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¿Siempre es posible duelar? Cuando la muerte desubjetiva

21/05/2018- Por Paula Abellón, María Sansón y Xiomara Vázquez - Realizar Consulta

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Este escrito reabre la cuestión del duelo desde la praxis psicoanalítica, interrogando en primer lugar qué es lo que se pierde, y reflexionando sobre los avatares que pueden presentarse en el transcurso de un duelo, y sobre sus consecuencias clínicas. Soportadas en dos recortes de la práctica, las autoras se preguntan por último cómo inciden las condiciones de la estructura y el movimiento de un análisis en que algo pueda escribirse de la pérdida en lo real.

 

 

 

                             

                              “Impresión, sol naciente”.  Oleo de Claude Monet  (1873)*

 

 

  Intentaremos abordar la temática del duelo desde la praxis psicoanalítica, entendiéndolo —tal como Freud en “Duelo y melancolía”— como la respuesta o reacción de un sujeto frente a la pérdida de una persona amada o una abstracción que haga sus veces. Indagaremos —a partir de una serie de recortes clínicos— de qué se trata aquello que se ha perdido.

 

  Reflexionaremos, también, sobre los avatares que pueden presentarse en el transcurso de un duelo, y sobre sus consecuencias clínicas.

        

  Podemos pensar que el sujeto, ante la muerte de personas queridas, es asediado por lo traumático, desarmándose la trama significante que sostiene su escena del mundo y su propia subjetividad. Debido a lo aplastante que puede resultar esto, reflexionaremos sobre la función subjetivante del duelo, como la posibilidad de que cada sujeto pueda rearmar su escena en el mundo, contando con recursos simbólicos e imaginarios para hacer frente al agujero en lo real al que el duelo nos enfrenta (1).

 

 

Causas perdidas

 

  El duelo, como dijimos, es la reacción del sujeto ante la pérdida de un objeto amado, cuyo paradigma, como sostiene Fanjul en La actualidad del duelo (2), es la muerte.

        

  Según Freud, “el duelo se genera bajo el influjo del examen de realidad que exige categóricamente separarse del objeto porque él ya no existe más” (3). El sujeto, emprende, un trabajo de rememoración pieza por pieza de los vínculos con el objeto para poder separarse de éste y lograr, luego, la sustitución del mismo.

        

  Por su parte Lacan, en el seminario La angustia, se pregunta expresamente qué es un duelo y plantea una diferencia respecto de Freud. Sostiene que para éste último, “el sujeto del duelo se enfrenta a una tarea que sería la de consumar una segunda vez la pérdida del objeto amado provocada por el accidente del destino. Y Dios sabe cuánto insiste, con razón, en el aspecto detallado, minucioso, de la rememoración de todo lo que ha vivido del vínculo con el objeto amado” (4).

 

  Y aclara: “por nuestra parte, el trabajo del duelo, se nos revela bajo una luz idéntica y contraria, como un trabajo destinado a mantener y sostener todos esos vínculos de detalle, en efecto, con el fin de restaurar el vínculo con el verdadero objeto de la relación, el objeto enmascarado, el objeto a”. (5) Lacan sostiene que, a continuación, se le podrá dar sustituto, pero éste “no tendrá mayor alcance, a fin de cuentas, que aquél que ocupó primero su lugar” (6).

 

  Afirma que “sólo estamos de duelo por alguien de que podemos decir «Yo era su falta» [...] Estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal y respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta. Lo que damos en el amor es esencialmente lo que no tenemos” (7).

 

  Nos podemos preguntar entonces, pregunta vinculada íntimamente con el interrogante que guía todo este escrito: ¿cómo alguien puede devenir objeto causa de deseo para Otro? La respuesta, siguiendo a Diana Rabinovich, es: “No podemos ser causa de nada sin haber sido perdidos” (8).

 

  Siguiendo a esta autora y a Lacan en el seminario mencionado —en el que trabaja las fórmulas de la división subjetiva—, una vez que el sujeto atravesó el desfiladero del significante, se instala en él una falta. Esa inscripción del sujeto en el campo del Otro del significante produce una pérdida que deja un resto, ese objeto que cae como un resto.

 

  Ahora bien, sólo puede devenir como objeto causa de deseo en la medida en que el Otro lo pierda como objeto de goce (9). Este movimiento implica la dimensión del amor.

Cuando se pierde ese objeto, lo que caracteriza al cuadro es el profundo pesar, la cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de toda productividad que no tenga relación con la memoria del muerto.

 

  Sabemos que este padecer no configuraría en sí mismo un cuadro patológico a pesar de las desviaciones que provoca en el comportamiento habitual del sujeto, sino que por el contrario, es considerado un estado emotivo normal que responde a la pérdida de objeto.

        

  Estela Eisenberg menciona una relación entre el duelo y la temporalidad, haciendo referencia a tres momentos para pensar el atravesamiento subjetivo en el duelo, los cuales están organizados de acuerdo con la posición del sujeto frente a la falta en ocasión de esa pérdida.

 

  La primera respuesta que el sujeto improvisa lleva la marca de la renegación fálica: se trata, frente a aquella pérdida real, de la renuencia a aceptarla. Lo que no puede representarse en la cadena significante, se muestra en escena. Es en este momento que tienden a aparecer una serie de fenómenos tales como las alucinaciones, los episodios de despersonalización y las ilusiones que.

 

  Si bien Lacan nos advierte que tienen un parentesco con un mecanismo psicótico porque responden desde la textura imaginaria, los diferencia de los fenómenos elementales de la estructura psicótica. Es el momento en que aparecen los espectros, que conectan con el falo.

 

  El segundo tiempo es el que Eisenberg nombra como de elaboración, que es aquél en el que se hace el trabajo de rememoración, el desasimiento de la libido pieza por pieza del objeto perdido. Es el momento de las ceremonias y ritos donde se hace la recomposición significante de aquello perdido.

 

  El tercer tiempo es la culminación del trabajo de duelo: se efectúa en lo simbólico la pérdida que se produjo en lo real y la libido queda libre para investir otros objetos y producir la sustitución del objeto perdido. Respecto a esto, como se mencionó anteriormente, la falta que provoca un sujeto hablante no es sustituible en el punto donde fuimos causa de deseo para ese Otro que ya no está. Hay, pues, como sostiene Diana Rabinovich, un punto irreductible, incurable puede decirse, del duelo.

 

  Una pregunta posible aquí es qué sucede cuando un sujeto quedó detenido en el primer tiempo, sin capacidad de “otra cosa”. ¿Se trata de una detención del proceso momentánea, o de una detención que anuncia la imposibilidad? Serán los casos los que nos brindaran una respuesta posible a dicho interrogante.

 

 

Carmen

 

“En el estancamiento del trabajo de duelo no hay recuerdo, ni memoria, sino una lacerante reiteración sin que algo pase al pasado. Dicho de otro modo, un pasado que no ha pasado insiste en un presente continuo, en el que algo no cesa de no inscribirse”.

 

                                        Liliana Donzis (10)

 

  Carmen, una mujer de mediana edad, es internada a raíz de haber realizado una sobreingesta con la finalidad de quitarse la vida. En relación a este hecho dirá que durante ese día había escuchado un demo musical grabado por su hija y haber sentido bronca. La hija había fallecido hacía dos años en un accidente ocurrido en una provincia.

 

  Al momento de la internación refiere haber visto a su hija fallecida en varias ocasiones, por primera vez inmediatamente después de su muerte, y luego ocasionalmente en los últimos ocho meses previos a la sobreingesta. Esto le da vergüenza por temor a ser tomada por loca. Relata con detalle las características de vestimenta y gestos de su hija en los momentos que la ve.

 

  Con el transcurrir de las entrevistas Carmen despliega una dificultad que la angustia y no comprende diciendo: “Tengo problemas de memoria, no me acuerdo cuándo falleció mi hija”. Relata también lo difícil que le resultan los días: “no me alcanza el día para estar bien, me cuesta levantarme de la cama, me siento angustiada”.

 

  Al inicio del tratamiento, podríamos pensar que Carmen está detenida en un primer tiempo de una aparente renegación de la muerte. En dicho momento es que podemos ver aparecer los “fenómenos del duelo”.

 

  Según explica Eisenberg: “Si bien es necesario distinguir el duelo de la angustia, en el tiempo en que aparecen los espectros, podemos reconocer la emergencia de la angustia al modo de lo inquietante y familiar, que conectan con el falo, el ghost de Hamlet, como espectro fálico, apariciones del falo que Lacan llama falofanías [...] En este tiempo la posición del sujeto es renegatoria de la falta en el campo de lo imaginario” (11).

 

  Podríamos pensar que tanto el olvido de la fecha de fallecimiento, en el caso de Carmen, como sus alucinaciones visuales acuden al lugar de un rechazo de dicha pérdida, quedando un agujero en el lugar de la inscripción de la muerte.

 

  En esta línea Lacan advierte que se debe incluir en estos fenómenos los pertenecientes a la locura colectiva, como la creencia en fantasmas “si, para con el muerto, aquel que acaba de desaparecer, no se han llevado a cabo los denominados ritos, surgen pues apariciones singulares” (12). De modo que, si algo falla o es elidido, pueden producirse los fenómenos de duelo, que vienen “en el lugar que deja libre la ausencia del rito significante”.

 

  Efectivamente, podríamos hipotetizar que se encuentra obstaculizado el pasaje a un segundo tiempo a nivel del rito debido a la imposibilidad de haber podido concurrir al cementerio. Ahora bien, ¿cómo habilitar el paso a un segundo tiempo en un duelo detenido cuando la desaparición de alguien no fue acompañada de los ritos que ésta exige?

 

  Carmen viaja a la provincia donde tuvo lugar el accidente en el que falleció su hija, y donde vive la última pareja que la hija tuvo, junto con el hijo de ambos. Al volver relata: “Fui al cementerio, fue difícil porque no estaba. Ahora sé que no la voy a ver más, sentía que ella seguía viva allá. Estoy triste, ya no la voy a ver más. Antes no me acordaba la fecha de fallecimiento, me tenía que fijar en un papel. La vi escrita en la lápida. Ahora desde que fui no me olvidé más”. Luego de este viaje, la recurrente e intensa angustia que presentaba disminuye.

 

  Como se dijo anteriormente, ante el agujero de la pérdida en lo real, se moviliza todo el sistema significante, siendo convocado a rellenar este lugar. El paliativo simbólico entonces, aparecerá del lado del ritual.

 

  Lacan afirma: “¿Y qué son estos ritos sino la intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo de todo el juego simbólico?” (13) El trabajo del duelo se consuma entonces, según explica, en el nivel del logos, siendo el grupo y la comunidad como culturalmente organizados sus soportes. Esto se presenta, ante todo, “como una satisfacción dada a lo que se produce de desorden en razón de la insuficiencia de los elementos significantes para hacer frente al agujero creado en la existencia” (14).

 

  De este modo, en el caso de Carmen, ante la visita al cementerio y el ver la lápida de su hija, con la inscripción en ella de su nombre y fecha de fallecimiento, algo puede comenzar a escribirse en relación a esta pérdida: es la muerte de su hija como inscripción.

 

  A partir de allí la elaboración del duelo, que se encontraba detenida, puede continuar su trabajo, produciéndose una notable disminución de la angustia y dándole paso a la tristeza.

 

 

Julia

 

  Retomando la pregunta que funciona como brújula en este trabajo: ¿siempre es posible duelar? O, por qué no, ¿siempre hay algo que duelar?

 

  Julia, de unos 20 años, fue internada debido a haber realizado un intento suicida (cortes profundos en los antebrazos realizados con un bisturí) tras discutir con su madre. La paciente refería que quiso matarse porque “la vida no tiene sentido desde siempre".

 

  Al indagar sobre la historia de Julia, la madre no podía referir muchos datos: por momentos parecía perdida, sin poder reconstruir la historia; por otros, directamente no sabía qué responder. Sí nos dijo que el vínculo con su hija no era bueno, que Julia era “caprichosa”. Dijo: “hace berrinches cuando no se le dan las cosas que ella quiere. Rebelde. Ella quiere morirse”.

 

  Lo relataba de un modo tan indiferente que resultaba llamativo. Respecto a la infancia, sólo pudo puntualizar que de chica “hablaba con el padre” —fallecido a consecuencia de una cirrosis producto de su alcoholismo crónico, a los dos años de edad de la paciente— y que tenía “una amiguita imaginaria”, pero que ella nunca lo había percatado, sino que se enteró a través de su hijo.

 

  En relación al fallecimiento del padre, tanto Julia como su madre refirieron que ésta se lo dijo a aquella a sus 6 años de edad. Hasta entonces le decía que “se encontraba de viaje y volvería”. En cuanto a esto, Julia dijo: “al principio me pareció raro, pero no era un problema, yo siempre lo vi y lo escuché. Mi problema nunca fue mi papá. Yo siempre tuve papá. Mi problema es mi mamá… nunca tuve amor de madre”.

 

  Manifestó escuchar y ver a su padre desde sus cuatros años de edad y desde los seis años una “hermana” y una “amiga”, aclarando que la primera es hija de su padre y de su madre, que su padre lo sabe pero que su madre no. Esta “hermana” la instigaba a realizar acciones que la ponían en riesgo y la injuriaba, además de querer poseer su cuerpo para que el resto de las personas puedan visualizarla. De la “amiga” puntualizó que era “depresiva. Para ella la vida es fea”.

 

  En relación a sus intentos de suicidio manifestó que fueron motivados por este sin-sentido de la vida, y agregó: "no me sentía valiosa para mi familia. Era invisible". Al preguntarle acerca de su invisibilidad respondió: “Mi familia no me tenía en cuenta. ¿Qué objetivo tiene la vida? A nadie le importa que yo viva. Cuando era pequeña yo siempre lloraba porque me sentía sola”.

 

  Luego de realizar un arduo trabajo con la paciente —marcado por la posición amorosa por parte de un Otro— y con la madre, mejoró marcadamente el vínculo entre ambas, y un día que su madre se descompuso clínicamente, Julia vino a consulta muy angustiada refiriendo lo sucedido, y que esto le hizo recordar cuando ella era pequeña y la madre estaba la mayor parte del día llorando en la cama. Expresó: “Nunca tuve amor de madre y ahora que lo tengo no quiero perderla. Antes mi mamá no me daba bola pero ahora sí, ¿qué hicieron con mi mamá?”.

 

  No volvió a presentar intentos suicidas y mejoró el ánimo de manera evidente. Su padre, “hermana” y “amiga” seguían presentes, aunque manteniendo un vínculo con ellos menos mortífero.

 

  Entonces nos preguntamos, en relación a la temática que nos atañe: para Julia, ¿su padre estaba muerto? ¿Tuvo madre? ¿Podemos pensar en la inscripción de alguna pérdida? ¿Tenía algo que duelar? Ella refería que en realidad nunca tuvo “amor de madre”.

 

  Esto nos remite a la relación de un sujeto con el Otro. Parecería, más bien, que en el caso de Julia, no devino causa de deseo de ningún Otro, quedando sólo como objeto de goce y manifestando la dimensión del horror no extraído, graficado en la marcada inquietud que presentaba y en la posesión de su cuerpo por parte de Otro.

 

  Decía que el fallecimiento de su padre “nunca fue un problema”, que ella siempre “lo vio y lo escuchó”, a pesar de ir a visitar su sepultura cuando era pequeña. Pareciera, más bien, en este caso, que el Otro no la ha perdido.

 

 

A modo de cierre

 

  El trabajo de duelo acarrea tiempo, dolor y otras vicisitudes pero también subjetiva. Hay sujetos con “causas perdidas” y éstas duelen, sostiene Lacan en Subversión del sujeto. ¿Hay acaso peor posición que la de ya no ser causa de nada, la de no causar ya algo?

 

  Lo traumático nos transforma de cachorros humanos en sujetos parlantes y el perdernos como objeto de goce abre la dimensión del deseo; allí está implicada la dimensión del amor. Pero cuando esto por estructura no se produjo, quizás es el amor el que se instrumenta como paliativo, logrando la extracción del horror. En fin, se duela esa causa perdida en la muerte misma.

 

  En los casos en los que el sujeto, por estructura, no devino objeto causa de deseo del Otro y por ende, según lo que planteamos, no es posible duelar o no hay qué duelar, el amor, si bien no instala la dimensión de la falta, apacigua el goce mortífero de no haber sido amado.

 

 

Trabajo con mención en las XXII Jornadas de Residentes de Salud Mental del Área Metropolitana, Buenos Aires, noviembre de 2015, presentado en el 24º Congreso Internacional de Psiquiatría, Buenos Aires, octubre de 2016. Paula Abellón es psicoanalista, ex-residente y becaria honoraria del Hospital “Braulio A. Moyano”. María Sansón es psicoanalista, jefa de residentes en Psicología Clínica del Hospital “Braulio A. Moyano”. Xiomara Vázquez es psicoanalista, psicóloga de planta del Hospital “Braulio A. Moyano”. Correspondencia a: paulaabellon@hotmail.com, merysanson@hotmail.com, xiomarabelen88@hotmail.com.

 

 

  •   La imagen pertenece al cuadro de Monet (1840 – 1926) que diera origen con su nombre al movimiento Impresionista. Representa al puerto de El Havre, lugar dónde el autor pasara gran parte de su infancia. El cuadro se encuentra en el museo Marmottan-Monet (Paris)

 

 

Aclaración: el material desarrollado, respeta la lógica de los casos, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y la reserva  

Correspondiente a cada abordaje clínico.

 

 

Notas

 

(1) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 6. El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 371.

(2) Cf. FANJUL, A., La actualidad del duelo. En: Psicoanálisis y el Hospital, Nº 43, Del Seminario, Buenos Aires, Junio 2013, p. 8.

(3) Cf. FREUD, S., “Inhibición, síntoma y angustia”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 2012, vol. XX, pp. 160-161.

(4) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 10. La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 362.

(5) Op. cit.

(6) Op. cit.

(7) Op cit., p. 155.

(8) Cf. RABINOVICH, D., La angustia y el deseo del Otro, Manantial, Buenos Aires, 2013, p. 59.

(9) Op. cit., p. 62.

(10) Cf. DONZIS, L., La memoria y los duelos. En: Psicoanálisis y el Hospital, Nº 43, Del Seminario, Buenos Aires, Junio 2013, p. 30.

(11) Cf. EISENBERG, E., Preguntas acerca del duelo. XV Jornadas de Investigación y IV Encuentro de Investigadores en Psicología del Mercosur, Facultad de Psicología UBA, 2008.

(12) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 6. El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 372.

(13) Op. cit.

(14) Op. cit.

 

 

Bibliografía

DONZIS, L., La memoria y los duelos. En: Psicoanálisis y el Hospital, Nº 43, Del Seminario, Buenos Aires, Junio 2013.

EISENBERG, E., Preguntas acerca del duelo. XV Jornadas de Investigación y IV Encuentro de Investigadores en Psicología del Mercosur, Facultad de Psicología UBA, 2008.

FANJUL, A., La actualidad del duelo. En: Psicoanálisis y el Hospital, Nº 43, Del Seminario, Buenos Aires, Junio 2013.

FREUD, S., “Inhibición, síntoma y angustia”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 2012, vol. XX.

LACAN, J., El Seminario, Libro 10. La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2012.

LACAN, J., El Seminario, Libro 6. El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires, 2014.

RABINOVICH, D., La angustia y el deseo del Otro, Manantial, Buenos Aires, 2013.

 

 

 

 

   


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