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Comentario al libro de Andrea Cucagna: “Notas sobre la belleza y el exilio”

29/07/2019- Por Fernando Vitale -

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La imagen a la que hace mención Andrea evoca para mí el entusiasmo que puede a veces embargarnos y que alude al instante en el que comprobamos que nuestra practica ‒como dice Lacan‒ a veces hasta resulta eficaz cuando constatamos la incidencia vivificante que una palabra nos puede permitir verificar frente a la mortificación y al desamparo estructural de cada uno frente al exilio de la No relación sexual.

 

 

                       

                                           Editorial Letra Viva. 2019

 

 

  Voy a comenzar entonces con una pregunta:

¿Cómo es que un libro tan singular ha logrado poner al trabajo a una cantidad importante de colegas?

Eso no es fácil de responder y quizás solo lo logren después de leer con suma atención al libro como me ha ocurrido.

 

  Luis Tudanca, plantea en su prologo que lo que allí encontrarán son trazos diversos y plurales que no conforman un Todo: poemas, referencias de Andrea a su experiencia en tanto analizante, referencias a su experiencia en tanto analista practicante, lecturas escogidas como por ejemplo la del precioso testimonio de Rosine Lefort, la interpretación que como despedida le regalo Lacan a F. Cheng, etc.

 

  Si esos trazos diversos y plurales no conforman un Todo, es que no se trata de encontrar el rasgo que los englobe y los homogeneice. A no creer que el exilio y la belleza cumplan esa función. A mi entender, esos dos términos no funcionan en ese sentido en este libro. No es, ni pretende ser, un tratado sobre las nociones de la belleza y el exilio.

 

  Lo que agrega Luis es que si a esos trazos Andrea los llama también notas, es porque de lo que se trata es de dejarse llevar por las resonancias que esos trazos evocan en cada uno y eso es lo que permite –a pesar de no contar con el significante que los englobe‒ situarlos juntos en el espacio de un conjunto abierto donde no hay frontera que los separe sino mas bien vecindades entre cada uno de ellos.

 

  Al final del libro en el apartado “Luego del después” Andrea plantea que “las notas y fragmentos sobre el exilio y la belleza se han reconfigurado en este libro como algo que operó en mi, más allá de mi y entonces vuelvo…”. Se detiene entonces en su experiencia en tanto practicante y hace mención a ciertos encuentros singulares que ella nombra como instantes de vivacidad. Dice entonces “Cada vez que eso se produce, verifico que la belleza es para mí ese instante”.

 

  De que se trata en esa imagen sino de la evocación de un goce. Pero ¿es acaso posible hablar del goce del analista o es acaso un sacrilegio? ¿Por qué no? Lacan a veces lo relacionó con el masoquismo aunque dejando algo para adivinar dado que no había que confundirlo en absoluto con el masoquismo perverso. Pero seamos sinceros ¿que hace que alguien dedique su vida a confrontarse todo el tiempo con lo que no funciona? Lacan nunca dejo de preguntárselo.

Muy bien pero Andrea lo articula a la belleza.

 

  Gustavo Dessal en su contribución, plantea que solemos quedarnos con la idea canónica que Lacan formula en el Seminario 7, donde la ubica como el último velo que nos separa del horror. Sin embargo, Gustavo plantea que en Lacan hay mucho más que esa referencia acerca de la belleza y que hacer el esfuerzo de seguirlas, podría constituir un programa de estudios.

 

  Acuerdo completamente con Gustavo y voy a plantear entonces mi pequeña contribución para hacer entrar mi propia resonancia en ese conjunto abierto.

En el Seminario 21 en la clase del 19 de febrero de 1974, Lacan nos recuerda que el primer hallazgo de Freud fue postular que lo que la experiencia analítica demuestra es que el despliegue de los caminos de la verdad nos conduce  de lleno a los laberintos de la sexualidad pero su continuación, fue postular que esa particular sexualidad que habita en los llamados parlêtres tiene que ver al mismo tiempo con la muerte.

 

  Plantea entonces que donde mejor se pesca esa articulación es en la experiencia de lo bello. Va a decir Lacan que al enfrentarnos a la experiencia de lo bello sentimos que la muerte nos toca (fait touche)

 

  Pero ¿a qué muerte se refiere? A la que alude al goce. El toque de real que lo bello nos produce es el de un goce que se conecta con la muerte. No olvidemos que debemos justamente a Freud la invención de aquello que nombró como pulsión de muerte.

 

  Evoca entonces a Antígona y también al barroco cristiano y a esos cuerpos gloriosos embellecidos por los signos de un goce que les otorga un brillo especial que también podemos encontrar en las imágenes hipernítidas de nuestros fantasmas.

 

  En el Seminario 20 refiriéndose otra vez a esa exuberante exhibición de cuerpos que evocan un goce que podemos encontrar en Roma, agrega que “en ninguna parte como en el cristianismo, la obra de arte se descubre en forma más patente como lo que ella es, desde siempre y en todas partes, obscenidad”

Ahora bien, ¿es a esa belleza a la que alude la imagen evocada por Andrea? No lo creo.

 

  En el Seminario 23 hablando de esa nueva forma de pensar la escritura que Lacan encontró a partir de su encuentro con el nudo borromeo Lacan planteo algo que me llamó la atención. Hablando de esa nueva escritura que no se reduce a sus desarrollos anteriores sobre la letra como precipitación del significante que la reducen a una articulación S-R y que nos llevarían erróneamente a concluir que el único real que encontramos en nuestra práctica es el real de la pulsión de muerte, hace mención a un tal Hogarth y plantea entonces que habría que ligar la belleza con algo distinto que lo obsceno.

 

  William Hogarth (1697-1764) fue un pintor y grabador ingles que se dedicó a satirizar con sus grabados a la sociedad de su época y que se interesó justamente por pensar por qué ciertas formas nos parecen bellas. Es más escribió un tratado acerca de ello.

 

  Tiene un cuadro que se llama El pintor y su doguillo que se encuentra en la Tate Gallery donde aparte de las imágenes del pintor y su pequeño perro, se ve una paleta donde se encuentra trazada una curva serpentina con la inscripción: la línea de la belleza y de la gracia. La línea serpentina es una línea en forma de S que justamente se enrosca alrededor de un eje.

 

  Pues bien, en el Seminario 23 en la página 66, Lacan escribe esa figura y dice: “un nudo se escribe habitualmente así. Esto ya da una S.”

En ese momento la figura evocada por Hogarth alude para Lacan a la recta infinita y el agujero que la envuelve.

 

  Prosigue entonces: “He aquí algo que tiene mucha relación con la instancia de la letra. Y además esto da un cuerpo verosímil a la belleza. (…) finalmente, esto tendería a ligar la belleza con algo distinto que lo obsceno. En resumen, solo sería bella la escritura. ¿Por qué no?”.

 

  La novedad que le proporciona el nudo es la posibilidad de escribir lo real de un goce que transcurre entre Imaginario y real y que no se reduce al goce fálico.

Ubico entonces mi resonancia en serie con las otras.

 

  La imagen a la que hace mención Andrea evoca para mí el entusiasmo que puede a veces embargarnos y que alude al instante en el que comprobamos que nuestra práctica –como dice Lacan– ¡a veces hasta resulta eficaz! cuando constatamos la incidencia vivificante que una palabra nos puede permitir verificar frente a la mortificación y al desamparo estructural de cada uno frente al exilio de la No relación sexual.

 

 


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