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Escrituras del trauma

06/07/2017- Por Juan Mitre - Realizar Consulta

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Para el psicoanálisis, el trauma tiene la estructura topológica de la extimidad: algo extraño en el interior de uno mismo. Cada sujeto deberá dar cuenta de qué ha sido traumático para sí. Una vida se “ordena” a partir de un trauma, a partir de un encuentro. Este texto parte de la premisa de que lo que llamamos escritura implica la posibilidad de traducirlo, de que puede ser un tejido que circunscribe un trozo de real, y de que ayudar al sujeto en esta operación es parte del deber del analista.

 

 

 

                              

 

 

  Como se sabe, para el psicoanálisis un acontecimiento no tiene que ser necesariamente terrible, horroroso o violento para ser traumático. El factor a subrayar es la sorpresa: algo que no se espera y sorprende. Para precisar, podemos decir que se trata de la sorpresa en su vertiente de extrañeza. Un trauma tiene algo extraño que no puede terminar de explicarse; es un cuerpo extraño en el corazón del ser. Tiene la estructura topológica de la extimidad: algo extraño en el interior de uno mismo. Por lo tanto, tiene la forma que aquello que Freud llamó lo siniestro o lo ominoso.

  Es importante recordar que en las primeras clases del Seminario 10 Lacan nos reenvía a leer a Freud, nos reenvía a leer Lo ominoso, nos reenvía a leer el cuento El Hombre de Arena de Hoffmann. El trauma tiene una relación con la angustia, es un acontecimiento al modo de una extraña-familiaridad que despierta angustia. Algo extraño en lo familiar. Por eso, como bien explica Germán García en Actualidad del trauma: “El trauma no es algo extraño que se enquista, sino algo familiar que se ha vuelto extraño en el encuentro con un acontecimiento exterior.” (1)

  Hay un buen ejemplo en el libro Efectos terapéuticos rápidos (2), que son unas conversaciones clínicas en Barcelona en torno a unos casos. Me refiero a El hilo de la vida (3), donde se presenta el caso de una mujer que luego de los atentados terroristas en la estación de trenes Atocha, allá por 2004, mientras huía de la explosión cruza la mirada con un hombre con barba ensangrentado y sigue de largo. Refiere en las entrevistas que al verlo pensó: “Es como un Cristo yaciente”. Su padre era un pastor, un padre “todo amor” como ella lo nombra. Un padre cristiano que decía que siempre había que ayudar al prójimo. Aquí tenemos la topología del trauma: ese acontecimiento exterior, la explosión, y ese ver a “un Cristo yaciente” que es ya su traducción subjetiva del hombre ensangrentado. Por lo tanto, ahí está la topología del trauma, donde lo externo es a la vez interno, donde lo extraño es al mismo tiempo íntimo.

  El trauma se presenta siempre implacable y sin sentido, concerniendo a lo más íntimo del sujeto, aun cuando aparente ser totalmente exterior. El agujero del trauma señala al sujeto su naturaleza exterior-interior, su naturaleza éxtima. El modelo del toro es la estructura topológica que le corresponde, donde su exterioridad periférica y su exterioridad central constituyen una única región (4).

 

 

Lo singular y lo universal del trauma

 

  El trauma sólo existe para cada sujeto. Cada sujeto deberá dar cuenta de qué ha sido traumático para sí. Lo que ha sido traumático para uno puede no serlo para otro. El trauma porta un nombre preciso para cada uno y hay que distinguirlo del fantasma.

  Situar lo real en casa caso, ayudar al sujeto a situar bien lo real en su caso, es parte del deber del analista. “Ir al encuentro del encuentro” (5), así definió Eric Laurent al deseo del analista. Ir al encuentro de aquel encuentro que ha sido decisivo para un sujeto. El analista por su formación, que es principalmente la de su propia experiencia de análisis, donde pudo cernir la causa de su propio horror, y así, ir más allá del horror al saber (6), se dirige por formación hacia la zona oscura del trauma, se dirige allí para detectar eso primero. Eso determinante en la función de la repetición.

  Como señala Lacan en el Seminario 11: “Tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma —en tanto que el fantasma nunca es sino pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición” (7)

  Hacia lo real es la orientación lacaniana: trauma-angustia y síntoma-fantasma como respuestas, es la secuencia que armamos. Y las secuencias en psicoanálisis son importantes. Puede no interesarnos la cronología, pero sí las secuencias… Qué vino primero, qué vino después; es decir, cómo se ordena un caso.

  Al respecto, Lacan en su texto “Juventud de Gide, o la letra y el deseo” (8) —refiriéndose a la psicobiografía sobre Gide del psiquiatra Jean Delay— señala que el brillo de la investigación literaria de Delay se halla en el orden de la exposición, y que allí puede encontrarse la estructura misma del sujeto delineado por el psicoanálisis. Lacan señala cómo en el trabajo de Delay vemos ordenarse con todo su rigor —me gusta la expresión— la composición del sujeto.

  Qué vino primero, qué vino después, teniendo en cuenta —por supuesto— que lo segundo puede resignificar lo primero, el “caso Emma” es paradigmático al respecto.

  Conviene no olvidar que el trauma es ineliminable en la constitución de la vida subjetiva. A partir del trauma emergen las respuestas que se formularán en términos de síntoma o fantasma y que organizarán una vida. Es decir, un modo de gozar. Pero resaltemos, que en la causalidad lacaniana —en ese orden singular— siempre entra la decisión. Ante un encuentro con lo real una insondable decisión del sujeto se pone en juego. En este punto, no hay etiología sin decisión.

  Una vida se “ordena” a partir de un trauma, a partir de un encuentro. Debemos aquí, para no confundirnos, señalar dos vertientes del trauma. Una, el trauma como acontecimiento, el cual aparece bajo la figura de la contingencia, de la tyché negativa, de la irrupción de lo real en las representaciones simbólicas en las que un sujeto viene sosteniéndose, el acontecimiento contingente (que por otra parte se produce siempre necesariamente). Y la otra, que es de por sí primera, estructural, que está de fondo, el trauma como el agujero de la no relación sexual. La no relación sexual implica un universal del fracaso, es para todos. Por eso el “No hay”, desde esta perspectiva, es el trauma universal y constituyente para todo ser hablante. Luego estarán las huellas y las marcas de ese exilio en cada uno.

  Philippe Lacadée, en su texto “El niño lacaniano es el niño troumatizado”, señala que “el niño lacaniano no conoce la despreocupación porque, debido al lenguaje, no hay para él simbiosis posible [...] sino que está siempre la discordancia del malentendido” (9).

  Se nace malentendido… (10) El Otro para el niño es un significante vivo que con sus idas y venidas puede ser pacificante pero también traumático. El significante no es solamente simbólico o pacificador, sino que puede devenir solo y adquirir un goce fuera de sentido, y allí el niño no comprende nada… Por lo tanto, “exiliados y malentendidos” desde la cuna.

 

 

Escrituras: Paul Auster y Mishima

 

1 - Paul Auster

 

            La escritura de Paul Auster se organiza alrededor del azar. Ya he mencionado este ejemplo (11) pero volveré sobre mis pasos para decir algo más.

         Durante una entrevista Paul Auster cuenta que encontró en sus cuadernos de la adolescencia una frase escrita a sus 19 años: “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo” (12). Frase que, con una economía asombrosa de palabras, muestra la torsión exterior-interior de la realidad psíquica, como nos habla del desgarro entre las palabras, el cuerpo y el mundo: “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo”. Cuenta que esa frase lo sorprendió al encontrarla, ya que sus libros se limitan, según él, a desarrollar esa idea.

         En un texto autobiográfico titulado “¿Por qué escribir?” (13), relata algo anterior, un acontecimiento de sus 14 años: habían salido de campamento y una fuerte tormenta se impuso. Estaban en fila cruzando un alambrado y un rayo derribó a quien cruzaba delante suyo. Refiere que todavía recuerda la torsión de la boca de su compañero, el cuerpo que se tornaba azul y como él inmóvil sostenía su lengua bajo la lluvia. Ese hecho determinó su obra. Se trata de una obra dónde el azar y la contingencia (el accidente) tienen un lugar fundamental. Sus novelas se estructuran a partir de allí.

         Justo Navarro, en un bello prólogo a El cuaderno rojo (14), lo dice así: “Una vez Paul Auster fue de excursión al bosque y encontró el idioma al que mucho más tarde trataría de traducir el mundo, el mundo cómico y aterrador: encontró el idioma del azar, el idioma de la casualidad y las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino. Gracias al azar Paul Auster encontró la música del azar. Se hacía novelista mientras descubría la música del azar: traducía el mundo al idioma que había descubierto hacía muchos años en una excursión al bosque: el idioma del azar. Pero el idioma del azar es también el idioma de la fragilidad: hay coincidencias y casualidades con las que te mueres de risa y hay coincidencias y casualidades con las que te mueres. Descubrir el poder del azar es descubrir que somos terriblemente frágiles y vulnerables, que dependemos de la casualidad, que una coincidencia estúpida puede destrozarnos en un segundo. Que una palabra estúpida oída por casualidad también puede fulminarnos. Recordar que las personas son terriblemente frágiles es una obligación moral: Paul Auster dice que es cazador de coincidencias por obligación moral.”

         Lo que nos muestra el prólogo al Cuaderno rojo es que la escritura del autor surge del trauma. De esa región oscura —pero también vital— parte su obra.

         Lo real es sin ley, es decir, sin “por qué”. Algunos niños nos lo recuerdan: sus “por qué” terminan dejándonos sin palabras. Del azar, de eso no se quiere saber. El ser hablante tiende a inventarse una idea de destino para velar los elementos contingentes de los que parte. El azar nos empuja a diestra y siniestra recordaba Lacan en el Seminario 23 (15).

         Paul Auster, como muchos escritores, dice que escribe porque no puede dejar de hacerlo, se le impone la escritura. Me parece interesante este punto para pensar la repetición anudada a la sublimación. Repetición e insistencia, tanto de los temas como del hecho mismo de escribir. Por su parte, Clarice Lispector decía que escribir es una maldición, pero una maldición que salva.

         La sublimación, implica elevar el objeto a la dignidad de la cosa: implica hacer algo con el objeto a en tanto desecho. Podríamos también decir, que es un hacer con “lo des-hecho”. Convertir lo insoportable en otra cosa. Traducirlo y a partir de eso inventar una lengua. Luego se verá si esa obra (si esa lengua) funciona o no. Funciona, si resuena en el Otro.

 

2 - Mishima

 

         El psicoanálisis partió del “encuentro sexual prematuro traumático” para luego indicar que lo traumático es el encuentro mismo con la sexualidad. La sexualidad hace agujero en lo real y nadie zafa bien del asunto (16), nos advierte Lacan en el prefacio a la obra de Wedekind.

         Yukio Mishima, en su novela Confesiones de una máscara, lo muestra con la claridad. Novela sobre el despertar sexual de un joven: “Hacía ya un año que sufría la infantil angustia de poseer un curioso juguete. Yo tenía doce años de edad. Ese juguete aumentaba de volumen en toda oportunidad y parecía insinuar que, debidamente utilizado, podía ser fuente de delicias. Pero en lugar alguno tenía yo instrucciones escritas acerca de cómo utilizarlo, y, por eso, cuando el juguete tomaba la iniciativa en sus deseos de jugar conmigo, quedaba yo inevitablemente desconcertado. Alguna que otra vez, mi humillación y mi impaciencia alcanzaron tal punto de gravedad, que llegué a pensar que deseaba destruir aquel juguete. Sin embargo, nada podía hacer como no fuera rendirme al insubordinado juguete […] y esperar acontecimientos pasivamente.” (17)

         Aquí se muestra cómo en un principio el encuentro con la propia erección no tiene nada de autoerótico; más bien se trata de un goce ajeno, no propio. Aquí aparece el goce fálico como fuera-de-cuerpo. En el pequeño Hans, también en su medida y con otro dramatismo esto está presente. Al respecto, Lacan plantea: “¿En qué consiste entonces la fobia de Juanito? En el hecho que súbitamente constata que tiene un pequeño órgano que se mueve. Es perfectamente claro. Y quiere darle un sentido. Pero tan lejos como llegue eso, ningún niño experimenta jamás que ese pene le está adherido naturalmente. Considera siempre el pene como traumático. Quiero decir que piensa que pertenece al exterior del cuerpo.” (18) Otra vez la extimidad, lo extraño de lo íntimo. Lo traumático aquí es la extimidad del goce, el goce fuera de sentido.

 

 

Lo que no cesa de no escribirse

 

         La escritura puede ser un tejido que circunscribe un trozo de real. Un modo de transitar el litoral de lo real. Algunas escrituras logran bordear ese agujero, bordear el agujero de lo que no cesa de no escribirse. Si se escribe tanto, si hay escrituras que proliferan y no se detienen, es porque hay algo que no cesa de no escribirse: es un modo de hacer con ello. Entiendo entonces la escritura como un modo de hacer con ese agujero y con ese exceso que nos habita como hablantes. En la Nota italiana, Lacan sostiene: “No hay relación sexual, quiero decir, relación que pueda ponerse en escritura” (19). Eso es lo que nos impulsa, para bien y para mal.

 

 

Texto presentado en el Panel de la VIII Jornada del Espacio de Investigación en Psicoanálisis del Centro 1: Las escrituras del trauma, Centro de Salud Mental N°1 “Dr. Hugo Rosarios”, junio de 2016. Juan Mitre es psicoanalista, instructor de residentes del HIGA “Manuel Belgrano”, San Martín, Buenos Aires, docente y supervisor en Causa Clínica, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Correspondencia a: mitrejuan@gmail.com

 

 

 

Notas

 

(1)       Cf. GARCÍA, G., Actualidad del trauma, Grama, Buenos Aires, 2005.

(2)       Cf. MILLER, J.-A. et al., Efectos terapéuticos rápidos, Paidós, Buenos Aires, 2005.

(3)       Caso presentado por Araceli Fuentes en Efectos terapéuticos rápidos, op. cit., p. 19.

(4)       Cf. LAURENT, E., “El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios”. En: BELAGA, G. (comp.), La urgencia generalizada 2, Grama, Buenos Aires, 2005.

(5)       Cf. LAURENT, E., “El caso, del malestar a la mentira”. En: Cuadernos de psicoanálisis, Bilbao, Eolia, N° 26, junio de 2002. 

(6)       Cf. LACAN, J., “Nota italiana”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 329.

(7)       Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1993, p. 68.

(8)       Cf. LACAN, J., “Juventud de Gide, o la letra y el deseo”. En: Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

(9)       Cf. LACADÉE, P., “El niño lacaniano es el niño troumatizado”. En Psicoanálisis inédito: http://www.psicoanalisisinedito.com/2014/09/philippe-lacadee-el-nino-lacaniano-es.html

(10) Cf. LACAN, J., “El malentendido”. Clase del 10.VI.1980 de su seminario. Publicado en francés en Ornicar? 22/23, 1981. En español en Psicoanálisis inédito: http://www.psicoanalisisinedito.com/2015/06/jacques-lacan-el-malentendido-10061980.html

(11) Cf. MITRE, J., “Inventar una lengua”. En: La adolescencia: esa edad decisiva, Grama, Buenos Aires, 2014.

(12) Cf. CORTANZE, G., Dossier Paul Auster, Anagrama, 1996, p. 77.

(13) Cf. AUSTER, P., “¿Por qué escribir?”. En: Ensayos completos, Booket, Buenos Aires, 2013.

(14) Cf. AUSTER, P., El cuaderno rojo, Anagrama, Barcelona, 1994.

(15) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 23. El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 160.

(16) Cf. LACAN, J., “Despertar de primavera”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.

(17) Cf. MISHIMA, Y., Confesiones de una máscara, Editora Nacional, Madrid, 2002.

(18) Cf. LACAN, J., “Universidad de Yale, Seminario Kanzer”. En: Revista Lacaniana 19, Grama, 2015.

(19) Cf. LACAN, J., “Nota italiana”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 330.

 

 

Bibliografía

 

AUSTER, P., “¿Por qué escribir?”. En: Ensayos completos, Booket, Buenos Aires, 2013.

AUSTER, P., El cuaderno rojo, Anagrama, Barcelona, 1994.

CORTANZE, G., Dossier Paul Auster, Anagrama, 1996.

GARCÍA, G., Actualidad del trauma, Grama, Buenos Aires, 2005.

LACADÉE, P., “El niño lacaniano es el niño troumatizado”. En Psicoanálisis inédito: http://www.psicoanalisisinedito.com/2014/09/philippe-lacadee-el-nino-lacaniano-es.html

LACAN, J., “Despertar de primavera”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.

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LACAN, J., “Juventud de Gide, o la letra y el deseo”. En: Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

LACAN, J., “Nota italiana”. En: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.

LACAN, J., “Universidad de Yale, Seminario Kanzer”. En: Revista Lacaniana 19, Grama, 2015.

LACAN, J., El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1993.

LACAN, J., El Seminario, Libro 23. El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006.

LAURENT, E., “El caso, del malestar a la mentira”. En: Cuadernos de psicoanálisis, Bilbao, Eolia, N° 26, junio de 2002. 

LAURENT, E., “El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios”. En: BELAGA, G. (comp.), La urgencia generalizada 2, Grama, Buenos Aires, 2005.

MILLER, J.-A. et al., Efectos terapéuticos rápidos, Paidós, Buenos Aires, 2005.

MISHIMA, Y., Confesiones de una máscara, Editora Nacional, Madrid, 2002.

MITRE, J., “Inventar una lengua”. En: La adolescencia: esa edad decisiva, Grama, Buenos Aires, 2014.

 

 

 

 


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