consultorio y de brindarme detalles de todos los médicos que visitó, refiere que uno “por fin” le diagnosticó Fibromialgia, (“y así ella se quedó tranquila y dejó de hacerse tantos análisis clínicos, porque “algo tenía que tener”).

 

  Luego de unos meses de análisis, comienza a hablar de su historia familiar, de cómo había tenido fuerte presencia en su vida, el cáncer, porque había afectado a sus tíos, a sus abuelos, fallecidos a causa de esta enfermedad. Y que si lo pensaba bien, siempre la había acompañado “algún dolor”.

 

  De cabeza en la adolescencia, cuenta que, por no tener un cuerpo tan bonito como las demás, no salía frecuentemente; luego el dolor se incrementa al morir su madre, “un dolor tan presente como insoportable”. Allí, coincidentemente y transitando ese duelo, “llega” el diagnóstico tranquilizador.

 

  Quiero decir, que muchas veces es necesaria una escucha psicoanalítica para poder deslindar el diagnóstico médico, del padecimiento de quién consulta.

Que en particular, sobre Fibromialgia, aún perdura el interrogante con el cual encabezo estas líneas; muchas veces puede tratarse de una histeria, un síntoma conversivo, al mejor estilo freudiano. Y otras veces, podemos pensarla más cercana a un fenómeno psicosomático, pobreza discursiva, falta de capacidad asociativa (holofrase).

 

  Porque las causas de dolor son independientes de las repercusiones del dolor. Así, por ejemplo, ante esta misma afección que nos ocupa, algunos pacientes padecen de la enfermedad como crónica y muy invalidante.

Hay otros, que no se presentan como minusválidos, toleran los dolores y son capaces de continuar con sus tareas cotidianas.

 

  Por ello, me resulta más útil pensarlo de este modo: más allá del dolor, cuya existencia y tolerancia es siempre subjetiva, se trata de la posición del paciente frente a la enfermedad, la posición del sujeto frente al dolor.

 

  Una erogeneidad del cuerpo investida con el dolor, y no con el placer sexual, un cuerpo que logra así hacerse presente. Un cuerpo que recuerda su base biológica, organicidad, en lugar de un cuerpo volátil, ligero, gozante.

¿Más cercano a la rigidez de la muerte, que la movilidad de la vida?

Enfermedad y muerte pueden enlzazarse y encastrasre en el cuerpo como un traje.

 

  Sea producto de una represión sexual, o bien un anclaje de la pulsión de muerte sobre el cuerpo, o un fenómeno psicosomático, como analistas nos seguirá interrogando el caso por caso.

 

 

Imagen*: óleo sobre lienzo denominado “Vampiro” con posterioridad. Realizado en 1895 por Edvard Munch. Pintor noruego (1863-1944) expresionista, precursor del modernismo.

 

 

 


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