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Presentación del libro: “Analistas en sesión. Crónicas de psicoanálisis con niños y adolescentes”, de Rebeca Hillert (compiladora)

13/11/2018- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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Entre las numerosas y estimulantes resonancias que el libro de Rebeca despertó en mi lectura elijo mencionar en primer lugar la cuestión del trabajo con los padres. No sólo en las entrevistas sino en la clínica de los practicantes, esto es: en las consideraciones, cálculo y discusiones del equipo. De hecho una de las riquezas del libro reside en que su texto alberga distintas posiciones en el delicado tema del lugar de los adultos en el tratamiento de niños y adolescentes.

 

  

                             

 

                  Editorial Letra Viva. Centro DOS*. Buenos Aires. 2018

 

  Quiero agradecer a Rebeca Hillert la gentileza de haberme invitado a este encuentro de resonancias a partir de su texto Analistas en sesión, del cual Rebeca es autora y compiladora. He disfrutado mucho la lectura de este libro, las crónicas que aquí se presentan, el despliegue de las intervenciones de los analistas, como así también el apartado que en cada capítulo alberga las discusiones entre los miembros del equipo.

 

  Entre otras muchas impresiones, experimenté cierta nostalgia de mis años en el Hospital Álvarez y esa privilegiada convivencia con colegas que tanto enriquece al practicante. En este punto, el libro testimonia la presencia de un equipo que, en el desarrollo de su clínica, ofrece una gama de temas apasionantes para indagar e interrogar, a veces formulados de manera de explícita, otras quizás apenas insinuados pero no por ello menos presentes o transitados.

 

  Por ejemplo: el lugar de los padres en el tratamiento de niños y adolescentes; el recurso del juego; el lugar del analista; la función de una institución; la asociación libre en niños, el fin de análisis en niños; de qué se adolece en la adolescencia; la función del Edipo, etc.

 

  Entre las numerosas implicancias que el libro de Rebeca despertó en mi lectura, elijo mencionar en primer lugar la cuestión del trabajo con los padres. No sólo en las entrevistas sino en la clínica de los practicantes, esto es: en las consideraciones, cálculo y discusiones del equipo.

 

  De hecho una de las riquezas del libro reside en que su texto alberga distintas posiciones en el delicado tema del lugar de los padres en el tratamiento de niños y adolescentes.

 

  Así, a partir de una interesante crítica a cierta lectura de la “Nota sobre el niño” donde Lacan ubica al niño como síntoma de la pareja parental o bien como objeto en el fantasma de la madre, Rocío Svartzman sienta toda una interesante posición cuando expresa: “que, para que haya efectos en la posición subjetiva de ese niño las intervenciones son ahí, con el niño.

 

  Entendiendo que el síntoma se arma con lo que se tiene a mano, y por lo tanto habrá relación entre lo que le sucede al niño y lo que dicen sus padres, pero eso no será una relación causal”.

 

  Por su parte, Gabriela Reggiani opina: “si los padres pueden escuchar y ver a tiempo el abismo al que se asoma el hijo, la simbolización será posible y la palabra hará su aparición pudiendo, tal vez, acotar algo de la mudez pulsional. Es tarea del analista, muchas veces, hacer que los padres escuchen ese llamado, ser una suerte de portavoz del niño o adolescente que tenemos en tratamiento. Es una apuesta a la transferencia que pueden tener los padres con el analista de su hijo, al que le suponen un saber”.

 

  Lo cierto es que en una entrevista con padres no hay Un niño, sino dos, el niño que habita en el fantasma de la madre, el niño que habita en el fantasma del padre. Por eso, tal como ocurre en entrevistas con parejas, se trata de barrar el Nosotros. Esto es: ¿Qué te pasa a vos con tu hijo? y que cada Uno despliegue su decir.

 

  Lo cierto es que cualquiera sea el caso, padre y madre no estarán hablando más que de sí mismos. Y por otra parte, aún si la entrevista se sostiene con uno solo de ellos, se puede advertir si en el discurso de esa madre o padre, hay lugar para un Otro o si, por el contrario, el niño –en tanto objeto– colma el deseo en el fantasma de la persona que cumple con la función materna.

 

  Situación desde ya por demás complicada, habida cuenta de que, salvo excepciones, resulta difícil contar con la colaboración y mucho menos con la transferencia de los padres.

 

  Un claro ejemplo se deja ver en la continuidad que rige en algunos casos entre el cuerpo de la madre y el cuerpo del niño. Esto es: se enferma la madre: se enferma el niño, por lo general no bien alguna mejoría aparece en el tratamiento. Aquí no hay apropiación del cuerpo en el sujeto porque no hay trabajo psíquico alguno.

 

  En la afortunada situación que exista el malentendido de los progenitores o quienes sea cumplen la función paterna y materna, la singularidad del niño estará presente en el síntoma que –en tanto compromiso– interpreta el desencuentro de los padres.

 

  Desde este punto de vista, acuerdo con Rocío cuando refiere que no hay relación causal entre lo que le sucede al niño y lo que dicen los padres, si es cierto que desde la perspectiva psicoanalítica la causa está perdida. En todo caso llegamos a cernir algo de la singularidad del sujeto, jamás atraparla. Por algo decía Freud que analizar es tan imposible como educar o gobernar.

 

  Pero también acuerdo con Gabriela Reggiani, habida cuenta que, al menos en mi experiencia en el tratamiento con niños y adolescentes, resulta por demás significativa la incidencia que la intervención sobre los padres ejerce sobre los síntomas que padece un chico.

 

  Esta perspectiva brinda por su parte toda una traza para abordar los puntos claves en que consiste el pasaje de la niñez a la adolescencia. Desde la perspectiva aquí enunciada propongo considerar que la pubertad comienza cuando el sujeto ya no está dispuesto a oficiar como síntoma de la pareja parental, esto es: cuando no está dispuesto a responder, con su síntoma, a la pregunta que orienta el interés psíquico en la niñez, a saber: ¿qué desea la madre?

 

  Por el contrario, el intervalo que recorre el indispensable desasimiento de los objetos incestuosos propio del tránsito adolescente prepara el terreno para, en el mejor de los casos, conformar un compromiso que ya no responde al malentendido de los padres, si no a la pregunta que concita el interés de todo hombre, mujer, trans, travesti y cuanto género por inventar contemple la raza de los seres hablantes, a saber: ¿qué desea una mujer?

 

  Por ejemplo, en la crónica que presenta Marcela Bacce, se aprecia como el significante “molesto” con que la madre califica el nuevo y sorprendente comportamiento de su hijo hace sintonía con el síntoma que presenta el niño. Dice la analista: “Capturado por el discurso materno utiliza casi los mismos términos que Flora {la madre} para decir: ‘Mi problema es mi papá. Es como si no tuviera papá. Él ya tiene su familia. Tiene su hijo varón’”.

 

  Por su parte, en la crónica que presenta Gabiela Reggiani, se aprecia en cambio que la sexualidad de Milena –la paciente de 13 años en tratamiento– fuerza una suerte de duelo en la madre, ciertamente muy bien asistida por la analista con el fin de que esta mujer acceda a brindarle un lugar a la púber. 

 

  La articulación entre entrevistas con padres y el análisis con niños se deja ver en más de una de las crónicas del libro. Por ejemplo, en la brillante relación que establece Nancy Lista entre la imposición de ser feliz que padece el paciente y el nombre de la madre Feliz-a.

 

  Y también en la crónica de Viviana Lanseros, cuya intervención sobre la aplastante demanda materna hace que este púber en tratamiento comience a jugar, no sin antes mediar la oportuna maniobra de la analista, quien ante la pregunta del niño: ¿sabés jugar?- responde: No, para así ilustrar la posición de objeto que por excelencia le cabe al practicante y que en este caso posibilitó el despliegue subjetivo del paciente.

 

  Ahora bien, esta posición de objeto que ocupa el analista me ha hecho apreciar y disfrutar el trabajo de Rebeca en la crónica Edipo, había una vez en la cual la autora y compiladora de este libro cuestiona el tres freudiano para sí destacar el cuatro lacaniano.

 

  Me gusta considerar que, al menos en lo que a tratamiento con niños se refiere, el cuatro se compone con el propio analista, quien –si nos servimos del esquema Lambda–, ocupa según los casos el lugar de Gran Otro o el lugar de objeto causa que divide al sujeto.

 

  Me gusta considerar que en algún lugar del tránsito sobre el eje simbólico transita como en un riel la singularidad del sujeto. Comparto entonces una breve viñeta de mi práctica para ilustrar el punto:

 

  Una niña de nueve años de edad cuya inquietud motora la empujaba a llevarse por delante todo cuanto se le cruzaba en el camino compañeros de escuela incluidos, se quedaba extasiada ante los videos que mostraban atroces choques de trenes a lo largo y ancho del mundo.

 

  Sentada en el diván, y fascinada por el horror, exclamaba: Miraaaa!!!, cada vez que un convoy descarrilaba en una curva, caía de un puente o atravesaba un micro en un paso nivel. Miraaa!!! gritaba…, mientras su cabeza giraba hacia mí que, sentado a su lado, asentía, también fascinado, aunque no por los trenes.

 

 Luego nos sentábamos en el piso y, con unos vagones y una locomotora de juguete, durante largos minutos construíamos un tren. La acción –realizada con notable concentración era acompañada con un fonema, similar al sonido que emite la bocina del tren, y que la niña repetía con fruición: mmm, mmm, mmm….

 

  Mi conjetura es que, suplencia mediante, la niña se construía el cuerpo que la forclusión le había denegado. El artificio del video con la presencia del analista como testigo le permitía sustraerse del eje imaginario a-a´que la conminaba a tropezar con todo objeto que tuviera delante. De esta forma, los choques quedaban a cargo de los trenes del video, mientras la singularidad de la niña encontraba un respiro en la sustracción propia de la fugacidad del sujeto.

 

  En su comentario al famoso diálogo entre los dos paisanos judíos que Freud cita en su texto sobre el chiste, Lacan observa que no se trata de Lemberg ni de Cracovia –en este caso el aplastante encierro conformado por el eje imaginario de los choques de los cuales la niña era objeto– sino la función de lo escrito que está en la vía férrea donde “el objeto (a)[…] es el riel”[1] .

 

 

  Para terminar, las muy interesantes crónicas de este libro me hicieron tomar notas de algunas particularidades de mi propio estilo de intervención en la clínica con niños y adolescentes. Advierto que empleo con frecuencia cambios de posición corporales. Suelo sentarme en el piso, aún cuando el niño permanezca sentado en una silla, de esta forma, advertí que más de una vez el paciente tomó la palabra para comprometerse en el dicho.

 

  Por ejemplo, cuando un niño de siete años de edad expresó que la razón por la cual le pegaba a sus compañeros de escuela era porque ellos podían copiar en el pizarrón y él no. También, si bien no es frecuente, me he servido del corte de sesión, la última vez cuando un niño de diez años de edad, en la tercera sesión, dijo: creo que ya sé porque vengo al consultorio de un psicólogo: “tengo miedo de morirme”.

 

  Es común también que utilice la compu, en esos casos, dejo que el paciente me explique o me enseñe juegos, tutoriales, mapas, videos, etc.; tal como en la viñeta más arriba expuesta en la que el analista oficia como un mero testigo cuya presencia a la vez causa el trabajo del sujeto.

 

  Suelo proponer hacer música en las sesiones, ensayar percusión, cantar o emplear algunas armónicas o flautas que andan en el consultorio; por lo general hay una pelota de tenis rodando en algún lado, la cual empleo si el niño o adolescente se muestra renuente a sostener un diálogo: lo cierto es que en el ir y venir de la pelota de mano en mano suele aparecer el intercambio de alguna palabra.

 

  Con los púberes me ha resultado efectiva la tarea conjunta de preparar café en la cocina para luego sentarnos lado a lado mirando hacia el mismo objetivo, sea una planta, una pared o las gatas que habitan en mi casa. Dicho sea de paso, la presencia de animales suele ser muy efectiva para que un chico o adolescente encuentre motivo para iniciar algún diálogo.

 

  Por otra parte, al trabajar con niños que temen la oscuridad, después de transmitirles a los responsables adultos la firme indicación de que los niños deben dormir solos en su cuarto y no en la cama con los padres, me he encontrado jugando a escondernos, o incluso (a propuesta de un paciente) cerrar ventanas y entornar la luz del ambiente para jugar a asustarnos mutuamente. Si bien, obvio, en este último y puntual caso, el único asustado fui yo.

 

  

*El compilado de Rebeca Hillert, se compone de textos de los siguientes autores:

 

 

Ana Anahory

Marcela Bacce

Graciana Górriz

Cristina Vitores

Viviana Lanseros

Nancy Lista

Gabriela Reggiani

Rocío Svarzman

Rebeca Hillert

Luciano Lutereau (prólogo)

  

 

     

   Panel de presentación. Miércoles 24 de octubre. Centro DOS. Buenos Aires.

   Luciano Lutereau. Olga Pilnik. Sergio Zabalza y con la Coordinación de Patricia Hamra.

 

 



[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 11; Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1999.página 289.

 


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