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La cita urgente03/12/2018- Por Carmen González Táboas - Realizar Consulta
Carmen González Táboas presenta el “Grafo del deseo” tomando como punto de partida las clases 1 y 2 del Seminario Libro 6 “El deseo y su interpretación”. En el recorrido va situando los diferentes matemas presentados por Lacan, articulando deseo, fantasma y angustia con conceptos que trascienden los límites del propio Seminario en un itinerario que enriquece la lectura de dicho grafo.
Grafo del Deseo
Sobre el Grafo desarrollado por Lacan en los Seminarios 5 y 6[1]
Mi presentación del grafo elige dos momentos en las clases 1 y 2 del seminario 6. Uno es el que se refiere a la angustia: “No es en el nivel del deseo donde se produce la angustia sino en el Yo”.
El otro momento veremos en el fantasma el lugar de salida para la angustia. Lacan pregunta ¿qué es el deseo? En la primera clase del seminario 6, después de decir que no hay una respuesta simple, se declara comprometido por una cita urgente: “la que tengo con mis menesteres prácticos experienciales”, es decir, con su práctica.
El grafo enseña que el deseo nunca deja de jugar un juego de ocultación. Decía Lacan en el seminario V, Freud debió casi adivinar al deseo oculto tras sus máscaras; todas las formaciones del inconsciente son diversos modos de las máscaras; hay lo que de ellas se interpreta, pero bien podríamos hacer con la interpretación nuevas máscaras.
En este seminario Lacan elige la vía del deseo y no la vía del padre. Miller[2] señala lo dicho por Lacan en el Seminario 16, el Dios vivo (que se presenta como el Otro del Otro) se sienta en el trono del Dios de los filósofos; se desnuda un Otro sin Otro, tal como Miller ilumina la expresión no hay Otro del Otro. El Otro es un conjunto que contiene su propio significante; como en todo conjunto, cada elemento conlleva el conjunto vacío.
Desde las leyes del lenguaje hasta lalangue que parasita al ser hablante, el inconsciente pasará más del lado de la causa que del lado de la ley. Miller menciona cinco registros de la ley: lingüístico, dialéctico, matemático, sociológico y freudiano, cuya función es “poner orden” en el inconsistente desorden imaginario.
En efecto, el Otro sin Otro está afectado por un goce que no recibe su sentido de la metáfora paterna; lo cual reduce el Edipo a un mito, deshace la metáfora paterna, y hace del Nombre del padre sinthome: un modo de gozar como cualquier otro que toma el lugar de la función. Todo lo cual esboza el viraje que según Miller constituye este seminario de Lacan.
Un deseo no es homogéneo a la realidad, escapa al dominio del nombre del padre, se especifica por la significación del falo en su forma lingüística, donde la perversión no es un accidente del deseo; todo deseo es perverso en la medida de su desajuste al orden simbólico. La metáfora paterna como pére version quiere decir que el padre no puede ser reducido a un puro significante.
El exceso de la presencia del Otro de la ley en la psicosis, impide la regulación del deseo en el fantasma cuyo objeto es un goce perdido y cuya función es obtener algún plus. El pasaje al acto del voyerismo-exhibicionismo toma también las modalidades del fantasma, donde el deseo está atado a los goces perversos. (Podemos mencionar, por ejemplo, la mirada que devora).
Aún mencionemos, con Miller, el enganche del seminario 6 con la quinta parte de “La dirección de la cura”, donde, tomar el deseo a la letra como metonimia de la falta del ser no lo ubica a nivel del inconsciente sino a nivel de la cadena significante como lo inatrapable.
Si el sueño permite saber que el sujeto está identificado a varios elementos, disperso y múltiple, a falta del significante que le diría su ser, en esa metonimia nada garantiza la verdad de un significante; no hay metáfora sino fantasma. La salida es el fantasma.
El desfallecimiento del sujeto ante el objeto de su fascinación, ‒experiencia deseante de un cierto quedarse sin aliento, fading del sujeto incapaz de nombrarse‒, toma consistencia de ser por la relación con el objeto.
Otros dos rodeos convenientes
Un modo poético de entrar en el seminario 6 es dejar hablar un poco a Monsieur Teste, una creación genial de Paul Valéry. Leamos:
“Yo soy lo inestable”. “Estás lleno de secretos a los que llamas Yo. Eres voz de tu desconocido”. “Lo que llevo en mí de desconocido es lo que me hace Yo. Lo que tengo de inhábil, es lo que tengo de más yo. Mi debilidad, mi fragilidad”. “¿Por qué amo lo que amo? ¿Por qué odio lo que odio?”. “Amar y odiar están debajo”.
Sin duda, en nuestro Grafo, amar y odiar están en el piso de abajo, pero ocurre que nada está debajo que no esté al mismo tiempo en el piso superior.
Hagamos un rodeo por la clase XVIII del seminario 5. El deseo ‒vagabundo, fugitivo, inasible‒, escapa a la síntesis del yo. Aquí Lacan inscribe en este grafo, a nivel del fantasma, la máscara; a nivel de s(A), la risa, la satisfacción que es signo de la presencia.
La máscara es efecto de la insatisfacción que proviene de la demanda rehusada; la cara de piedra (le visage de bois[3]) del Otro transfiere la demanda al I(A), mientras en la línea significante se anuncia el superyó como viniendo del Otro. ¿Cómo hará el sujeto para reconocerse como uno a través de la diversidad de las máscaras?
Lacan introduce la dimensión de un significante privilegiado, que a la vez lo divide, en una Spaltung entre el deseo y sus máscaras. Ex-céntrico a toda satisfacción, el deseo conlleva el dolor de existir. En las formas enmascaradas, la función identificatoria e idealizante se liga a la demanda.
¿Qué es una huella? No es un significante. Si Robinson, al darle un sentido, borra la huella, la vuelve significante. El significante es hueco. Inversamente, articulado en palabras en ese pasaje se hace voz, ‒no digo articulación significante, que puede permanecer enigmática‒; lo que sostiene el pasaje es la voz, nivel donde el significante testimonia de una presencia pasada. El lugar de lo borrado (pérdida del objeto voz) sostiene la transmisión; solo así se pasa a la palabra. Un significante puede ser borrado y barrado; no deja sino su lugar.
Todo significante es en principio revocable; para lo que no es significante, es decir, lo real (lo que no habla), la barra es uno de los modos más seguros de que tome la dignidad del significante a nivel de la cadena significante. “Un niño es pegado”. Pegado, es amado, él, el sujeto. El otro, si es pegado, no es amado; lo cual muestra la acción del significante en el inconsciente.
En el Seminario 6, los tres tiempos del grafo
Grafo o red, es un camino formado por partes conexas. Sucesión de aristas, une un vértice con otro; cada arista termina donde empieza la otra. ¿Por qué grafo del deseo? Porque se constituye alrededor de un agujero; por tratarse del deseo de un sujeto definido a partir de su articulación con el significante.
La pregunta: Che vuoi?, ‒¿qué me quiere?‒, requiere la salida del circuito imaginario, se inscriben enunciado y enunciación; desdoblamiento fundamental donde se abre “lo que yace en el intervalo”, el sujeto y el objeto causa del deseo del hombre; el deseo del hombre es el deseo del Otro. El recorrido sobre el grafo oculta esta función central del agujero, su “cortocircuito”.
El circuito imaginario se recorre sin pasar por la cadena superior; deja al yo atrapado en la deriva de las significaciones, s(A), ya que su estructura hace que una significación sólo remita a otra significación. Este circuito, como tal, reproduce el “circuito infernal de la demanda”. La cadena superior determina las significaciones producidas en la inferior, pero en la cadena superior no se articulan significaciones; así se concluye un proceso de vaciamiento del inconsciente. La pulsión se articula a la demanda, pero no implica a los significantes, sino el vaciamiento de las significaciones del inconsciente: S (Ⱥ).
La demanda constituye la estructura basal y diacrónica del lenguaje; el sujeto se implica en el significante a partir del elemento diferencial. (Caso, abre su boca y siente horror al ver la campanilla en la garganta). Quiere decir que un significante toma su valor y su sentido a partir de otro en un sistema de oposiciones binario. El corte sincrónico entre m y d es el camino que el sujeto debe rebajarse a pasar para alcanzar el plano del inconsciente que aparece a posteriori. El proceso intencional se dirige a la I.
En el inicio la eclosión de la necesidad exige salir de lo alucinatorio sin camino de retorno. El sujeto no sabe lo que él es, no se refleja en lo que de entrada es la primera identificación, la primera signatura de su relación con el Otro. Primer tiempo lógico, “lo que articula la cadena del discurso que existe más allá del sujeto y le impone su forma, quiéralo o no”.
Más allá de su aprehensión inocente de la articulación lingüística, en esa experiencia de lenguaje se juega la aprehensión del Otro como tal, por parte del sujeto, en la medida que el Otro hará que un significante u otro se presente en la palabra.
En el primer momento del grafo tenemos el nivel infans del discurso; en el segundo, la relación especular; en el tercero el deseo del Otro, la experiencia traumática de su opacidad frente a la cual el sujeto puede encontrarse sin recursos. El llamado al Otro es el primer encuentro con el deseo, que es deseo del Otro.
Gracias a la propiedad conmutativa del lenguaje se produce la sustitución, la barra; una co-existencia y a la vez una impenetrabilidad. La captura del ello dentro de la articulación significante deviene inconsciente. (El caso del niño con terrores nocturnos). Ahí puede intervenir la experiencia especular. La angustia llamada a remediar el desamparo no surge a nivel del deseo, sino a nivel de la experiencia especular, en el yo.
El elemento imaginario le permite al sujeto resolver el desamparo en su relación con el deseo del Otro por medio de su experiencia del otro semejante, que lo mira. (Como en el caso de El diablo enamorado que veremos enseguida: prestancia, sumisión, derrota). Donde el sujeto se define con su yo, pero también se refleja a sí mismo como sujeto hablante.
El lugar de salida, el lugar de referencia a través del cual el deseo aprenderá a situarse es el fantasma. El sujeto, dividido, se revela al otro imaginario como mirada. EL deseo humano no está fijado a un objeto, sino siempre esencialmente a un fantasma que le da al deseo su nivel de acomodación.
El diablo enamorado, de Jacques Cazotte (1719-1792)
Don Álvaro, “un caballero español”, conversa con unos hombres que se manifiestan conocedores de las ciencias ocultas. ¿Se atrevería a ir a la oscura cueva y gritar tres veces Belcebú? Lo hace, le responde un vivo fulgor; asoma en un ventanuco una cabeza de camello enorme, con orejas descomunales. El odioso fantasma abre sus fauces y resuena el tono horrible de la pregunta ¿qué quieres?
El miedo se apodera de Álvaro, se siente desfallecer; apela a todas las fuerzas de su alma y “la revolución” sucede: “me vuelvo el amo de mi terror, miro con insolencia al espectro y le digo: ¿Qué pretendes temerario mostrándote de esa forma horrible?” El fantasma vacila, pero tú me has llamado. Don Álvaro le advierte: ¿el esclavo quería asustar a su amo? Si vienes a recibir mis órdenes, toma una forma conveniente y un tono sumiso.
Bajando la voz, el espectro dice, amo ¿bajo qué forma quieres que me presente? Primero será un perro de pelo sedoso blanco y brillante. El espectro desparece y el perrito recibe las órdenes de don Álvaro; toma forma de paje, y prepara un banquete para los hombres que indujeron la aventura.
El hermoso muchacho es al fin una chica, Biondetta. La amenaza velada insiste a lo largo de la novela: “Álvaro, no me maltrates, no me conoces”, hasta la revelación horrorosa, Biondetta enamorada es Belcebú. Es la hora de la derrota: “No intentes mostrar ignorancia; sabías bien en qué te metías”.
Nota: Escrito a partir de dos presentaciones en el “Departamento de psicoanálisis y filosofía” (ICBA, abril de 2015)
[1] Jacques LACAN, Le seminaire libre V. Les formations de l´inconscient, París, du Seuil, 1998. Las citas corresponden a la versión francesa, la traducción es mía. Seminario 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2014.
[2] De la Presentación del seminario 6, por Jacques-Alain Miller.
[3] Literalmente, “cara de madera”. Con el sentido de “cara de piedra”, opacidad.
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