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Apuntes de una lectura: “Soñar con los dedos” de Jorge Rodríguez

17/02/2017- Por Patricia Mercado - Realizar Consulta

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Soñar con los dedos es el balbuceo, la incipiente respiración del anhelo de saber y de compartir lo que se va aprendiendo. La escritura en este libro es juego de aprehensión sobre idiomas que se deslizan, provisoriedad de los textos, siempre trashumantes. Así Jorge Rodríguez también muestra y pone a trabajar un modo de leer a los que elige como maestros. ¿O esos textos lo eligieron a él?

 

 

 

                                         

 

                                   Editorial Letra Viva. 2015. ISBN: 9789506496289

 

 

Tensiones, hallazgos y proliferaciones

 

Jorge Rodríguez pregunta: “¿De cuántas maneras estamos vivos? ¿Y despiertos?”

Como hablar en el arrabal de lo cortésmente ignorado por estos días. Nos advierte lo inabarcable de algunos autores. De cómo han dejado una escritura descomunal no en términos de extensión sino de pliegues, de direcciones que invitan a seguir impulsos nómades sin punto de llegada.

Este libro es una cartografía evanescente. Potencia de un movimiento de múltiples direcciones. Derrotero de lecturas donde inscribir la letra en un mundo de sentidos abiertos.

Soñar con los dedos, entre Freud y Winnicott (Letra Viva. 2015) presenta una advertencia, un señalamiento teórico, la conexión de Winnicott con el pensamiento de Freud, con el psicoanálisis. También se demora en el problema de la acción. “El psicoanálisis es la crítica de la unidad y la experiencia de la diversidad” dice. Entre, trama polifónica, se trata de producir pausas donde los automatismos ligan ocultamientos, desdibujan conexiones, fusionan dogmas. Volver sobre la potencia de esas grietas para pensar. Los puntos de partida no son el comienzo, son lo que alcanza a construirse: extravíos, desarrollos, fragmentos.

Lo que heredamos, saber apropiado mediante la critica, la experiencia, el pensamiento. Asumir la responsabilidad de volver sobre lo pensado. ¿A qué? A pensar. Volver sobre lo escrito ¿A qué? A escribir.

Darse a existir en ese ir pensando las marejadas de época. “Toda una clínica de la futilidad, de la desesperanza, de la desesperación nos exige” dice.

Desamparo, además de un hecho biológico y psíquico, estado que requiere de una  situación. ¿Podemos alejarnos de las nociones de sujeto y subjetividad provisoriamente? Jugar un distanciamiento allí donde sustituciones operan simplificaciones teóricas, nuevas proxemias cual suspensiones provisorias en conceptos donde nos parapetamos a salvo de la orfandad del pensar. Una vez y otra, cada vez.

El estado de desamparo depende de cuidados exteriores, en tanto eso, exige del otro que cuida y protege. Y allí se diferencia auxiliar del otro pensado como objeto, rival, ideal.

”Considerar solo el deseo y el estrago materno puede descentrar del quehacer, del encargarse, del cuidar, del proveer, del proteger” escribe Jorge Rodríguez .Si existen incontables modos del quehacer clínico, de morar la intemperie, ethos,  será mediando momentos y decisiones donde se lanzan las coordenadas desde donde se articulan las búsquedas y se sostienen los extravíos del viaje.

Propone pensar la idea de desamparo en Freud para articularlo con la teoría de dependencia en Winnicott.

El pensamiento como entre, la elaboración de puentes, acaso la idea de tejido vivo, de conectividad como saltos del pensamiento vengan a ayudarnos para renunciar a replegarnos en autor ninguno cual totalidad de ideas, como casa a puertas cerradas. Producir tensiones, arrojar el decir a la deslengua de otros decires para no acallarlos.

¿Será esa la búsqueda de este texto? ¿Ese el eje clínico sobre el que traza líneas de movimiento?

Dice la voz verbal y conjuga amar, de la mano de los maestros que elige y sigue eligiendo con pasión.

Escribe y lee, pero sobre todo escucha en voces que desamarran cualquier captura disciplinar: Eliot, Conrad, Rilke, Pessoa, O. Paz, Goethe, Camus. Polifonía en que poner a trabajar la deriva imprescindible de la palabra, porque lo conceptual reclama el pliegue poético para darse nutriente de cercanías al misterio de la vida.

Soñar con los dedos dice una escritura habitada por demoras, por pausas, por meditadas detenciones, en que encuentra lugar para pensar en las palabras.

Dice: palabras que buscan su castellano. Alude no solo a las traducciones posibles, y sobre todo a las inhallables, sino al decir que roza lo indecible cuando la escritura es deseo de pensamiento.

Las diseminaciones del lenguaje, la vastedad de vocablos, las tonalidades de la calle, la elegancia de los autores consagrados. Nada alcanza cuando se intenta rozar la piel de lo incognoscible. Entonces, Soñar con los dedos es el balbuceo, la incipiente respiración del anhelo de saber y de compartir lo que se va aprendiendo.

La escritura en este libro es juego de aprehensión sobre idiomas  que se deslizan, provisoriedad de los textos, siempre trashumantes. Así Jorge Rodríguez también muestra y pone a trabajar un modo de leer a los que elige como maestros. ¿O esos textos lo eligieron a él?

Lectura en el desmontaje de las sacralidades de la trasmisión, vuelve  sobre lo dicho, traduce, y hace reflexión crítica sobre las traducciones que circulan. Juego de proliferaciones sonoras y reflexivas para que podamos habitar cierto espacio aún desconociendo esas lenguas.

Se trata de algo infinitamente más complejo que difundir textos y pensadores. Se trata del viaje de pensar. De su conexión con la vida, con muchos años de experiencia en clínica y docencia, de las tareas de revisión técnica y establecimiento de vocabularios de autores enormes como Laplanche, Pontalis, Masud Khan, entre otros. Se trata, claro, de la producción colectiva de saberes siempre inacabados.

Alrededores, se demora en los bordes, en la palabra Uno. Sitúa una elección  posible en la traducción que aloja reflexiones y experiencias del quehacer clínico. Descarta decir Self  en un texto escrito en castellano por aquello de que traducir es sostener la tensión de un pasaje que el pensamiento solicita a través de los idiomas, esos modos de hacer y estar en el mundo, -¿acaso embriones de transdisciplina las traducciones no capturadas por la literalidad?-  reflexión del lenguaje que produce visibilidad sobre elecciones en las que vibra una trama de conceptualización, Si mismo y Uno.

Tironear entre la abstracción filosófica y las intuiciones del lenguaje popular. Elige lo segundo, acaso porque sospecha gérmenes de una vitalidad ya extenuada en los consensos que encorsetan al primero. Luego sigue traduciendo, del castellano al castellano, cuando cita el tango de Santos Discépolo,”uno busca lleno de esperanza…”. Pone a trabajar la palabra poética justo en el intersticio de una diseminación epistemológica imprescindible. Y advierte: ”también puede ser una palabra hueca”. Como quien señala un cadáver en descomposición y se aleja.

Uno para subrayar lo vivo, cuerpos donde se aloje esa posibilidad, la ambigüedad, un dar sentido entre la motricidad, los sentimientos, la sensibilidad, la sexualidad.

Propone Uno como traducción a Self , uso clínico teórico de Winnicott.

Uno sin unidad, composición, trama de estados, actividad creativa.

Una curiosa aritmética, experienciar, suma en la repetición. Un sin memoria siendo reflejado. Uno de la continuidad que aloja rupturas y experiencias de recuperación. Componer. O sea descentrar de cualquier eje unificador con que se intente hacer de los conceptos inmovilidad de monumento. Elogio de la deriva este modo de leer, de escribir, de pensar. De arrojarse al no saber.

Experienciar, tópica abierta de lo no reactivo, poder confiar. Experienciar estados de no-integración, de inmadurez, cuidado por alguien capaz de observar y reflejar esos estados. Y en el campo clínico  la problemática del falso Uno: apatías, aburrimiento, inercias, irrealidad.

Los procesos de Uno se plantean articulados con los procesos de maduración, clivaje  yo-cuerpo-ambiente y de lo temporal, en tanto continuidad.

Presenta a Winnicott descentrando la acción de la primacía de lo sexual-búsqueda de culminación- para indagar la creatividad, acciones capaces de hacer sentir vivo el vivir.

Incluye la agresión, lo sensorio motor enlazado a un ambiente capaz de sobrevivir, no-yo que pueda ser agarrado, empujado, tocado, dejado y que no desaparezca fácilmente. Una clínica que aloje lo que aparece como continuidad  lastimada, interrumpida, dislocada, congelada, oculta, disociada. Intrusiones de lo ambiental que impiden la adaptación sustituyéndola por lo reactivo, por precocidades.

¿Podría esta constelación permitirnos observar lo invisibilizado en las cristalizaciones sufrientes institucionales y grupales? Palabras que sugieren, que invitan renovar escuchas. Se demora en algunas tensiones, como cuando puntúa que los conceptos de imagen del cuerpo y esquema corporal mentalizan demasiado.

Alerta en torno a reflexionar sobre los conceptos de deseo, cuerpo erógeno y sujeto para no encerrar en simplificaciones dogmáticas una teoría del yo que requiere complejidades imprescindibles para rastrear en el pensamiento freudiano la cuestión del yo sin unidad, situación psíquica originaria dice. Señala diferencias entre soma y cuerpo en la indagación de Freud y desde allí articula la cuestión del lugar de lo sensorio motor y el cuerpo experiencial de Winnicott.

La clínica como la provisión del tiempo de regresionar para comenzar el quehacer de una continuidad, existir. Parece aquella casa con diez pinos a la que se va Javier Martínez en el 70, lejos de la guerra de ambición. Ir siendo, “un jardín bajo el sol antes de morir”.

Ya no se trata de interioridades misteriosas sino de ambientes donde el otro refleja y sostiene lo rudimentario del experienciar, señala, posibilitar el repetir y transformar.   

Unidad de dos, la unidad constituida por la relación, acaso un vértice para comprender las ligazones de Winnicott al psicoanálisis, originalidades mediante.

Yo que alude a composiciones. Trama, enlazar ideas en torno a lo sensorio-motor, y la transformación de lo exterior, trabajo para Freud, y un tocar-agarrar rudimentario, cuerpo experiencial, intermedio según Winnicott. Implica ser sostenido, estar apoyado.

Comenta el Juego del Garabato y el Bajalengua como indagaciones de pasaje de  la no forma a la forma.

Tocar crea objeto y crea cuerpo del experienciar. Insiste en diferenciar funcionamiento corporal, mecanismo psíquico y experiencia corporal. Experiencia que supone relacionarse con objetos de una manera que no implica placer sexual.

Jorge Rodríguez dice “me tienta pensar una célula psíquica somático-corporal: tocar-agarrar”

El otro auxiliar en la situación de desamparo, sostener para dar borde a la angustia impensable, forma donde alojarse provisoriamente, integración temporal, continuidad, que se construye silenciosamente si se le da un espacio, el entredós, la paradoja, nuevo principio de  funcionamiento psíquico. “siempre se trata de un lugar donde vivir” dice y piensa en Winnicott desde Eliot.

Experienciar con el que se dibuja una curva-clinamen- del no tener ganas al tener ganas de. Acaso pensar una clínica de la desesperanza., realidad intermedia del jugar.

La cuestión de la angustia le permite distinguir entre la perspectiva freudiana de proteger de las excitaciones  al cuidar de las necesidades winnicotiano. Establece discontinuidades  a modo de pregunta en ciertas cuestiones, lo no integrado de los cuerpos a la idea de fragmentación, cierta ausencia de ganas al diagnóstico de depresión, lo fútil como semejante a la tristeza.

Se necesita y no puede pensarse lo que se necesita. El proceso de maduración es presentado por Winnicott como integración, personalización, realización, al relacionarse con objetos, dice. Distinguiendo estas nociones de las de lazo objetal  y relación de objeto en Freud y Melanie Klein respectivamente.

El desarrollo de la capacidad de estar a solas, paradoja de un modo particular de estar con otro, esa madre ambiente que protege y da continuidad, posibilitando la exploración de un ir siendo. Capacidad de crear en eso dado, un movimiento de la sensorialidad a la motricidad, lo representacional vendrá después, explica, y así dibuja trayectorias de un ir haciendo de la vida, jugar, la posibilidad de existir en múltiples realidades superpuestas. Agarrar la vida, darse a jugar, poner en suspenso la distinción percepción representación, destruir y ser sostenido por la supervivencia del objeto, ambiente.

Se constituye el objeto transicional, o sea la paradoja que trama lo intermedio, este entretenerse, tenerse a través del objeto, entreveros de la acción.

Para Winnicott la simbolización se ira tejiendo en la presentificación partiendo, claro, de lo impensable. Jorge Rodríguez propone simbolización intermedia para esa manera de pensar, y poder distinguirla de la simbolización intrapsíquica que plantea Freud. Pone el acento en la posibilidad de experienciar, de jugar posesiones ,objeto transicional, no-yo, ser el otro objeto antes que sustituir una ausencia. ¿De quién es el síntoma? pregunta.

Este jugar requiere un setting, un lugar provisto para sostener la posibilidad de las acciones creativas, quehacer clínico tejiendo confiabilidad. Del exceso, en mucho, en nada, a lo elemental, al gesto, de la exigencia a lo espontáneo, hacia cierto jugar.

También el problema de las intrusiones, rupturas de la continuidad, y las patologías que de allí pudieran surgir, y entonces opera lo reactivo, desarrollos prematuros sobre los que alerta. Una teoría de la dependencia, poder elaborar lugar de un hacer nada, de alivio, de descanso, estar corporal, que se alcanza con un cuerpo experiencial.

Un libro puede cartografiar los movimientos del pensamiento, una cartografía lejana al ejercicio racionalista de dar cuenta de un territorio establecido, más bien una caligrafía del orden de las partituras para que algo suene en el hacer y el explorar de alguien. Lector ejecutante intérprete convidado por los signos a una exploración de sonoridades ambiguas, amplias, que desestiman hacer de las formas verdades. Y se deleitan en lo exploratorio de todo advenimiento.

 

 

 

 

 

 


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