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Comentario al libro “El Malestar en la Cultura neoliberal” de Sebastián Plut

18/12/2018- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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El libro de Sebastián comienza con un interrogante cuya incisiva formulación recorre de punta a punta el texto: ¿es el neoliberalismo parte de la cultura? En otros términos: ¿es esta organización de ideas, dispositivos o conjunto de prácticas discursivas, un producto cultural o más bien una máquina empeñada en destruir lo que de civilizado resta en el ser humano? La multiplicidad de escenas, ángulos y perspectivas que el autor despliega a lo largo del texto se sirve del interrogante citado para desgranar aristas tan apasionantes como reveladoras de la impronta con que la coyuntura actual afecta los cuerpos en el decir cotidiano.

 

 

 

        

                     Editorial Letra Viva. Buenos Aires. 2018 

 

 

El gendarme suelto

 

  El libro de Sebastián comienza con un interrogante cuya incisiva formulación recorre de punta a punta el texto: ¿es el neoliberalismo parte de la cultura? En otros términos: ¿es esta organización de ideas, dispositivos o conjunto de prácticas discursivas, un producto cultural o más bien una máquina empeñada en destruir lo que de civilizado resta en el ser humano?

 

  La multiplicidad de escenas, ángulos y perspectivas que el autor despliega a lo largo del texto se sirve del interrogante citado para desgranar aristas tan apasionantes como reveladoras de la impronta con que la coyuntura actual afecta los cuerpos en el decir cotidiano.

 

 

El individuo

 

  Así es como el par civilización barbarie es desmontado para dejar expuesta la falacia en que se ha asentado el imaginario constitutivo de esta nación, cuyo origen colonial se torna tanto más presente cuanto más se lo niega o disfraza de huecas promesas e intenciones. 

 

  No por casualidad, el capítulo “El otro en mí” traza ese rasgo que Freud terminó por afirmar en su “Psicología de las masas…”, a saber:

 

“En la vida anímica del individuo el otro cuenta, con total regularidad como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social”.

 

  De allí la presencia en toda subjetividad de, por ejemplo, ese Otro amenazante que Sebastián bien sabe ilustrar con la figura de los “choripaneros” o “grasa militante”, y que ahora este gobierno extiende de manera desembozada a los inmigrantes que construyeron (y construyen) el país.

 

  De manera que si la presunta civilización necesita inventarse la presencia de un Otro maligno y salvaje para constituirse, la barbarie es el núcleo de toda organización humana.

 

  Así, la cultura lleva en sí misma el germen de su propia destrucción, y no podría ser de otra manera si como bien nos sugiere Sebastián el peligro que amenaza toda conquista o logro civilizatorio no es otro que el “individuo”, esa ilusión que –por negar la alteridad que nos habita– ocupa para la meritocracia neoliberal un lugar de privilegio como ariete de su nefasta empresa.

 

  No en vano: “El que quiera estar armado que ande armado” dijo nuestra ministra de Seguridad en la semana del desarme de las Naciones Unidas. Ahora que florecen los epígonos de Bolsonaro, hay que reconocer que el texto de Plut nunca podría haber sido más oportuno y pertinente.

 

 

El exceso

 

  De hecho, como para probar que toda violencia tiene una raíz simbólica, Sebastián se detiene en el lenguaje cotidiano que constituye, replica y brinda consistencia a la ilusión neurótica del individuo. En su análisis cita a un trabajador –un chofer de taxi– cuando dice: “Macri va a terminar con la inflación, va a haber recesión y desempleo pero va a bajar la inflación”, luego de lo cual agregó: “la cosa se va a poner jodida para los pobres”.

 

  Tras destacar la ausencia de fundamentación para tamaña esperanza respecto a la inflación, Plut pone el foco en el uso del adversativo “pero”, cuya función –señala– consiste en anular el peso de la recesión y el desempleo. Desde ya, un llamativo argumento en boca de alguien cuya condición de trabajador le basta para revistar entre los damnificados por el brutal ajuste que hoy soporta esta nación.

 

  Al respecto, Sebastián recurre a la figura del exceso para ilustrar la manera en que la identificación con el superyó hace del individuo el gendarme de su propia miseria y denigración.

 

  Cita entonces el argumento empleado  por algunos funcionarios en ocasión de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado: “algún gendarme suelto le habría pegado sin saber que lo hería gravemente”. Tras dejar en claro, por si era necesario, que tal supuesto “exceso” no es más que el corolario de una precisa determinación política.

 

  Plut ensaya una pregunta crucial: “¿Habrá mucha distancia entre un gendarme suelto y el emprendedor meritorio que tanto se ensalza últimamente?” Creemos que no. El individuo aislado, desocializado, el sujeto que argumenta sus derechos porque “yo pago mis impuestos”, es el actor (y el valor) que pretende imponerse.

 

  La figura del que solo depende de sí mismo, de su esfuerzo y su voluntad, cual si su destino no estuviera también atado a un conjunto de factores que lo exceden y a un puñado de pertenencias de origen y/o elegidas, se parece notablemente a la imagen de un gendarme suelto”. Bien: ¿Qué más para explicar el exabrupto de la ministra de Seguridad de la Nación: “El que quiera estar armado que ande armado”?

 

 

El “deseo” justiciero

 

  Al respecto, señala Sebastián que no es el antagonismo la condición de la violencia sino, antes bien, el empuje por suprimirlo. Así, el individuo que tal como el lema del coloquio de Idea clama “Soy yo y es ahora”, no hace más que encarnar en el semejante su propia división subjetiva, de la cual nada quiere saber.

 

  El “gendarme suelto” hace del Dueño o Propietario que lo explota la garantía para asegurar su ignorancia respecto a la inconsistencia que distingue al ser humano. Por algo, nada como el odio para otorgar consistencia al Ser, dice Lacan.

 

  Luego, no hay peor Amo que el propio narcisismo. De allí el énfasis que Sebastián ubica en el lazo social, es decir: en la identificación con grupos, Ideales y símbolos capaces de brindar cierta cohesión al conjunto social por encima de los imperativos pulsionales de los que se sirve el individualismo.

 

  Si el prójimo es la sombra que atestigua la inquietante alteridad que nos habita, no es para sorprenderse por la pretendida transparencia con que el discurso neoliberal impregna sus dichos.

 

  La reificación de ideales como Honestidad, República, Libertad, Justicia, etc.; constituye la oscura contrapartida de este rechazo al semejante por el cual los emblemas que brindan cohesión al conjunto social quedan vacíos de contenido. De allí el empobrecimiento simbólico que, cual marca en el orillo, distingue a todo proyecto neoliberal.

 

  “El que quiera estar armado que ande armado” es el más fiel testimonio de una subjetividad signada por el violento delirio de, por fin: vivir sin conflicto. De esa peligrosa ilusión surge el electorado que, a pesar de su empobrecimiento, sostiene al gobierno de los Ceos.

 

  No en vano, en el minucioso análisis que Sebastián ha realizado del discurso de asunción de Macri, un falaz “deseo” justiciero es el que predomina por sobre los demás, tal como ocurre con los líderes del partido republicano en Estados Unidos y, aventuramos, con el presidente fascista recientemente electo en el vecino Brasil, del cual nuestra ministra de Seguridad demuestra ser admiradora.

 

  Lo cierto es que esta subjetividad “justiciera” aspira a borrar el conflicto propio de la pasta humana, ese malestar estructural que Freud bien describió en “El Malestar en la Cultura”, tarea cuya imposible realización desemboca en hacer cargo al Otro por las miserias que toca sufrir.

 

  La gente “justiciera” –el gendarme que anda suelto- considera como decía Leibniz que para todo hay una causa, la cual es menester eliminar: de esta forma, el síntoma es un accidente a extirpar.

 

  No es de extrañar entonces que Lacan atribuyera a Marx la invención del síntoma, habida cuenta de que aquello molesto y perturbador resulta de reprimir la oscura satisfacción proveniente del orden que la subjetividad “justiciera” dice defender y preservar.

Para decirlo todo: se goza de que el otro no tiene.

 

 

La Corrupción y sus destinos

 

  Quiero señalar el acierto de Sebastián en partir del sujeto para intentar explicar la emergencia de un Poder enemigo de lo humano que amenaza a la cultura. La cuestión es por demás significativa habida cuenta de que explica la íntima relación que guarda el psicoanálisis con la política, y que invita a interrogar por “La Corrupción y sus destinos”, tal como hace Sebastián en un capítulo homónimo.

 

  Por lo pronto, privatizar la política es la hábil maniobra que el neoliberalismo ensaya a partir de exacerbar las oscuridades de cualquier gestión que rechace el mandato del mercado. Así la cosa pública pasa a ser tema de los técnicos que, sin pasión ni egoísmos, resolverían con transparente objetividad los problemas que la ideología ha causado.

 

  Desde esta perspectiva los corruptos siempre son los otros, da igual si quien ocupa el actual cargo de presidente es un empresario cuya sola ambición radica en beneficiar sus negocios.

 

  Para quien sostiene con su palabra, voto o abstinencia esta posición, la política en tanto práctica de la tramitación del conflicto inherente a la comunidad humana parece algo sucio y alejado de sus actos y consecuencias. No hay que ahondar mucho para concluir que tras este prejuicio se esconde una fobia radical hacia toda manifestación que suponga reclamo, conflicto o alteración de la “normalidad” por parte de “vagos que no quieren trabajar”.

 

  La subjetividad “justiciera”, el gendarme que anda suelto para decirlo de una buena vez, rechaza los cuerpos en la calle (salvo cuando se trata de linchar a un arrebatador de celulares, claro). No es para menos, el encuentro con el semejante más allá de las mediaciones que imponen los relatos del poder fáctico, amenaza la ilusión que por excelencia convoca al individuo neoliberal: vivir satisfecho y a salvo de la diferencia que encarna una alteridad actualizada allí en carne y hueso.

 

  Por algo decía Spinoza: “Nadie ha determinado (...) lo que puede el cuerpo”[1],  para más datos: el prójimo, eso del cuerpo de lo cual –como refiere Lacan– no se tiene idea: lo que el coloquio de Idea deja por fuera, lo que resulta intolerable al gendarme.

 

 

Sí, se puede

 

  Desde esta perspectiva, se hace por demás interesante el minucioso análisis que Sebastián hace del actual presidente Mauricio Macri del cual se destaca el rasgo del cansancio y que, según la interesante conjetura del autor, explica el énfasis en el “Sí, se puede” que animó hasta no hace mucho gran parte de la campaña electoral y la gestión de Cambiemos.

 

  De esta forma, el “Sí, se puede” no sería más que el reflejo de un gendarme suelto cuyo único argumento hoy restante es el odio contra un padre gozador. Dice el autor:

 

“Uno de los eslóganes de Cambiemos y que Mauricio Macri repite es ‘Sí, se puede’, expresión que admite un doble análisis. Por un lado, es una frase utilizada para arengar a sus seguidores, para entusiasmar a sus partidarios y votantes, y para insuflarse a sí mismo una cuota de energía. Por otro lado, esa frase puede ser entendida como una respuesta, como una reacción a otra frase no expresada.

 

En efecto, quien afirma `sí, se puede’, está respondiendo a un interlocutor (real o imaginario) que le dice (sentencia) que no podrá. De este modo conjeturamos que Mauricio Macri libra día a día una batalla desde el punto de vista de su subjetividad, una pugna entre recurrir a estímulos que lo vitalicen y caer en un estado de desfallecimiento”

 

 

Opinión pública

 

  Bien, para terminar me gustaría referirme al abordaje que el autor realiza de los medios en la cultura neoliberal. Atento a su rescate y valoración de los procesos colectivos, Sebastián parte de una distinción esencial a su análisis según la cual la masa –en tanto “designación de los movimientos populares que se caracterizan por su heterogeneidad y, a su vez, recogen y reelaboran tradiciones diversas”– no se corresponde necesariamente con la Opinión Pública.

 

  A tal efecto, Plut cita un párrafo de Freud en el que se puede apreciar cómo la subjetividad del gendarme suelto recibe de la prensa su propio mensaje de forma invertida:

 

“Supongamos que en un Estado cierta camarilla quisiera defenderse de una medida cuya adopción respondiera a las inclinaciones de la masa. Entonces esa minoría se apodera de la prensa y por medio de ella trabaja la soberana «opinión pública» hasta conseguir que se intercepte la decisión planeada”.

 

Sebastián concluye: “Si, como dice Freud, cuando un Estado adopta una medida acorde con las necesidades de la masa, una minoría se apodera de la prensa y desde ella pretende modelar la opinión pública, es posible entonces proponer cierta oposición, aunque sea relativa, entre masa y opinión pública”.

 

  Entre otros factores, el agrupamiento con que Plut caracteriza a la opinión pública no exige la co-presencia física y se caracteriza por una actualidad permanente. Recuerda que:

 

“en su texto sobre las masas, Freud dice que la Opinión Pública se crea por la necesidad de sujetos débiles de reforzar su acto intelectual y afectivo ‘por la repetición uniforme de parte de los otros´”.

 

  De esta manera, a efectos de este comentario bien podríamos concluir en que la opinión pública es el hábitat preferido del gendarme suelto. No por nada, Sebastián toma una cita de Gabriel Tarde cuyo texto refiere:

 

“Inventar un gran objeto de odio para uso del público, sigue siendo uno de los medios más seguros de convertirse en uno de los reyes del periodismo”.

 

  Temprana denuncia de la exacerbación de los impulsos primarios que hoy toma dimensión institucional con los dichos de la ministra de Seguridad de la Nación: “el que quiera estar armado que ande armado”, testimonio de un producto cultural que destruye la cultura.   

 



[1] Baruch de Spinoza: “De la servidumbre humana y de los afectos, Demostración de la Proposición IV”, en Ética demostrada según el orden geométrico, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 106.   


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