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Acerca del patriarcado y la crisis civilizatoria

09/12/2017- Por David Amorín Fontes - Realizar Consulta

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El foco de la perspectiva de género está puesto en las relaciones de poder existentes en la vida humana, entre varones y mujeres, y entre identidades hegemónicas de género y aquellas que no lo son. Por tanto el concepto de poder y abuso de poder es clave para entender los dos problemas que estamos tratando de pensar como relacionados: la dominación patriarcal sobre la mujer y la fractura del equilibrio ecológico global… Desde su origen el patriarcado está asociado a la violencia para sostener su poder… A la violencia contra la mujer ha venido a agregarse la violencia contra la naturaleza cuando entra en sinergia con el capitalismo.

 

 

 

                             

 

 

  El género emerge directa e indirectamente como efecto de las consecuencias sociales y subjetivas que acarrea el hecho de pertenecer biológicamente a uno u otro sexo, y las diferencias reproductivas que ello conlleva. Los efectos simbólicos e imaginarios que surgen de tales diferencias (que son entendidas como “naturales” en el imaginario social y desde algunas disciplinas), no son sino más que un producto socio-histórico emergente de lógicas epocales generadoras de discursos que portan un saber/poder, siempre androcrático y androcéntrico con resultados machistas.

 

  Los Estudios de género se han ocupado de la genealogía y deconstrucción del modo en que las desigualdades entre varones y mujeres se han generado a partir de la diferencia sexual anatómica y fundamentalmente reproductiva, y cómo estas diferencias se han inscripto en la sociedad contribuyendo a la consolidación de una estructura basada en la expoliación, el abuso de poder, la violencia, el sometimiento, la inequidad y la injusticia (lo mismo que viene sucediendo con los recursos naturales del planeta).

 

  El foco de la perspectiva de género está puesto en las relaciones de poder existentes en la vida humana, particularmente entre varones y mujeres, y entre identidades hegemónicas de género y aquellas que no lo son. Por tanto el concepto de poder y abuso de poder es clave para entender los dos problemas que estamos tratando de pensar como relacionados: la dominación patriarcal sobre la mujer y la fractura del equilibrio ecológico global. También en el ámbito ecológico existe un poder humano a través de los medios de producción, ejercido sobre las condiciones materiales del ambiente con nefastos efectos destructivos.

 

  Entendemos por patriarcado una supra estructura civilizatoria que produce un poder y un saber que sostiene discursos y prácticas androcéntricas y androcráticas, dando por resultante el gobierno del varón y el varón como medida de todas las cosas. Se diseña así un esquema dominador-dominada, con el corolario de inferiorización de la mujer; sexismo; ejercicio arbitrario y a-crítico del poder y violencia en distintos registros, incluida la violencia contra el ambiente. Esta estructura confiere un orden socio-cultural basado en el ejercicio del poder de los varones sobre las mujeres, dominación que se encarna material, imaginaria y simbólicamente en la figura del padre.

 

  A esto debemos agregarle la explotación y dominio ejercidos sobre los bienes materiales naturales del planeta, que el avance del sistema capitalista en sinergia con el patriarcado ha generado. Se trata de una verdadera destrucción de la biosfera, con un trasfondo irracional y perverso de negación del valor y sentido de la vida. Estamos asistiendo a una trivialización y banalización de la trascendencia e importancia de la dimensión humana del existir, debilitando nuestra condición de seres auto concientes y sensibles, que deberíamos guiarnos por una ética del cuidado en todo sentido. Esta ética del cuidado está tradicionalmente asociada a lo femenino y es débil en los varones por impacto de la socialización de género; se basa en la empatía, los afectos, la comprensión y la preocupación genuina por los otros y otras y por el ambiente.

 

  Antes del surgimiento de la propiedad privada y de la estructuración social por clases y estamentos, el varón ya se había apropiado progresivamente de la capacidad sexual, reproductiva y de la fuerza de trabajo de las mujeres, siendo utilizadas éstas como mercancías de intercambio, con el consiguiente efecto de cosificación y objetalización (Lerner, 1990, p. 27). Los varones extrapolaron la dominación y jerarquía sobre las mujeres de su grupo hacia la conquista de otros pueblos, esclavizando así a mujeres y hombres. Los primeros códigos jurídicos consagraron y legitimaron la pretendida superioridad y dominación del varón sobre la mujer; lo mismo pasa con los sistemas religiosos que producen del modo más potente lógicas de sentido hasta nuestros días.

 

  Consolidan en sus doctrinas la idea de que la mujer es inferior al hombre y debe subordinarse al mismo. Si dios creó a la mujer diferente físicamente a los varones y con distintas funciones biológicas, éstos últimos han entendido que debe también asignárseles diferentes roles sociales por mandato divino. También estas ideologías refuerzan la ecuación que prescribe que mujer es igual a madre, y que feminidad es igual a maternidad. Recordemos que el hecho que la mujer tenga la capacidad de parir responde a la biología del sexo, pero el hecho de que sea sobre las madres sobre quienes recaen las mayores responsabilidades de los cuidados y la crianza es cultural, y deviene de mandatos y estereotipos construidos desde el género.

 

  Desde los orígenes de la humanidad la situación de amamantamiento generó una limitante en la mujer en tanto debía estar cerca de su prole, por lo que un hecho biológico devino, a la postre, en un condicionamiento y limitaciones sexistas sostenidas y perpetuadas por un orden cultual y un ejercicio arbitrario de poder. De hecho, el primer ejercicio de instalación de la propiedad privada, fue la apropiación de la capacidad reproductiva de las mujeres.

 

  Es sabido por evidencia arqueológica e histórica (fundamentalmente pinturas rupestres y estatuillas de Venus diseminadas por la Europa prehistórica, ofrendas y los análisis mitológicos posteriores), que durante gran parte del neolítico se veneraba a la diosa-madre como fuente generadora de toda forma vital, en el marco de un culto general a la fertilidad y la vida asociados con lo femenino. El arte prehistórico está plagado de representaciones alusivas a mujeres embarazadas y a los genitales femeninos. No se trataba de organizaciones humanas ginecocráticas (centradas en el poder de la mujer), si bien hoy sí mantenemos una cultura androcrática aún apuntalada en el poder del varón hegemónico.

 

  Socialmente consistía en la ausencia formal de jerarquías y jefaturas, o sea de ejercicios de superioridad y poder de unos sobre otros y otras; por tanto también faltaba la relación dominador/sometida entre los sexos. La resultante era la organización de colectivos humanos participativos, colaborativos, solidarios, igualitarios y en mayor armonía, en base a criterios generales de reciprocidad. Asimismo no existían acotaciones territoriales y se gozaba de la ausencia de violencias y guerras; hay evidencia de que “… la igualdad entre los sexos -y entre los pueblos- fue la norma general durante el neolítico” (Eisler, 1993, p. 13).

 

  Una verdadera coherencia y armonía entre la naturaleza, el ser humano y el cosmos, que hoy tanto echamos de menos. Una celebración, reverencia y actitud de honrar la procreación y los poderes que nutren, vivifican, cuidan y sostienen la vida; todo girando en torno al nacer y renacer asociado a la naturaleza y sus ciclos. Lo femenino se asociaba con la tierra, en tanto naturaleza, y con la luna dado que los ciclos lunares se emparentan con los ciclos menstruales. El cuerpo de la mujer era percibido como un continente mágico cuya biología sincronizaba con los ciclos lunares a través sus contenidos, como en el caso de la menstruación, y era capaz de producir vida y de sostenerla merced a su producto alimenticio durante la lactancia. La vida y el placer acaparaban la escena humana, construida sobre características de la mujer y sus funciones reproductivas entre otras.

 

  Estas condiciones relativas a lo femenino, y su traducción en el plano imaginario y simbólico, han determinado una ambigüedad y ambivalencia históricas del varón respecto de lo femenino. Algunas teorías proponen que esta condición especial que valorizaba a la mujer fue generando un efecto psicológico y cultural en el varón, de modo que éste fue creando actividades e instituciones que afianzaran su propio yo y le proveyeran de autoestima, dándole asciar y expulsar aspectos sensibles y emocionalesago de Chile.

erie de principios í sentido a su propio valor e importancia. Las victorias militares que sobrevinieron con los conflictos bélicos también cumplían esta función. Poco se ha desarrollado la idea de los efectos de género producto de la envidia masculina inconsciente hacia determinadas capacidades de la mujer, como por ejemplo gestar y dar vida, pero algunos planteos teóricos al respecto proponen la idea de que este fenómeno tiene relación con la violencia de género.

 

  El patriarcado, en tanto estructura que otorga sentidos a la realidad, posee su propio dispositivo de normatización y auto naturalización, con efectos simbólicos que invisibilizan la injusticia y la dominación. El problema es que las epistemologías de las que disponemos para su comprensión y decontrucción emergen de su propio discurso y poder, y que tanto hombres como mujeres están impregnados/as de sus mandatos y estereotipos tornando muchas veces invisible su efecto negativo por la vía de la naturalización.

 

  Desde su origen el patriarcado está asociado a la violencia, y ésta es su recurso más utilizado para sostener su poder, ya sea la violencia en general y la violencia contra la mujer en particular. A esto ha venido a agregarse la violencia contra la naturaleza cuando entra en sinergia con el capitalismo.

 

  Justamente, la construcción de la subjetividad masculina hegemónica patriarcal se apuntala en mandatos que prescriben ejercer potencia –que está asociada a la virilidad– con el corolario de violencia, control y poder. Esto da por resultante lo que conocemos como la tríada de la violencia masculina, a saber violencia contra la mujer, contra otros varones y contra sí mismos (Kauffman, 1997) a las que debemos agregar la violencia contra el ambiente y la naturaleza.

 

  Apelando al psicoanálisis, el concepto de tánatos o pulsión de muerte nos aporta insumos para pensar las motivaciones ocultas e inconscientes de estos fenómenos de auto y heterodestrucción, fuera de todo criterio de cuidado y preservación de la vida. Se trata de actos compulsivos individualistas, narcisistas, egoístas, megalomaníacos y de omnipotencia ciega, acicateados por un hedonismo voraz donde nada alcanza en la búsqueda de una satisfacción total siempre esquiva y alienante. La tolerancia a la frustración es una de nuestras capacidades más vulnerabilizada, y cada vez somos más débiles a ese respecto.

 

  Vivimos como si no fuéramos parte del ambiente, efecto de una negación y renegación mortífera, que nos desconecta ilusoriamente de la naturaleza que nos constituye y que constituimos. Una verdadera compulsión a la repetición, donde el sadismo se vuelve hacia nosotros mismos/as, en el contexto de un goce loco resistente al cambio. Esta pulsión agresiva, articulada con el narcisismo, nos lleva directamente al tema del ejercicio del poder y del abuso de poder, tan directamente asociado al patriarcado y sus efectos feminicidas y ecocidas, en tanto la masculinidad que de él emerge se sustenta en la dominación de mujeres y bienes materiales y naturales.

 

  Es esta ambición económica, patriarcal y narcisista, la que avasalla todo lo que obstaculiza su imperativo de satisfacción, usando la violencia para conquistar y dominar poniendo en riesgo incluso la extinción de los recursos naturales imprescindibles para la supervivencia de la especie.

 

  El capitalismo, que por definición es un sistema de producción para el mercado, y por ende para el consumo, surge en el marco de la crisis del poder feudal a finales del siglo XV. De allí que la destrucción del ecosistema hoy es el corolario de sus lógicas de mercado y producción extractivista que basan su “éxito” en la práctica del consumo. Para ello se necesita que los dispositivos de producción de subjetividad actuales estén orientados más a generar consumidores/as que ciudadanos/as. La mayoría de la población de todas las generaciones hoy está hipnotizada por la erotización y narcisización del consumo: comprar y tener más es sentir el goce de estar incluido placenteramente en “un mundo feliz” (tomando prestado el título de la novela de Aldous Huxley de 1932).

 

  “En esta fase extrema y apocalíptica en la cual rapiñar, desplazar, desarraigar, esclavizar y explotar al máximo son el camino de la acumulación, esto es, la meta que orienta el proyecto histórico del capital, es crucialmente instrumental reducir la empatía humana y entrenar a las personas para que consigan ejecutar, tolerar y convivir con actos de crueldad cotidianos”. (Segato, 2016, p. 99).

 

  En esta alianza, el patriarcado ha logrado apropiarse del trabajo reproductivo de las mujeres, a la par que el sistema capitalista se apropia violentamente de las propiedades reproductivas de la naturaleza al punto de generar el riesgo de provocar su extinción. La imagen/metáfora a la que podemos recurrir para pensar la relación entre patriarcado y capitalismo, es destacar la similitud y paralelo entre la violación y expoliación histórica que a través de los siglos el varón ha efectuado con el cuerpo femenino y su potencial productivo y reproductivo, y la violación, rapiña y profanación que los medios de producción capitalista perpetran sobre los recursos materiales del planeta.

 

  Decimos con acierto que el capitalismo en su fase salvaje neo liberal es un capitalismo apocalíptico, y que está en crisis al igual que el patriarcado, lo que no quiere decir que estemos cerca de su desaparición. Ambos sistemas en alianza sinérgica están dando duros golpes en defensa de su supervivencia (lo vemos tanto en la perpetuación de la violencia de género de todo tipo, como en el despliegue sostenido y creciente de conflictos bélicos en todo el mundo); “la continua expulsión de los campesinos de la tierra, la guerra y el saqueo a escala global y la degradación de las mujeres son condiciones necesarias para la existencia del capitalismo en cualquier época” (Federici, 2010, p. 20).

 

  La inestabilidad, incertidumbre, escepticismo y desilusión que produce el sistema neoliberal, conlleva la pérdida de confianza en el futuro, por lo que se instala la lógica egoísta que subyace al comportamiento irracional de hiperconsumo, con el costo del vaciamiento de recursos para las generaciones venideras. Para que se sostenga este proceder a nivel de masas, se requiere de un verdadero psicopoder (Han, 2014) que requiere, a la vez, de un control subjetivo y social, vehiculizado por la psicopolítica de la seducción narcisista.

 

  De hecho, acicateados por el individualismo y el hedonismo narcisista, nos auto explotamos, nos auto esclavizamos y nos auto consumimos, encandilados y encandiladas por el espejismo de la libertad y la felicidad. El sistema manipula las emociones, para lograr estos comportamientos acríticos por excelencia.

 

  El signo de estos tiempos hipermodernos es la velocidad, la flexibilidad, la fluidez, el egocentrismo; de allí la imperiosa necesidad de rescatar y generalizar valores relativos al cuidado y respeto por la vida que, como hemos visto, siempre estuvieron asociados a lo femenino.

 

  Connotadas pensadoras feministas (Lerner, Facio, entre otras) consideran que si logramos vencer la primera de todas las formas de dominación y sometimiento, o sea la dominación y control de lo femenino por parte de lo masculino, esto contribuirá decisivamente a superar todas las otras formas de dominación existentes. Militar en pro del empoderamiento de las mujeres redunda en efectos beneficiosos para detener el sistema que produce el dañino cambio en los recursos naturales asociados a la vida.

 

  Seguir luchando por la eliminación del patriarcado significa un enorme aporte a la vapuleada salud de la biosfera, y en definitiva de la humanidad toda. Las mismas fuerzas que sostienen la violencia contra la mujer son las que diezman los recursos naturales básicos desforestando, contaminando, utilizando combustibles fósiles hostiles con el ambiente y fertilizantes químicos tóxicos, envenenando ecosistemas, extinguiendo especies, erosionando el sistema costero, aumentando la escasez de agua potable, produciendo comida chatarra, habilitando desastres climáticos, generando más pobreza global; todo por sostener el hiperconsumismo necesario para que la economía capitalista no colapse definitivamente.

 

  La consolidación de relaciones justas de igualdad, cooperación, solidaridad y equidad que eliminen el sometimiento de las mujeres y del ecosistema, es un imperativo ético y un trabajo que todos y todas debemos realizar, analizando y deconstruyendo nuestra responsabilidad y complicidad al respecto. No es sino de la alianza fértil y honesta entre hombres y mujeres en pro de la vida, de donde podrá venir el cambio de la historia. Si no reaccionamos a tiempo lo que nos espera es la muerte de la especie y del planeta. Esperemos que el proceso no demore otros 5000 años.

  

 

Bibliografía

 

Amorín, D. (2007): Adultez y masculinidad. La crisis después de los 40. Psicolibros-Waslala. Montevideo.

 

Bornemann, E. (1975): Das Patriarchat Fischer Verlag. Frankfurt.

 

Byung-Chul Han (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder. Madrid.

Eisenstein, Z. (1977): “Hacia el desarrollo de una teoría del patriarcado capitalista y el feminismo socialista”. En: Teoría Feminista. (Selección de textos). Ediciones populares feministas. República Dominicana

 

Eisler, R. (1993): El cáliz y la espada. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile.

 

Eisler, R. (1998): Placer sagrado. Vol. 1. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile.

 

Federici, S. (2010): Calibán y la bruja. Traficantes de sueños. Madrid.

 

Foucault, M. (2001): “El sujeto y el poder”. En Dreyfus, H. y Ravinow, P. Michel Foucault: Más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Nueva Visión. Buenos Aires.

 

Gilligan, C., In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development, Cambridge, Harvard University Press, 1982.

 

Kauffman, M. (1997): “Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”. En Valdez, T. y Olavarría, J. (Comps.). Masculinidad(es) Poder y crisis. Ediciones de las Mujeres. Isis Internacional/ FLACSO. Santiago de Chile.

 

Lerner, G. (1990): La creación del patriarcado. Editorial Crítica. S.A. Barcelona.

 

Segato, R. (2016): La guerra contra las mujeres. Traficantes de sueños. Madrid.

 

 

 

 

 


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