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La maternidad: la asunción de una posición

29/12/2017- Por Georgina Gagliardi -

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“Se es madre por deseo y no por instinto. El ser madre o padre no se reduce al proceso biológico. Es sobre todo una función que está estructurada por el contexto cultural y que impacta en el psiquismo. Es en el ejercicio de esas funciones que se va construyendo un lugar de hijo ahí donde había un cachorro humano… no toda mujer que haya parido un niño se ha constituido en madre”.

 

 

 

                      

                                           “La maternidad” *

 

 

La experiencia de la maternidad:

 

  La experiencia de la maternidad, ese momento tan crítico en la vida de una mujer, es un momento de máxima exigencia para ella porque conlleva entre otras respuestas requeridas, una respuesta subjetiva.

  El ser Madre-Padre es una realidad inscripta por una condición que no se reduce solamente al proceso biológico. Es sobre todo una función que está estructurada por el contexto cultural. Madre-Padre son funciones que impactan en el psiquismo. Es en el ejercicio de esas funciones que se va construyendo un lugar de hijo ahí donde había un cachorro humano.

  Se nace indefenso y dependiente del Otro para sobrevivir. Para que se cubran las necesidades fisiológicas, psicológicas y adaptativas es decisivo el “maternaje” en el cual se imparten cuidados.

Es ese lugar otro el que ofrece un sostén y de ese modo permite la estructuración del aparato psíquico. Sin ese sostén el recién nacido moriría, tal como lo confirma la experiencia del marasmo.

  Es decir que la entrada al mundo de lo humano se caracteriza por la fragilidad, el desamparo y la “desvalidez”. Un conjunto que nos hace depender absolutamente de otros para nuestra supervivencia.

La criatura humana es inmadura tanto en lo motor como en lo cognitivo. Por eso es que requiere de un cuidado particular.

Esos otros que nos reciben, nos nombran y nos introducen al mundo imaginario y simbólico, al mundo del lenguaje.

  Una madre es una función, es una función que hay que poder asumir y sostener. No siempre resulta posible. Las dificultades que puede conllevar la maternidad nos permitirán dar cuenta de las impotencias y de las imposibilidades con respecto a eso.

Al momento del nacimiento de un cachorro humano una mujer se encuentra frente a esta significativa exigencia. Las posibilidades y las respuestas son tan singulares como la singularidad de aquel nacimiento. Una madre es un lugar a construir con cada uno de los devenidos hijos cada vez y con las particularidades de ese vínculo.

 

 

Acerca de lo instintual

 

  Podríamos decir que ese Otro primordial que nos acoge constituye un lugar que desborda la figura de la mujer-madre biológica. Será justamente a partir de las dificultades para ocupar ese lugar primario, esa función, que nos interrogaremos acerca de lo no instintual del vínculo. Nos preguntaremos si el amor entre madre-hijo, a pesar de la obviedad con lo que la cultura nos lo presenta es tan natural como se lo supone.

Sabemos que el amor parental, la maternidad y el deseo de hijo se han naturalizado como instintos e innatos. No obstante la relación madre-hijo se edifica de la mano de la cultura ya que el ser humano como especie es atravesado por el lenguaje. En ese sentido tiene aspectos que deben construirse.

  La definición de instinto nos dice que este es la conducta animal innata, estereotipada y específica que se desencadena ante cierto tipo de estímulos externos o intraorgánicos y se continúa hasta su consumación, incluso en ausencia de la estimulación que la provocó. Posee un carácter de supervivencia para la especie y para el individuo que la ejecuta. Es básicamente siempre igual y fundamentalmente, me interesa subrayar, inevitable para cada miembro de la especie. Así resulta prácticamente imposible encontrar alguna conducta humana que cumpla el conjunto de requisitos expuestos, ni tan solo uno de ellos completamente. El ser humano tiene que aprender las conductas que le llevarán a la consecución y satisfacción de las necesidades que, experimentadas como impulsos, motivan su comportamiento.

  Desde la biología el instinto se piensa como aquello que permite la supervivencia y la evolución de la especie en cuestión, dentro de ese campo instintual cabe subrayar el “instinto maternal”. Este instinto supone no solamente un innumerable conjunto de conductas a fin de participar del cuidado de la cría sino, y esto no es un dato menor, el abandono del débil cuando este se encuentre insuficientemente dotado para acceder a una adultez independiente.

  Si esto es así, sólo podemos hablar de “instinto maternal” cuando éste se encuentre al servicio de la especie, de la cría y de aquellos individuos que singularmente tengan la posibilidad de acceder a la autonomía, de conseguir su propio alimento, de estar en condiciones de hacer los movimientos que se requieran para eso y procurarse de un otro con el cual reproducirse.

  En “Pasiones en tiempos de cine”, Hugo Dvoskin, psicoanalista argentino subraya que “hijo” es un significante más que no hace complementariedad absoluta con ningún otro, tampoco con el significante madre. “Ya no habrá lugar, entonces, para el concepto de «instinto maternal» en tanto conjunto de conductas inevitables de la especie. Pues la relación será siempre en lo particular, si el instinto maternal es a favor de la especie y de la cría más apta; la posición materna es a favor del individuo y, en todo caso, del más débil.”

  Es una exigencia metodológica que los conceptos no abarquen definiciones que se contradigan entre sí. Si según la definición, el “instinto maternal” queda situado cuando una madre protege a la especie defendiendo al más fuerte, no puede ser que a la vez usemos el mismo término cuando se protege al más débil.

  La clínica y la vida nos advierten a diario que las madres se ocupan sobre todo del más débil de sus hijos. Nos muestra innumerables ejemplos en los cuales constatamos acciones que llevan a la madre a cuidar al más débil y elegirlo para la protección. Mientras escribía este texto Clarín publicó el sábado 3 de mayo del corriente año una noticia en la que se hacía referencia al encuentro entre mellizas sucedido luego de 80 años. Decía el diario, Ann Hunt y Elizabeth Ann Hamel nacieron el 28 de febrero de 1936 en una localidad inglesa.

Cuando tenían 5 meses, su madre, Alice Lamb, quien no podía hacerse cargo de ellas, decidió dar en adopción a Ann y se quedó con Elizabeth que había nacido con escoliosis y a quien pensó que sería más difícil que alguien quisiera adoptar.

  Este ejemplo entre otros contradice la definición biológica de “instinto maternal”. Incluso la institución de la adopción sería otro buen ejemplo que evidencia que se es madre por deseo y no por instinto. Aunque, quizás, el ejemplo más sorprenderte y categórico es que las madres, al menos en occidente, requieren adoctrinamiento para la lactancia. No es una situación que se resuelva sin el apoyo externo. Lo cual indica al menos las dificultades con el tema y creo que no es necesario subrayar en este ámbito los problemas que suscita.

 

 

Avatares

 

  En los tiempos que corren, a la vez no nos sorprende que la anatomía pueda no coincidir con la posición sexuada de un sujeto. Podemos encontrar una posición femenina en un cuerpo masculino o viceversa. Algo de esto también sucede con la maternidad. Se ha pensado a la mujer desde una perspectiva biológica y se ha supuesto que su tarea inevitable era la maternidad. Pero no toda mujer que haya parido un niño se ha constituido en madre.

  No basta con el engendramiento biológico para que la relación de filiación se establezca. Es necesaria la asunción de una función. Se requiere de la posibilidad subjetiva que habilite dicha asunción. Los avatares en éste punto son variados. Cuando una mujer se encuentra temporariamente impotente para asumirla, solemos encontrar cuadros de depresiones postparto. Y cuando una mujer, decididamente, no puede asumir la función, puede dar lugar a desencadenamientos psicóticos, que refieren a imposibilidades estructurales para hacerse cargo de esas funciones.

  En las psicosis, singularmente el modo de relación al otro conlleva la dificultad de hacer metáfora. De transformar aquello que ha salido de su cuerpo en un hijo, de asumir las responsabilidades y las obligaciones pero también de disfrutar las satisfacciones que un hijo supone.

El cachorro humano nace en un estado de incoordinación motora y generalizada. Su déficit estructural encuentra respuesta en la madre que lo cuida, lo cree bello, lo desea, lo libidiniza. Esta operación es necesaria para el normal desarrollo psíquico. A veces la madre como ya hemos señalado no puede realizarla.

  El orden de la familia humana tiene fundamentos que son ajenos a la fuerza de los impulsos evidenciando la influencia del complejo psicológico sobre una relación vital da a entender Lacan en su texto “La familia”. La realidad se constituye sobre estos dos pilares y son el trasfondo de toda comprensión subjetiva. “No se distinguiría como fenómeno si la clínica de las enfermedades mentales no nos la hiciere aprehender como tal al presentar toda una serie de sus degradaciones a los límites de la comprensión. [...]

  Existe allí un orden de determinación positiva que explica una gran cantidad de anomalías de la conducta humana y determina que en relación con estos trastornos las referencias al orden orgánico sean caducas, estas referencias, aunque de puro principio o simplemente míticas, son consideradas como método experimental por toda una tradición médica”.

  Por todo ello, sostengo que el modo de atravesar la maternidad y sus dificultades llevará las marcas de cada sujeto en cuestión y su realidad psíquica, armando o no una “madre” con ese “hijo”, marcas, vínculos y realidades que son singulares e irrepetibles.

Que la maternidad no sea instintual implica que llevarla adelante no sea simplemente un comportamiento biológico y automático, sino que supone valor y mérito.

 

 

*Nota: la imagen pertenece a la pintura del artista plástico ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999). Está expuesta en el Museo Guayasamín de Quito, Ecuador.       

 

 

 


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