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El nombre en la estructura literal del inconsciente

23/09/2018- Por Pablo Cúneo - Realizar Consulta

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“Al igual que en el desciframiento de las escrituras antiguas el nombre parece ser la clave que abre el sentido de esa otra escritura que es el inconsciente al ser el significante por excelencia… Se podría destacar además que la elección del nombre que los padres dan a sus hijos es la vía primera por la que se transmiten sus deseos, es el significante primero por el que se transmite el deseo del Otro… Hay un aspecto fundamental que hace a la esencia de la experiencia freudiana: ya no se trata del significado de los nombres sino del juego del significante en su estructura literal”.

 

 

 

       

 

 

 

“Es que al tocar, por poco que sea, la relación del hombre con el significante, aquí conversión de los procedimientos de la exégesis, se cambia el curso de la historia modificando las amarras de su  ser”.                                                               

                                                                      Jacques Lacan               

 

 

  Si con Galileo Galilei comenzó una nueva era en las ciencias al erigir a las matemáticas como la lengua en la que está escrita la naturaleza[1], con Freud nace una nueva comprensión del sujeto humano al situar a la letra -en su literalidad más absoluta- en el ámbito de lo inconsciente.

 

  Su ejemplo paradigmático fue el sueño, tomado este como un texto sagrado que se presenta, nos dice, en dos lenguajes diferentes y cuyas leyes detalló pormenorizadamente. Lacan continuó la obra freudiana afirmando sus bases con el concepto del significante tomado de la lingüística estructural.

 

  Si Freud situaba su revolución en la línea de Copérnico y Darwin, Lacan la recondujo no sin fundamento al desciframiento de la escritura egipcia por parte de Champollión. Recordemos que el propio Freud señaló su desciframiento del sueño a partir de la analogía con la escritura pre-alfabética, más precisamente a la escritura jeroglífica egipcia.

 

  Los siglos XVIII y XIX conocieron el descubrimiento y desciframiento de escrituras antiguas como la de Palmira, fenicia, cuneiforme y jeroglíficas egipcias e hititas. Es en parte, en el marco de estos desciframientos que debe inscribirse el descubrimiento freudiano.

 

  Ahora bien, las bases o metodología que hicieron posible el desciframiento de estas escrituras antiguas las sentó un personaje injustamente olvidado. Se trata del ábate Jean Jacques Barthélemy quien en 1754 descifró la escritura alfabética aramea de Palmira y en 1758 al alfabeto fenico. Su método de desciframiento partió del nombre propio, esta fue la clave que luego será tomada por Champollión para el desciframiento de los jeroglíficos egipcios.[2]

 

  En el proceso de desciframiento de esas escrituras no se tuvo en cuenta el sentido del texto, sino las letras que componían el nombre propio ya sea en las escrituras pre-alfabéticas como en la fenicia. Y ello debido a que en los casos a través de los cuales se obtuvo el desciframiento se tuvo además del texto con la escritura a descifrar otro similar en una lengua y escritura ya conocidas. Ello fue posible ya que el nombre propio no se traduce, es el significante por excelencia que se mantiene más o menos estable de una lengua a otra.

 

  Resulta muy significativo encontrar entonces que Freud (1987) en una de sus conferencias, me refiero a la sexta de 1915-1916 que titula “Premisas y técnica de la interpretación”, parta del nombre propio para explicarnos el sueño. Ahí dice: “El olvido de nombres propios es en verdad un notable modelo para el caso del análisis de sueños…”.

 

  Los nombres sustitutos que se nos aparecen en lugar del olvidado corresponden a lo que en el sueño es el contenido manifiesto; en ambos casos debemos llegar vía la asociación de ideas, nos dice Freud, a los contenidos genuinos:

 

“Pero en todos los casos, en lugar del nombre olvidado puedo hacer que se me ocurran uno o varios nombres sustitutivos. Sólo después que se me ha ocurrido espontáneamente uno de estos se hace evidente la concordancia de tal situación con el análisis de sueños. Es que el elemento onírico [o sea el contenido manifiesto] tampoco es el justo: no es más que un sustituto de otro, el genuino, que yo no conozco y debo descubrir mediante el análisis del sueño” (paréntesis míos).

 

  Y más adelante para remarcar la analogía vuelve sobre el olvido del nombre:

 

“Ahora bien, también en el olvido de nombres hay un camino que lleva del sustituto al elemento genuino que es inconsciente, al nombre olvidado. Si dirijo mi atención a estos nombres sustitutivos y hago que acudan ulteriores ocurrencias sobre ellos, tras desvíos más breves o más largos llego al nombre olvidado y descubro que los nombres sustitutivos espontáneos, así como los evocados por mí, mantenían un vínculo con el olvidado, estaban determinados por él”.

 

  Al igual que en el desciframiento de las escrituras antiguas el nombre parece ser la clave que abre el sentido de esa otra escritura que es el inconsciente al ser el significante por excelencia.

 

  Ahora bien, ya en los primeros tiempos del psicoanálisis se comprendió la importancia del nombre en la vida del sujeto, en 1911 Wilhelm Stekel escribió un trabajo sobre el mismo llamado La obligación del nombre. En él señala la importancia del nombre en las fantasías neuróticas así como en la elección de la profesión y en el objeto de amor, destacando en este último caso la importancia del nombre de los padres y hermanos.

 

  Stekel se refirió a la obligación que el nombre impone al sujeto: “La mayoría de los enfermos sienten una obligación frente a su nombre, y se preocupan por cumplir con esa obligación”.

 

  Así por ejemplo con los apellidos: el Sr. Krieger (guerrero) desea ser oficial, Reiner (puro, limpio) se destaca por su angustia ante la suciedad y Engels (ángel) se culpa por sus conductas de masturbación. Todos estos ejemplos y el resto que Stekel refiere, como podrá observarse, suponen el significado de los nombres.

 

  Teniendo en cuenta este trabajo de Stekel, Karl Abraham (1961) escribió en 1911 Sobre el poder determinante de los nombres. En él confirma lo aseverado por Stekel y la única objeción que le hace es su oposición al término obligación al que sustituye por el de determinación que acompaña el título de su trabajo. Abraham también destaca la importancia del significado de los nombres en alguno de sus casos tratados:

 

“… en dos casos de neurosis obsesiva descubrí una correspondencia entre el significado del nombre del paciente y el contenido de sus ideas delirantes, y actualmente estoy tratando a un homosexual cuyo nombre corresponde plenamente a sus rasgos de carácter femenino”.

 

  Toda persona que se dedique al psicoanálisis no podrá más que comprobar efectivamente lo afirmado por los autores. Se podría destacar además que la elección del nombre que los padres dan a sus hijos es la vía primera por la que se transmiten sus deseos, es el significante primero por el que se transmite el deseo del Otro.

 

  Un ejemplo paradigmático: una joven no sabe qué nombre ponerle a su hijo, hasta que escucha una canción que la atrapa fascinada y decide ponerle como nombre el del sello discográfico. En otras palabras: que su futuro hijo edite y reedite su propia palabra, su propio deseo.

 

  Una paciente no se daba por vencida y cuando había un obstáculo para que le pusiera determinado nombre a uno de sus hijos se lo ponía al siguiente. A uno de ellos le puso como segundo nombre (el primero se lo puso el padre) Damián por el demonio y a otro de sus hijos Cristóforo por Cristo y foro por Lúcifer. Uno de ellos acompañó su existencia con un delirio místico religioso.

 

  Un joven relata una denuncia de su madre a su propio padre (el abuelo del joven) de haber abusado de él cuando pequeño. Mi sorpresa es mayúscula cuando el joven me relata que su madre lo llama desde pequeño con un nombre que no es el suyo: Nicolás – ni/colas. La entrevista con la madre agrega un dato más: el padre del joven eligió su nombre, la respuesta de la madre no se hizo esperar: ni/loca te llamarás como quiere tu padre.

 

  En otro caso una mujer recibe su nombre Noelia de su tía abuela materna. Sus problemas de identidad sexual (no-elia) presentes le hacen temer la locura (noelia –alieno). Agreguemos que en un sueño clave aparece un ser de otro planeta, un alien, desmintiendo a través de él la existencia de la sexualidad.

 

  En estos dos últimos ejemplos vemos aparecer un aspecto fundamental que hace a la esencia de la experiencia freudiana: ya no se trata del significado de los nombres sino del juego del significante en su estructura literal.

 

  La operación básica del psicoanálisis es seguir la cadena significante dejando de lado el significado de las palabras. ¿Qué otra cosa le dice Freud (1994) a Wilhelm Fliess cuando al abordar el olvido del nombre Signorelli se le aparecen Boticelli y Boltrafio? Le escribe: “Las sílabas trafio están sin duda en asonancia con Trafoi, a lo que yo vi en el primer viaje ¿Pero a quién podré hacerle creer esto?”.

 

  Stekel y Abraham ya señalaban la importancia del nombre en la elección del objeto amoroso lo que supone ya la primacía del significante en dicha elección. Quien trabaje en psicoanálisis encontrará por su cuenta ejemplos que avalen esta afirmación.

 

  Voy a plantear ahora la hipótesis que sostiene este trabajo: el inconsciente sería esencialmente una serie de nombres propios al igual que lo creyó Ferdinand de Saussure para la poesía, la que se construiría con los elementos sonoros de un nombre propio -el de un héroe o un dios- diseminado en el texto en forma de anagrama.

 

  En otras palabras los nombres -y con ello me refiero a los nombres propios del sujeto y de sus padres como a los patronímicos tanto paternos como maternos- son el soporte material sobre el que se construye la estructura literal del inconsciente de cada sujeto. Determinadas letras con su sonido y sus formas, así como determinadas sílabas de estos nombres son los elementos con el que cada sujeto construye su propio texto inconsciente.

 

  La paciente a la que llamaremos Laura y en quien los celos aparecen marcadamente afirma que hay dos nombres que siempre se repiten en sus elecciones amorosas, ellos son Marcelo y Gonzalo. El primero de ellos lleva el tema en su propio significante: Mar/celo – un mar de celos.

 

  ¿Y el segundo nombre? Al compararlos llama la atención la composición literal de ambos nombres, más específicamente la composición del final de ellos: celo y zalo - mar/celo y gon/zalo. Parece ser que Gonzalo remite también a algo del orden de los celos pero no sabemos por qué está ahí hasta que nos enteramos que el apellido materno de una de sus abuelas es Gonzalez – gon/zalez – si leemos de atrás para adelante la terminación zalez tenemos zelaz (ya decía Freud que el inconsciente no sabe de ortografía).

 

  A partir de aquí relata la lucha encarnizada entre madre y abuela por su amor. Vemos entonces que el fragmento zalez leído como zelaz tomado del apellido de una de sus abuelas constituye la estructura literal con el que se construye el texto amoroso de Laura.

 

  Viviana ha estado internada en un psiquiátrico por una serie de episodios que comenzaron con celos delirantes hacia su pareja. Relata que fue con su hijo a visitar a su madre y cuando el niño empezó a jugar con un frasco lleno de caracoles recordó un sueño que tuvo cuando estaba embarazada de su hija. “Dejaba a L (su hija) con el padre, le veía sus hermosos ojos y yo me iba con K (su hijo), subíamos una escalera en caracol”.

 

  Viviana nos dice que el juego con los caracoles le hizo recordar el sueño de la escalera de caracol en el momento de su segundo embarazo. El significante caracol es pues el puente que une los dos relatos, ¿por qué está ahí? – cara/col – cara / cola. Los ojos de la niña que Viviana ve en el sueño parecen reforzar la importancia de la cara. Las asociaciones del sueño parecen reafirmar la escucha del significante caracol en cara y cola, las dos posiciones del bebé en el parto: “cuando tuve a K me hicieron una cesárea, al despertar sentí un vacío tremendo, me desperté y no lo tenía, no le vi la cara”.

 

  El sueño en medio del embarazo donde Viviana ve los ojos de L parece manifestar el deseo de unión con su hija salteando así el vacío de su ausencia. El relato surge a su vez en un momento en que Viviana habla de la necesidad que ella tiene de la presencia de su propia madre ante la figura de una conocida llamada Sandra que es vivida como amenazante.

 

  Todo este fragmento del análisis cobra una profundidad mayor cuando lo podemos unir con su segundo nombre: Carina, nombre también de su madrina que a su vez es ahijada de su propia madre. El sonido “car” de su segundo nombre es la raíz a partir de la que se construye su texto inconsciente, de él surge caracol – cara, soporte literal que evoca la relación madre-hija sin corte.

 

  El siguiente sueño dará luz en relación a la amenaza que supone Sandra: “alrededor de los cinco años tenía un sueño recurrente en donde aparecían dos samuráis que le cortaban la cabeza a uno de mis hermanos y me amenazaban a mí y a otra hermana”. Destaca en sus asociaciones que los dos samuráis tenían la cara tapada. Vemos nuevamente como el significante cara vuelve a estar presente. Dejo de lado los pormenores del sueño para señalar en este punto que el significante samurái está compuesto por las letras del nombre de su madre: Marisa.  

 

  Samurái – sam/u/rai – marisa

sam - leyendo sa, las dos últimas letras de marisa + m, la primera letra de marisarai – ari de marisa (está presente ira)

 

  La doble cara del samurái no es otra que la de su madre y la de ella misma desplazada ahora en Sandra, cuya tres primeras letras san son eco de sam (samurái) derivado a su vez de las letras del nombre de su madre, las que junto con su segundo nombre evocado a través del segmento car son el soporte material de su propia escritura.

 

  Al otro día de una Navidad me llama Luis por teléfono para decirme que su familia lo ha querido matar, cuenta que le pusieron vidrio en la ensalada de fruta. Al día siguiente viene a la sesión y lo primero que me dice, sin hacer mención de la llamada del día anterior, es que tuvo un sueño: “Soñé con Wilson Ferreira”. Ese fue el sueño, le pregunto que se le ocurre y me dice: “Wilson Ferreira era de Cerro Largo” y seguido, luego de unos segundos agrega: “Ambrosio Barreiro es el intendente de Cerro Largo”.

 

  Luis partió en el sueño de Wilson Ferreira para llegar vía Cerro Largo a Ambrosio Barreiro.

              Wilson Ferreira

                   I

               Cerro Largo

                   I

            Ambrosio  Barreiro

 

  Este sueño es la expresión más fiel del nombre como modelo del sueño que citábamos más arriba referido por Freud: el del olvido del nombre. Siendo el contenido manifiesto del sueño Wilson Ferreira es a Ambrosio Barreiro lo que Boltrafio y Boticccelli son a Signorelli en el olvido de éste. ¿Qué expresa Luis en el sueño?

 

  La clave está en el último nombre: Ambrosio. Sabemos que la ambrosía es la comida de los dioses que los hace inmortales. Ya podemos entender que lo que Luis manifiesta en el sueño es su deseo, diría su certeza delirante de que a él no le va a pasar nada porque él es un dios inmortal; transforma el vidrio sólido en ambrosía propia de los dioses.

 

  Ahora bien, ¿cómo llegó a Ambrosio? Por la cadena metonímica a través de la erre Ferreira - Cerro – Barreiro. Es que la erre es letra constituyente fundamental de su apellido paterno. Es como si Luis nos dijera que su nombre es ahora Ambrosio … erre…

 

  Miguel lucha desesperadamente contra su femineidad como puede hacerlo un paranoico, a través del retorno del goce en el Otro. Fragmentos de frases que dice escuchar de sus vecinos “del piso de arriba” y de sus propios familiares como “dale, vení, puto”, resuenan amenazantemente en sus oídos.

 

  Después de años de análisis llegamos a su propio texto inconsciente que surgió de una serie de nombres que componían su arsenal amoroso y que correspondía a una amiga judía cuyo nombre distorsiono sin perder el efecto literal de las alucinaciones acústicas de Miguel: Amanda Stella Ben…  “Ama – anda - ven - sé ella”. Todo esto guiado por el nombre de su padre: Amado, que estructura el texto que delata el empuje-a-la mujer.[3]

 

  Cada sujeto suele tener a su disposición dos o tres elementos fónicos que evocan diferentes nombres con los que estructura literalmente su personal escritura inconsciente. Zalez, car, erre son ejemplo de ellos; como tales pueden aparecer ordenados literalmente de diferente manera, pudiendo ser a su vez divididos en fragmentos más pequeños que los evocan, pero siempre hay algo del orden fónico que los revela. Son estos fragmentos literales cuyo valor semántico es cero, los que determinan los encadenamientos significantes esenciales. Son como la firma de su decir verdadero.

 

  En este sentido la captación saussuriana de que un nombre propio diseminado en fragmentos fónicos es la clave, no en cuánto al descubrimiento del sentido del texto poético sino de su composición, parece poder extenderse a la estructura literal inconsciente del decir más propio. [4]

 

  En este sentido Todorov (1993) señala el valor semántico cero al que llega F. de Saussure: “Lo que importa es la configuración formada por elementos del significante…, nunca las relaciones de evocación o de sugestión simbólica.

 

  Si la palabra que es objeto de la ‘paráfrasis fónica’ está ausente del verso, Saussure llega a preocuparse de tales relaciones de evocación; pero en seguida reduce su espesor semántico a cero: los sonidos ‘aluden’ no a un sentido (y menos aún, como lo hubiesen querido los románticos, a una infinidad de sentidos), sino tan sólo a un nombre (la palabra está reducida a su significante: los ‘temas’ que Saussure busca y descubre en los versos védicos, griegos y latinos, son ante todos nombres propios)”.

 

  Muchas veces es un fragmento fónico el que hace decir al analista un nombre por otro abriendo así todo un texto reprimido. Por ejemplo, nombrar a la novia de un paciente con otro nombre: Gabriela por Daniela, siendo iela el fragmento literal que los encadena.

  En todos los casos y han sido unos cuantos los que me han ocurrido, el nombre sustitutivo producto del lapsus siempre trae a la sesión material trascendente completamente nuevo.

 

  La reacción inicial es de sorpresa mutua con el paciente, y al preguntarle si conoce alguien con ese nombre varias veces la respuesta primera ha sido un no y ante mi insistencia el paciente empieza a recordar, surgiendo incluso casos en que la primera novia llevaba el nombre sustituto. En todos los casos el paciente nunca trajo a la consulta el nombre que yo evoco lo que hace que la experiencia tenga un efecto sorpresivo mayor para ambos, al toparnos con el encadenamiento literal inconsciente del paciente.

 

  ¿Qué relación hay entre lo desarrollado hasta acá y el concepto lacaniano de Nombre del Padre? Como muy bien dice Jean-Claude Maleval (2002) “El Nombre del Padre es impronunciable, de forma que no hay que confundirlo con el patronímico”, éste último, como los demás nombres, están a nivel del enunciado mientras el primero está presente o no como elemento de la estructura.

 

  Este carácter impronunciable del Nombre del Padre similar al Tetragrama no hace más que subrayar, como lo ha hecho notar Norberto Rabinovich (2005), el origen hebraico del concepto lacaniano.

 

 

Bibliográfica

 

- Abraham, Karl (1961): Sobre el poder determinante de los nombres. Hormé. Bs. As.

- Calvino, Italo (2005): Por qué leer a los clásicos. Tusquet, Barcelona.

- Cúneo, Pablo (2017):Del nombre de Dios al Nombre del Padre. La teoría lingüística de la cábala y el psicoanálisis”.

http://www.elsigma.com/psa-y-ciencias/del-nombre-de-dios-al-nombre-del-padre-la-teoria-linguistica-de-la-cabala-y-el-psicoanalisis/13314.

- Freud, Sigmund (1980):El interés por el psicoanálisis”. Obras Completas. Amorrortu. Tomo XII. Bs.As.

- Maleval, Jean-Claude (2002): La forclusión del Nombre del Padre. El concepto y su clínica. Paidós. Bs. As.

- Rabinovich, Norberto (2005): El Nombre del Padre. Articulación entre la letra, la ley y el goce. Psicolibros Ediciones. Bs. As.

- Stekel, Wilhelm (1911): La obligación del nombre. Acheronta 19 en la web.

- Todorov, Tzvetan (1993): Teorías del símbolo. Monte Avila. Caracas.

 

 


[1] “La filosofía está escrita en ese libro enorme que tenemos continuamente abierto de­lante de nuestros ojos (hablo del universo), pero que no puede entenderse si no apren­demos primero a comprender la lengua y a conocer los caracteres con que se ha escrito. Está es­cri­to en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geo­mé­tricas sin los cua­les es humanamente imposible entender una palabra; sin ellos se deam­bula en vano por un laberinto oscuro” (El Ensayador), Capítulo IX, (1623)

[2] Desarrollo más pormenorizadamente el tema en mi texto “Del Nombre de Dios al Nombre del Padre”.

[3] Objeto de su delirio genealógico ario el judío se convirtió para Hitler en el enemigo por excelencia. Ello no puede desvincularse del desconocimiento de los orígenes paternos de Alois su padre, quien hasta edad avanzada llevó como apellido el de su madre Schickelgruber hasta que a los 39 años pasó a usar el apellido de su padrastro Hiedler, el que finalmente quedará como Hitler. Se sabe que el haberse especulado que su abuelo paterno pudiera haber sido judío fue torturante para Adolf Hitler. En este punto es fundamental tener en cuenta lo que relata en Mi lucha cuando cuenta cómo se va transformando en antisemita hasta el punto que ve judíos por todas partes. El punto esencial es cuando al principio no puede diferenciar entre un alemán y un judío y cómo esto se transforma en una necesidad vital para Hitler en la construcción de su proyecto de Solución Final. Por eso es interesante observar cómo determinados elementos literales que parten del apellido materno de su padre encadenan significantes esenciales en la elección de sus objetos de amor: Eva Braun y su sobrina Gely Raubal quien fue su verdadero amor, repitiendo en ella idéntica relación de tío a sobrina que tuvieron sus padres. Es el elemento literal rub del apellido Schickelgruber el que lleva a Raubal y a Braun (reub - raub) que a su vez evoca la ciudad de nacimiento de Hitler Braunau. Este encadenamiento literal materno nos lleva en dirección opuesta al amor homosexual de Hitler a su padre tramitado paranoicamente a través del enemigo judío. Mientras el Nombre del Padre queda forcluído el patronímico asociado a un NOMBRE judío debe ser eliminado de la faz de la tierra.

 

[4] En “Del Nombre de Dios al Nombre del Padre” muestro como todo ello está presente en la teoría lingüística de la cábala que hace del nombre de Dios el elemento literal con el que se estructura la Torá misma.

 

 

 

 

 

 


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