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El camino a la exogamia: adolescencia, lazo virtual y Complejo Fraterno

29/11/2018- Por Facundo D'onofrio - Realizar Consulta

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El siguiente trabajo se propone analizar cómo opera en la constitución subjetiva del adolescente el necesario tránsito entre su identificación a los primeros objetos de amor, de carácter endogámico, hacia la exogamia, posibilitada a través del Complejo Fraterno y contextualizada en una época de imperio del lazo virtual, en que los vínculos penden de la eventualidad de perpetuarse en lo puramente escópico.

 

 

 

             

 

 

 

 

I - Introducción

 

  El pasaje por la adolescencia como tiempo lógico de constitución de la subjetividad y como momento de transformación socio-cultural del sujeto implica necesariamente un atravesar tormentoso. Incluso en la más modesta de las crisis de la pubertad se halla inscripta una revolución. Y, al contrario de lo que el sentido común vulgar anuncia como bueno, preocupante sería que no la hubiere.

 

  El sujeto de la pubertad es el sujeto que pone en juego su subjetividad. Es decir, un sujeto a las puertas del sujeto. Tamaña situación necesariamente provoca un temblor –por no decir un terremoto– en el aparato psíquico del adolescente, quien–arrojado a campo traviesa– se siente a mitad de camino y probablemente lo esté.

 

  La diferencia con el sujeto adulto radica en que éste también sigue estando a mitad de camino pero siente que ha atravesado el campo casi en su totalidad. Es, entonces, esa sensación de falta la que el adolescente cree que desaparecerá al final del campo y la que padece de más por considerarla producto del tránsito o, mejor, del estar en tránsito.

 

  La terrible comprobación todavía no le ha llegado: la falta no se irá jamás. El sujeto hacia el cual el adolescente se dirige a ser es un sujeto que siempre está a las puertas del final del campo. El padecimiento ya no se circunscribe al estar en tránsito sino a la comprobación de que la línea de llegada se corre a medida que el sujeto se acerca.

 

  El siguiente trabajo se propone analizar cómo opera en la constitución subjetiva del adolescente el necesario tránsito entre su identificación plena con los primeros objetos de amor, de carácter endogámico, hacia la exogamia, posibilitada a través del Complejo Fraterno y contextualizada en una época de imperio del lazo virtual.

 

  Para el abordaje del tema, este trabajo se organiza a partir de cuatro ejes: (i) La identificación; (ii) La formación de lazos en el “mundo virtual”; (iii) El Complejo Fraterno; (iv) La salida exogámica.

 

  En el primero de ellos, observaremos el paulatino corrimiento del interjuego de identificaciones inconscientes con los primeros objetos hacia una constitución subjetiva trazada por el lazo social; en el segundo, la modalidad virtual actual o las “relaciones virtuales” como modo de lazo social; en el tercero (y partiendo de la idea de que la virtualidad impulsa al sujeto hacia una reclusión autoerótica que linda necesariamente con el riesgo de actuar la elección de objeto endogámica y cuya puerta de salida está dada por los mismos canales que el mundo virtual presenta), la operación del Complejo Fraterno como pasaje hacia la exogamia; y en el cuarto, finalmente, la exogamia y, con ella, el triunfo de la ley paterna.

 

 

II - Algunas primeras definiciones

 

  Según Freud, la adolescencia es una organización en la que cobra eficacia una condición histérica generalizada. Para Françoise Dolto, la adolescencia constituye una fase de transición y transformación en el camino hacia la adultez. Utiliza una metáfora interesante, donde compara al adolescente con una langosta:

 

“[…] en un determinado momento pierde su caparazón y se oculta bajo la roca mientras segrega una nueva. Pero, si mientras son vulnerables reciben golpes, quedan heridos para siempre, su caparazón recubrirá heridas y cicatrices, pero no las borrará […]”[1]

 

  Por otra parte, si es nuestro propósito analizar el vínculo entre las identificaciones inconscientes con los primeros objetos y el tránsito hacia la exogamia en la adolescencia, no es posible omitir referirse al superyó y al complejo de Edipo.

 

  Freud sostiene que el superyó es el heredero del complejo de Edipo. Desde una perspectiva freudiana, en el varón, la amenaza de castración hace que las corrientes del complejo de Edipo en torno al deseo de cópula con la madre y aniquilamiento del padre no solo se repriman, sino, se sepulten. Ante tal sepultamiento, lo que queda como cara visible es el superyó, formado por la introyección de la ley paterna.

 

  En la niña, en cambio –y siguiendo la lectura freudiana–, el descubrimiento de la castración (la castración como hecho consumado) determina la entrada al Edipo, ya que pone fin a su vínculo primitivo con la madre y la dirige al padre, de quien esperará el falo del que se encuentra privada. En este caso, la formación del superyó se produce por el temor de la pérdida de amor de los padres.

 

  Por su parte, Lacan –en el Seminario V– se ocupó de la dialéctica del complejo de Edipo y lo abordó a través de tres tiempos.

En la teoría Lacaniana se supone la operación de un padre simbólico, un padre imaginario y otro real. El padre real es el agente de la castración simbólica; el padre simbólico impone la ley y armoniza el deseo y el padre imaginario es el agente de la privación en el segundo tiempo del Edipo.

 

  En el primer tiempo el niño pretende ser el objeto de deseo de su madre. El niño busca ubicar lo que ella desea, identificándose con el falo. El segundo tiempo se caracteriza por la intervención de la ley del padre, que porta la prohibición del incesto.

 

  Así, el niño es desalojado del lugar del falo materno por la ley paterna, dando lugar a la castración. El padre interviene como Nombre del Padre. El Nombre del Padre es el significante que en el Otro autoriza la Ley. Pero, a su vez, el padre interviene imaginariamente en su función privadora de la madre.

 

  El padre imaginario es el padre terrible, omnipotente, que priva a la madre del falo. Por último, suponemos al padre real como soporte de la función de la Ley a la que dará cuerpo y de la imagen terrible del padre privador.

 

  El tercer tiempo del Edipo se caracteriza por la intervención del padre dador. Es el padre poseedor del falo que desea la madre, y que, como lo tiene, puede dárselo. En el tercer tiempo, el padre es introyectado en el sujeto, dando lugar al Ideal del yo. El niño se identifica al padre como poseedor del falo y la niña lo reconoce como quien lo posee. Por ello se sostiene que la posición sexuada del sujeto se juega en el Edipo.

 

  Luego, Lacan ubica al Ideal del yo como la identificación a un rasgo significante paterno (rasgos en los que el sujeto infiere el deseo de la madre por el padre). Así es como, por ejemplo, un sujeto histérico puede hacer carne en su propio cuerpo de los síntomas paternos.

Sostiene Iriarte en el siguiente párrafo que:

 

“Debemos distinguir dos dimensiones: el padre en tanto operador de la estructura y el modo en que esta función se pone en juego en el entramado edípico revestida por el personaje paterno. El padre en tanto operador es entonces distinto de sus versiones neuróticas, aunque se encuentre necesariamente ligado a ellas.

 

Del lado del padre como operador de la estructura ubicamos al Nombre del Padre, que corresponde al padre simbólico. El padre en esta dimensión es el significante que instaura en el Otro la Ley, dando lugar a la castración. Es, por otro lado, en la metáfora paterna, un significante que sustituye al significante del Deseo de la Madre, permitiendo el surgimiento de la significación fálica.

 

Del lado del personaje paterno, podemos ubicar en el Edipo al padre imaginario. Ubicamos así al padre terrible, privador, del segundo tiempo y al padre potente y dador del tercero. Cabe resaltar que ambos, tanto el padre privador como el padre dador, son figuras idealizadas, son padres completos, ya sea en su versión terrible o amable.

 

Mientras el Nombre del Padre constituye una invariante dentro de la neurosis, el personaje paterno adquiere diversas formas, de acuerdo a la versión neurótica del padre que cada sujeto constituye. Mientras que la inscripción o no del Nombre del Padre dará cuenta de la neurosis o de la psicosis, la versión del padre particular del sujeto tendrá efectos en la subjetividad de cada neurótico.”[2]

 

  Es dentro de esta doble dimensión, la segunda (la versión del padre), anudada a la operación estructurante de la primera y extendida su noción a la de identificación de rasgos de la pareja parental en su conjunto y de la determinada versiónde cada uno de ellos por separado y en funcionamiento a la que el neurótico se aferra, la que aparece como mascarada conciente y de reproducción discursiva en el tránsito hacia el objeto de amor exogámico y sustituto.

 

  Si es objeto del presente el tránsito hacia la exogamia, es necesario citar también a Piera Auglanier, quien con toda claridad expresa ese “tironeo” incesante entre lo que el individuo debe dejar atrás para constituirse como sujeto pero no del todo (es decir, no del todo lo deja atrás y no del todo se constituye y es allí, en esa pérfida dicotomía, donde acontece toda la riqueza del sujeto humano). Dice Aulagnier:

 

“Hemos visto que, desde su llegada al mundo, el grupo catectiza al infans como voz futura a la que solicitará que repita los enunciados de una voz muerta y que garantice así la permanencia cualitativa y cuantitativa de un cuerpo que se autorregenerará en forma continua. En cuanto al niño, y como contrapartida de su catectización del grupo y sus modelos, demandará que se le asegure el derecho a ocupar un lugar independiente del exclusivo veredicto parental, que se le ofrezca un modelo ideal que los otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo las leyes del conjunto, que se le permita conservar la ilusión de una persistencia atemporal proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar, en un proyecto del conjunto que, según se supone, sus sucesores retomarán y preservarán”[3]

 

  Entonces, en el corrimiento desde la pura identificación con los primeros objetos hacia un sujeto trazado por el lazo social exogámico –tensión que implica la pregunta planteada en este trabajo–, lo que se pone en juego es:

 

  (i) por el lado del individuo en relación con sus primeros objetos amados de identificación: la repetición de rasgos y de enunciados dichos o no dichos, que deberán ser sepultados pero que a la vez serán llevados por el Sujeto como una bandera, como un mantra que repetirá a lo largo de toda su historia; y…

  (ii) por el lado del individuo en relación con sus objetos de amor sustitutos (lazos exogámicos): la demanda que caerá sobre él en cuanto a su posibilidad de individuación y de efectiva vinculación por fuera de los primeros objetos.

 

  Por último, es importante mencionar que el tránsito hacia la exogamia y la tensión que eso genera con los primeros objetos de amor en lo relativo a las identificaciones operando con respecto a ellos, va intrínsecamente de la mano con el crecimiento del adolescente y de su constitución como sujeto listo para amar a un sustituto. Es decir: sobre ese sepultamiento nace el sujeto. El sujeto aparece como un resto novedoso del modelo al que se identifica.

 

  Así, es fundamental considerar lo que expresaba Winnicott, quien, en el capítulo 11 de Realidad y Juego afirma: “si se quiere que el niño llegue a adulto, ese paso se logrará por sobre el cadáver de un adulto”. Esta muerte simbólica del(os) padre(s), será la que dará lugar al sujeto.

 

  La fantasía inconsciente de muerte del progenitor es parte esencial del proceso de maduración del adolescente, del tránsito del que son objeto las identificaciones primeras y de la posibilidad de ligarse por fuera de ellas; es decir, esencial para la adquisición de la categoría de adulto.

 

  Alejarse de la dependencia de los padres, tomar sus propias decisiones y encontrar, en ese camino, un objeto de amor por fuera de ellos, identificándose –no en términos estrictos– a rasgos que incluso pueden ser contrarios a aquellos primeros fuente de la constitución yoica (es decir, identificarse al nuevo objeto de amor sustituto, a esa nueva modalidad de Otro) es crecer, es devenir adulto y es devenir ese sujeto esperado.

 

  Devenir adulto es ocupar el lugar de un adulto, desplazarlo de su estatuto de tal. Por eso, Winnicott afirma que “En la fantasía inconsciente, el crecimiento es intrínsecamente un acto agresivo.”.[4]

La agresividad y el deseo de tomar el control de sus vidas escondiciónindispensable para el reencuentro conel objeto primero de amor en el encuentro con el objeto de amor sustitutivo y exogámico.

 

 

III - La identificación

 

  En continuidad con lo dicho hasta aquí, resulta importante observar cómo la dualidad infantil de los objetos (el pecho bueno y pecho malo kleinianos), reaparece en esta instancia en la ambivalencia moral del adolescente frente a sus actos.

 

  Cuando Freud plantea la noción de conciencia moral la significa a partir de un juego de oposiciones: una parte del yo se contrapone al resto como superyó y queda, entonces, como “conciencia moral”. Dicha conciencia está:

 

“pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Llamamos conciencia de culpa a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido”[5].

 

  La conciencia moral será el pivote en el que el adolescente enfrentará la angustia de transitar hacia un nuevo objeto de amor y hacia nuevas identificaciones. Toda identificación con un rasgo es un acto de amor.

Es cosa común en la adolescencia el enfrentamiento con el dilema de lo bueno y de lo malo, de los grandilocuentes accesos de justicia y con su anverso parcial: la indómita insistencia de la transgresión.

 

  Esa dicotomía importa un constante pronunciamiento y una constante elección. En cada una de esas elecciones se pone en juego la entera constelación fantasmática familiar y el deseo auténtico del adolescente. Situación que, sin dudas, ocurre durante toda la vida pero, como se intenta observar, no de la misma manera.

 

  En la teoría Freudiana el superyó es la instancia criticadora, que surge a partir del sepultamiento del complejo de Edipo. El superyó se forma introyectando los primeros objetos de amor, que deben ser desexualizados, y que se instalan con los caracteres de la severidad y de la prohibición. El superyó se torna exigente frente al yo, y esto, curiosamente, causa satisfacción, o sea: la prohibición, el castigo, son modos de satisfacción de goce.

 

  Los fenómenos de la conciencia moral son elevados a un nuevo grado, el temor a ser descubiertos queda cancelado ya que, ante el superyó, todo queda expuesto. Entonces, el superyó pena al yo con sentimientos de angustia.

 

  Esto, creo, es fundamental a la hora de analizar la forma en que el adolescente sepulte y a la vez enarbole las banderas de sus identificaciones y se vincule en un nuevo lazo social exogámico con el objeto sustituto. La severidad y la prohibición son los vestigios de lo que, en un momento, fue una identificación plena: los restos culpógenos con los que el adolescente enfrentará el abandono de sus primeros objetos.

 

  Si se siente culpa frente a un acto es porque ese acto es catalogado, en la ambivalencia inconsciente, como malo. El temor del adolescente, enmascarado en ese supuesto criterio de maldad o bondad de un acto, es la pérdida de amor. Lo malo es eso: perder el amor del Otro.

 

  Los guiones fantasmáticos con los que se responde a ese temor serán propios de cada sujeto, pero estarán intrínsecamente vinculados al fantasma parental y, ¿por qué no?, familiar. No olvidemos que el adolescente fue un niño, y lo que le da el ser al niño es su significación desde el fantasma del Otro primordial.

 

  Hay un movimiento de antelación: el fantasma es un guion que antecede a la llegada del niño, es una historia repetidamente detallada donde hay una escena, hay un decorado y hay personajes que cumplen roles necesarios. Es allí, en ese despliegue escénico, donde el niño tiene asignado un papel, un papel en relación directa e indisoluble con el deseo del Otro.

 

  El fantasma se estructura bajo la forma de una frase, tiene una construcción gramatical que obedece a las leyes de la lengua. El fantasma es un axioma desde donde se constituye (y se explica) lo más real –en términos de ser– del sujeto. Es la respuesta que el sujeto da a la pregunta por lo que el Otro desea que sea. La respuesta al che vuoi?

 

  Retomando: el adolescente sabe que sus actos pueden implicar –y que su elección de un objeto de amor sustituto necesariamente implica en su novela– la pérdida del amor de los primeros objetos. No se juega ya aquí la desexualización de esos vínculos sino su presencia en términos de amor. Si pierde el amor, queda desprotegido ante el ser aún hiperpotente que puede castigarlo. La dialéctica presente, entonces, es la angustia por la posible pérdida de amor y la satisfacción de goce que el castigo ante esa pérdida le generaría.

 

  Lo que debe primar para posibilitar la salida exogámica es la necesidad de castigo. El acto de sobreponerse a la angustia y avanzar hacia la efectiva concreción de un nuevo lazo social por fuera de los primeros objetos es condición necesaria de la adolescencia.

 

  Resulta evidente que nos movemos fuera del campo de las psicosis, en donde el superyó deberá pensarse de otros modos. Gabriel Belucci, por ejemplo, sostiene que en las psicosis la conciencia moral y el Ideal del yo no funcionan como instancias anudadas.[6] El superyó no está regulado por el Ideal y, posiblemente, tampoco está regulado por la Ley del Padre que prohíbe el incesto, puesto que no existe metáfora paterna y, por lo tanto, no opera su introyección.

 

  Se suele indicar que el vocablo “adolescente” nos llega de la voz latina “adolecere”, que indicaría, por un lado, algún tipo de dolencia y, por otro, estar sujeto a pasiones, vicios o afectos. En este último sentido, podríamos preguntarnos: ¿de qué adolece un adolescente? Del deseo de concretar su deseo sexual hacia los primeros objetos con un objeto sustituto. Y temen que esa concreción importe la pérdida del amor de los primeros objetos. Pero el enorme castigo que provocaría esa pérdida de amor es la condición necesaria para la exogamia y el goce ante el que deberán condescender. En eso arden.

 

  En ese camino, el discurso parental intentará imponerse a la manera de imperativos categóricos y el interjuego de identificaciones a rasgos volverá a ceñirse bajo los criterios de lo “bueno” y de “lo malo”.

 

  Abundan los ejemplos: lo bueno ligado al mandato (el estudio, el “no perder el tiempo”, el caso del adolescente que conoce a una mujer y enuncia la famosa frase “es para presentársela a papá”) y lo malo ligado a ese Otro aún inexplorado que presenta rasgos contradictorios con los ideales parentales (los amigos y las amigas que llevan por “mal camino”, el espacio para la diversión o el ocio acotado a los fines de semana o a condición de haber ido bien en el estudio o área de interés parental –a veces un determinado deporte–, la prohibición de la utilización de aparatos para la comunicación virtual con esos otros, etcétera).

 

  Aquí aparece esa inevitable dicotomía: el padre prohibidor del incesto y garante de la Ley exogámica que lo trasciende, tiende en lo concreto a perpetuar al adolescente en su ámbito endogámico y a mantenerlo a resguardo del deseo hacia esos rasgos ajenos, distintos, exogámicos, que colisionan contra su ideal y que alejarían al adolescente del mandato tácito, que lo sacarían, en otras palabras, de ese lugar de objeto del fantasma parental.

 

  Es notable cómo en ese período las prohibiciones parentales tienden a tener que ver con el “no salís de casa” o el “no ves a tus amigos” o a determinada persona. Prohibiciones todas que tienen que ver con impedir la concreción del deseo sexual en el objeto sustituto.

 

  Es en medio del ardor de este contexto, en que el Sujeto debe advenir. Parafraseando la máxima freudiana “Wo Es war, sollIchwerden”, podemos decir que el advenimiento no es sólo desde el Ello, sino desde ellos. Donde ello(s) era(n), yo debo advenir.

 

  En la actualidad, la posibilidad de vínculos virtuales se presenta como una ventana indiscreta por la que el adolescente puede pispiar al Otro sustituto y desearlo (y de alguna manera concretar su deseo) desde su propio ámbito de endogamia identificatoriaintrafamiliar. Es decir, sin necesidad de interacción real.

 

 

IV - La formación de lazos en el “mundo virtual”

 

  El análisis del camino hacia la exogamia en la adolescencia no puede ser pensado como una entidad marginada del contexto epocal, aunque muchas de las dinámicas que en él operan sean de orden inconsciente. En este punto, las dinámicas epocales constituyen un factor fundacional de ciertos tipos de lazos.[7]

 

  Consideramos que nos encontramos en la época del imperio de lo virtual y la formación de lazos exogámicos por parte del adolescente se encuadra en esa lógica.

Se parte, para el análisis de este eje, de la siguiente convicción: la virtualidad, propia de esta época, ensimisma al sujeto replegándolo hacia modos de satisfacción autoerótica.

 

  Dicho repliegue facilita la libidinización de objetos de amor endogámicos, eminentemente próximos, en una primera salida por el narcisismo. En ese estado de situación, es la misma virtualidad la que garantiza la exogamia a partir del ofrecimiento escópico de un Otro que puede, eventualmente, a través de redes sociales y, particularmente, redes sociales de y para encuentros, concretarse en un encuentro real.[8]

 

  La adolescencia es, por excelencia, el momento de la vida en que el sujeto comienza a observar que su cuerpo tiene la potencialidad de convertirse en objeto de deseo de otro y que el cuerpo de los otros es el magnético objeto de deseo propio. La tramitación de las fantasías ligadas a este deseo, actuadas en figuraciones, sueños diurnos, masturbación, y, contrario sensu, en la consolidación de diques como el asco, el miedo o la vergüenza, es una pujante fuerza que insiste.

 

  Sabemos que el motor subrepticio para todo vínculo con otro es de índole sexual. En los vínculos sociales dicha meta puede estar presente o inhibida. En esta época de imperio de lo virtual, en la que el acceso escópico a la vida –y por lo tanto al cuerpo– del prójimo es tan simple y cómodo (puede realizarse desde cualquier hogar con una computadora y/o un teléfono celular), la incesante aventura de ceder al goce autoerótico por sobre el deseo de concreción del vínculo con ese Otro ajeno al contexto intrafamiliar puede primar.

 

  El adolescente, cuya posición frente al goce está siendo resignificada, cuyo objeto de deseo está siendo reencontrado en el sustituto, cuyo interjuego de identificaciones a rasgos no es aún una cosa juzgada y cuyo cuerpo es una fuente inagotable de goce no del todo tramitado, encuentra en el mundo virtual la vía de acceso a un Otro distinto a los objetos de amor cercanos que perdió: padres, hermanos.

 

  Paradójicamente, esa vía de acceso al Otro lo perpetúa en su repliegue. Y paradójicamente también (y como muestra de que lo cultural no responde a un programa biológico) son los mismos actores parentales que deben sostener la impartición de la ley de prohibición del incesto, los que retienen al adolescente y lo tironean hacia la interioridad del hogar. Son ellos los que imparten las prohibiciones que alejan al adolescente del acercamiento al lazo social exogámico.

 

  A contramano de lo que garantizaría la cultura, la orden familiar apunta a replegar al adolescente a su núcleo endogámico: te quedás acá, no salís, no usás internet, no usás el celular. O su variante: no invitás amigos a casa.

 

  Podemos ver, nuevamente, cómo el lazo social que construye el adolescente se presenta como una ruptura necesaria con las órdenes familiares para cumplir con la ley de prohibición que no se agota en quien la imparte y a la que todos están sujetos. Se impone la disyuntiva de salir a buscar el objeto de amor sustituto que concretaría el encuentro (y, por lo tanto, el hallazgo) o quedarse en el ámbito endogámico, gozosamente satisfecho.

 

  La salida a ese puro goce parece posibilitarla una puertita dentro de la misma virtualidad. Aquello que parecería subyugar al Sujeto a evitar la encerrona de salir a buscar el objeto de amor sustituto o quedarse, ya que genera una satisfacción cómoda del goce, es, a la vez, la garantía de salida. Es el gatillo que impulsa al adolescente, en medio de su puro goce escópico, compulsivamente autoerótico, a habilitar la posibilidad de un encuentro.

 

  Un encuentro en el plano real. Un encuentro que funde, en lo concreto, la exogamia que la ley paterna del Edipo infantil debió impartir pero que, mediatizada por el lazo familiar real, se debilita al punto de volverse casi contra sí misma.

 

  Esta realidad contextual propia de la época, que posibilita la vía de salida, no está sola en su labor. Sería ilógico inferir que un proceso psíquico estuviera a la pura merced de una característica epocal de índole tecnológico y no sometido a leyes y mecanismos propios.

 

  La vía para la salida exogámica que encuentra el Sujeto en la época del imperio de lo virtual se monta sobre la vía propia del mecanismo inconsciente, trascendente a las características de una época u otra. Dicho mecanismo, propio de la relación intrapsíquica e intersubjetiva familiar es el Complejo Fraterno. Complejo que, como veremos, debe ser comprendido en sentido amplio.

 

 

V - El Complejo Fraterno

 

  El Complejo Fraterno podría definirse como la organización fundamental de deseos amorosos y objetales de odio y agresividad frente a ese otro que un sujeto reconoce como hermano o hermana. El Complejo Fraterno no corresponde necesariamente con la existencia real de vínculos de fraternidad sanguínea sino que operará sobre aquellos sujetos en quienes se invista simbólicamente la cualidad de semejantes fraternos.

 

  Por eso es extensible, por ejemplo, a los vínculos de amistad o, en algunos casos puntuales, a los amigos y/o a los gemelos imaginarios.[9]A esta altura, parece de Perogrullo, pero, de no ser así, caeríamos en la repetida idea de que si no hay hermano no hay Complejo Fraterno (similar a pensar que si no hay padre real no hay función paterna).

 

  Si bien a los fines ejemplificativos es más cómodo tomar como caso paradigmático para la explicación de la operatoria del complejo un caso hipotético de hermanos reales y de edad próxima, el caso paradigmático para la explicación jamás agotaría la casuística.

 

  Como demuestra Jaitin en el libro recién citado, las fantasías incestuosas son un elemento del Complejo Fraterno pero sólo en tanto conserven el estatuto de fantasías. Su eficacia se encuentra en su no actuación: el incesto actuado destruiría el vínculo y sería la muerte del hermano como otro.

 

  El Complejo Fraterno será un facilitador para el Sujeto hacia la salida exogámica gracias a la operatoria de las fantasías incestuosas, siempre que, inscripta la neurosis, no sean actuadas.

 

  El vínculo fraternal tiene potencialidad incestuosa. El adolescente, eminentemente replegado al autoerotismo escópico del “mundo virtual”, aún excluido de la concreción del encuentro real con el sustituto exogámico, encuentra, mediatizado por los mecanismos defensivos ya inscriptos en el Edipo, el cuerpo de su hermano como representación liminar de su objeto de deseo, en el tránsito de su propio cuerpo al de un Otro exogámico.

 

  Ese hermano como otro encarna en su propio cuerpo los atributos que el adolescente anhela, en concordancia con la posición frente al goce y la elección de objeto con la que, en ese período, se reencuentra.

 

  El vínculo fraternal, por supuesto, se vive desde la infancia. En él opera un pasaje de lo uniforme a lo biforme: la diferencia exterior anatómica no es equivalente al reconocimiento psíquico de autopercepción del género. El rol del hermano en el Complejo Fraterno es crucial para la determinación de ese posicionamiento.

 

  El vínculo fraternal funciona, también, como parte del interjuego identificatorio, y la modalidad de las identificaciones determinará las diferentes cualidades del vínculo. El hermano es parte de la identificación narcisista pero también asiento de la identificación histérica.[10]

 

  A lo largo de la historia del Complejo Fraterno desde la infancia, se observan mecanismos que funcionan como pivotes que apuntalan el tránsito desde el Edipo hasta el rehallazgo de objeto sustituto exogámico de la pubertad.

 

  Así vemos: (i) la proyección paranoide de la agresividad que vuelve contra sí; (ii) la presunción de totalidad o plenitud en el cuerpo del otro; (iii) el cuerpo del otro como “representación a mano” del objeto de deseo sexual; (iv) la represión del deseo sexual o la inhibición de la meta como garantía de exogamia.

 

El Complejo Fraterno es un garante de la salida exogámica: un pasaje desde los primeros objetos de amor a los objetos sustitutos.

Es interesante mencionar, en este punto, que los juegos de autoconocimiento en la forma de mutuo conocimiento entre adolescentes (hermanos, primos, amigos) o, en su defecto, las fantasías transitadas en esos juegos, son un modo de apoyo en el pasaje desde el deseo endogámico original hacia el definitivo lazo con un Otro exogámico.

 

  En este sentido, el Complejo Fraterno, visto a las luces de la época y del imperio de lo virtual, se manifiesta en la adolescencia como un pivote transicional que convoca al adolescente a salir de la tramitación puramente escópica y autoerótica a través de la ventanita virtual gozosa y lo impulsa a la concreción del deseo sexual en un encuentro real que, por la eficacia de la ley de prohibición del incesto, no es con su hermano sino con un Otro definitivamente sustituto y exogámico.

 

  Así, el deseo sexual incestuoso queda sepultado, las fantasías incestuosas del vínculo fraterno conservan su estatuto de fantasías y la salida exogámica se concreta.

 

 

VI - La salida exogámica

 

  Finalmente, con la elección de objeto sustituto exogámico como un hecho consumado, las modalidades de vínculo neuróticas quedarán, en el marco adolescente, ceñidas a la condición de histeria generalizada de la que hablaba Freud.

 

  Lo que se va a jugar ahora es, otra vez, el “tironeo” entre el discurso parental y los modelos a los que el sujeto se identificó y el Otro objeto de amor que los sustituye. Esa feroz disputa es nítidamente observable en la histeria, cuando se ponen en juego el deseo y lo que reacciona ante él.

 

  Un buen ejemplo para pensar esta dinámica de la adolescencia es la precipitación o la postergación de los adolescentes en la concreción del coito: el frenesí por asegurarse el coito como garantía del cese de la ambivalencia o la dilación del mismo hacia un momento de seguridad que nunca llega (más propio de los obsesivos) o la dinámica histérica y sus variantes (presentadas en el imaginario cultural con las figuras de la virgen y de la puta).

 

  Ejemplo, el del coito, que puede ser analogado a otros actos que importen una implicancia subjetiva y que revelen el posicionamiento del deseo: una mirada deseante, un beso, el roce del cuerpo (inevitable aquí pensar en Dora), en definitiva, cualquier escena que implique el acercamiento del encuentro con el objeto de deseo y la concreción del encuentro y que revele, en la adolescencia, el funcionamiento fundamentalmente histérico.

 

 

Conclusiones

 

  Las diversas manifestaciones clínicas individuales de cada adolescente –que seguramente puedan ir de las más anodinas a las más intensas– replican la lógica de este camino que queda sujeto al devenir dialéctico en que cada instancia conserva lo negado (lo reprimido, lo sepultado) y que provoca en ellos una particular vinculación con la falta, un padecimiento extra al padecimiento de más de las neurosis. Por ello es fundamental la escucha analítica.

 

Como algunas consideraciones finales puede decirse que:

 

1) El camino hacia la elección de un objeto de amor sustituto y exogámico colisiona con los rasgos yoicos en que el adolescente fundamentó su Yo inicialmente.

2) Dicha colisión provoca, fundamentalmente, culpa o angustia.

3) El Complejo Fraterno es un pivote fundamental en este camino hacia la exogamia.

4) El rol parental real es dicotómico ya que si bien es la ley del padre la que expulsa al Sujeto de la concreción de los deseos incestuosos, se encuentra luego, en la dimensión actuada de los procesos simbólicos por los objetos reales que lo sostienen, con un proceso retentivo que sostiene al adolescente en el mundo intrafamiliar.

 

 

Bibliografía

 

·         AULAGNIER, P., La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado, Amorrortu, Buenos Aires, 1991.

·         BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009.

·         DOLTO, F., La causa de los adolescentes, Seix – Barral, Buenos Aires, 1990.

·         D’ONOFRIO, F., LAGO, D., “Contribución al vínculo entre psicoanálisis y estudios de género”, II Congreso Internacional de Psicoanálisis de Rosario, 2018.

·         FOUCAULT, M., La historia de la sexualidad, Tomo I, Siglo XXI

·         FREUD, S., “Tercer ensayo” enTres ensayos de teoría sexual”; “Duelo y Melancolía”; “La organización genital infantil”; “Contribuciones al simposio sobre la masturbación”; “El malestar en la cultura”; en Obras Completas, Ballesteros.

·         IRIARTE, F., “Ideal del yo y superyó como herederos del Complejo de Edipo”, publicado el 07/03/2011 en www.elsigma.com

·         JAITIN, R., Clínica del incesto fraternal, Lugar Editorial, Buenos Aires, 2006.

·         LACAN, J., “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia analítica, en Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires.

·         LACAN, J.,Seminario I: los escritos técnicos de Freud, Paidos;

·         LACAN, J., “La significación del falo” en Escritos II, Siglo XXI.

·         LACAN, J., La familia, Editorial Argonauta.

·         MARTYNIUK, L., “La erosión del Otro en la era digital” publicado en www.elsigma.com

·         WINNICOTT, D., Realidad y juego, Granica.

 

 

 

 

 

 



[1] DOLTO, F., La causa de los adolescentes, Seix – Barral, Buenos Aires, 1990.

[2] IRIARTE, F., “Ideal del yo y superyó como herederos del Complejo de Edipo”, publicado el 07/03/2011 en www.elsigma.com. http://www.elsigma.com/hospitales/ideal-del-yo-y-superyo-como-herederos-del-complejo-de-edipo/12198

[3] AULAGNIER, P., La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado, Amorrortu, Buenos Aires, 1991.

[4] WINNICOTT, D., Realidad y juego, Granica.

[5] FREUD, S., “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, Ballesteros.

[6] BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009.

[7] Hemos abordado en parte este tema desde una lectura con perspectiva de género, junto con Darian Lago, en el trabajo “Contribución al vínculo entre psicoanálisis y estudios de género”, presentado en el II Congreso Internacional de Psicoanálisis de Rosario, 2018.

[8] Es de interés un artículo llamado “La erosión del Otro en la era digital”, publicado por Leda Martyniuk en www.elSigma.com. En él se analizan aspectos de la dinámica de las relaciones de amor en la era digital.

http://www.elsigma.com/subjetividad-y-medios/la-erosion-del-otro-en-la-era-digital/13425

[9] KAËS, R., “Prólogo a la edición francesa”, en JAITIN, R., Clínica del incesto fraternal, Lugar Editorial, Buenos Aires, 2006.

[10] JAITIN, R., Clínica del incesto fraternal, Lugar Editorial, Buenos Aires, 2006.

 


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