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Noches entre fantasmas apasionados: Casa de Viena

19/10/2018- Por Silvia Beatriz Bolotin Kogan - Realizar Consulta

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Freud inaugura ambientes de guerra hacia una navegación posible en la imaginación de personajes singulares en busca de la libertad de épocas y geografías impredecibles. Ambientes cargados de una teoría, historias, batallas que se vuelven un medio para comunicar el ambiente de guerra y sus derivados en la subjetividad teórica que deja esa guerra del siglo pasado… Con la aparición del “Fantasma de la Ópera” enlazado a la figura del padre vienés del inconsciente, Sigmund Freud, parecería coordinarse el legado de una teoría, de la revolución de un pensamiento con la noche perpetua en la creación…

 

 

 

    

 

 

  Así en la línea del horizonte aparece una fachada a mitad de camino entre el gris y el azul pálido, se ven escaleras de madera entre fantômas, desplegando visiones donde uno imagina espacios vieneses.

 

  En un 4 de junio de 1938, fecha en que las botas de la Gestapo arrebataron de su universo amado a quien nos lleva a navegar con fantômas de una tragedia. En ese momento se ingresa en un regreso a otra época a una casa en el mundo, donde quizás sea exagerado decir que hasta el paisaje se escucha. Es la Viena musical, capital de Austria que recibe a visitantes con la luz del pasado imperial.

 

  Es Salzburgo que recuerda, donde nació Wolfgang Amadeus Mozart, y es entre sus callejuelas Sigmund Freud marchaba. Bergasse 19, es la dirección de Sigmund Freud (1856-1939), donde creó su obra, y escuchó a sus pacientes, mientras se discutían además teorías que causaron revuelo en la Viena de fines del siglo XIX.

 

  Al atravesar los cuartos de esa casa se retorna a un siglo en la crónica. Freud había llegado a Viena desde una aldea en Moravia a los cuatro años. Más tarde Freud escribía en una carta: “Luego de setenta y ocho años de labor asidua me vi obligado a dejar mi hogar, vi disuelta la sociedad que fundé, destruidas nuestras instituciones, nuestra editorial ocupada por los invasores, confiscados y reducidos a pulpa los libros que había publicado, y a mis hijos expulsados de sus ocupaciones”, en un 16 de noviembre de 1938.

 

  Sigmund Freud enviaba, entonces, esta carta al director del Time and Tide; y es su novela familiar en la época trágica. Entre voces de estas cartas históricas, pareció surgir el Fantasma de la opera[1] cuando se narra la historia de un músico desfigurado que habita en las catacumbas de la Opera de París.

 

  Cuando se enamora fatalmente de la adorable Christine, el Fantasma crea una estrella de la ópera dirigiendo con libertad creativa en la que todo se lleva al extremo. El fantasma de la ópera pide que la oscuridad sea cambiada por el decir: “Déjame ser tu libertad”. Con la voz operística semeja recordarse leyendas de casas en las que todo pensamiento fue en busca de libertad.

 

  Freud inaugura ambientes de guerra hacia una navegación posible en la imaginación de personajes singulares en busca de la libertad de épocas y geografías impredecibles. Ambientes cargados de una teoría, historias, batallas que se vuelven un medio para comunicar el ambiente de guerra y sus derivados en la subjetividad teórica que deja esa guerra del siglo pasado.

[2]

 

                          

 

  Con la aparición del Fantasma de la Opera enlazado a la figura del padre vienés del inconsciente, Sigmund Freud, parecería coordinarse el legado de una teoría, de la revolución de un pensamiento con la noche perpetua en la creación.

 

  En la noche de fastuosas escenas de esa geografía queda el estigma de esa revolución en las ideas, mientras todavía se encienden en nuestros días entre camareros de etiqueta por sus locales y porque parecen extras de teatro, mientras los parroquianos leen los diarios y charlan como hacían los artistas plásticos Gustav Klint o Egon Schiele. El músico de las pausas y sus silencios Gustav Mahler siempre presente, como el filósofo Karl Popper, o los aportes de Sigmund Freud que parecen encontrarse todos en cada cita.

 

  Cuando se llega en bus hasta la casa en que vivió Sigmund Freud, calle Bergasse 19, se perciben fantasías sobre un edificio de departamentos bajos, que no sobresale de los demás, salvo por la gran bandera y la placa a la entrada. Luego de atravesar el patio se divisa una pequeña estancia colmada por la prueba de que cincuenta años de labor en ese espacio.

  En una percha, estilo Thonet, está el sombrero y la estilográfica y los anteojos sobre el escritorio. Numerosos libros, ediciones de sus obras, antigüedades, investigaciones como las que hizo sobre el uso de la cocaína.

 

  Sólo está ausente el famoso diván que viajó a Londres atravesando el canal de La Mancha, como el Fantasma de la Ópera atravesando catacumbas hasta dar vida y libertad a la oscuridad. Porque cuando Sigmund Freud dejó Viena, su casa de Bergasse 19 lucía una cruz svástica en el portal. Freud se instaló luego en Londres, donde recién pudo recomponer parte del ambiente que había tenido en Viena.

 

  En una pared cuelga un cuadro de la casa natal de Freud. A pesar del acoso nazi, gracias a la princesa Marie Bonaparte, Freud consiguió sacar del país el mobiliario, los libros y las piezas de arte de su consultorio vienés. Entonces se reconstruyó el altar del psicoanálisis con el mítico diván en Londres.

 

  Esa otra casa-museo carga fantasmas ulteriores y permanecen en su honor donde se encuentra que en el número 20 de Maresfield Gardens del barrio de Hampstead, es donde se quedaría su hija Anna Freud, y en otra atmósfera cargada de historia y recuerdos que sobreviven a las masacres, parecerían haber encontrado una tenue luminosidad a pesar de las sombras en la guerra.

 

 

 

                    

 [3]

  Era Marie Bonaparte quien en análisis con el maestro, se sentía triste en ese ambiente de Guerra de París en medio de un conflicto bélico que iba a ser largo. El ejército permanecería meses cara a cara con el barro en las trincheras, mientras Marie Bonaparte observaba la tristeza en el rostro de los transeúntes, la lasitud de los hombres de uniforme y el número de heridos crecía en las calles.

 

   

           

                        Hitler en Viena, en 1939.

 

  Durante el análisis de Marie Bonaparte, Freud apreciaba no sólo su ayuda, sino que se ocupó a lo referente de experiencias de su paciente con cirugías estéticas, pero sin impedirle que se las realizara[4]. Otra época del psicoanálisis con Freud (1895/1900) en la que respecto de la ciencia era difícil opinar porque era considerada una transformación hedonista. Aunque en este siglo “ya no habrá más imposibles”. Acaso sea otra subjetividad distinta.

 

  El temor a la pérdida de la belleza, a la noción del tiempo, donde se fantasea en una belleza siempre en presente. Con esta mujer, Freud sin embargo, demostró su genio y le ofreció también, como a Lou Andreas Salomé, uno de los anillos reservados a los integrantes del Comité Secreto. Roudinesco dirá: Si Lou era una Mujer ideal, la amiga, la encarnación de la libertad, Marie Bonaparte, fue la alumna, la discípula sumisa, la analizante embajadora devota.

  

 

                 

 

  Por esos tiempos Freud, ya antes de la Primera Guerra Mundial, se carteaba en inglés con su futuro biógrafo, Ernest Jones. No obstante, durante el conflicto inglés pasa a escribirle en alemán. Llegada la paz, el diálogo recién se restablece en inglés[5]. Parecería que en la guerra no hay ficciones teóricas, sino que la única realidad o la única ficción es la guerra misma[6].

 

  Desde otra dimensión en la traducción, el lugar tiene una demanda de la lengua materna, como cuando se tocan sentimientos primarios. Ese pasaje de una lengua a otra, el ser se debilita, tal vez para luego comunicarse en el goce de la lengua adquirida. El tránsito de la lengua a la nueva geografía adquiere acentos exóticos en oportunidades.

 

  “[…] El siglo XX busca en la experiencia un espejo en su propia recapitulación interrogativa. Como para evitar capitular entre las fuerzas de muerte. Pero quizás no sean sino sus propios lapsus, esos resbalones del lenguaje y esos tropiezos en terrenos ya de por sí resbaladizos […]”, sentencia Faye[7].

 

  Cuando se empieza a ceder a las dificultades del francés entre resbalones de la pérdida de regionalismos en la lengua, aunque uno tenga diploma en Altos Estudios de francés; Traducción mucho tiempo antes de vivir en Francia, la inserción en una lengua extranjera es complicada porque un estilo singular se instala en esa nueva vida territorial.

 

  El hombre moderno como el Freud de “entre-guerras” percibe hipótesis desconcertantes sobre un impulso de muerte y es en “Más allá del principio del placer” (1920); que se encuentra cohesión a lo vivido bajo el shock emocional de la Guerra, donde sólo un proceso de sublimación acerca un equilibrio[8].

 

  En ese combate, hablar de impulsos de muerte en un texto se corre el riesgo de trivializar la cuestión, y hacer caso omiso que en los albores de la psiquiatría y la República se confundiera al hombre con animales. Emerge la confusión, como en un cuento donde también otras cosas revierten la diferencia y la repetición de una escena, por ejemplo la de Xavier Bóveda.

 

  Bóveda es un escritor gallego, que en la Argentina anulaba el mito del inmigrante inculto, criminal, o loco. Había escrito, en 1943, poemas dirigidos a su esposa, en los que decía: “Me doy a veces a pensar que toda nuestra vida está pautada en un poema y lo único que podemos hacer es regir el tiempo de nuestra melodía […]

 

  Fue con Xavier Bóveda a la cabeza, que un grupo de escritores argentinos invitó a Freud a venir a la Argentina. En 1933, sin embargo, Freud declinaba con profunda emoción esta oferta, y argumentaba: “Leo y entiendo el hermoso idioma en que usted escribe sus versos, pero no me tengo confianza para escribir en español”. (En el prólogo de las Obras Completas de Freud).

 

  La importancia del lenguaje quedaba manifiesta en este argumento, aunque semeje cortesía, dado que a Freud le parecía imposible escribir en otro idioma porque en realidad el obstáculo era su convivencia con la gente que hablaba esa lengua[9].

 

  ¿Qué hubiese pasado si Freud se trasladaba a la Argentina, y se encontraba con el lenguaje de Xavier Bóveda? Al seguir la evolución de la obra de Freud, se sigue el peso acordado al poder de las palabras con el maestro vienés dentro de una arqueología del saber. En esta arqueología se vuelve a una verdad que es el ser inmigrante en la lengua.

 



[1]El Fantasma de la Ópera. Filme. Drama en Gran Bretaña. 2004. G. Butter. M. Richardson. Dir. J: Shumacher.

 

[3]. Nota 1.

[4] . p.139

[5]. Panesi, J. Críticas, Buenos Aires, Ed. Norma, 2003, p. 131.

[6]. Idem 18, p.69.

[7]. Faye, J. P. El siglo de las ideologías, Barcelona, Ed. Serbal, 2002, p. 171

[8]. Faye, J.P. El siglo de la ideologías, Barcelona, Ed. El Serbal, p.184.

[9].  Idem, 5.

   


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