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Todos los hombres son violentos

23/03/2019- Por Daniel Ripesi - Realizar Consulta

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Hablamos de un atravesamiento simbólico patriarcal que sugiere que hay un colectivo que sostiene conciente o inconscientemente una lógica que le reserva una posición de privilegio en el ejercicio del poder respecto de las mujeres… A la violencia la mueve un instinto conservador y está siempre al servicio de perpetuar un determinado esquema de poder, mientras que la agresividad permite llevar adelante transformaciones de una realidad dada… El psicoanálisis dio sustento teórico a esa apropiación masculina de la agresión otorgando una lógica pulsional que “sexualizaba” de manera muy particular a la agresividad…

 

 

 

                       *

 

 

  En décadas pasadas algunos hombres agredían físicamente a las que consideraban “sus” mujeres  y no eran infrecuentes los femicidios (lo que socialmente se presentaba como “crímenes pasionales”).

 

  En aquellas épocas, la proporción de hombres que no ejercían ese tipo de violencia física sobre las mujeres se consideraban diferentes de aquellos otros a los que se llamaban “golpeadores” porque –argumentaban– “pegar a las mujeres era cosa de cobardes”.

 

  El sentido común establecía un esquema de valoración que diferenciaba claramente aquellos hombres que eran violentos de aquellos “otros” que eran incapaces de agredir a una mujer.

Lo curioso es que los hombres “no violentos” usaran para establecer esa diferencia (que les daba la dignidad de “caballeros”) un argumento profundamente “machista”: “…a las mujeres no se les pega porque son más débiles…”

 

  Sin embargo, cuando en la actualidad se habla de violencia de género no se trata de que se haya encontrado un nombre nuevo para definir episodios que ya venían sucediendo, sino que se nombra por primera vez una circunstancia que aquellos episodios y su consideración social no podían hacer evidente en ese momento, la consideración inquietante y bochornosa de que absolutamente todos los hombres son violentos.

 

  “Todos” en lo que hace a un atravesamiento simbólico patriarcal que los hace pensar y sentir de modo idéntico, la diferencia (que, aunque cueste admitirlo, desde un punto de vista esencial es meramente anecdótica) es que solo una variable proporción de ellos llevan al acto esa determinación...

 

  En resumen, aunque esa violencia no se traduzca necesariamente en agresión directa, todos participan de una misma violencia en la medida que comparten (conciente o inconscientemente, con diferente intensidad) una lógica que les reserva una posición de privilegio en el ejercicio del poder respecto de las mujeres.

 

  En este estricto sentido uno de los aspectos más crueles de esa violencia es llevar a cabo una apropiación literalmente “violenta” –por parte de los hombres– de la agresividad (en tanto ejercicio vital transformador) con el fin de evitar que ellas lleven a cabo los actos que puedan subvertir un orden establecido.

 

  Porque a la violencia la mueve un instinto conservador y está siempre al servicio de perpetuar un determinado esquema de poder, mientras que la agresividad (que no es patrimonio de identidad alguna) permite llevar adelante las diversas transgresiones que facilitan la transformación de una realidad dada.

 

  El psicoanálisis dio sustento teórico a esa apropiación masculina de la agresión otorgando una lógica pulsional que “sexualizaba” de manera muy particular a la agresividad.

Efectivamente, Freud piensa lo femenino como una posición subjetiva ligada al dolor y a la pasividad (lo que se tematiza en términos de “masoquismo femenino”).

 

  Su consideración de ciertos fenómenos clínicos que derivaban directamente de la determinación cultural de una sociedad que ligaba y legitimaba para la mujer –que ya empezaba a intentar emanciparse– un destino atado, justamente, a lo “pasivo” (sumisión y recato) y lo “doloroso” (condenada desde la sentencia bíblica a parir con dolor…).  

 

  Pero en la actualidad, volviendo a la violencia física hacia las mujeres, ya no se trata del cuerpo maltratado de una mujer en particular (eventualmente sospechosa de su apego a un hombre maltratador) sino de las heridas que recibe en el cuerpo carnal la mujer en el orden social.

 

  Cada cambio de época se define en alguna medida por encontrar nuevos modos de nombrar a “viejos” traumas produciendo con ese cambio de significación una verdadera ruptura simbólica en la continuidad de un sufrimiento.

 

  Desde la expresión “crimen pasional” a la especificación de “femicidio”, es decir, en el pasaje que un cambio de época opera entre un esquema que da al crimen de una mujer el contexto presuntamente natural de un drama amoroso, a un nuevo contexto de significación que señala la posición de sometimiento de la mujer en un esquema de poder de carácter patriarcal.

 

  Es esperable que la puesta en crisis de un determinado esquema regulatorio de la agresividad que se ha convertido en la matriz consensuada  para determinar su distribución y su ejercicio entre los actores de una sociedad, suponga un momento verdaderamente crítico y de extrema desorientación.

 

  No se trataría de meras permutaciones jerárquicas de los lugares que hacen al ejercicio del poder ni de imponer una mayor racionalidad o discreción en la administración de la violencia, sino de admitir verdaderas transformaciones de la subjetividad como alteración necesaria de los esquemas de regulación de la agresividad en los intercambios.

 

  Finalmente: pareciera haber una insistencia a través de los tiempos para que ciertas “viejas” heridas puedan encarnar en un cuerpo (que por otra parte cada época tiene que descubrir), para así darle alguna medida posible al sufrimiento y cierto contexto de significación para revelar la lógica que las produce. 

 

  Alguna vez se trató del cuerpo de los locos, en otro momento del cuerpo de los niños, se podría hablar del cuerpo del proletariado, del cuerpo de los viejos, del cuerpo de la mujer, en fin, cada tanto algo debe tomar cuerpo para alojar una herida que lo esperaba desde mucho antes de su nacimiento (silenciosamente).

 

 

Imagen*: cartel difundido con motivo de un velorio colectivo (“Velatón contra la violencia patriarcal”) realizado en Santiago de Chile, ante la barbarie de 24 femicidios en medio año durante 2016.

 

 

 

 

 

                       


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