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El duelo, del lado del analista

10/06/2017- Por Valeria Leoni - Realizar Consulta

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Este escrito surge de una serie de preguntas en torno a lo que se produce cuando alguien que fue paciente propio se suicida. ¿Un analista hace duelo por un paciente? ¿Es realmente un duelo? Si este fuera el caso, ¿qué es lo que duelamos? Éstos son algunos de los interrogantes que la autora de este texto aborda, sin ahorrarnos la incomodidad que nos depara confrontarnos con uno de los horizontes más dramáticos de la práctica en que nos comprometemos.

 

 

 

                              

                                    “Wheatfield with crows”  Oleo de Vincent Van Gogh (1890)

 

 

         Este escrito surge de una serie de preguntas, a las cuales no pretendo darles más que un esbozo de respuesta, a partir de un recorrido por algunos autores. Posiblemente no todas las preguntas tengan respuesta, ni las respuestas que surjan sean acabadas. Quizás a cada lector le surjan otras respuestas posibles: ojalá que así sea, de lo contrario este escrito no sería más que un monologo de auto-preguntas y auto-respuestas, que no creo que lleve más que a otra forma del goce del idiota.

         El duelo del que voy a hablar no es el duelo del fin de análisis, ni siquiera sé si es un duelo, sino aquello que podemos pensar que se produce, que pasa o que sentimos cuando alguien que fue nuestro paciente se suicida. En un caso así se juegan muchas cosas. Surgen cuestiones como: “Si yo hubiera hecho tal o cual cosa, esto no habría pasado”. Quizás tiene que ver con el propio ego pensar que “pudimos” haber hecho algo para evitar ese resultado (como si fuéramos tan importantes). Nos encontramos de cara a la castración, a la imposibilidad propia, al “No se puede todo”. En fin, el paciente que ha sido tratado por nosotros no está más… y a veces eso duele.

 

         Me encontré, luego del suicidio de un paciente que tuve en tratamiento, con un sentimiento muy triste, como si fuera que realizaba una especie de duelo. Me pregunté entonces por qué me ponía tan mal. No era un amigo, ni un familiar, ni una pareja. Me pregunté entonces: ¿un analista (en el caso de que lo seamos) hace duelo por un paciente? ¿Es realmente un duelo? Si este fuera el caso, ¿qué es lo que duelamos?

         Si tomamos el duelo desde Freud, nos encontramos con la definición conocida por todos, que afirma que el duelo es la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente (la patria, un ideal) que conlleva un trabajo (el desasimiento libidinal) para que la libido abandone sus ligaduras al objeto. Si nos quedamos con esta definición, ella nos lleva a un a plantearnos que para que el duelo se produzca debería haber en juego un objeto de amor. ¿El paciente sería nuestro objeto de amor? ¿Hacemos duelo sólo por aquéllos que amamos?

         Podríamos si no quedarnos con la abstracción equivalente: un ideal. Se duela un ideal. En un tratamiento analítico ¿cuál sería el ideal que duelamos? Pensar que podríamos hacer algo por ese paciente, que nuestro trabajo debería poder aliviar el sufrimiento (el furor curandi, diría Freud), que tenemos que lograr que el paciente tenga ganas de vivir y no de suicidarse.

         ¿Cuál es el ideal? ¿Buscar el bien del paciente? ¿Es parte de nuestro trabajo como analistas evitar que el paciente se mate? La ética del psicoanálisis proclama otra cosa, en primer lugar en cuanto rehúsa toda terapéutica, toda psicologización en la búsqueda de un bien. Lacan, en el Seminario 7, nos dice:

 

   La ética del análisis no es una especulación que recae sobre la ordenanza, sobre la disposición, de lo que se llama el servicio de los bienes. Implica, hablando estrictamente, la dimensión que se expresa en lo que se llama la experiencia trágica de la vida (1).

 

         No es por lo tanto un ideal el que dualaríamos, ya que nuestro trabajo no parte de ningún ideal.

         Encontré entonces una definición de duelo de Juan David Nasio, quien sostiene:

 

El dolor del duelo no es el dolor de perder, sino el dolor de reencontrar lo que se perdió sabiéndolo irremediablemente perdido. (2)

 

         Nasio se pregunta:

 

¿Que perdemos cuando alguien muere? Perdemos fundamentalmente la armazón imaginaria que nos permitía amarlo mientras vivía. ¿Y qué es lo que nos permite amarlo mientras vivía? Que el otro actuara como nuestro sostén imaginario devolviéndonos nuestra propia imagen. En el duelo hay una sobreinvestidura de las representaciones del objeto amado, sin el sostén de aquella imagen de mí mismo, que el otro era capaz de devolverme. Entre ellas la más importante es que hayamos ocupado para la persona perdida el lugar de objeto de su deseo (3).

 

         No se trata entonces de sólo una pérdida real, sino imaginaria.

En Lacan no hay tampoco univocidad en cuanto a la teoría del duelo. Es así que se produce un desvío entre sus formulaciones en el Seminario 6, donde la cuestión del duelo está referida fundamentalmente al falo y la privación:

 

El agujero de la perdida en lo real, de algo que es la dimensión, propiamente hablando, intolerable, ofrecida a la experiencia humana, y que es no la experiencia de la propia muerte, que nadie tiene, sino aquella de la muerte de otro que es, para nosotros, un ser esencial. (4)

 

         En el  Seminario 10, el énfasis está puesto en torno al objeto a y al lugar del doliente como objeto causa del deseo, que se resume en la siguiente aseveración:

 

No estamos de duelo sino por alguien de quien fuimos su falta. Estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal, frente a las cuales no sabíamos que cumplíamos esa función de estar en el lugar de su falta. (5)

 

         Lacan se interesa por la subjetividad, por el impacto en el duelante de la pérdida no sólo del ser querido, sino de lo que fuimos para el otro. La prueba del deseo siempre es una prueba de cuánto me desea el otro, cuán causa soy para él, no la pérdida del otro como objeto. Es decir que sólo es posible hacer duelo por aquel cuya falta fuimos y cuyo deseo causamos.

         Allouch, en su libro Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, afirma:

 

Quien está de duelo pasará de la experiencia de la desaparición de un ser querido (y de la falla de la realidad para resolver la cuestión abierta por esa desaparición) al reconocimiento de su inexistencia. En un instante de ver, esa vida se le aparece en lo que tiene de inacabado definitivamente, en todo aquello que no pudo realizar. El tiempo del duelo será entonces el tiempo de comprender que desemboca en el momento de concluir que en verdad esa vida se cumplió y de qué manera. (6)

 

         En el mismo libro refiere que en un duelo uno pierde algo de sí, por eso quien está de duelo efectúa su pérdida con “un pequeño trozo de sí” (7). Entonces, diríamos que lo que se duela es a uno mismo como lo que fue para el otro. Ahora bien, ¿qué fue el analista para el paciente? ¿Cuál es el trozo de sí que pierde el analista en el duelo por un paciente?

         Pensar en lo que se supone que es el analista para el paciente,  me llevo a pensar en  el deseo del analista. Lacan en el Seminario 8, señala:

 

Quizás podemos definir en términos de longitud y latitud las coordenadas que el analista ha de ser capaz de alcanzar para simplemente ocupar el lugar que es el suyo, que se define como el que debe ofrecer vacante al deseo del paciente para que se realice como deseo del Otro. (8)

 

         El psicoanalista debe ofrecerse vacante, dejar libre el lugar del propio deseo. Debe ofrecerse vacante a fin de que el deseo del paciente se realice vía ese instrumento que es el analista en cuanto tal. El analista es para el paciente un instrumento, un espacio vacío al cual tiene que venir a alojarse en la praxis del psicoanálisis el deseo del paciente como deseo de su Otro, el de las circunstancias propias de su historia. ¿Duelamos entonces dejar de ser ese lugar vacío?

         Lacan, en el trayecto entre el Seminario 8 y la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela, relaciona el deseo del analista al duelo:

 

El deseo del psicoanalista es formalizado como duelo [...] en términos de la operación de privación. El duelo del psicoanalista se funda en el hecho de que en el campo del deseo del Otro todos los objetos son inconmensurables, carecen de común medida. Cualquier objeto puede ocupar ese lugar, valen para cada sujeto en particular. El psicoanalista ha de hacer duelo por ese bien supremo único que pudiese compartirse. (9)

 

         Con lo cual venimos a ocupar ese lugar vacío con un duelo previo que debemos realizar.

         Al analista le toca entonces ser (para el paciente) objeto, en posición de causa de deseo en el proceso del análisis. El analista colocado en el lugar de la causa de deseo está allí para captar al sujeto mismo como objeto. No capta un objeto de deseo, sino al sujeto como deseante del deseo del Otro, desde la posición de causa del deseo del otro.

         Me pregunto, entonces: ¿duelamos dejar de ser objeto que causa el deseo del paciente? ¿Duelamos que no fuimos lo suficiente para generar deseo, que no pudimos hacer desear a ese paciente?

         La meta del psicoanálisis, para Lacan, es que el sujeto obtenga cierto margen de libertad en relación con el lugar que ocupó como objeto del deseo como deseo del Otro. Para ello, el deseo del analista debe buscar esa diferencia absoluta que permita la separación del sujeto en la experiencia. Rabinovich, en su libro El deseo del psicoanalista, sostiene:

 

Lacan, en La ética del psicoanálisis, sostiene que el psicoanalista guía al paciente hasta el umbral de la acción ética, que luego le tocará al analizante llevar a cabo. En esa acción le tocará a él decidir si asume esa causación de un modo u otro. El punto, empero, donde más fácilmente en tanto que psicoanalistas podemos errar es considerar que la causa del deseo es un objeto concreto, “realista”, vinculado al Otro, para colmo de males idéntico a nuestra “persona”, que olvidamos es máscara, para hacer de ella la encarnación de ese Otro. (10)

 

         Será que a veces nos olvidamos que es máscara y creemos que nuestra persona pudo haber hecho algo. La muerte siempre nos enfrenta con lo imposible de simbolizar. Nos pone frente a frente con la castración, a la segunda muerte según Lacan que para el sujeto equivaldría a la efectiva inscripción de la castración, en una máxima anticipación respecto de la muerte natural, la primera muerte.

 

 

 

 

Valeria Leoni es Licenciada en Psicología (UBA), completó su residencia en Psicología Clínica en el Hospital “Braulio A. Moyano”, y actualmente se desempeña como psicóloga de guardia en el mismo hospital, y como psicóloga en una comunidad terapéutica. Correspondencia a: valeria_leoni@hotmail.com.

 

 

Notas

(1) Cf.  LACAN, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 372.

(2) Cf. NASIO, J., El libro del dolor y del amor, Gedisa, Barcelona, 1999.

(3) Op. cit.

(4) Cf. LACAN, J., Seminario 6. El deseo y su interpretación. Inédito. Clase del 22.IV.1959.

(5) Cf. LACAN, J., Seminario 10. La angustia. Inédito. Clase del 30.I.1963.

(6) Cf. ALLOUCH, J., Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2011, p. 125.

(7) Op. cit., p. 38.

(8)    Cf. LACAN, J., Seminario 8. La transferencia. Inédito. Clase del 11.I.1961.

(9)    Cf. RABINOVICH, D., El deseo del psicoanalista, Manantial, Buenos Aires, 1999, p. 19.

(10) Op. cit., p. 102.

 

 

Bibliografía

ALLOUCH, J., Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2011.

FREUD, S., “Duelo y melancolía”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XIV.

LACAN, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.

LACAN, J., Seminario 6. El deseo y su interpretación. Inédito.

LACAN, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2000.

LACAN, J., Seminario 8. La transferencia. Inédito.

LACAN, J., Seminario 10. La angustia. Inédito.

LACAN, J., El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1993.

NASIO, J., El libro del dolor y del amor, Gedisa, Barcelona, 1999.

RABINOVICH, D., El deseo del psicoanalista, Manantial, Buenos Aires, 1999.

 

 


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