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Los varones tucumanos y las vicisitudes de su sexualidad

05/01/2018- Por María Gabriela Córdoba - Realizar Consulta

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En Tucumán, la aún central posición que se le otorga al modelo de masculinidad de tipo patriarcal dificulta las representaciones alternativas, dejando a las otras variedades de masculinidad ubicadas como “lo otro”, lo abyecto, con características devaluadas, ya que no coinciden con las del varón considerado “ideal”. Por ello, muchas consultas de estos varones jóvenes se relacionan con la incomodidad que les produce no ajustarse lo suficiente al modelo hegemónico masculino…

 

 

 

    *

 

 

  La actual sociedad de la mundialización trajo aparejadas grandes transformaciones, que han impactado “extensivamente” a nivel global, e “intensivamente” a nivel de la subjetividad, produciendo cambios en las distintas dimensiones de la vida privada de los agentes -la sexualidad, la conyugalidad y la parentalidad-, como modificaciones en las interacciones sociales (Giddens, 2002).

 

  Lo socio-cultural, hoy, está marcado por la incertidumbre, por acelerados cambios y por representaciones sociales que enfrentan a las subjetividades a un trabajo de construcción de estrategias para resolver las problemáticas vitales y las que imponen los vínculos con los otros.

 

  En este trabajo abriré interrogantes alrededor del “ser varón” en Tucumán, haciendo especial hincapié en la sexualidad. En tanto colectivo social, los varones comparten-como elementos comunes a todos-representaciones sociales hegemónicas de la masculinidad, que constituyen la materia prima a partir de la cual cada uno de ellos construirá el significado personal de su identidad de género, en una fusión singular de lo personal y delo cultural propio de su entorno social (Chodorow, 2003).

 

  Ser varón, lejos de la manifestación de una esencia, es producto de una construcción histórico-social que lleva al que nace con sexo masculino a identificarse con valores, intereses y atributos que la normativa genérica adjudica a la masculinidad. Se trata, en realidad, de: “un complejo movimiento de ensamblajes y resignificaciones, de articulaciones provenientes de diversos estratos de la vida psíquica y de la cultura, de las incidencias de la ideología y de las mociones deseantes” (Bleichmar, 2009: 96)

Estos elementos de carácter histórico, estructural, económico y social, confluyen con la historia personal de cada sujeto, y darán por resultado su masculinidad.

 

  El modelo hegemónico de masculinidad presenta al varón como esencialmente dominante, con representaciones e imperativos que actúan como prescripciones de desempeño de género, donde se exalta la autosuficiencia, la superioridad y el dominio sobre las mujeres, además de exigir a los varones que sean proveedores, exitosos y poderosos, y que no se muestren afectuosos. Mediante regulaciones sociales, tales como límites y normas, se genera sobre el sujeto una presión para cumplir con el deber de ser hombre según estos parámetros, en ocasiones con un peso subjetivo tan importante, que puede dar lugar a que cualquier incumplimiento pueda ser vivido como desestructurante (Lagarde, 1999).

 

  La subjetividad de cada varón surgirá de la “metabolización”, articulación y jerarquización de las creencias, mandatos y representaciones sociales en el marco de su historia particular, tiñendo de este modo la sexualidad, la reproducción y las prácticas vinculares de los varones.

 

  Parto de la idea de que en Tucumán la normativa hegemónica de género tiene tal fuerza, que sus mandatos generan en el psiquismo masculino una organización donde predomina el dominio y el control de sí mismo y del otro (Bonino Méndez, 1998). Esto, de modo paradójico, causa en la psiquis masculina limitaciones muy significativas, más allá de que se las disfrace de dominio e invulnerabilidad, y que se utilicen para su defensa argumentos tales como una “naturaleza instintiva del hombre” que justifican las conductas de riesgo en el ejercicio de la sexualidad.

 

  A continuación, compartiré algunas reflexiones acerca de la sexualidad masculina, a partir de elementos surgidos en el análisis de varones jóvenes de clase media de San Miguel de Tucumán.

 

 

Una mirada sobre la sexualidad

 

  La sexualidad es un proceso en el que se entrelazan la biología, el deseo, el placer y lo socio-cultural. Los varones reciben una compleja red de prescripciones y proscripciones sociales para su conducta sexual, que establecen fronteras y recorridos de actuación, con restricciones de “con quién” y de “cómo”.

 

  Diversos autores (Meler, 2009; Volnovich, 2010, De Keijzer, 2016) coinciden en que sobre éstos pesan mandatos sociales de demostrar actividad sexual temprana y con múltiples parejas, en tanto la sexualidad es vivida como una prueba de virilidad -en términos de conquista y rendimiento-, y caracterizada como algo incontrolable, instintivo y propio de la naturaleza, con temor a la implicación emocional y a la intimidad.

 

  Ahora bien, estos imperativos patriarcales mencionados aún siguen vigentes como modelos ideales de masculinidad para un amplio grupo de varones tucumanos. Así, para los hombres heterosexuales, la sexualidad deberá ser enfocada como una “tarea” de la cual hay que ocuparse, para poder cumplir con la obligación de diferenciarse del ser mujer y del ser homosexual.

 

  La heterosexualidad es la prueba definitiva de que se es un hombre de verdad, y la consigna implícita para un hombre es “tener una mujer para no ser mujer” (Badinter, 25:1993). Este esfuerzo de afirmación identificatoria presenta, en ocasiones, a la homofobia y a la misoginia como características estructurales del tradicional varón tucumano, pues terminan apresados en las representaciones sociales vigentes, que suponen que un macho que se precie no posee necesidades emocionales, -ya que eso sería un indicio de vulnerabilidad-, debe pasar de mujer en mujer y no quedarse con ninguna, pues “la bruja” les coarta la libertad y la independencia de juntarse con “los changos” en paz. Así, el sueño es vivir del sexo casual, pero… para contar a los amigos las proezas, así saben que es bien, bien macho, y nada de rarito ni pollerudo.

 

  Javier, de 25 años, dice: “Los varones estamos exigidos a no quedar como tontos en el tema de la sexualidad, tememos perder la imagen entre los amigos de que sí la sabemos poner, que uno es el que doma…”

Ante sus pares, los varones se jactan de sus logros sexuales, en donde la mujer aparece como un bien y hasta como una excusa para exponer sus proezas y obtener la admiración del grupo de varones.

 

  Se trata de una sexualidad masculina homosocial (Meler, 2009) que subyace a la heterosexualidad manifiesta de los varones, donde la elaboración del relato apunta a acercar al varón protagonista al ideal de género.

A ello se suma la disponibilidad sexual de las mujeres actuales, la ausencia de presiones sociales para conformar una familia, a la vez que los varones cuentan con la prerrogativa patriarcal de emparejar con mujeres más jóvenes, lo que los vuelve poco motivados a involucrarse en relaciones estables, y mucho menos a sacrificar el deseo (Meler, 2017a).

 

  Luis, de 29 años, inicia terapia luego de una ruptura de pareja, la que ha tenido características fusionales. A partir de allí, comienza una evitación sostenida a mantener un nuevo vínculo afectivo con una sola mujer. Habla de sus “kioscos”, las chicas con las que sale, con las que tiene sexo, de las que se puede desprender fácilmente, haciendo alarde de su independencia y de su autosuficiencia. Le resulta mucho menos peligroso este tipo de encuentros, donde sólo toma del “kiosco” aquello que cree querer, porque teme la dependencia y la fusión con la mujer, representadas en su novia anterior y en su madre.

 

  Luis parece un niño antojado de dulces, los cuales deben estar ya a su disposición. Sus visitas a los “kioscos”, para un rato de sexo casual, parecieran ser la solución para no volver a perderse en una fusión con otra mujer. Cierra algunos kioscos cuando ve que puede dar lugar a una relación, a un vínculo, rápidamente dispuesto a abrir otro. Así,

“… al abolir la pérdida por la sustitución, cuando se impone la teoría del reemplazo, queda suprimida la nostalgia y ya no tiene lugar el anhelo del reencuentro. La memoria se evapora, el duelo no existe…” (Volnovich, 2017).

 

  Supuestamente se renueva, pero las continuas idas y venidas son un más de lo mismo. El sexo aparece como un recurso de resolución frente a las mujeres, ante un silencio en la intimidad que no sabe quebrar, lo que coexiste con el gran temor a dejar de ser. Si posee muchas mujeres, reafirma que no es dependiente, que no queda entrampado, que no es pasivo. En este trasfondo, más allá de su biografía, se deslizan los mandatos viriles que, a modo de prescripciones acríticas al imperativo genérico, los hombres deben cumplir para ser confirmados capaces, y a la vez ser parte de un colectivo transindividual que les dé “carta blanca” por el simple hecho de la pertenencia. Empachado[1], deja terapia sin poder trabajar esta situación.

 

 

Masculinidad, desempeño sexual y dominio

 

  El deseo de poder y de dominio aparece encarnado en los emblemas viriles. En las prácticas sexuales de los varones se pone en juego la “razón masculina”, a la que Ibañez (1999) entiende como la razón entre una mayoría dominante (numerador) y una minoría oprimida (denominador). De este modo, la razón masculina separa a los objetos pasivos (las mujeres) de los sujetos activos (los hombres), y pone a los hombres encima de éstas.

 

  Pero, ¿qué sucede cuando, frente a los cambios sociales, la mujer se posiciona como deseante? En muchas ocasiones, el varón la castiga como atorranta, como fácil y la denigra. Misoginia y desprecio que marcan la necesidad de desprenderse de la identificación con la madre y de la dependencia temprana con respecto a ella. Pero en otras ocasiones -muchas, reconocidas en la intimidad de la sesión, pero nunca frente a los amigos-, estos varones “arrugan” no por disminución de su deseo, sino porque están muy asustados de que sea ella la que tome la iniciativa. Les angustia la posibilidad de no poder cumplir con el desempeño, a lo que se suma el imperativo de que los varones tienen prohibido negarse cuando de sexo se trata.

 

  Se espera que la subjetividad de un varón presente ciertos rasgos de carácter -esperados para su género-, tales como el dominio, el liderazgo, la audacia, la exposición a riesgos, la tenacidad, el apego al cumplimiento de metas, etcétera. Ello implica no expresar la vulnerabilidad y la necesidad de protección, pues cierta condescendencia con aspectos pasivos es inadecuada para sostener una forma de ser compatible con la masculinidad dominante.

 

  En muchos de estos pacientes aparece arraigada la creencia de que la masculinidad es equivalente al desempeño sexual, donde el goce femenino depende del varón:

“... a la mina la tenés que dejar sedada...”, dice Julián, de 23 años.

Imagen ideal que cree que debe encarnar, que lo deja dependiente de las representaciones sociales de dominio, donde la afectividad poco importa, pues la performance es lo que interesa... Pareciera apelar a una estrategia de exclusión, que supone que un varón puede sentirse más hombre si asegura que la balanza permanece desigual y sólo él se encuentra arriba, detentando dominio y poder (Kimmel, 2008).

 

  La masculinidad normativa siempre se ha sentido amenazada por su pánico a la femineidad, y su supervivencia ha sido lograda y reforzada por la presencia de otros grupos subordinados –mujeres, niños, hombres homosexuales– que reafirmasen su dominio. Al utilizar la heterosexualidad como emblema de poder, el hombre gay aparece como un otro devaluado, objeto de segregación y violencia; donde la homofobia surge, desde mi punto de vista, para doblegar tanto los deseos pasivos, como el posible deseo erótico por otro hombre.

 

  Asimismo, las representaciones sociales de la masculinidad, dan cuenta de una supuesta sexualidad imperiosa e incontrolable, donde deseos y sentimientos -el propio y el de la ocasional compañera- quedan rezagados en este encuentro de cumplimiento y descarga. Ello genera que, de modo preestablecido, la sexualidad viril se organice con estas metas de por medio. Aparecen, así, varones encorsetados por la obligación.

 

  Daniel tiene 31 años. Consulta por dificultades de erección, que, en realidad, muestra su gran ansiedad por el rendimiento. En una sesión, recuerda sobre su adolescencia, y dice: “En ese momento, el hecho de ponerla significaba que eras macho. No ponerla, eras el gil. Yo me re-torturaba con el tema, porque yo era el vivo, el canchero, tomaba, fumaba, pero lo que me faltaba era el sexo, sentía tanta vergüenza, era tan fuerte que no podía hablarlo con nadie. Yo mismo vivía un engaño frente a los otros con respecto a mi virginidad, era mi mochila oculta, ninguno debía saberlo, porque uno quiere manifestar cosas importantes con los otros vagos”.

 

  La sexualidad interpela a Daniel desde la amenaza de pérdida de identidad, en tanto erección y copulación funcionan como estandartes de la autoestima masculina, lo que trae aparejado que la busque activamente, y quede entrampado en este deber ser, ante la continua amenaza de la insuficiencia. ¿Cómo mostrarle lo fatuo y lo inútil de someterse al imperativo de ponerla, sólo para ser parte de la categoría varonil?

 

  Los varones necesitan su reconfirmación de la masculinidad. Alardean, no exponen sus flaquezas. Estas últimas se viven en silencio, se las sufre. Pero ello a la vez imposibilita el dar lugar a que surja su deseo, articulado a la propia escucha y al auto cuidado. La idea es que pueda reivindicar su deseo personal, más allá del cumplimento con el imperativo viril.

 

 

A modo de conclusión

 

  En Tucumán, la aún central posición que se le otorga al modelo de masculinidad de tipo patriarcal dificulta las representaciones alternativas, dejando a las otras variedades de masculinidad ubicadas como “lo otro”, lo abyecto, con características devaluadas, ya que no coinciden con las del varón considerado “ideal”. Por ello, muchas consultas de estos varones jóvenes se relacionan con la incomodidad que les produce no ajustarse lo suficiente al modelo hegemónico masculino.

 

  Es necesario aclarar que no todos los hombres encarnan la masculinidad hegemónica, sino que muchos de ellos se implican en su proyecto sólo para gozar del dividendo patriarcal en términos de honor, prestigio y dominación. Connell (1996) denomina como “cómplice” a este estilo de masculinidad. En ocasiones, si están en grupo, aparecen las demostraciones de poder y dominio, en una especie de misoginia combativa que, ya en soledad, coexiste con la admiración de la fortaleza de las mujeres y de sus estrategias de supervivencia.

 

  Considero que la posición subjetiva masculina tiene sus conflictos inherentes, que, por cierto dogmatismo y cierta naturalización, muchas veces son dejados de lado en los análisis de varones. Por ello, en nuestra práctica clínica es indispensable posicionarnos en un lugar de búsqueda que mantenga la tensión paradojal entre el reconocimiento del impacto que tiene el imperativo estereotipado, y las divergencias posibles de cada persona con respecto del mismo (Meler, 2017b), para trabajar así las cuestiones enigmáticas en la construcción de la subjetividad masculina, acompañando al paciente en su búsqueda de un estilo de masculinidad que dé lugar a la diversidad.

 

 

Nota: Poster difundido por la Protecting Lebanese Women

 

 

Referencias Bibliográficas:

 

Badinter, E. (1993) XY, la identidad masculina. Madrid: Alianza editorial.

Bauman, Z. (1999) La globalización, consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Bleichmar, S. (2009) Paradojas de la sexualidad masculina. Buenos Aires: Paidós.

Burin, M., Jiménez Guzmán, M, Meler, I. (comp) (2007) Precariedad laboral y crisis de la masculinidad. Impacto sobre las relaciones de género. UCES: Buenos Aires.

Bonino Méndez, L. (1998) “Deconstruyendo la normalidad masculina”, en Revista Actualidad Psicológica Nº 253. Buenos Aires.

Chodorow, N. (2003) El poder de los sentimientos. Buenos Aires: Paidós.

Connell, R. (1996) Masculinities. Cambridge: Polity Press.

De Keijzer, B. (2016) “Sé que debo parar, pero no sé cómo: Abordajes teóricos en torno a los hombres, la salud y el cambio”. REVISTA LATINOAMERICANA Sexualidad, Salud y Sociedad N° 22 Abril 2016 - pp.278-300.

Giddens, A. (2002) Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza editorial.

Ibáñez, J. (1999) Por una Sociología de la Vida Cotidiana. Madrid: Siglo XXI Editores.

Kimmel, M. (2008) “Los estudios de la masculinidad: una introducción” en Carabi, A y Armengol, J. (eds) La masculinidad a debate. Barcelona: Icaria.

Lagarde, M. (1999)Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia” en Cuadernos Inacabados No. 25. España: Horas y HORAS la Editorial, 3ª Edición.

Meler, I. (2009) “La sexualidad masculina. Un estudio psicoanalítico” en Burin, M. y Meler, I. Varones. Género y subjetividad masculina. Buenos Aires: Paidós.

Meler, I. (2017) “Relaciones amorosas en el Occidente contemporáneo: encuentros y desencuentros entre los géneros” en Meler, I (comp) Psicoanálisis y género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia. Buenos Aires: Paidós.

Meler, I. (2017) “Masculinidades hegemónicas corporativas. Actualidad de la dominación social masculina” en Maristany, J y Peralta, J (comp) Cuerpos minados. Masculinidades en Argentina. La Plata: EDULP

Volnovich, J. C. (2010) Ir de putas. Reflexiones acerca de los clientes de la prostitución. Buenos Aires: Topía Editorial.

Volnovich, J. C. (2017) Viejas y nuevas masculinidades”. Comunicación personal.

 



[1] Empacho: Indisposición causada por comer en exceso y sufrir una digestión difícil.


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