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Presentación del libro “EL DESEO Y LA GRACIA. San Agustín, Lacan, Pascal”, de Sara Vassallo

24/05/2017- Por Raúl Courel - Realizar Consulta

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En cierto momento advertí que el libro movilizaba mi propio pensamiento, me impelía a decantar, a extraer una serie de consecuencias que, por alguna razón, demoraba. Parece que no me alcanzaba el deseo, es que, como sabemos, el deseo no es sin Otro. Bueno, parece que mi deseo hibernaba sin el deseo del Otro y a mi voluntad le faltaba la ayuda de la Gracia, que en este caso vino a presentarse en la forma de Sara Vassallo. Como ella observa: “sin la Gracia no hay acto”.

 

 

  

 

      Editorial: Nube Negra. Rosario. Argentina. 2016 ISBN: 978-987239092-1          

      Páginas: 304

 

 

  Buenas tardes a todos, quiero en primer lugar agradecerle a Sara Vassallo que me haya invitado a participar de la presentación de este libro que he tenido el gusto de leer y de apreciar el valor y la utilidad que a mi modo de ver tiene para el psicoanálisis; esto debido a que es el resultado de una tarea que creo excepcional, no sólo por su calidad sino por los temas que aborda y la perspectiva y método con que lo hace. Es un tipo de trabajo que hoy hace especialmente falta. Trataré de transmitir en el breve tiempo que tenemos una idea aproximada de por qué lo pienso.   

  A título de propedéutica quiero decirles que preparar esta presentación me dio mucho trabajo. Leí el libro entero primero y hay partes que leí varias veces, tomé notas, montones de notas, el documento en la computadora llegó a tener 40 páginas. Fue una locura, hace una semana no encontraba manera de llegar a algo coherente. ¿Qué podría decir sobre algo que encuentro no sólo muy rico sino excelentemente hecho? Una vez que uno eligió las ideas con las que va a trabajar, si su hacer con ellas es consistente, sin contradicciones ni ambigüedades, si el lector coincide con esas ideas de partida encuentra bueno el resultado. 

  Puede parecer curioso que este elogio se refiera a un trabajo que se ocupa justamente de mostrar, y demostrar, el poder generador que tienen los pensamientos disímiles y aun contradictorios en la gestación, diré, de lo humano. Yo encuentro en este libro una relación entre su textura y su factura que le da una calidad performativa de un valor único, para transmitir, por ejemplo, esto que se presenta como una especie de contrasentido: que sea posible articular sin incongruencias la función que tiene justamente la incongruencia en el pensamiento (o la contradicción, la inconsistencia, etc.), al punto que no hay pensamiento que se haga sin ellas.

  En la base de esta perspectiva está el concepto de que la incongruencia (y la disimilitud, la contradicción, la paradoja, la inconsistencia, etc.) son inherentes al funcionamiento del lenguaje, de lo que resulta como producto el sujeto, el sujeto en los términos en que lo ha ceñido el psicoanálisis y cuya estructura se reconoce también en la religión, según bien se muestra (y demuestra) en el texto. Quisiera recordar que Lacan, en “L’Étourdit”, decía que “ninguna elaboración lógica (…) desde antes de Sócrates y de otras tradiciones que la nuestra, procedió nunca de otra cosa que de un núcleo de paradojas”[i]. Estaba refiriéndose a qué hay que encarar (las paradojas) y también a cuál es el camino que había propuesto seguir: el de la lógica.

  Pero antes de entrar más en tema vuelvo un instante a mi trajín con esta presentación. En cierto momento advertí que el libro movilizaba mi propio pensamiento, me impelía a decantar, a extraer una serie de consecuencias que, por alguna razón, demoraba. Parece que no me alcanzaba el deseo, es que, como sabemos, el deseo no es sin Otro. Bueno, parece que mi deseo hibernaba sin el deseo del Otro y a mi voluntad le faltaba la ayuda de la Gracia, que en este caso vino a presentarse en la forma de Sara Vassallo. Como ella observa: “sin la Gracia no hay acto”.

  Aquí estamos entonces en la médula misma del título del libro, “El deseo y la Gracia”: el deseo, un concepto medular del psicoanálisis, y la Gracia, un concepto medular del pensamiento teológico-religioso. El análisis del disenso entre San Agustín y Pelagio, por ejemplo, nos enseña una homología entre, por un lado, la convergencia que hay entre la voluntad del querer o el querer de la voluntad y la Gracia divina para ganar la salvación y, por otro, la convergencia que hay entre el deseo y el deseo del Otro[ii]. En ambos casos en torno a una falla o vacío en el sentido que es fundamental.

  Se encuentra la misma estructura entre el libre arbitrio y la ayuda de Dios: el libre arbitrio no desaparece por la ayuda divina sino que se afirma en conjunción con ella, no se excluyen, concurren a la consecuencia; lo mismo sucede para el psicoanálisis entre el deseo y la ley (la ley del lenguaje, se entiende, no la ley positiva).    

  Son varios los temas a los que me gustaría referirme pero el tiempo no lo permite, por lo que voy a hacer sólo unas pocas reflexiones que son las que me llevaron a encontrar este libro de la mayor utilidad para las tareas que tenemos por delante en el psicoanálisis. 

  Destacaba la atención que se presta a la función que tienen las inconsistencias (finalmente usaré esta palabra en sentido genérico, para englobar distintas incongruencias, disimilitudes, contradicciones, paradojas, aporías, etc.) en el ejercicio del lenguaje y en la producción del sujeto.

  Los análisis de los textos y debates de los autores que son considerados (San Agustín, Pascal, Lacan, Sartre y varios otros) muestran que los pensamientos que vehiculiza cualquier discurso necesitan que sea posible afirmar tanto una cosa como la contraria, para realizar justamente su función de discurso, que es la de hacer lazo social, sociedad (que no se hace de cualquier manera).

  Está claro a lo largo de todo el libro que el principio de no-contradicción y el de identidad, que son principios de la lógica, tanto de la clásica aristotélica como de la moderna lógica matemática, están precedidos por el hecho evidente de que el hombre ha pensado, ha tenido pensamientos, desde bastante antes que se inventara la lógica. Lo advertía Barthélemy Saint-Hilaire cuando comenzaba el prefacio que escribió de la lógica de Aristóteles diciendo: “Los hombres han razonado con perfección mucho antes que la lógica estudiara las leyes del razonamiento”[iii].

  Pero sucede que los hombres no sólo razonaban con perfección, por eso en el seminario sobre la psicosis, Lacan subrayaba que en el pensamiento de cualquiera, no sólo en el de Schreber sino en el de todo el mundo, nada obstaculiza que algunos sean los que en la lógica formal son contradicciones. “No hay contradicción lógica”, decía, “hay una contradicción vivida, viviente, seriamente planteada y vivamente experimentada por el sujeto…”[iv]. Su idea, allí y después, esencial en el psicoanálisis, es que no hay lenguaje sin funcionamiento del lenguaje, es obvio, y tampoco hay enunciados sin enunciación (vale tanto para los enunciados hablados como para los escritos). No obstante, para nada desatendía la dimensión lógica de la contradicción o de distintas inconsistencias, que se leen en enunciados, sólo en enunciados, específicamente en enunciados escritos[v] (así lo subraya en el seminario 18: “sólo hay cuestión lógica a partir del escrito”[vi]).

  Querría traer algunos ejemplos de inconsistencias, de las que decimos que están en el lenguaje desde antes que se inventara la lógica, que se presentan en el discurso psicoanalítico escrito, porque es a este respecto que veo el valor de este libro para el psicoanálisis.

  La obra de Lacan, como antes la de Freud, comprende un extenso conjunto de conceptos muchos de los cuales se muestran, son vistos, como incongruentes o incompatibles entre sí. Un ejemplo lo da la cuestión del matema, yo la llamo la “aporía del matema”, porque es una aporía. Por un lado Lacan dice: “la formalización matemática es nuestra meta, nuestro ideal (…) porque sólo ella es matema, es decir, transmisible íntegramente"[vii], pero al mismo tiempo afirma que “el truco analítico no será matemático” y que “por eso mismo, el discurso del análisis se distingue del discurso científico"[viii].

  Otro ejemplo: Lacan propone, en su escrito “La Cosa Freudiana”, familiarizarnos con una “matemática dialéctica”[ix]. Es un oxímoron, en verdad no puede haber una matemática dialéctica. La matemática supone la identidad de cada término, digamos cada “letra”, consigo misma, mientras que la dialéctica supone que cada término, digamos cada “significante”, puede significar cualquier cosa menos a sí mismo. “Para que se inaugure el discurso matemático”, observaba Lacan, “hay que desembarazarse de este postulado inicial"[x].

  El punto es que encontramos proposiciones, que han funcionado como fuertes orientadoras de la teorización del psicoanálisis (lo que se escribe sobre su práctica), que son acompañadas por otras que parecen discordantes con ellas o que a veces las contradicen. La estructura del conjunto se ve así paradojal o inconsistente. Uno entonces se ve llevado a pensar que el conjunto de la obra escrita, no sólo de Lacan sino también de Freud, el conjunto que hacen ambas, tiene una estructura discursiva que no es posible aprehender sin analizar el papel que juegan las distintas figuras de la retórica. Varias tienen en común que sirven para decir lo que en lógica serían proposiciones falsas, por ejemplo: el oxímoron[xi], la elipsis[xii], la sinécdoque[xiii] y el anacoluto[xiv]. Precisamente, la función que éstas tienen en el discurso teológico-religioso y en el psicoanalítico es examinado por Sara Vassallo en su texto. Es una línea de abordaje que no es la misma que la de la lógica, la cuestión interesante es qué lugar puede ella tener en el psicoanálisis, que no es necesariamente el mismo que se le llega a dar.

  Lacan dedicó décadas a llevar al psicoanálisis por el camino de la lógica, decía que “construir al sujeto como se debe, a partir del inconsciente, es asunto de lógica”, y que si bien el primero en señalarlo fue él, eso ya estaba claro en los textos de Freud[xv]. Recordemos también su “nunca traté de ser original… traté de ser lógico”[xvi]. Afirmaba, en esa tesitura,  que “sólo el aparato lógico puede demostrar que el deseo no puede decirse”[xvii]. Para él se trataba, finalmente, de “llevar cada vez más lejos el primado de la lógica que está en lo verdadero de la experiencia”[xviii].

  Se entiende que esta empresa implique necesariamente un desafío no sólo para el psicoanálisis sino también para la lógica, puesto que “lo verdadero de la experiencia”, cuando se trata de discursos (no sólo el psicoanalítico) es reacio a reducir su sentido a un valor de verdad, y no sólo a uno que sea finalmente sólo uno de dos: verdadero o falso. En el psicoanálisis hace, obviamente, a que en el inconsciente no rige el principio de no-contradicción, pero esto no puede reducirse a que, cabiendo en su formalización la utilización, por ejemplo, de la implicación material, que acepta que de lo falso se llegue a lo verdadero, se tenga el núcleo de saber suficiente que hace falta en el psicoanálisis.

  La vía de la logicización es decididamente temprana en Lacan, ya en 1958, en una comunicación para un Congreso titulada “El psicoanálisis verdadero y el falso”, decía que el tipo de causalidad que implican “las leyes y los efectos propios del lenguaje”[xix] es una “causalidad que hay que denominar lógica más que psíquica”, pero también advertía la imposibilidad de encajar el lenguaje y todos sus productos en formalizaciones lógicas, por eso agregaba: “eso “si damos a la lógica la acepción de los efectos del logos y no solamente los del principio de no-contradicción”[xx]. No sólo subrayaba que “el uso de la lógica no debe reducirse a una tautología”[xxi], también hacía observaciones como esta: “Increíblemente la cosa desembocó en consecuencias absolutamente locas, hubo personas que imaginaron que con la lógica (…) se encontraría un medio (…) para tener (…) nuevas ideas, como si no hubiera ya bastantes así”[xxii].

  Estas proposiciones, y otras de no menor incidencia en el psicoanálisis, se pueden separar y agrupar en dos grupos o series de sentidos una veces disímiles otras claramente discordantes, que llevan a buscar significaciones que las hagan compatibles. Hay entre ellas un hiato, oscuro en cuanto a qué significa; no hay nunca a mano explicaciones suficientes que llenen de manera acabada ese vacío de sentido, ese agujero, ni puede llenarlo una operación lógica binaria, que concluya en un verdadero o falso. Es aquí donde creo que este libro nos enseña una vía otra que la de la logicización, aunque, quiero subrayarlo, sin que sea necesario rechazar esta última.

  Hay en la última parte un “Anexo”, éste es el título de un capítulo extraordinario que ofrece, a mi modo de ver, una excelente condensación de lo medular de todo lo tratado (el subtítulo de este “Anexo” es Un anacoluto en la Epístola a los Romanos (V-12) de San Pablo). Creo que Sara Vassallo tuvo sus dudas acerca de si no hubiera sido mejor que lo titulara “Conclusiones”. No sé, mi lectura es que todo el libro conduce a lo que hay en este “Anexo”, que la ilación del conjunto acaba encontrando en el anacoluto[xxiii] no una síntesis ni un cierre sino una decantación, incluso el comienzo de algo. Sería un plus, pero no en el sentido de cosas que quedan un poco afuera del resto sino que van más allá.

  Bueno, el punto es que en este Anexo se analiza un anacoluto[xxiv], reconocible en “La epístola a los Romanos”, que se puede presentar así: “Estamos salvados, por eso fuimos pecadores”. El análisis que se hace es una verdadera exquisitez. Sólo diré algo que deje entrever la riqueza que nos ofrece esta vía de trabajo, para tener en cuenta, justamente, en la lectura de los distintos aspectos discursivos en los que la lógica sólo podría llegar a decir, en última instancia, “verdadero” o “falso”, obligada a dejar de lado aspectos del sentido que se presentan justamente como contrasentidos o como insuficiencias de sentido. 

  Habrán advertido que entre la primera parte del anacoluto, la expresión “Estamos salvados”, y la segunda, que dice “por eso fuimos pecadores”, hay algo que no se entiende, que no cierra a nivel del significado. ¿Cómo es posible decir que “estamos salvados” y que “por eso fuimos pecadores”? El análisis encuentra que estas dos partes discordantes se inscriben en distintas series de ideas que en sus cruzamientos enseñan cómo el anacoluto se presta a producir el sentido que se quiere transmitir. Las figuras retóricas son entonces operaciones de producción, hay que agregar de “transmisión”, de sentidos que, a nivel del significado se revelan inconsistentes, en alguna de las varias formas en que la inconsistencia lógica puede presentarse.

  Aquí llegamos a una cuestión clave: ¿cómo convergen en el anacoluto, cómo se integran, ideas de significados disímiles o divergentes para producir algo que no se puede inferir lógicamente de ninguna de sus partes si no es posible dejar de contemplar la otra parte?  La respuesta, muy precisa, la enseña esta cita: “sólo un significante puede unir, en su materialidad y no al nivel del significado, dos términos (o dos series) incompatibles en cuanto a su significado”[xxv]. El concepto había sido anunciado bien al comienzo del libro, de este modo por ejemplo: “lo que vincula… a los autores (se refiere a San Agustín y a Pascal)… con el campo psicoanalítico es que el modo en que se escribe en ellos una subjetividad –que por amplio y heteróclito que sea el término, lleva el nombre de cristiana– resulta imposible de resolverse por las vías de una lógica del significado. De lo cual inferimos que esa tradición albergaba ya el germen de un sujeto que no puede surgir sin la dimensión (lacaniana) de la estructura significante”[xxvi].

  Me pregunto: ¿no es congruente con estos conceptos la posibilidad de entender no sólo los aspectos de la obra de Lacan que referí sino todo el conjunto que ella comprende? Tal vez podría pensarse el conjunto que hace no sólo la de Lacan sino el conjunto que hacen ésta y la de Freud, como un muy extenso anacoluto. En lo que me toca, se me hizo costumbre destacar que el uso de la hipérbole, el oxímoron y otras figuras retóricas son habituales en la obra de Lacan y cumplen una función esencial en su transmisión.

  Probablemente hoy nadie crea que la lógica y la retórica no tengan, ambas, importancia en la teorización del psicoanálisis, pero no estoy seguro de si en el fondo, bien en el fondo, sin mucha conciencia de eso, prima una tendencia a reducir las cosas a una disyunción exclusiva. Pienso que cuando Lacan dice “… los conmino a no omitir nada de lo que se produce en el orden de la lógica”[xxvii] no se puede no hacerlo, es una tarea necesaria; de todos modos, hay que escuchar esa exhortación junto a su aclaración de que “el uso de la lógica no debe reducirse a una tautología”[xxviii], que mencionábamos.

  El tiempo es escaso y hay muchos temas que quisiera comentar, pero serán para otra ocasión. Convendría que no reduzca el tiempo de mis compañeros de mesa excediéndome yo con el mío.

  Para terminar, no sé qué impresión le causarán a Sara mis disquisiciones sobre su libro, si es que las encontrará demasiado descaminadas le pediría disculpas, seguro que tienen muchas deficiencias por lo precipitado que fui al hacerlas. Sería un costo de esos que uno tiene que estar dispuesto a pagar cuando hace algo acicateado por otro, para mí en este caso en muy buena hora. Pero justamente por esto le agradezco a Sara no sólo su amabilidad al invitarme sino por este estímulo. Entonces mi agradecimiento a ella es doble, no es uno sino dos,  en consonancia también con estos días en que estamos diciendo no al “2x1”, es decir: que sean dos.

  Les agradezco a todos la atención.

 

 

Nota: el panel de presentación tuvo sede en el Museo Roca, Buenos Aires, el 11 de mayo de 2017.

 

 

 

 



[i] Lacan, J. (1972). El atolondradicho. Escansión. Buenos Aires: Ed. Paidós, 1984, p.65.

[ii] Vassallo, S. (2015). El Deseo y l Gracia. San Agustín, Lacan, Pascal. Argentina, Rosario de Santa Fe: Ed. Nube Negra Ediciones, 2015, p.72.

[iii] Saint-Hilaire, B. (1844). “Prefacio”, en Aristóteles, Obras completas, Tomo III. Buenos Aires: Bibliográfica Omeba, 1967, p. 257.

[iv] Lacan, J. (1955-1956). El Seminario. Libro III: Las Psicosis. Barcelona, España: Ed. Paidós, 1985, p.100-101.

[v] En “L’Étourdit” Lacan dice que “ninguna elaboración lógica (…) desde antes de Sócrates y de otras tradiciones que la nuestra, procedió nunca de otra cosa que de un núcleo de paradojas” (El atolondradicho: 65), refiriendo aquello que hay que encarar (las paradojas) y un camino para hacerlo, en este caso el de la lógica, que es el que promoverá.

[vi] Lacan, J. (1971). El Seminario. Libro XVIII: De un discurso que no fuera del semblante. Buenos Aires: Ed. Paidós, 2009, p.54.

[vii] Lacan, J. (1972-1973). El Seminario. Libro XX. Aún. Buenos Aires: Ed. Paidós, 198,  p.144.

[viii] Idem, p.141.

[ix] Lacan, J. (1956). La cosa freudiana, o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis. En Lacan, J. (1966). Escritos. Vol. I. Trad. Tomás Segovia. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008, p.404.

[x] Lacan, J. (1969-1970). El Seminario. Libro XVII: El reverso del Psicoanálisis. Buenos Aires: Ed. Paidós, 1992 p. 95.

[xi] Oxímoron: fig. retórica, consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto, por ejemplo: “muerto viviente”, “sentido vacío de sentido”.

[xii] Elipsis: fig. retórica, supresión de una o más palabras de una frase que, desde un punto de vista gramatical, deberían estar presentes pero sin las cuales se comprende perfectamente el sentido de la frase.

[xiii] Sinécdoque: fig. retórica, consiste en designar una cosa con el nombre de otra con la que existe una relación de inclusión, por lo que puede utilizarse, básicamente, el nombre del todo por la parte o la parte por el todo, la materia por el objeto, la especie por el género (y viceversa), el singular por el plural (y viceversa) o lo abstracto por lo concreto. Son sinécdoques: ‘acero’ como ‘espada’, ‘brazo’ por ‘trabajador’ o ‘el hombre’ por ‘el género humano’; ‘la ciudad se ha amotinado’ es una sinécdoque para hablar del motín de todos los estamentos sociales"

[xiv] Anacoluto: fig. retórica, falta de correlación o concordancia sintáctica entre los elementos de una oración. Sara Vassallo destaca que tomando su etimología en griego significa literalmente “carente de compañero”, implicando entonces la elisión de una palabra que acompaña habitualmente a otro término de la frase. El elemento elidido obstaculiza y al mismo tiempo condiciona la comprensión del enunciado (El deseo y la Gracia, p.280).

[xv] Lacan, J., Presentación de la trad. franc. de las memorias del Pres. Schreber, Intervenciones y textos 2, Manantial, p.29.

[xvi] Lacan, J. (1974). La tercera. Actas de la Escuela Freudiana de París. VII Congreso, Roma, 1974. Barcelona, España: Ediciones Petrel S.A., 1980,  p. 173-174.

[xvii] Lacan, J. (1968-1969a). El Seminario. Libro XVI: De un Otro al otro. Buenos Aires: Ed. Paidós, 2008, p.33.

[xviii] Lacan, J. (1968). La lógica del fantasma. Reseñas de enseñanzas. Buenos Aires: Editorial Manantial, 1984, p.39.

[xix] Lo entrecomillado es cita.

[xx] Lacan, J. (1958). El psicoanálisis verdadero y el falso, en Otros escritos. Buenos Aires: Ed. Paidós, 2012, p. 182.

[xxi] Lacan, J., El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, p.127.

[xxii] Idem., p.79

[xxiii] Anacoluto: fig. retórica, falta de correlación o concordancia sintáctica entre los elementos de una oración. Sara Vassallo destaca que tomando su etimología en griego significa literalmente “carente de compañero”, implicando entonces la elisión de una palabra que acompaña habitualmente a otro término de la frase. El elemento elidido obstaculiza y al mismo tiempo condiciona la comprensión del enunciado (Cf. El deseo y la Gracia, p.280).

[xxiv] Anacoluto: fig. retórica, falta de correlación o concordancia sintáctica entre los elementos de una oración. Sara Vassallo destaca que tomando su etimología en griego significa literalmente “carente de compañero”, implicando entonces la elisión de una palabra que acompaña habitualmente a otro término de la frase. El elemento elidido obstaculiza y al mismo tiempo condiciona la comprensión del enunciado (El deseo y la Gracia, p.280).

[xxv] Vassallo, p.287.

[xxvi] Idem., p. 9-10

[xxvii] Lacan, El Seminario, Libro 18, p.124.

[xxviii] Idem., p.127.

 


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