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Psicosomática: La imaginación protege contra la enfermedad

04/05/2019- Por Juan Eduardo Tesone - Realizar Consulta

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Barthes decía que interpretar un síntoma somático no es darle un sentido, es por el contrario, apreciar de qué plural está hecho. ¿Qué es lo que caracteriza el funcionamiento psíquico de las personas con riesgo aumentado de somatización? Interrogante que ubica aquí Juan Eduardo Tesone, y que a su vez, nos muestra el valor esencial de una vida imaginaria rica, productiva, que nos protege de la enfermedad somática. Asimismo, el analista plantea cómo las neurosis bien mentalizadas darían lugar a un enfermar reversible, mientras que la dificultad en mentalizar los conflictos darían lugar a procesos evolutivos en el cuerpo; en el sentido de que, a una desorganización más o menos profunda del funcionamiento psíquico, seguiría una somatización.

 

 

        

                      “Nuevos Aires” (2015) Xilografía de Alan Altamirano*

 

 

                                      “La vida es necesariamente un estado mental”

                                                             Fernando Pessoa[i]

                                                       

 

  Barthes decía que interpretar un síntoma somático no es darle un sentido (mejor o peor fundado), es por el contrario, apreciar de qué plural está hecho.

 

  Desde la escuela de Chicago, tradicionalmente se incluía en las llamadas enfermedades psicosomáticas las famosas siete, como las pestes de Egipto: úlcera gastroduodenal, rectocolitis ulcerohemorrágica, hipertensión esencial, artritis reumatoidea, tirotoxicosis, asma bronquial y neurodermatosis.

 

  A cada una de estas enfermedades se asociaba un tipo caraterológico de personalidad. Es decir que de acuerdo a ciertas características de la personalidad se pretendía predecir la sintomatología somática estableciendo una relación causal lineal.

 

  Personalmente me siento mucho más próximo de la escuela psicosomática de París, cuyo mentor ha sido Pierre Marty. La misma no asocia personalidad y sintomatología, sino que describe un cierto tipo de funcionamiento psíquico que predispone a la sintomatología somática, sin predecir ni establecer una relación causal.

 

  Para esta escuela la sintomatología somática abarca toda la patología de expresión corporal, al plantear la unicidad de funcionamiento psique-soma, en ese orden. No se puede predecir cuál será el órgano efector de la patología somática, que dependerá de múltiples factores entre los cuales la genética, la alimentación, el medio ambiente, etc. Pero sí se podrá predecir el riesgo aumentado de expresión de la patología a través del cuerpo.

 

  Ya Cannon, el fisiólogo, en 1911, había demostrado los efectos fisiológicos de las emociones que influyen en todo el organismo a través del eje córtico-hipotálamo-hipofisario que intervienen en la regulación de la homeostasis del medio interno.

 

  Desde entonces numerosos trabajos dan cuenta por ejemplo, de la influencia de la depresión en la baja de las defensas inmunitarias, con el riesgo aumentado de la expresión de enfermedades crónicas a veces reversibles otras veces irreversibles.

 

No es infrecuente la aparición de un cáncer en el curso de un duelo. Últimamente se ha subrayado el aumento de la proteína C reactiva en caso de depresión como riesgo aumentado de generar un accidente cardiovascular, en ausencia incluso de otros factores de riesgo concomitante como el tabaquismo, la colesterolemia aumentada o la diabetes.

 

  El psicoanálisis permitió establecer los principios psicodinámicos que gobiernan y organizan la unidad psicosomática de una persona. La dualidad desaparece. El ser humano es psicosomático por definición. Sustantivado (la psicosomática) permite definir un campo de estudio. Aplicado como  adjetivo, por ejemplo enfermedad psicosomática, es redundante.

 

  En ese sentido propongo abandonar la denominación de psicosomática como adjetivo para reemplazarla por: conflictos de  expresión a predominancia psíquica o a predominancia somática, ésta última interviniendo, cuando el psiquismo no logró funcionar como barrera de contención de los conflictos.

 

  La patología somática aparece cuando el psiquismo se vulnerabiliza y no logra contener al interior del mismo los conflictos. No es infrecuente escuchar en la consulta pacientes que se sienten aliviados ante el diagnóstico de un síntoma somático, cómo si la persona se percibiera por fuera de lo que le ocurre, como si el cuerpo fuera autónomo respecto al psiquismo y su poder imaginativo; una forma de extraterritorialidad que no le concierne.

 

  Cuando es el cuerpo que habla cierto tipo de personas lo vive como un cuerpo extraño a su ser. Si el síntoma es de origen psíquico se siente responsable o incluso culpable.

 

  Más allá de estos casos extremos, todos hemos conocido el bienestar de haber “logrado” una gripe o una lumbalgia que nos permite regresivamente quedarnos en la cama, dejando suspendido por unos días los conflictos que no lográbamos resolver. Constituyen desbordes pasajeros del aparato psíquico, sin consecuencias graves. El soma opera así como una oferta de tregua a la indecibilidad de las fuerzas opuestas que se debaten en nuestro inconsciente.

 

  De manera general, la respuesta somática puede ser funcional como en algunas cefaleas o lesional como en las úlceras. La desorganización psicosomática puede ser reversible y la restitución ad-integrum, o en algunos casos irreversible llevando al paciente a una enfermedad terminal.

 

  ¿Qué es lo que caracteriza el funcionamiento psíquico de las personas con riesgo aumentado de somatización? Aquí encontraremos el valor de una vida imaginaria rica, productiva, para protegernos de la enfermedad somática. La escuela psicosomática de París describe varios mecanismos psíquicos que se alejan de la neurosis clásica y se avecinan más a las patologías del vacío.

 

  En primer lugar “el pensamiento operatorio”: es un pensamiento conciente, sin ligadura con movimientos representativos imaginarios y escasa capacidad fantasmática. Encontramos una gran pobreza imaginativa. Es un pensamiento desprovisto de libido que tiende a negar la agresividad y evita las investiduras psíquicas.

 

  Las asociaciones que trae el paciente, cuando existen, son pobres o repetitivas. El onirismo es escaso. El relato de su vida, carente de imaginación, se resume a una concatenación de hechos, una secuencia fáctica en la cual los sentimientos o la imaginación están ausentes.

 

  En segundo lugar lo que Pierre Marty llamó “la depresión esencial”. Son depresiones sin objeto ni autoacusación, ni culpabilidad conciente, en las cuales el sentimiento de desvalorización y de herida narcisística se orienta hacia la esfera somática. No existe una vivencia de tristeza.

 

  El paciente se queja de cansancio y apatía. Con un fondo hipocondríaco, hay como un llamado al cuerpo para que hable, consecuencia de fallas en el procesamiento psíquico de las experiencias emocionales. Migran de un médico a otro hasta encontrar que alguno le ofrezca un diagnóstico de  que algo no anda bien en el cuerpo… cuerpo que nunca llega a ser su cuerpo.

 

  Deniegan la angustia, incluida la angustia señal, que como bien se sabe, es protectora del organismo. Es como si se perdiera o quizás nunca se alcanzó, la capacidad del sujeto en protegerse del riesgo por venir. Los deseos han desaparecido para dejar lugar a intereses estereotipados o a una mera demanda de satisfacción de las necesidades. El inconsciente no emite señales, permanece opacado por una prevalencia de lo fáctico.

 

  En tercer lugar “la desorganización progresiva”, que corresponde en términos freudianos a una desintricación de las pulsiones de vida y de muerte, con predominio de la desligazón de la pulsión de muerte.

 

  Se diferencia de la desorganización regresiva, que es limitada en el tiempo y siempre rica de un potencial reorganizador. Como por ejemplo cuando una angina nos “obliga y permite” simultáneamente, hacer un alto en la vorágine de la actividad constante como forma de evitar el pensar. En una estructura neurótica, la angina puede permitir recontactar con sus propios pensamientos que habían sido dejados de lado por una hiperactividad alienante.

 

  En el transcurso de la vida, el equilibrio psicosomático puede verse alterado transitoriamente por agotamiento de los recursos psíquicos, con la aparición de síntomas somáticos circunstanciales que intentan establecer un paréntesis ante la sobrecarga y exigencia tensional cotidiana.

 

  Se produce entonces una desorganización momentánea por falta de integración psicosomática, pero con buenos niveles de reorganización y de recuperación del equilibrio perdido. En estos casos la manifestación somática es una señal de alarma útil para promover cambios en la actitud de vida.

 

  En la desorganización progresiva en cambio, el movimiento regresivo no está detenido por ninguna organización regresiva valedera, pudiendo conducir a procesos desorganizativos irreversibles. Ciertas hiperactividades se constituyen en verdaderas conductas de agotamiento. Son intentos por generar una evacuación de un exceso de carga psíquica no metaforizada.

 

  Son los llamados procesos auto-calmantes. Esta dificultad en tramitar el aspecto excesivo de cargas psíquicas es lo esencial de los procesos de somatización. Es una pura carga de excitación que no adquiere valor pulsional, en la medida que no tramita a través del representante psíquico de la pulsión. Descarga directamente en el órgano somático, sin alcanzar el valor protector del componente imaginario del representante psíquico.

 

  Según éste esquema, las neurosis bien mentalizadas dan lugar a un enfermar reversible, mientras que la dificultad en mentalizar los conflictos dan lugar a procesos evolutivos en el cuerpo. La secuencia es que a una desorganización más o menos profunda del funcionamiento psíquico sigue una somatización.

 

  Citando a Pessoa diré que el paciente psicosomático “domina sus emociones pero no sus sentimientos”. La descarga cortocircuita el psiquismo y golpea directamente al cuerpo.

 

  En éste tipo de pacientes, los tratamientos medicamentosos deben ser dados de acuerdo a una alquimia delicada. Dosis demasiado débiles no le dan la oportunidad al organismo de reencontrar una homeostasis que permita a las defensas biológicas anteriores de revigorizarse. Demasiado fuertes decapitan el síntoma evitando a la persona interrogarse sobre su propia subjetividad vacilante.

 

  Se habla incluso de psicosomatosis para destacar el aspecto de psicosis actual existente en filigrana en algunas somatosis, de ahí el temor a la “locura” si abandonan los síntomas somáticos a los cuales se aferran. Si el cuerpo deviene persecutorio, el inconsciente lo es más aún.

 

  Los síntomas somáticos pueden ser el desplazamiento en el cuerpo de un dolor mental insoportable, desesperada tentativa de falaz auto-cura. Por lo tanto, al intentar un abordaje psíquico de su problemática, el terapeuta se confrontará a una tenaz resistencia a abandonar los síntomas somáticos, cuya desaparición, paradójicamente se teme.

 

  Son pacientes que cuanto más síntomas en el cuerpo presenten, menos vida imaginaria tienen, logrando provisoriamente una engañosa paz en un mortífero psiquismo silenciado. La vida es conflicto, y sin algo de caos y ruido no hay vida.

 

  Es la función del analista encontrar los eslabones que faltan o incluso de  crearlos. A la incapacidad asociativa del paciente, frente a su escasez de una vida imaginaria rica, el analista deberá como “prestar su preconsciente”, proponer asociaciones, encontrando el sentido metafórico del síntoma.

 

  No podrá recurrir a un esquema tradicional de la cura en la cual espera que el paciente asocie libremente aportando fantasías y un entramado imaginario. Aquí el paciente se siente esclavo de su incapacidad en asociar fantasías, ideas, recuerdos.

 

  Dado que la imaginación no falta en la neurosis y protege por ende de la somatización, vivamos a fondo nuestras imaginarias neurosis, dejemos aflorar con vigor nuestra loca imaginación. En la medida que la neurosis no nos paralice, admitamos una pizca de “locura” que le dé sabor a la vida, y seamos productivos imaginariamente.

 

  Sin olvidar, como decía Ciorán[1], que “los que se sienten bien no son reales. Tienen todo salvo el ser que confiere una salud improbable”.  Y luego agrega: “Salir indemne de la vida podría suceder, pero en realidad, no sucede nunca”.

 

 

Nota: el presente escrito ha formado parte del ejemplar de la revista Imago Agenda de la Editorial Letra Viva Nº 205 - Otoño 2019 (“Fenómenos Psicosomáticos”). Buenos Aires. Argentina

 

 

Imagen*: Alan Altamirano (“Mk Kabrito”) es un artista plástico contemporáneo de nacionalidad mexicana, nacido en 1988 en Oaxaca.

                    http://www.alanaltamirano.com.mx

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Cioran “Aveux et anathèmes”, Gallimard, Paris. 1987.



[i] Escrito con el heterónimo de Bernardo Soares. “Libro del desasosiego”. Emecé

 

 


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