» Género y Psicoanálisis

La “violabilidad” de lo femenino

06/11/2017- Por Ruben Campero - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

“Los fantasmas primarios producto de la des-identificación con lo femenino y la identificación melancólica con lo perdido y negado como tal, llevarían a lo masculino a elaborar una suerte de procesión ritual contrafóbica ante los cuerpos abiertos, indefinidos y ambiguos de lo femenino, como forma de contactar e ingresar a ellos y sus “inframundos” en modalidad colonialista y violenta, para apropiarse de su materialidad y encapsular sus amenazas…” (El presente escrito ha recibido en estos días, el primer premio en las XIII Jornadas Internacionales del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires)

 

 

 

                              

                     Primer premio en las XIII Jornadas Internacionales del Foro de

                   Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires

 

 

  La interpretación patriarcal y dicotómica de la diferencia sexual, “falogocéntrica” (Derrida, 1975) por definición, en tanto logos imperante que concibe cuerpos y subjetividades, privilegiando lo masculino en la construcción de los sentidos, haría corresponder lo no fálico (donde se ubicarían mujeres, sujetos femeninos y no masculinos) con la carencia y la inferioridad. Con “esa criatura intermedia entre macho y eunuco, que se califica como femenina”, según de Beauvoir (1949)

 

  Pero lo castrado también puede corresponder simbólicamente con lo abierto y discontinuo, con aquello sin fronteras claras que no discrimina entre adentro y afuera, entre lo uno y lo otro, alarmando con su posibilidad de mestizaje e hibridación a partir de una corporalidad “agujereada” y por tanto “no terminada”, de acuerdo a la visión griega clásica del cuerpo femenino (Laqueur, 1994). Una ambigüedad que contrasta con lo discreto, cerrado y “separado” de la diferencia androcéntrica, desafiando a la propia dicotomía masculino-femenino falogocéntricamente construida, y por tanto la estabilidad misma de la masculinidad hegemónica (Connell, 1995) en tanto identidad que justificaría el Patriarcado.

 

  Desde esa castración discontinua y no delimitada, es posible que lo femenino pueda visibilizarse como eso “otro de lo otro”, es decir como lo que no ha sido representado simbólicamente en un mundo de categorías sexuales performativamente (Butler, 2001) compartimentadas en hombre y mujer. Las mismas que serían herederas en el sentido de matriz de pensamiento, del destino final que sufriera el poderoso andrógino que Aristófanes describiera en el Banquete de Platón, junto a sus pares de igual sexo, al ser partido en dos mitades por el padre Zeus como castigo por intentar desafiar a los dioses y conquistar el Olimpo.

 

  Ante esa forma abierta y no necesariamente “carente” expresada a través de “lo femenino”, en tanto que posible interpelación de la diferencia consagrada mediante la identificación con una figura de apego pre-edípica precariamente representada, la socialización androcéntrica que hace que el yo deba asumir una identidad de género binaria, lo somete al mismo tiempo al vasallaje de tener que domeñar fantasmas primarios y persecutorios. Los mismos que se generan por efecto de esa binarización, y que arrastran sus cadenas de condena ante una separación sexuadamente polar que se impone como único destino de existencia.

 

  Fantasmas que la masculinidad hegemónica mantiene del “otro lado” de una frontera forzadamente nítida, gracias a recursos des-identificatorios de lo femenino y contra-identificatorios con lo masculino (Greenson, 1968), que no solo actuarían a nivel identificatorio y de las relaciones objetales, sino también en los vínculos con los otros. Efectivizándose a través de rituales performativos (Bulter, op. cit) para naturalizar dicha forma de concebir la diferencia sexual, y mantener así, por oposición dicotómica, una jerarquía fálica representada por eso entero, discriminado y poseedor oficial de las condiciones de circulación del poder entre “ambos mundos”, que cuaja en la idea de “lo masculino”.

 

  Pero la ilusión masculina de poder decretar las fronteras sexuadas se deshace y rehace a cada paso. Lo femenino, ya no concebido como lo “no masculino” sino como lo ambivalente a nivel de sexo y género, se plantearía como la desestabilización y confusión de los mapas androcéntricos de corporalidades y sexos. Razón por la cual sería condenado a la no representación simbólica.

Ello crearía toda una zona prohibida, o un “otro mundo” espectralmente existente, en donde habitarían las almas repudiadas de todo esos bebés, esas feminidades y esas homosexualidades (Badinter, 1993) que lo masculino ha tenido que expulsar de sí para ser “lo importante” en tanto que masculino (Marqués, 1992), sin poder reconocer jamás que alguna vez los tuvo (y por tanto también que los perdió).

 

  En base a eso se configuraría una arremetedora, invasora y aturdidora tensión masculina, como expresión de la batalla cotidiana que se debe lidiar contra cualquier recuerdo o angustia que impida probar(se) sexo-genéricamente. De forma tal de sostener la delgada línea que separa de una manera específica contenidos libidinales y simbólicos, como única forma de lograr dar vida a una identidad de claros contornos masculinos.

Una masculinidad por tanto que debe negociar silenciosamente con las consecuencias que producen aquellas pérdidas negadas, y la melancolía (Butler, 2003) egosintónica devenida de los múltiples abandonos psíquicos que han tenido que ser desacralizados. Pérdidas que jamás podrán ser lloradas, al imponerse sobre ellas la siniestra lógica, ya no de la muerte o peor aún de la desaparición, sino más bien de la misma inexistencia decretada.

 

  Para sostener esa jerarquía fálica en la concepción de la diferencia sexual, y hacerlo carne en procesos de subjetivación, lo masculino por tanto deberá “calmar” esos aspectos persecutorios, “manteniéndolos a raya” a través de la identificación proyectiva con lo femenino (y de distintos grados de negación de sus propios movimientos y ambivalencias identitarias, corporales y deseantes, que desconfirman la ilusión de una masculinidad sin fisuras ni trastiendas), facilitada por la asistencia de la misoginia, la homofobia y las transfobia social.

 

  A nivel de las relaciones objetales, los vínculos y la circulación del poder en lo socio-simbólico, las almas que han debido suspender su existencia pública y/o conciente a raíz de que exceden la dicotomía masculino-femenino en la conformación de una subjetividad sexuada, son melancólicamente “sacrificadas” a un “más allá” del mundo de los vivos. Esos vivos que logran legibilidad vital en tanto que masculinos (o femeninos complementarios) en el contexto de la heteronormatividad, y a los que de vez en cuando se les conceden silenciosas “escapadas” efímeras (nunca exentas de mortales riesgos) a esos mundos negados y/o clandestinos que marcan las coordenadas de la normalidad sexo-genérico-erótica en base a lo que “no se debe ser”, siempre y cuando el resto “mire para el costado”

 

  Los fantasmas primarios producto de la des-identificación con lo femenino y la identificación melancólica con lo perdido y negado como tal, llevarían a lo masculino a elaborar una suerte de procesión ritual contrafóbica ante los cuerpos abiertos, indefinidos y ambiguos de lo femenino, como forma de contactar e ingresar a ellos y sus “inframundos” en modalidad colonialista y violenta, para apropiarse de su materialidad y encapsular sus amenazas. De esta manera se evita ser contaminado y/o devorado por la indiscriminación de esas otredades castradas de lo otro, y poder así mantener una masculinidad definida y pretendidamente entera.

 

  Con dicho ritual se estaría pagando un tributo, una especie de moneda al Caronte de Hades con la cual ingresar a ese inframundo cuan Perseo, y ya no como sombra errante de aquello que se debió dejar de ser para ser un ser legible. Ese inframundo en donde se localizaría todo aquello “no fálico” que alguna vez se repudió (y que se deberá reactualizar como repudiado en cada acto masculino), infravalorándolo, estigmatizándolo, y acaso desmintiéndolo perversamente.

 

  De esta forma lo femenino en tanto castrado y abierto se plantearía también en clave de “violabilidad”, es decir de forzamiento y avasallamiento, como manera de neutralizar las temidas ambigüedades de las fronteras indefinidas. La accesibilidad al interior corporal de los sujetos femeninos por la vía de su descalificación, tomaría a la violación como forma paradigmática de exorcizar cualquier demonio de autonomía o de cuestionamiento al binarismo sexo-genérico, que pudiera “seguir vivo” dentro de anatomías no hegemónicas.

 

  Los orificios corporales, esas zonas erógenas y de intercambio entre el exterior e interior representadas por discontinuidades en la piel, se tornarían en umbrales o altares ante los cuales lo fálico deberá realizar un ritual de purificación que le permita tomar contacto con la amenaza de lo abierto. Pudiendo ingresar así en los cuerpos sin temor a un desdibujamiento de su posición patriarcal, toda vez que logra neutralizar la peligrosidad abierta de lo femenino al transformarlo en feminidad pasiva y vulnerable.

 

  De ahí la idealización-cosificación de la virgen, en tanto que cuerpo aún no inaugurado y expropiado fálicamente desde sus aberturas, el cual es sacralizado-fetichizado como potencial territorio a colonizar y despojar de toda amenazante extranjería propia de esa “otredad” femenina, que siempre se ubicaría en el “más allá” de la masculinidad hegemónica y de la diferencia dicotómica.

 

  Tal vez por eso, pagando por sexo a mujeres cisgénero y transgénero o sujetos feminizados, lo masculino exorciza el miedo a lo femenino, pudiendo así ingresar en los cuerpos desde sus orificios sin temor a sucumbir ante la indiscriminación sexo-genérica y deseante. Se constituirían, por tanto, en feminidades congeladas por la castración, que acatan encarnar las proyecciones megalómanas de lo masculino. Lo mismo que pagando material y simbólicamente, en tanto que masculino proveedor, para tener la posesión sobre una mujer (que pasará así a ser “mi” mujer) en su calidad de esposa y madre.

 

  Por otra parte, la misoginia y homofobia explícitas, la explotación sexual, el abuso, y específicamente la violación, oficiarían como formas de prescindir del ritual o de la paga. Es decir de burlar la angustia ante lo abierto, para arremeter contra ello en un intento de resignificar patriarcalmente lo difuso de las fronteras, cartografiar los límites y abolir lo indefinido. De allí las expresiones insultantes para referirse a los sujetos que utilizan sus aberturas corporales para gozar sexualmente, diferenciándose así de ellos. Todas formas de subalternizar en clave de “nuda vida” (Agamben, 1998) la importancia de los cuerpos “penetrables” en tanto que “puta”, “puto”, “trava”, etc.

 

  En la película “Los chicos no lloran” (EEUU, 1999), cuando sus “amigos” se enteran de que Brandon “no es” un hombre, proceden a violarlo a través de la penetración vaginal, en intento de neutralizar la amenaza que este hombre trans implicaba para la hegemonía del binarismo, así como para la definición y jerarquía fálica, abocándose a colonizar rápidamente esa zona vaginal (para “feminizarla” como lo no fálico) que pretendía existir en autonomía abierta y sin asumir su “naturaleza castrada” dentro del dispositivo de diferencia binaria.

 

  La urgencia por dicotomizar la ambigüedad de lo abierto en la castración, habilitaría a lo masculino a irrumpir y profanar cualquier otra forma de concebir la diferencia, utilizando a la violación como la referencia última y explícita de formas previas y más sutiles de avasallamiento y marcación de territorio. El objetivo sería transformar lo femenino en mera presencia pasiva y agonista, para lograr así desestimar su autonomía toda vez que intenta desmarcarse y decir “No” a tal avasallamiento, en su resistente búsqueda de ir tomando forma desde otros parámetros.

 

  Tal vez esto explique por qué tantos hombres que no suelen presentar síntomas de disfunción eréctil y/o eyaculatoria en muchas prácticas sexuales, sí lo hacen ante la inminencia del coito y/o durante el mismo. Es posible que las amenazas de castración ante una reformulada vagina (o ano o boca) y su indiscriminación a través de lo abierto se abalancen sobre el sujeto masculino, a partir de que “la paga” al Caronte no haya sido suficiente como para poder contactar con el inframundo de los castrados, sin sucumbir a las ambigüedades que están más allá del binarismo, transformando por tanto a ese hombre en un ser “fláccido” y femenino, en la sombra errante de lo masculino melancólico, que eyacula cual niño que se orina parado.

 

  Cuando el ritual de apaciguamiento de los dioses primarios y hambrientos no funciona, la vagina ya no puede ser concebida como “vaina” del pene, es decir como feminidad castrada en tanto carencia que se define en función de otro. Ya no es posible evitar que se transforme en “algo más” que no puede ser leído desde el idioma fálico de la diferencia sexual post-edípica, tornándose por tanto en una amenaza que provoca angustia y su consecuente pérdida de erección o control eyaculatorio, ante lo cual el falo literalmente “cae”.

Por algo también la iniciación sexual a través del coito vaginal ha sido, dentro del folklore machista, un ritual ineludible de acceso a la masculinidad, desde el cual se puede probar no solo que se transforma a una vagina en “su” vaina (pagando o “teniendo” una mujer), sino también que se “sobrevive” al contacto con ese inframundo, pudiendo constituir una masculinidad amurallada que ahora se encuentra inmunizada contra las aberturas femeninas de la castración.

 

  Violar los cuerpos abiertos, apropiarse fálicamente de terrenos ambiguos, no tener extranjerías tanto en lo corporal, el deseo y el binomio hombre-mujer, serían requisitos de existencia de la diferencia sexual dicotómica y por tanto de la masculinidad hegemónica en el contexto patriarcal, colocando lo femenino en clave de “violabilidad” para controlar cualquier autonomía subjetiva, generizada y anatómica, que intente sobrevivir más allá de lo que se dictamina como diferencia legible.

 

 

 

Nota: Este trabajo se hizo acreedor al primer Premio en las XIII Jornadas Internacionales del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, que bajo el lema "Estallido de los binarismos y nuevas experiencias vitales en tiempos de violencias. Reflexiones desde las teorías psicoanalíticas y los estudios de género", tuvieron lugar los días 3 y 4 de noviembre de 2017 en la Universidad Argentina John F. Kennedy, Bartolomé Mitre 2152 (CABA)

 

 

 

Bibliografía

 

Agamben, Giorgio (1998). Homo sacer: El poder soberano y la vida desnuda. Valencia, Por-textos.

Badinter, Elisabeth (1993). XY, la identidad masculina. Bogotá, Norma.

Butler, Judith (2001). El género en disputa. México DF, Paidós,

----------------- (2003). Cuerpos que importan. Buenos Aires, Paidós.

Connell Robert (1995). La organización social de la masculinidad. En Masculinidad/es. Poder y crisis, Santiago, Isis Internacional.

De Beauvoir, Simone (2005 [1949]). El segundo sexo. Madrid, Cátedra.

Derrida, Jacques (1975). La farmacia de Platón. Madrid, Fundamentos.

Greenson, Ralph (1968). “Des-identificarse de la madre: Su especial importancia para el niño varón”, The Internacional Journal of Psychoanalysis, Nº 40, Institute of Psychoanalysis.

Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Madrid, Crítica.

 

Vincent Marqués, Joseph (1992). “Varón y patriarcado”, en Valdez, Teresa y Olavarría, José (eds.) (1997), Masculinidad/es, Santiago, Isis Internacional, pp. 17-30. 


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

No hay más artículos de este autor

Búsquedas relacionadas

» patriarcado
» “violabilidad”
» lo femenino
» lo masculino
» géneros
» identificación
» proyección
» fobia
» avasallamiento
» misoginia
» homofobia
» jerarquía fálica