» Literatura

Alejandra Pizarnik: hacer letra impresa con la vida

21/12/2013- Por Victoria Mora - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

Una psicoanalista hablado de Pizarnik para terminar el año. Una psicoanalista motivada por el acto de una palabra poética. Qué felices encuentros estos que todavía se intentan. ¡Felicidades a todos los que lo logran (como aquí, Victoria Mora)! Buen año.

 

 

         La obra de Alejandra Pizarnik es una invitación a pensar qué enseña al psicoanálisis aquello que desborda de su poesía y prosa. Durante sus 36 años de existencia la escritura la liga a la vida, hasta que su acto logrado la deja definitivamente golpeando las puertas de la muerte para atravesarla y no volver. Lacan en su texto Televisión define al suicidio como el acto logrado por excelencia, ya no hay retorno al punto anterior. Es el único acto que puede tener éxito sin fracaso. Toda su vida se ve marcada por esta tensión entre vida y literatura.

         Su forma de hacer con lo imposible de la relación sexual, la convierte en una poeta única. ¿Podría decirse que frente al no-todo de lalengua Pizarnik encuentra como invención sintomática al poema? Es una pregunta que permanece sin respuesta pero que invita a buscarlas. Hay una anécdota que cuenta que Joyce pregunta a Jung por qué su hija a pesar de que escribe como él mismo, permanece hundida en la locura. Jung contesta: porque donde usted nada ella se ahoga. Leyendo la obra de Pizarnik uno podría pensar lo mismo: la locura de Joyce le sirve, para a través de la literatura, hacerse un nombre y construir su solución del lado del sinthome. En cambio a Alejandra la escritura la termina ahogando: donde Joyce nadaba Pizarnik se ahoga. Alejandra solía decir a sus amigos en relación a las internaciones psiquiátricas en el Hospital Pirovano: piro en vano. Toda una declaración lúcida de su parte, el uso del lenguaje que ella hace no la salva.

         Todo el tiempo intenta con el lenguaje recubrir aquello que retorna como imposible de soportar: el vacío y el enigma de la sexualidad. Una y otra vez aparece la muerte en sus poemas, prosa y también en los Diarios, donde lo dice de manera directa:

 

         Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía.

 

         La muerte aparece en sus poemas como eterna presencia y como meta. Escribe un año antes de morir en su texto en prosa “Una traición mística”.

  

         No sé cómo me abandoné, pero era como un poema genial: no podía no ser escrito. ¿Y por qué no me quedé allí y no morir? Era el sueño de la más alta muerte, el sueño de morir haciendo el poema en un espacio ceremonial donde palabras como amor, poesía y libertad eran actos en cuerpo vivo.

 

         En 1972 se suicida tomando 50 pastillas de Seconal. Cinco meses antes de morir escribe:

        

          Ya no sé hablar. Ya no puedo hablar. He desbaratado lo que no me dieron, que era todo lo que tenía. Y es otra vez la muerte.

 

         ¿Acaso lo que no le dieron es la inscripción de la falta? ¿Sus crisis depresivas serían su respuesta imaginaria al agujero en lo simbólico? ¿Habría allí una no inscripción en el Otro? En muchos de sus escritos aparece reflejada la filiación que ella daba por perdida. Escribe en sus Diarios en 1955 a los 19 años:

 

          Mi única culpa consiste en no poder recordar dónde puse mi cordón umbilical, aquella noche donde nací.

 

         Y dos años después:

        

         Ahora sí, ahora conozco la soledad de mi infancia como si hubiera quedado huérfana el día de mi nacimiento. Por eso mis padres me son extraños.

 

         La literatura era el lugar donde ella buscaba recuperar esa filiación simbólica, habla en sus Diarios de manera fraternal de sus escritores favoritos. Llama a Pascal, Unamuno, Huidobro y Vallejo compañeros de angustia.

         La palabra, tanto leída como escrita, no solo la empuja al vacío, también la encadena a la vida, le permite hacer lazo. Para ella es fundamental relacionarse con los otros del arte y la literatura aquí y en París adonde viaja en 1960 buscando cierta salvación, alejarse de su familia y conocer el París de los poetas y escritores. Allí entabla amistad con Julio Cortázar y Octavio Paz entre otros. La poesía la ayuda así a reparar algo de su extranjeridad, aunque sea una ayuda que se demuestra insuficiente. Encuentra la forma de hacer lazo pero quedando en el lugar de la extravagante. En sus Diarios se lee:

 

         Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana. En cuanto al escribir, sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran.

        

         En una carta a su analista León Ostrov escribe:

 

         Me siento aún adolescente pero por fin cansada de jugar al personaje alejandrino. De todos modos no hay ante quién jugar, a quien escandalizar, a quien conformar.

 

         Nunca se siente querida del modo que espera. Esta búsqueda desenfrenada y siempre demandante pareciera una necesidad de confirmar el amor del Otro a través de pedidos extravagantes o demandas en cualquier momento del día: pedidos de todo tipo, largas charlas a la madrugada, relaciones ambivalentes plagadas de episodios de amor pero también de odio y enojos. Incluso por momentos se dirigía a sus amigos más cercanos y queridos con un uso sagaz e irónico del lenguaje que hería y que se agudizó hacia el final de su vida.

         Lo que podía pensarse como una pose, para quien la conociera, se revela en sus Diarios y en su correspondencia como un temido mundo interior, un profundo padecimiento melancólico del que intenta curarse por la palabra. Se analiza con León Ostrov a los 18 años, y con Pichón Riviere al final de su vida. Intentar salvarse por la palabra parece jugarse más en su permanente contacto con la escritura como forma de vida y tabla de salvación que en el tiempo de sus análisis. Tabla que por momentos le es suficiente pero por otros la hunde sin remedio, hasta llegar a morir ahogada en un mar de palabras:

 

         No quiero ir / nada más / que hasta el fondo

 

         Escribió en el pizarrón de su habitación antes de morir.

         En cuanto al cuerpo, por definición siempre tomado por el lenguaje, manifestaba distintos síntomas. Por un lado sufría distintos síntomas ligados a la voz: tenía un extraño acento europeo, tartamudeaba, y padecía una profunda inhibición para hablar en público. Tenía problemas con su peso que la llevaron de muy joven a ingerir anfetaminas, momento desde el que queda ligada a distintos tipos de drogas.

         El rapto del cuerpo y el estrago materno retornan en su escritura: la reina loca, una mujer que traga con su vagina un triciclo, son apenas unos ejemplos. Su máxima expresión se lee en su obra en prosa “La condensa sangrienta” donde se ve su fascinación por el despedazamiento de los cuerpos.

 

         Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes y se las arrastraba a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa. Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas.

 

         Estos textos Pizarnik los escribe a partir de la historia real de la condesa de Bathory en el 1600.

 

         Durante mucho tiempo su madre intenta que Alejandra se dedique a otra cosa. Ella tenaz persiste en escribir y en París intenta quedarse lejos del hogar familiar que la ahogaba. Durante sus años allí logra cierta estabilidad, sus dudas sobre el retorno a Buenos Aires y el impacto que podría provocarle son cuestiones de las que no puede escapar.

         Su escritura se va tornando, ha medida que se acerca al fin, más críptica y cargada de juegos de palabras que se asemejan a una asociación libre, metonímica y siniestra. En “El textículo de la cuestión” escribe:

        

          Pedrito pide psilencio-dijo el pericón nacional-¡Qué hable Flor Frígida! Que Flor de Perversidad nos inculque la pornografía por Antonio Macía. Por pirómano, por pijómano, por polipijista, por pornodidascalus, por Pisanus Fraxi, por Petronio, por Panizza y por potros, el profesor Sigmund Florchú es mereciente de nuestra verde atención.  

        

         Alejandra Pizarnik es un mundo en sí misma. Un mundo de lenguaje al que vale la pena asomarse, no sin dolor, sin asombro, incluso por momentos con angustia. Su mundo es imperdible. Como dijo Lacan en relación a Marguerite Duras, también Pizarnik es un ejemplo de como el poeta se adelanta al psicoanálisis y nos enseña.

 

 

Bibliografía

 

Pizarnik, Alejandra: “Obras completas”, Corregidor, Bs As, 1996

                                   “Diarios”, Lumen, Bs As, 2012

 

Pizarnik Alejandra, Ostrov León: “Cartas”, Eduvim, 2012

 

Acuña, Enrique: “Configuraciones poéticas para una melancolía. De Lautreamont a Pizarnik” en Resonancia y silencio. Psicoanálisis y otras poéticas, Edulp, 2009

 

Piña, Cristina: “Alejandra Pizarnik. Biografía”, Planeta, 1991

 

Freud, Sigmund: “Duelo y melancolía” en Obras Completas, Amorrortu, Bs As, 1998

 

Chamorro, Jorge: Melancolía en Clínica de las psicosis Icba     

 

Lacan, Jacques: “Homenaje a Marguerite Duras, por el arrobamiento de Lol V. Stein” y el Atolondradicho” en Otros escritos, Paidos Bs AS, 2012

                          “Joyce y las palabras impuestas” en Seminario 23, Paidos, Bs Aa, 2006

                         

 

Goldenberg, Mario:”De astucias y estragos femeninos”, Grama, Bs As, 2008  

 

 

Tendlarz, Silvia Elena: Duelo, depresión y melancolía en“Lo clásico y lo nuevo”, Grama, Bs AS, 2009                     


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

No hay más artículos de este autor

Búsquedas relacionadas

No hay búsquedas relacionadas.