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Lo real, la angustia y el duelo

12/07/2018- Por Juan Mitre - Realizar Consulta

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Podríamos preguntarnos qué lugar tiene el duelo en la dirección de la cura. Por un lado, podemos decir que el duelo —o aquella pérdida que amerita un duelo— es un motivo habitual de consulta. Pero también es cierto que todo análisis implica, en cierta forma, un duelo. El título de este escrito plantea una secuencia: lo real, la angustia y el duelo, que en su desarrollo plantea una orientación posible en nuestra práctica.

 

 

 

                        

                                   "El imperio de las luces" (1953 - 1954)*

 

 

 

“La existencia es un poder ininterrumpido de activas  

 separaciones”.

                

                Étienne Gilson, citado por Lacan [1]

 

 

  Podríamos preguntarnos qué lugar tiene el duelo en la dirección de la cura. Por un lado, podemos decir que el duelo —o aquella pérdida que amerita un duelo— es un motivo habitual de consulta.

 

  Entonces, me interesa plantear lo que podríamos llamar una clínica del duelo, incluso pensar sobre una posible “dirección de la cura” en torno al duelo. Pero también, intentaré que el desarrollo haga alusión a la experiencia analítica en general, ya que todo análisis implica, en cierta forma, un duelo.

 

  El título plantea una secuencia: lo real, la angustia y el duelo. Voy a desarrollar esa secuencia.

 

 

Lo real

 

  ¿Qué es lo real? Miller señala que es la pregunta que no hay que formularse. Esta pregunta conviene a quien busca una verdad, mientras que lo real, tal como se presentan en la experiencia analítica, no se ajusta a ese procedimiento [2].

 

  En efecto, la noción de real remite a algo distinto del significante y del significado, distinto del saber y distinto de la verdad. Miller pone en discusión la experiencia analítica como búsqueda de la verdad. Señala que esa es la ilusión del inicio, que así es como se ingresa; buscando una verdad sobre el ser es como muchas veces se ingresa a un psicoanálisis. Y la verdad, por cualquier lado que se la aborde, pertenece al registro del sentido.

 

  Entonces —aquí está lo importante—, el analizante busca la verdad y el algoritmo de la cura lo conduce a encontrar lo real. Se busca la verdad y se encuentra lo real. Por lo tanto, la decepción de la verdad es correlativa de un acceso a lo real. Donde se trata menos que el analizante encuentre lo real, sino que lo real, más bien, lo alcanza a él [3]. Lo que implica toda una orientación: el psicoanálisis lacaniano no se orienta por la verdad sino por lo real.

 

  Al respeto, hay una fórmula del deseo del analista que brinda Eric Laurent que particularmente me interesa. Dice que el deseo del analista es ir al encuentro del encuentro [4]. Se trata entonces, de ir al encuentro de aquel encuentro con lo real que ha sido decisivo para el sujeto.

 

  Lo real es aquello que no tiene nombre. Es aquello que no se puede decir, aquello que escapa a toda significación; aquello que no es simbólico ni tampoco imaginario. No hay dudas que tratar de decir lo real es hablar “a tontas y a locas”.

 

  Pero si no se trata de decir lo real, ¿qué es lo que se hace? Se trata de situarlo. Y conviene tener en cuenta que si no se lo sitúa se lo hace fluctuar [5]. Se trata entonces de situar bien lo real en cada caso para que el sujeto pueda encontrar nuevos modos de arreglárselas.

 

  Es importante resaltar la dimensión del “arreglárselas”. Ya que lo real resiste a hacerse instrumento, no es posible servirse de lo real como se lo hace con lo simbólico [6]. Con lo real hay que arreglárselas, y eso es algo que no cambia… Ayer, hoy y siempre: la muerte, una pérdida, el trauma, el sexo, lo femenino… con ello hay que encontrar cómo lidiar (y por supuesto, hay mejores y peores maneras de hacerlo).

 

  Podemos plantear el trauma como aquello que rompe las formas. Que rompe las formas de una vida. Que rompe y desordena la Gestalt de un sujeto. Como verán, me interesa introducir de alguna manera la teoría del trauma en la clínica del duelo.

 

  El trauma es aquello que hace agujero, troumatisme escribe Lacan [7]. Neologismo formado entre agujero (trou) y traumatismo (traumatisme). Una pérdida es algo que también puede hacer agujero en una vida, que puede cavar un hoyo. César Vallejo, el gran poeta peruano, lo dice así:

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡yo no sé! Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡yo no sé! [8]

 

  No hay dudas que una pérdida puede empozar un alma. Incluso empozar un alma para siempre. Cuando leí este poema, entendí porque Freud escribió duelo y melancolía. Porque juntó —aunque para diferenciarlos, pero los juntó— duelo y melancolía. Pero también un alma puede “empozarse” por un tiempo, tal vez a eso llamemos trabajo o experiencia de duelo.

 

 

La angustia

 

  La angustia es un afecto esencial en la subjetividad. Freud piensa la angustia, Kierkegaard piensa la angustia —y escribe un libro que se llama El concepto de la angustia—, Heidegger piensa la angustia... Y Lacan, como todos sabemos, dedica un seminario entero al tema.

 

  Pero la angustia es un problema moderno, de la modernidad que se inicia con Descartes. Hay entonces una relación entre el surgimiento de la angustia y el inicio de la ciencia. Y hay que recordar aquí, que Lacan decía que el psicoanálisis es un efecto del sujeto de la ciencia.

 

  Jorge Alemán recuerda que en el mundo antiguo y en el mundo clásico (en el mundo griego y romano) la angustia no era un afecto fundamental. No era la palanca fundamental de operaciones subjetivas. No aparece la angustia como una experiencia determinante, decisiva, de transformación del sujeto; de franqueamiento de su propia identidad [9]. Me interesa particularmente esto último que señala Alemán y que puede servirnos como definición: la angustia implica el franqueamiento de la propia identidad.

 

  Volviendo al mundo antiguo (antes del surgimiento de la ciencia), la angustia no estaba presente como operador formal en la transformación de la subjetividad por la relación que se establecía con la inmortalidad. La finitud no jugaba un papel determinante en la experiencia subjetiva, ya que la idea de Dios y de destino atravesaban al mundo antiguo [10].

 

  Vale aquí hacer una salvedad, para traer algo del mundo antiguo a la neurosis de todos los días: el neurótico de por sí, siempre se arma una idea de destino (la cara religiosa de toda neurosis), y esa idea de destino, que puede ser sufriente, —generalmente lo es— es una estrategia fantasmática para evitar la angustia, para rechazar lo contingente y la decisión.

 

  En efecto, la angustia no es tanto ante la muerte sino ante la vida: ante lo que implica vivir, ante lo que implica decidir, ante lo que implica situarse en el mundo.

 

  Lacan formula en el Seminario 10: “la relación esencial de la angustia con el deseo del Otro” [11], con la sensación del deseo del Otro, que se ejemplifica y modula con la inquietante interrogación: ¿qué me quiere?, ¿en qué me solicita?, ¿qué cosa hay en mí para que el Otro me quiera?

 

  Estas preguntas introducen la cuestión de que hay algo en mí que es más propio que “yo mismo”. Se ve aquí, por lo tanto, que si hay algo en mí que es más propio que “yo mismo” el surgimiento de la angustia implica el atravesamiento de la propia identidad. Lacan señala que no es solo “qué pide, él, a mí? Sino también una interrogación suspendida que concierne directamente al yo, no ¿cómo me quiere?, sino ¿qué quiere en lo concerniente a este lugar del yo?” [12].

 

  En otro abordaje de la angustia del seminario 10 [13], Lacan señala que hay muchas cosas que pueden producirse que son del orden de la anomalía, pero señala que no es esto lo que nos angustia. La anomalía —aquello que no es normal— no es necesariamente lo que nos angustia.

 

  Podemos pensar que lo anormal nos puede enojar, preocupar, indignar, incluso entristecer, pero no es específicamente lo que nos angustia. Para Lacan, La angustia no aparece ante la anomalía, sino ante la falta de toda norma, ante lo desregulado.

        

  Cuando falta toda norma un orden de mundo se desarma. La angustia, podemos decir entonces que surge ante el franqueamiento de la propia identidad, pero también ante el franqueamiento de la identidad de las cosas. Ante el franqueamiento del orden de mundo que alguien se armó.

 

  Y siempre estamos —para bien y para mal— armándonos un orden de mundo para soportar la existencia. Un orden de mundo implica una “familiaridad”, un terreno conocido. Por eso Lacan plantea a la angustia como lo “no familiar”, y da como indicación dirigirse a los desarrollos de Freud sobre lo siniestro [14].

 

  A veces por alguna razón, a veces por una pérdida, un orden de mundo se desarma. Una perdida puede desarmar la identidad del mundo para alguien. Y así el mundo empieza a ser un lugar extraño, irreconocible, donde el sujeto deja de hallarse; en el cual, ya no logra reconocerse.

 

  Pero a la angustia no debemos pensarla solamente como a un afecto displacentero y de extrañamiento, sino también como huella de afecto. Esto, que puede leerse en Freud en Inhibición, síntoma y angustia [15], es fundamental.

 

  Para orientarse en la dirección de la cura hay que entender también a la angustia como huella de afecto. Ya que la angustia como huella de afecto remite siempre a un acontecimiento anterior. La angustia —y por eso decimos que es la brújula en un análisis— señala el camino hacia un acontecimiento anterior. Señala el camino hacia eso que hizo agujero y que dejó su huella de afecto en el cuerpo.

 

  Ahora, creo que estoy en condiciones de justificar el título de este escrito: lo real, la angustia y el duelo señalan (indican) una secuencia.

 

 

La secuencia

 

  Tenemos el encuentro con una pérdida, y debemos destacar que hay una dimensión real en toda pérdida. Por lo tanto, tenemos un encuentro con lo real bajo la forma de una pérdida. Dicho encuentro con lo real produce una huella de afecto que es el surgimiento de la angustia, y luego el duelo es el trabajo necesario de elaboración de esa ruptura, de esa pérdida; como también el trabajo de desasimiento libidinal de ese objeto perdido.

 

  Lo real, la angustia y el duelo señalan una secuencia. Secuencia, que no necesariamente está armada. El análisis muchas veces implica el armado de esa secuencia. Y por más que la secuencia no esté armada, que ese camino, que esa vía no esté armada, sí creo que siempre esta secuencia está en juego. Secuencia que pone en juego las consecuencias de lo perdido para alguien. Consecuencias que son siempre singulares.

 

  Una secuencia implica en matemática elementos encadenados o sucesivos. Por lo tanto, lo real, la angustia y el duelo implican una secuencia en un tratamiento. Un modelo para armar podríamos decir. Tal vez incluso, eso sea lo único que el analista sabe de antemano: que hay secuencias. Como también sabe, que además de secuencias a recorrer, hay algo imposible de subjetivar para todo ser hablante: sabe que hay agujeros imposibles de llenar.

 

 

Entonces… el duelo

 

  Podemos recordar el poema de W. H. Auden “Detengan los relojes”, que se hizo popular a partir del film Cuatro bodas y un funeral, donde uno de los personajes lo recita al despedir a su amante [16]:

 

Detengan los relojes y desconecten el teléfono, /denle un hueso jugoso al perro para que no ladre, /hagan callar los pianos, toquen tambores de sardina, / saquen el ataúd y llamen a las lloronas. […] Ya no hacen falta estrellas: quítenlas todas/guarden la luna y desmonten el sol, / tiren el mar por el desagüe y poden los bosques, / porque ahora ya nada puede tener utilidad.

 

  Ante una pérdida significativa algo del mundo se desarma y deja de tener utilidad. Haciéndose patente la inconsistencia del mundo simbólico, la inconsistencia del Otro, en este caso ante la muerte.

 

  Tenemos, como decíamos, un encuentro con lo real bajo la forma de una pérdida, lo que despierta, hace surgir, el afecto de la angustia. La angustia la planteamos como el franqueamiento de la propia identidad, pero también planteamos que la angustia surge cuando se desarma la identidad de mundo que alguien se armó. Cuando la identidad de las cosas se conmueve, cuando se desestabiliza un “orden de mundo”. Entonces…

 

  Entonces, el sujeto en cuestión tiene que elaborar esa ruptura, esa pérdida, ese desequilibrio, ese agujero, ese hoyo que se cavo en su vida; eso que se “empoza” en su alma… A ese intento de elaboración lo llamamos trabajo o experiencia de duelo. Pero hay un resto no elaborable, no subjetivable en todo trabajo de duelo… La cuestión es: qué se hace con eso.

 

  Un trabajo de elaboración es también un trabajo de familiarización con una nueva realidad; con esa nueva vida y con ese nuevo mundo que surge a partir de la pérdida. Y para que nazca un nuevo mundo es necesario asumir esa pérdida. Pero para ello hay que saber bien qué se perdió, y qué es lo irrecuperable en dicha perdida; saber bien qué nombre singular tiene esa pérdida para el sujeto. Lacan ha señalado que “solo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir Yo era su falta” [17], por alguien cuya falta fuimos, por alguien cuyo deseo causamos.

 

  Ahora bien, recordemos la perspectiva freudiana, en qué consiste el trabajo del duelo para Freud. Nos explica, en Duelo y melancolía:

 

El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda la libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma.

 

  Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. [18]

 

  Me interesa resaltar de esta célebre cita de Freud lo que nombra como “extrañamiento de la realidad”, la cual es producto —como explica— de la renuencia a abandonar una posición libidinal. Extrañamiento que no tiene que porque llegar al extremo de la psicosis alucinatoria de deseo, pero sí, cierta presencia extraña o una suerte de ausencia presente se hace sentir en toda experiencia significativa de duelo.

 

  Un proceso de desinvestidura libidinal del objeto perdido es necesario: “pieza a pieza” como señala Freud, detalle a detalle. Donde la enumeración de los detalles imaginarios del objeto de amor perdido es necesario para hacerlos pasar al registro simbólico, para que así se vaya produciendo una verdadera desinvestidura libidinal.

 

  Cuestión que como es sabido lleva tiempo: ya que está en juego tanto una dimensión temporal como libidinal. Luego de ese arduo trabajo de duelo el sujeto estaría libre para investir libidinalmente un nuevo objeto. Se trata aquí de una perspectiva económica.

 

  A la perspectiva económica hay que sumarle una perspectiva ligada al acto, a la decisión. Porque un duelo termina con un acto [19], donde hay una decisión (tal vez insondable) en torno a desasir, a desinvestir; a “dejar ir”, como muchas veces se dice coloquialmente en torno aquello que se perdió, lo que implica aceptar lo perdido y lo irrecuperable que habita en toda perdida.

 

  Muchas veces un ritual singular acontece, un ritual privado da cuenta de ese acto de ceder. Hay un trabajo que lleva tiempo, paulatino, inconmensurable para cada uno, pero también hay una dimensión de acto, de decidir desprenderse y aceptar lo que ya no está.

 

  Julian Barnes, novelista inglés, publicó un libro llamado Niveles de vida [20], un libro de eso que se llama hoy “no ficción, donde habla (escribe) sobre la pérdida de su mujer; un libro que habla del duelo, de la aflicción y del amor:

 

Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas […] a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por una razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible.

 

  “Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había”. Con esta expresión Julian Barnes da cuenta de que toda pérdida tiene una dimensión irremplazable; hay un plus en juego, hay una parte de uno que desaparece, que se va con lo perdido. Ya que esa relación, eso que se creó allí, no puede ser recreado en otro vínculo. Hay un punto irrecuperable en torno a toda pérdida que es preciso situar.

 

  Paul Auster termina así su libro La invención de la soledad [21], libro que puede pensarse como un trabajo de duelo sobre la muerte de su padre; libro que puede leerse como una profunda reflexión sobre la paternidad y la soledad:

 

Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma: Fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo.

 

  Hay que situar bien lo imposible: de la impotencia solo se sale por la imposibilidad. Un duelo termina con una experiencia de separación. Pero sabiendo que las pérdidas son parte de uno y que se escriben en una historia. Ese “recuérdalo” que Paul Auster se dice al final lo dice bien: por un lado, remite a recordarse que “nunca volverá a ser”, y por otro, remite a recordarlo, remite a la historia, a la memoria.

 

 

 

Texto de una conferencia en el Centro de Salud Mental N°1 “Dr. Hugo Rosarios”, en el marco del Ciclo de conferencias sobre “La dirección de la cura”, 2015. Juan Mitre es psicoanalista, miembro de la EOL y de la AMP, instructor de residentes de psicología en el Hospital Manuel Belgrano, San Martín, responsable del seminario Clínica con Adolescentes en la Escuela de Formación en Psicoanálisis del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires (Distrito XV). Correspondencia a: mitrejuan@gmail.com.

 

 

    * Óleo sobre lienzo de René Magritte, en exposición en el Museo de Bellas Artes de Bruselas (Bélgica).

 

 

Notas

 

[1] Lacan, J., El Seminario libro 10, La angustia, Paidós, p. 159.

[2] Miller, J.-A, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, 2008, p. 9.

[3] Ibíd, p. 16-17.

[4]     Laurent, E., “El caso, del malestar a la mentira” en Cuadernos de Psicoanálisis, Bilbao, Eolia, n. 26, junio 2002.

[5]     Miller, J.-A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, p. 15.

[6]     Miller, J. A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, op. cit., 94.

[7]     Lacan, J., Los no incautos yerran, clase del 19 de febrero de 1974, inédito.

[8]     Vallejo, C., Los heraldos negros, 1918.

[9]     Alemán, J. “¿Ante qué se angustia la angustia?” en El porvenir del inconsciente, Grama, 2006, p. 40.

[10] Ibíd., p. 41.

[11] Lacan, J., El Seminario libro 10, op. cit., p. 13.

[12] Ibíd., p. 14.

[13] Ibíd., p. 52.

[14] Freud, S., “Lo ominoso”, Obras Completas, Tomo XVII, Amorrortu.

[15] Freud, “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras completas, Tomo XX, Amorrortu.

[16] Saccomanno, G., “Contra las trampas del discurso amoroso” en Página 12, Radar libros: www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3081-2008-06-15.html, 15 de junio 2008.

[17] Lacan, J., El Seminario libro 10, op. cit., p.155.

[18] Freud, S., “Duelo y melancolía”, Obras completas, Tomo XIV, p.242.

[19] Jean Allouch ha señalado en Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca (Ediciones literales, 2006) que el final de un duelo, como todo verdadero final, implica un acto, ligado a lo que llama un sacrificio de un pequeño trozo de sí (algo que no es ni de ti ni de mí, sino de sí). Allí Allouch hace una crítica al “Duelo y melancolía” de Freud: “si pierdo a un padre, a una madre, a una mujer, a un hombre, a un hijo, a un amigo, ¿voy a poder remplazar ese objeto?” (pág. 49). En realidad, son varios los cuestionamientos de Allouch al “Duelo y melancolía” de Freud, ya que en cierta forma aboga por otra versión del duelo; cuestiona también la idea de “trabajo de duelo” por ejemplo. Sugiero al interesado remitirse al libro, no es éste el lugar para recorrer dichas críticas (algunas discutibles). Sí considero importante tomar algo de aquello que nombra como “sacrificio de un pequeño trozo de sí” y el acento en lo irremplazable, lo que permite pensar cierta perspectiva en torno a la efectuación de un duelo que en mi experiencia se corrobora y es de utilidad clínica.

[20] Barnes, J., Niveles de vida, Anagrama, 2014.

[21] Auster, P., La invención de la soledad, Anagrama, 1998.

 

 

Bibliografía

 

ALEMÁN, J. “¿Ante qué se angustia la angustia?” En: El porvenir del inconsciente, Grama, 2006.

ALLOUCH, J., Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Ediciones Literales, Buenos Aires, 2006.

AUSTER, P., La invención de la soledad, Anagrama, Barcelona, 1998.

BARNES, J., Niveles de vida, Anagrama, Barcelona, 2014.

FREUD, S., “Duelo y melancolía”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XIV.

FREUD, S., “Inhibición, síntoma y angustia”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XX.

FREUD, S., “Lo ominoso”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XVII.

LACAN, J., El Seminario libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.

LACAN, J., Seminario 21. Los no-incautos yerran. Inédito.

LAURENT, E., “El caso, del malestar a la mentira”. En: Cuadernos de Psicoanálisis, Bilbao, Eolia, n. 26, junio 2002.

MILLER, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2008.

MILLER, J.-A. & LAURENT, E., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, 2005.

SACCOMANNO, G., “Contra las trampas del discurso amoroso” en Página 12, Radar libros: www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3081-2008-06-15.html, 15 de junio 2008.

VALLEJO, C., Los heraldos negros, Losada, Buenos Aires, 1966.

 

 


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