» Introducción al Psicoanálisis

"Reflexiones sobre el punto"

08/06/2017- Por Laura Palacios y Alicia Killner - Realizar Consulta

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El punto es lugar de separación y juntura. Puede resultar pacificador en la vía de facilitar la comprensión de la lectura, o bien un modo de atravesamiento del fantasma capaz de horadar el terreno del discurso. Es apogeo de sentido y pregonar que antes de él todo ha sido dicho. Pero también determinar un desfallecimiento: el fracaso del sentido como totalidad posible.

 

 

 

                                 

 

 

“Ningún hierro puede penetrar en el corazón con tanta fuerza como un punto colocado en el sitio preciso”

 

 

Esta frase de Isaac Babel transforma al más pequeño de los elementos gráficos en un punzón clavado en la sede de las pasiones. En el órgano de sufrir y amar. Se habla de fuerza y precisión, y al releerla, uno advierte que la frase no vacila. También ella se clava y clama por algún tipo de desciframiento.

Según entendemos, el punto es el signo de una pausa, o bien el final de una frase. Casi una inhalación que entra por el ojo y sale por el oído. Su destino es el de cerrar una proposición que, según la más tradicional de las gramáticas, guarda una unidad completa de sentido –o bien, una unidad de sentido completa–. Hace casi cien años, el prestigioso Don Vicente Salva en su Gramática de la Lengua Castellana[1], llega a dar una definición del punto que hoy suena ligeramente naif: Cuando se completa el sentido de la cláusula tan cabalmente que no puede ya introducirse en ella con nada de lo que sigue, lo manifestamos con el punto final. Puede ser interesante interrogarnos acerca de cuánto hay de ilusorio en esa completud, y si el punto es una suerte de válvula para una frase a punto de estallar.

 

 

La historia

 

¿Quién inventó la rueda o el fuego? A los interesados en los libros, en la lectura, alguna vez nos asaltaron otras preguntas. ¿Quién concibió la tinta, o el alfabeto? No hay inventor y no hay nombres, todos se pierden en la noche de los tiempos. Hace 5.000 años los escribas del delta del Nilo utilizaron la hoja, la tinta y la pluma. El sostén material conocido como papel fue un invento de los chinos, y data del Siglo II de nuestra era; ellos ocultaron el secreto de su fabricación, y no lo revelaron a sus vencedores mongoles hasta el siglo VIII... quienes a su vez lo trasmitieron a los persas de Samarcanda y éstos a los comerciantes árabes de…

Aunque parezca mentira, el punto gráfico sí tiene un inventor. Se trata del gramático Aristófanes de Bizancio, quien en el siglo II antes de Cristo estableciera un acabado sistema de puntuación. Este contenía tres tipos de punto: el alto, que indicaba el final de la frase, el medio que señalaba una pausa equivalente a los dos puntos o el punto y coma actuales, y el bajo, con un valor semejante al de nuestra coma. Este sistema fue enseñado en las escuelas, pero la práctica no llegó a extenderse. Recién en el siglo IX (D.C.) empezó a usarse la puntuación en escritos, aunque en forma bastante irregular.

En Francia, los Didot fueron una larga familia de impresores y libreros. Uno de sus vástagos, François (1730-1804), reverenció a sus mayores grabando el nombre Didot en la historia de la letra impresa. Él contribuyó a estandarizar el alfabeto tipográfico creando unos caracteres ejemplares de gran sencillez y pureza de líneas. A partir de entonces, el punto adquiere precisión matemática dejando de ser “trazos como semillas de coriandro diseminados entre las palabras” (al decir de un involuntario poeta oriental). François Didot definió las medidas del punto tipográfico basando todos los caracteres sobre ese punto, derivado de la sexta parte de pie de rey, o sea: 376 milésimas de milímetro. El Punto Didot es una unidad representada por la duodécima parte de un cícero (algo menos de medio milímetro) que rige uniformemente casi toda la producción de las fundiciones tipográficas europeas y de América del Sur.

 

 

Kandinsky

 

Hacia 1.926 y en la cresta del Bauhaus, Kandinsky decide sistematizar aquellos pensamientos teóricos que había postergado durante diez años, y lanza “Punto y Línea sobre el Plano”. Gropius es su editor. El primer movimiento que se propone es arrancar al punto del círculo estrecho de su actividad habitual, para que el velo de la costumbre deje de empañarlo, y como él dice, para que no siga siendo punto muerto. El resultado es un librito extraño y precioso, que analiza los dos elementos básicos de la obra gráfica: el punto y el plano.

Desde el prefacio, el pintor se empeña en sentar las bases de una incipiente ciencia del arte “con toda estrictez”. Su texto brindó las primeras respuestas a estos temas cuando recién empezábamos a pensarlos. Por eso y otros motivos, hemos elegido a Kandinsky como enunciador privilegiado, y para que formule algunas definiciones sistemáticas acerca del tema. Él abre la cuestión en el punto geométrico, del que predica que “… es un ente invisible. Debe definírselo por lo tanto como un ente inmaterial. Considerado en términos materiales, el punto se asemeja a un cero”. Cero al que adjudica concisión y parquedad, es decir que el punto es un elemento de reserva que, sin embargo, habla y se expresa. En una lIamada al pie dice que existe una designación geométrica del punto por la letra O, origo, que significa origen, comienzo. Cuando el punto se materializa reclama un tamaño, necesita un límite que lo separe de lo circundante. Los tamaños y sus formas varían, y es difícil establecer el concepto de “forma mínima”. El punto puede crecer, cubrir inadvertidamente todo un plano. ¿Dónde, entonces, estaría el deslinde entre punto y plano básico? Concebido con el pensamiento, el punto es un círculo idealmente pequeño, de forma escueta y ensimismada. Es un pequeño mundo, regularmente aislado por todos lados y casi arrancado de su contorno.

El punto sería el primer resultado del choque, del impacto de la herramienta con el plano material –papel, piedra, madera, metal–. Así el lápiz, el buril, la pluma y hasta la aguja pueden ser los instrumentos que produzcan la fecundación el piano. Firmemente plantado en su sitio, no se muestra proclive al movimiento en ninguna dirección. Ni horizontal ni vertical, es una tensión concéntrica que no avanza ni retrocede. Se clava, como quiere la frase de Isaac Babel. Pero Kandinsky, que fue un militante de la Bauhaus –una avanzada de lucha contra el kitsch– dificilmente pensó en el corazón como lugar de atravesamiento. El punto se incrusta, dice, en el plano básico, y ahí se queda por los tiempos de los tiempos. Brevedad, firmeza, rapidez. Esta ausencia del deseo de movilidad reduce totalmente el tiempo de percepción de un punto, en él, el elemento temporal queda casi totalmente excluido. “El punto es la forma temporalmente más escueta…” ¿Y con que lo compara? Con el breve golpeteo del pájaro carpintero en la naturaleza.

 

 

¡Ay! Amor

 

Redondo sin principio ni fin, soy el punto antes del cero y del punto final.

Camino sin parar del cero al infinito.

                                                          Clarice Lispector

 

Advierten los filólogos que la palabra punto en español posee una riqueza de acepciones que no tienen los demás idiomas. Ni el punctum latino, ni el point francés o inglés, ni el punkt alemán o el ponto portugués. Desde el punto cíclico de la Geometría Sintética, hasta el punto cruz de la costurera, del punto cardinal al punto de caramelo, Espasa Calpe dedica 22 páginas a esta voz. A la hora de resumir dice que las significaciones que mejor le cuadran son las de “ente pequeñísimo, asunto o materia de que se trata, cosa substancial o principal, intento o fin, estado actual de un negocio, estado perfecto de alguna cosa, cuestión de alguna ciencia, parte de un discurso, pundonor, ocasión oportuna, nota ortográfica, piñoncito de la escopeta o cañón, puntada de costurera, labor de la tela, paso de aguja, agujero colocado a trechos, número de la carta, nota musical, fin de curso, etc.”

La etimología identifica al punto como la primera impronta del punzón sobre el plano terso y sin marca. Así, el punto que se anota coma rúbrica de una primera inscripción, es señal y signo de que algo demarcó al plano con una presencia diferente. Ese gesto mínimo situó al mismo tiempo plano y punto geométrico. Aunque suene alegórico, la carga de perforación que implica la idea de un punzón incidiendo en la tablilla, puede sernos útil para introducir cierta idea de la umblicación del plano y del texto que el punto puede llegar a operar.

Sin duda, el punto aparece como aquel signo que se requiere en la lectura, en orden a la dificultad semántica que su ausencia acarrearía. Eso si pensáramos que la lectura es segunda en su aparición con respecto a una escritura “primera”, como si leer fuera cierre y culminación de la práctica del significante. Pero tal vez dará más espesura a nuestra conceptualización invertir los términos de este orden, y suponer a la lectura como condición previa para cualquier escritura. No sólo en términos históricos, sino con aquello que concierne a la índole de lo escrito en toda época y lugar. Hubo, antes de la escritura propiamente dicha, un tiempo pictográfico en el cual los signos, marcas y huellas fueron junto con el lenguaje, leídos. Y es, justamente esta lectura del signo la que precede a la escritura. (Para el pitecantropus erectus, la más profunda de las huellas dibujadas sobre la hierba, dejaba leer el paso de su próximo almuerzo: mamut).

Así, la conjetura de Lacan respecto del origen de la escritura apela al carácter primario de cierta lectura quebranta un aún no dicho. Cada vez que algo resuena con otra cosa, habrá efecto de lectura. La escritura sería un cifrado puesto a descifrar. Puede o no conocerse de antemano el código, pero leer un escrito sin conocer la clave es una tarea homogénea con el psicoanálisis. Tal vez sea posible barrer –en el sentido de la Física– con el sujeto del enunciado, con la finalidad de arribar al sujeto de la enunciación. Tal puede ser la eficacia simbólica del punto, signo de otro –al menos un otro de la lectura–, un Otro que está allí para respirar en el texto. Presencia real de una voz sin nombre.

Para ejemplificar cuál puede ser el efecto de un punto deslizándose en el interior de una frase, nada mejor que un pequeño ejercicio:

 

¡Ay amor! Así no podemos seguir.

¡Ay amor! Así no podemos.

¡Ay amor! Así no.

¡Ay amor! Así.

¡Ay amor!

¡Ay!

 

Este texto enciende su chispa en la economía que impone un punto gramatical en retirada, lo que deja ver –como un amante que se desprende uno a uno de sus prendas– el andamiaje sintáctico de un acto amoroso. El “no” se hace “sí”, reafirmando la ley de funcionamiento del inconsciente que, según Freud, prescinde de la lógica de exclusión. Ese mudo punto –que no es ni significante ni letra– va recorriendo la vía del deseo, que no puede ser sino “por procuración”. El amor, en su sempiterna dificultad de comienzo, se transforma paulatinamente en “otra escena”. Ese amor quisquilloso y problemático que deja caer su significante último, opera invirtiendo la operación metonímica en el discurrir del discurso. La sustracción que impone el corrimiento en reversa del punto, produce el efecto de una interpretación dentro de otra, como en un juego de muñecas rusas.

Nada podría figurar mejor el camino de un análisis. Puntuar será entonces re-puntuar el texto, poner las pausas adonde ellas deben ser colocadas, como suele decirse: poner los puntos sobre las íes. Pero también será hallar las intersecciones significantes que den nuevo sentido a la estructura. Para los analistas, aquí se abre el interrogante acerca de si puntuar está en el orden de la interpretación, o bien en el orden del acto.

Habrá, entonces, un puntuar que reordena el texto por una vía sintáctico-semántica, y otra el análisis que consistirá en umbilicar el texto. Esto es, correr el punto hacia atrás de modo que la frase, a la manera del haiku, vaya perdiendo los segmentos finales, tarea que, al eliminar las predicaciones, produce el efecto de ampliar los márgenes de ambigüedad. Al extremarse esa operación, se llega hasta el punto de atravesar el discurso en un sentido inverso, de modo que sea posible ir desalojando al sujeto del enunciado hasta que advenga el sujeto de la enunciación. Por fin, el camino quedará abierto para el encuentro con ese ¡Ay! gozoso, escueto y decidor, voz inarticulada que toda escritura está destinada a acallar.

El punto es lugar de separación y también de juntura. Puede resultar pacificador en la vía de facilitar la comprensión de la lectura, o bien un medio de atravesamiento fantasmático, capaz de horadar el terreno del discurso. Es apogeo de sentido y pregona que antes de él, todo ha sido dicho. Pero, pensando desde otra perspectiva, también determina un desfallecimiento: el fracaso del sentido como totalidad posible.

 

 

El punto lacaniano

 

En las coordenadas del Psicoanálisis, nos interesa destacar dos oportunidades en que Lacan menciona al punto. En primer lugar lo toma desde una vertiente inesperada y bastante ingeniosa. Lo hace en el intento de conceptualizar aspectos de la cadena significante. Para eso, utiliza una expresión que proviene de la labor del tapicero o colchonero. Es la imagen del point de capitoné, que usa en el Seminario Tres (Las Psicosis, 1956) para ilustrar la operación mediante la cual el significante se anuda al significado. Aquí califica al esquema del punto de almohadillado como “esencial en la experiencia humana”. En referencia al esquema de F. de Saussure, dice en el Seminario Cinco (1957) “la corriente, o más exactamente el doble oleaje paralelo del significante y del significado, como siempre distintos y consagrados a perpetuo deslizamiento de uno sobre otro. Es a propósito de esto que les he forjado las imágenes de la técnica del colchonero, del punto de almohadillado, en que es preciso que, en algún punto, el tejido de uno se sujete al tejido del otro. Para que sepamos a qué atenernos, al menos sobre los límites posibles de estos deslizamientos, los puntos de almohadillado dejan alguna elasticidad en los lazos entre los dos términos”. Esto deja suponer que el deslizamiento de estas dos corrientes es siempre recíproco y relativo.

En la clase 8 del mismo Seminario, vuelve sobre este asunto para decir que ese abrochamiento no es más que un asunto mítico, “pues nadie ha podido abrochar una significación a un significante; pero, por el contrario, lo que se puede hacer, es abrochar un significante a un significante y ver lo que eso hace. En este caso se produce siempre algo nuevo que algunas veces es tan inesperado como una reacción química, a saber el surgimiento de una nueva significación”.

 

Muchos años después, Lacan estaba embarcado en otra empresa. Dictaba el Seminario 23 (abril del 76), y se empeñaba en escribir el nudo borromeo. “He inventado lo que se escribe como lo Real (...) Pero a ese real yo lo he escrito bajo la forma de lo que se llama el nudo borromeo, que no es un nudo, que es una cadena que tiene ciertas propiedades, y bajo la forma mínima bajo la cual he trazado esta cadena, hacen falta al menos tres elementos”.

Se entiende que los tres elementos de la cadena, las tres consistencias R S I, están imbricadas de tal modo que si una de ellas se corta, se desanudan las otras dos. Lacan pide a sus oyentes que le formulen preguntas. Hacia el final de la clase, alguien dice: “El punto se define por la intersección de 3 planos. ¿Se puede decir que es real? La escritura, el trazo en tanto que lineamientos de puntos, ¿son reales? (Se dejan oír algunas risas, y quien ha interrogado protesta) “... No hay de que reír...”.

Lacan sale al rescate: “Es cierto que es una pregunta que vale completamente la pena que se formule, que el punto se define por la intersección de tres planos, y con la pregunta que se formula a su término: ¿podemos decir que es real? Como, ciertamente, la implicación de lo que yo llamo la cadena borromea es que no haya, entre todo lo que es consistente, ningún punto común, excluye ciertamente el punto como tal de lo Real. Porque que una figuración de lo Real no pueda soportarse más que de la hipótesis de que no haya ningún punto común, ninguna ramificación, ninguna Y de la escritura, implica ciertamente que lo Real no comporta ningún punto como tal”.

 

 

Addenda clínica

 

 

Caso 1:

 

J.C., analizante cercano a los 30 años ha consultado por impotencia sexual. Pide medicación (como él se expresa) “para salvar el estilo”. Proviene de un pueblo del Interior, y ha sido criado por sus abuelos paternos, ya que su madre lo dejó con ellos para “internarse” en un prostíbulo. Suele decir que “ella está bien muerta”, pero fue su padre quien falleció en un accidente de autos poco tiempo después de él nacido. A los 9 años J. C. y sus abuelos migraron a la ciudad. Terminado el secundario, comienza una educación terciaria que no logra completar, impedimento que también motiva la consulta. En una sesión y en referencia a su madre, J.C. dice:

J.C: Ya le dije que para mí, ella está bien muerta. Y de eso no voy a hablar, ya se lo dije.

Analista: Acaso esté mal muerta.

J.C: Mi madre era una de esas personas que no existía, nada de nada.

Analista: Mi madre era una de esas.

J.C.: (silencio) No se murió, todavía está en Gonzales Chaves.

 

Caso 2:

 

M. de 18 años consulta porque tiene miedo de morir, ve la muerte como inevitable, ya que es algo que le ha ocurrido a su padre cuando él tenía 33 años y ella apenas 2. Llora todo el día, y su madre está preocupada por conductas algo salidas de la norma, por ejemplo ha fumado marihuana en el viaje de egresados del colegio y fue sorprendida in flagrante delicto por la autoridad competente (o incompetente). Ciertas actuacioes la ponen en el compromiso, siempre angustiante, de examinar su sangre para encontrar los anticuerpos de HIV. No hay autorreproche moral, sólo angustia, miedo y certeza en relación a la muerte. Por caso, nada resulta demasiado riesgoso si de cualquier modo la muerte estará siempre allí, esperando, acechando y, de seguro, ha de llegar más temprano que tarde a su vida. Así le ha llegado a 9 de cada 10 hombres de la familia paterna, a quienes ella tanto se parece. Le ha ocurrido que personas allegadas por lazos de sangre, pero que no conocía, la detuvieran por la calle para preguntarle si ella es la hija de su padre, lo cual sin duda le ha causado gran conmoción. Él murió súbitamente, luego de dar una conferencia. La madre se las ha arreglado muy bien para criar esos 3 hijos que la joven viudez le dejara a cargo, y ha cumplido, satisfactoriamente a su propio juicio, con los papeles de padre y madre, que ella define como de “proveedora y contenedora”, respectivamente. Todo es muy claro, pero la hija menor no puede dejar de llorar por eso que le parece tan inminente como inevitable.

Transcurrido un tiempo de análisis, la joven calma su angustia y la madre declara que no está dispuesta a continuar pagando el tratamiento: hay otras urgencias que debe atender. La noticia cae como un balde de agua helada, pero la paciente expresa su deseo de continuar el análisis pagando los honorarios con unas clases de inglés que dictaba. El siguiente es un fragmento de sesión donde algo de cierta puntuación fue puesto en juego:

 

M: Estoy angustiada y triste, no sé, angustiada, no tengo nada para contar.

A: No hace falta contar sino decir.

M: No es coherente lo que pasa por mi cabeza.

A: No me importa que no lo sea.

M: No tengo trabajo, no voy a poder venir más. El otro día fue el supuesto cumpleaños de mi papa, me puse triste.

A: No tengo nada que contar… de papá.

 

Ambos casos dialogan, se trata de ubicar en ellos una posición duelante. El duelo por lo que no fue se riza, los que se empeñaron en cubrir los lugares vacantes han producido una forclusión parcial en el plano del discurso, forclusión que induce distintas vías de retorno en el síntoma y en lo real del acting. Articular estos dos casos clínicos que pertenecen a sendos análisis que ambas conductas nos lleva a la tarea de encontrar la confrontación de un atravesamiento fantasmático, de y hacia la vida y la muerte, y el deseo de una “loca madre” en ambos casos. El analista no agrega nada que no esté ya contenido en el discurso, simplemente lo puntúa para establecer una nueva gramática que dé cuenta (siempre de modo insuficiente) del amor, del sexo y de la muerte.

El primero comporta el reconocimiento de una madre que, aunque degradada, no ha sido alcanzada por la muerte. En el otro, se trata de dar comienzo a un duelo por el padre muerto (duelo y padre) no inscripto a causa de la omnipotencia materna. La puntuación logra ubicar ese objeto cuya entrada en el discurso no había sido aún posible.

 

 

 

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

 

 

 

Bibliografía:

 

 

Espasa Calpe: Enciclopedia Universal Ilustrada (tomo XLV) Hijos de J.

 

Espasa Editores. Barcelona. 1992.

 

Freud, S.: “La interpretación de los sueños”. O. C. Amorrortu, 1977.

 

Freud, S.: “Análisis terminable e interminable”. O. C. Amorrortu.1981.

 

Kandinsky, V.: Punto y línea sobre plano, Nueva Visión. Bs. As., 1971.

 

Lacan, J.: Seminario 3. “Las psicosis”, capítulo 21. Paidos. Bs. As., 1982.

 

Lacan, J.: Seminario 5. “Las formaciones del inconsciente”, (capítulo 1)

 

Tiresias.

 

Lacan, J.: Seminario 23. “El Sinthoma”. E.F.B.A., 1989.

 

Salva, Vicente: Gramática de la lengua castellana, Garnier Hnos. Paris,

 

1903.

 



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