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La des-ilusión: una pandemia

14/11/2017- Por Pilar Errázuriz Vidal - Realizar Consulta

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La dialéctica margen-centro ha casi desaparecido dando paso a una eclosión del binomio hegemonía-subalternidad que se estructura sólidamente con el sesgo siniestro de la pulsión de muerte en la peor de sus versiones. Las masculinidades hegemónicas de los países del Norte con su consiguiente influencia en nuestros países del Sur, han logrado meta estabilizar el sistema sexo-género patriarcal desde el neo-liberalismo y el capitalismo salvaje, anulando los anhelos feministas de equidad… Esta des-ilusión que cuesta la vida ¿será hoy una producción sólida y perversa que se ha transformado en una pandemia de la cual es difícil de escapar?

 

 

 

                       

 

 

  Hace tan solo unos años, pensadoras feministas ponían el acento sobre las lógicas del centro y aquellas de los márgenes en sistemas socio políticos donde antagonizaban el poder hegemónico y la “resistencia densa”, en conceptos de Sherry Ortner (Ortner, 2006). Por su parte, bell hooks sugería desde los márgenes de género, clase y raza, hacer del margen el centro, generando una cultura y un pensamiento crítico eficaz (hooks, 2017). En ambos casos se pensaba sobre la base de la oposición entre estructura y agencia, pudiendo esta última penetrar por los resquicios más frágiles del sistema como acción deconstructiva y creativa. Incluso el pensamiento de Braidotti y aquel de Judith Butler marcaban derroteros posibles para debilitar el sistema hegemónico global, clasista, racista y sexista.

 

  Para citar algunos ejemplos, estos márgenes fueron habitados en los años 60 por los movimientos hippies, contrarios a guerras y violencia, muchos de ellos seducidos por comunidades al estilo de los falansterios, que proclamaba Charles Fourier; en los setenta, los grupos feministas de autoconciencia que recomendara bell hooks se instalaron en los márgenes, luchando por la equidad de género; en los ochenta, son las feministas postcoloniales que tienen el protagonismo en su cruzada por la equidad de clase, raza y género; y luego, de los noventa en adelante, los márgenes han sido habitados por quienes se afiliaron a la cultura queer y se cuestionan su identidad sexual y el destino de su deseo, desestabilizando, de este modo, la heterosexualidad obligatoria del sistema.

 

  Si se desarrollaron márgenes a lo bell hooks, es porque existía un centro que gozaba de una cierta liquidez moderna (Bauman, 1999) en el último tercio del siglo XX, con quien antagonizar desde una política de subversión al sistema sexo-género establecido. De estos márgenes creativos sobreviven algunos en el siglo XXI, con mayor o menor presencia en el imaginario social, sin poder constituirse aún en referentes simbólicos sólidos y legítimos. De este modo apreciamos la resistencia esforzada de los movimientos sociales, de iniciativas comunitarias y grupos vocacionales críticos y/o militantes. Luchan, hoy, por no ser subsumidos por una dinámica social perversa (Aleman, 2014) que atraviesa género, clase, raza y opción sexual, y que podríamos pensar como la sombra que proyecta la masculinidad hegemónica sobre todas y todos. 

 

  Pensamos que hoy, la dialéctica margen-centro ha casi desaparecido dando paso a una eclosión del binomio hegemonía-subalternidad que se estructura sólidamente con el sesgo siniestro de la pulsión de muerte en la peor de sus versiones. Las masculinidades hegemónicas de los países del Norte con su consiguiente influencia en nuestros países del Sur, han logrado meta estabilizar el sistema sexo-género patriarcal desde el neo-liberalismo y el capitalismo salvaje, anulando los anhelos feministas de equidad. Producen una “igualdad ficticia” en la lógica del Mercado por la cual todos y todas parecen practicar sus “derechos” en la gimnasia oferta/demanda.

 

  Presenciamos en estas culturas occidentales (y quizás en alguna oriental, como es la  cultura japonesa contemporánea) distopías, sometidas a los modos de producción de subjetividades cooptados por las lógicas del Mercado. Con ello, la pulsión de muerte ha adquirido funcionamientos más complejos que los que definiera el pensamiento psicoanalítico. Para éste último y me refiero a Freud y a Lacan, la pulsión de muerte conlleva una paradoja saludable: por una parte se define como una pulsión que aspira a la muerte, a la quietud, al deseo de no desear, como señaló Piera Aulagnier (Aulagnier, 1977). Por otra, la pulsión de muerte usa el mecanismo de la inhibición de algún objetivo de la pulsión deseante, lo que la encamina a la sublimación-creativa (en términos de Lacan), para satisfacerse. Pareciera que este último destino está inhibido y funciona una pulsión de muerte incrementada por la pulsión de dominio, pulsión hostil, que genera el deseo de poder a cualquier precio, sin importarle la violencia sobre los cuerpos, incluso su aniquilación simbólica y/o material.

 

  Nos parece que el mecanismo del deseo de los sujetos está sometido a una economía de demanda y satisfacción frenética, que lo atomiza en logros inmediatos sin posibilidad de significación o resignificación subjetivante: logros teñidos de frustración ya que por un logro hay que renunciar a muchísimos otros de una oferta de satisfacción, aparentemente infinita. Los mandatos de la estructura masculina hegemónica, ejerciendo su deseo de poder a como dé lugar y sin filtro, han establecido una dinámica desenfrenada de la oferta de satisfacciones, que resuena en la realidad psíquica a través del Yo y de las representaciones ilusorias de un yo ideal completo. Esto se traduce, a nivel singular, en producir una avalancha de demandas, rebeldes al criterio de realidad y a la dimensión simbólica.

 

  Atiborrados de puestas en acto que devienen una droga cotidiana, los grupos hegemónicos transitan a toda marcha delante del asombro y admiración de los/las subalternos que creen que ellos (los gerentes del Modelo) lo pueden todo, lo tienen todo, sin ley que los reprima. Debido a su ejercicio de poder en el ámbito biopolítico y por lo prometedor de su discurso que invita a todos y todas a sumarse a la vorágine de la satisfacción inmediata, las clases hegemónicas ejercen el control sobre los /las subalternos. No es posible ya, el hiato saludable de la toma de distancia, gracias al resto insatisfecho, lo que permitiría el surgimiento de una subjetividad deseante y/o crítica. La oferta acelerada y mutante a velocidades que impiden su asimilación, va obturando el deseo de los sujetos, inmersos en el espejismo de la creencia de la libre elección, en circunstancias que aquella, la oferta, es teledirigida y premeditada para ser funcional al Sistema.

 

  La promesa y el mensaje imaginario de las clases hegemónicas de que todo se puede hacer y todo se puede tener, captura a los/las subalternos que viven en su sombra, al estilo de la dinámica hegeliana del amo y esclavo. Las/los subalternos crédulos en la promesa del éxito y de la suprema satisfacción, recorren como Sísifo un camino que toman por un proceso y que solo es la infinita repetición de lo mismo: trabajar para consumir y volver al punto cero de la necesidad/demanda, una y otra vez como un precipitado sin fin. Si les queda algún resto de insatisfacción, es un resto ahogado por la próxima adquisición, la siguiente y todas las que vienen, como una horda de nuevas representaciones supuestamente perfeccionadas. ¿Gozan los subalternos, acaso, en esta tortura especular con los poderosos que les impone el Modelo?

 

  Con o sin recursos materiales, la mayor parte de la población está sometida hoy a estas lógicas mutiladoras. Con las ofertas más relucientes, el Sistema refuerza los mandatos de género. Refuerza el estilo de la masculinidad dominante, así como la feminidad hetero designada a modo de objeto de uso sexual. La tecnología de género, que criticaba Teresa de Lauretis, ha llegado hoy a su máxima expresión. Desplegado el imaginario de fetiches, el discurso mercantil mesiánico ofrece todo lo necesario, para todas y cada una de las prácticas cotidianas, incluidas las sexuales. Y ¿a qué precio?

 

  Porque, en definitiva, es la “nuda vida” (Agamben, 1995) la que entregan cotidianamente al Sistema, las y los subalternos, en un desgaste psíquico y material sin fin. El Soberano que posee el poder sobre la “nuda Vida” es el Modelo con su arma letal: El Mercado, con el juego del exceso, la violencia del exceso, con un pseudo Otro (con mayúscula) que lo tiene todo y que exige de los sujetos su vida para acceder al Nirvana. A todo nivel, las y los individuos agotan la vida aspirando a la mayor productividad para un mayor consumo. Ya no se concibe el valor por la escasez, sino que el exceso se impone al sujeto que no alcanza siquiera a articular su deseo. Frente a la elección de la oferta con la consiguiente renuncia a infinitas sustituciones de objeto, hace que el placer se vea desplazado por el goce.

 

  En este escenario, en el cual El Mercado, gran creador de la cosificación de los sujetos que devienen mercancía, las prácticas sexuales exigidas por este vértigo no dejan espacio para la sexualidad en términos psicoanalíticos, entendiendo por ella un caudal libidinal para un investimiento más allá de lo puramente genital. También el deseo sexual, en términos de una sexualidad ampliada, sufre por la coacción del sistema, por el exceso y por un mandato de prácticas sexuales en el aquí y ahora, cuanto más barrocas, más valoradas, en una dinámica en la que se juega más el narcisismo que la relación de objeto.

 

  Los procesos de subjetivación se encuentran inmersos en una suerte de centrifugadora, la que, a partir de la puesta en juego ciega de la demanda, expulsa hacia territorios psicóticos los débiles intentos de simbolización: las y los jóvenes ejercen la violencia en los cuerpos propios y ajenos amparados por una creencia en un Yo hipertrofiado por su aspiración a cumplir con los señuelos hegemónicos. El espejismo, por ejemplo, de una masculinidad cuanto más exitosa, mejor, ante el exceso de ofertas y exigencias inalcanzables, colapsa, dejando como resto una hostilidad que necesita ser descargada.

 

  Por esto, parte de la población masculina se ve envuelta en la violencia, en el sexo de compra/venta, en la delincuencia, abusos, violaciones, prácticas S/M, tráfico de cuerpos y finalmente, feminicidios. Aumentan las prácticas sexuales letales, como ser la técnica del foulard, el asesinato de mujeres durante el coito para una mejor eyaculación del varón, sin contar con innumerables violencias sexuales contra las mujeres, de la pornografía en la red. Con tal de ser deseadas y parecer cool, muchas mujeres jóvenes, por su parte, aceptan cualquier desafío, incluso jugándose el cuerpo y a veces la vida.

 

  Este torbellino no da lugar a la puesta en juego de otras pulsiones parciales, que permitan el deseo de saber, el deseo de crear o simplemente la toma de distancia crítica. En otras palabras la pulsión de muerte anula una parte de sí misma, es decir, aquella que conduciría a la sublimación. Nos preguntamos si esta gimnasia pulsional en permanente sobresalto puede desgastar y agotar el caudal libidinal de los individuos, con el consecuente empobrecimiento de la dinámica psíquica. Este ritmo cotidiano ¿permite una propuesta de resubjetivación crítica?

 

  Hacer del margen el centro en orden a una subjetivación política (bellhooks, ob. cit.), o ejercer una “resistencia densa” (Ortner, ob. cit.), se vuelve difícil cuando el vértigo creciente obtura la conciencia del transcurso del tiempo, con la consecuencia de excluir cualquier vacío estructurante. ¿Acaso, entonces, esta “nuda vida” habita por completo a la mayoría de individuos hoy, que se vuelven tan solo seres-para-la muerte en términos de Heidegger?

 

  ¿Y qué sucede, entonces, con los espacios psicoanalíticos? ¿Es decir, entender el sujeto como sujetado, pasible de contactar con su deseo inconsciente a través de un proceso re-subjetivante? Si el objeto de estudio del psicoanálisis, como asegura Michel Tort (2008) es la castración y si, además, él mismo nos advierte que la castración no debe constituirse en el objetivo del análisis, ¿cuál es ahora el lugar del psicoanálisis? ¿Construimos, los psicoanalistas, un espacio, al margen, que resista a la avalancha de la demanda gracias a nuestra escucha silenciosa? ¿Construimos acaso un espacio a salvo para quienes, desde algún punto de fuga, interrogan su deseo, su identidad y su destino? ¿Qué reflexión cabe frente a Tánatos que atrapa la “nuda vida” en el límite del goce con la perdida de la vida misma? ¿Llamaremos a esta época, la época del juego del Foulard? o bien esta des-ilusión que cuesta la vida ¿será hoy una producción sólida y perversa que se ha transformado en una pandemia de la cual es difícil de escapar?

 

 

Nota: Ponencia expuesta en las XIII Jornadas Internacionales del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA) Buenos Aires, noviembre de 2017.

 

 

Bibliografía

 

Agamben, Giorgio, Homo Sacer, Valencia: PreTextos, 1995

 

Aleman, Jorge, En La Frontera: el malestar en el presente neoliberal, Buenos Aires: Gedisa, 2014,

 

Aulagnier, Piera: La Violencia de la Interpretacion, Buenos Aires: Amorrortu, 1977.

 

Bauman, Zygmunt, La Modernidad Líquida, Mexico/Baires, Fondo de Cultura Económica, 1999.

 

hooks, bell,[1] El Feminismo es para todo el mundo, Madrid: Traficantes de Sueños, 2017.

 

Ortner, Sherry, Anthropology and Social Theory: Culture, Power, and the Acting Subject. Durham, NC: Duke University Press, 2006.

 

Tort, Michel, El fin del dogma paterno, Buenos Aires, Paidós, 2008.

 



[1] Su nombre y apellido se escribe con minúscula por petición expresa de ella.


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