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El verdadero Aleph de Borges

16/02/2017- Por Pablo Cúneo - Realizar Consulta

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La cifra de tu nombre revela más de lo que esconde. Así parece indicarlo Pablo Cúneo en este escrito sobre “El Aleph” de Borges, o tal vez sea una forma cierta en su decir detectivesco y analítico.

 

 

 

                                                                                           

 

 

  El Aleph (Borges, 2007a) es un texto fascinante. Recordemos de que  trata: el relato parte de la muerte de Beatriz Elena Viterbo, la amada de Borges relator del cuento. Todos los 30 de abril fecha del nacimiento de Beatriz, Borges se hace presente en la casa del padre de Beatriz y de su primo hermano Carlos Argentino Daneri. Aprovecha para ver en la sala los múltiples retratos que hay de Beatriz y que Borges enumera detalladamente. Con el transcurso de las visitas anuales Daneri, por quien Borges siente una marcada antipatía, va haciéndole algunas confidencias, entre ellas algunos pasajes de poesía en las que se proponía pasar a verso “toda la redondez de la tierra”, poesía evaluada por Borges como malsonante y caótica. Al tiempo Daneri llama a Borges y le comunica consternado que van a destruir la casa, confiándole la importancia que la misma tiene para la continuidad de su poema. En ella hay un lugar en el sótano que contiene todo el Universo: “en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos.” Ante la incredulidad de Borges Daneri afirma “…el lugar donde están sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos…” y más adelante dirá que es “el microcosmos de alquimistas y cabalistas”.

  La incredulidad se apodera de Borges y también el temor a la locura de Daneri. Sin embargo Borges baja al sótano y colocándose en la posición señalada por Daneri ve el Aleph. La descripción que hace Borges de lo que ve en forma simultánea, millones de hechos, está precedida por la duda de poder expresarlo con palabras: “¿Cómo describir… si es imposible la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito?”. Sin embargo va a contarlo: “… lo que vieron mis ojos fue simultáneo, lo que transcribiré, sucesivo  porque el lenguaje lo es”. A partir de aquí cuenta parte de lo que vio, precedido por el término vi que nombra no menos de 40 veces hasta que llega al final de la enumeración: “… vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.    

  El propio Borges nos da en su cuento dos observaciones que remiten a las fuentes de donde tomó su idea del Aleph, de las matemáticas como símbolo de los números transfinitos y de la Cábala.   

  Fue Georg Cantor (1845-1918) quien rompiendo con la tradición aristótélica que hablaba de un infinito potencial pero no actual, llegó a la idea de conjunto infinito en las matemáticas  definiendo a éste como todo conjunto que tuviera un subconjunto no menor al total, definición que supone una paradoja. ¿Una parte del conjunto que no fuera menor a éste? Si tomamos el conjunto de los números naturales 1, 2, 3, 4, 5 y seguimos contando veremos que no tiene fin y si ahora tomamos un subconjunto de éste como lo son los números pares veremos que también es infinito. El número de los elementos de un conjunto está dado por su número cardinal, por ejemplo 5 si el conjunto contiene 5 elementos, al número cardinal de un conjunto infinito Cantor lo denominó con la primera letra del alfabeto hebreo, la Aleph.[1]    

  Por otro lado tenemos la tradición cabalística de la letra Aleph tomada por Borges, letra que significa, nos dice el autor, “la ilimitada y pura divinidad”. Gershom Scholem (1999) por su parte nos dice que la letra Aleph representa para los cabalistas el principio de todo lenguaje. Por su valor fonético, siendo la parte laríngea de toda expresión verbal, da origen a todo sonido articulado. En otro trabajo nos cuenta Scholem (2001): “El oído es la imagen de la Aleph y la Aleph es el comienzo de todas las letras; y más que eso, la Aleph es una imagen del cerebro [la sede del pensamiento]: del mismo modo que cuando uno pronuncia la Aleph abre sólo la boca [y no produce ningún sonido audible, que sería ya algo definido], así el pensamiento no tiene fin ni conclusión” (el subrayado es mío).[2]   

  En un muy interesante trabajo Ángeles Ma. Del Rosario Pérez Bernal (2008) nos indica el camino para la comprensión del relato. La autora capta la relación simbólica que hay entre la casa, más específicamente la sala donde se detiene Borges para admirar los retratos y Beatriz. La autora establece así una equivalencia simbólica entre el espacio físico y la amada de Borges. Más aún, vincula a Beatriz con ese punto en el espacio que es el Aleph al considerar la contemplación de los cuadros de Beatriz como una anticipación de la contemplación del  mismo: “El sitio es también el santuario privado de “Borges”, donde cada año, al contemplar los cuadros, ensayaría –sin saberlo– la observación del Aleph, el cual es igualmente un lugar pequeño y saturado, pero de todos los objetos del universo La enumeración de las efigies funcionaría entonces como adelanto del recuento de las imágenes del Aleph… “.     

  Citemos el pasaje de Borges aludido: “Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón. . .”    

  Con una sensibilidad exquisita la autora percibe en la propia estructura del texto la equivalencia simbólica entre Beatriz y el Aleph cuando señala la construcción anafórica[3] tanto en la enumeración de la contemplación de los retratos que hace Borges (repite Beatriz) como en la enumeración que hace de lo que ve en el Aleph donde comienza por el término vi (lo repite 40 veces).

  Citemos el fragmento que transcribe la autora: “Vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.   

  La creación significante del propio apellido de Beatriz que comienza con Vi por parte de Borges no hace más que confirmar lo expresado por Ángeles Ma. Del Rosario Pérez Bernal, en él se condensan tanto vi como Beatriz (V ITERB O – BETRI).    

  Nosotros daremos un paso más, creemos que el Aleph, como punto del espacio que contiene el universo, es una metáfora del universo materno. El apellido materno de Borges es Acevedo (ACVD) letras que componen el universo materno de Borges y que evocan el abecedario (ABCD), de ahí el Aleph – primera letra y principio de todo lenguaje, le sigue la B con la que comienza Beatriz, V de Viterbo y las letras C A D de Carlos Argentino Daneri (el loco que le enseña el Aleph) - todas ellas contenidas en el universo del apellido de la madre, una verdadera Babel de letras.[4]    

  La relación con ese universo infinito que es La biblioteca de Babel (Borges, 2007b) se hace patente. “El número de símbolos ortográficos es veinticinco.[5] Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras M C V perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último”.   

  Ahora bien, la escritura borgeana nos tiene deparada una gran sorpresa, me refiero a la escritura inconsciente de Borges. Hablamos del Aleph como metáfora del universo materno, y si ello es así es porque la metáfora paterna está ahí en el universo de Borges como nos lo muestra en La biblioteca de Babel.

  Y lo está a la vista de todos  al igual que la carta robada del cuento de Poe, en el significante VITERBO – TE VI BOR(ges) [6]. Borges nos dice pues, que el vio a su padre. La palabra paterna, su verbo (V –it- ERBO) está ahí, lo que le permite a Borges que su universo sea un universo simbólico y no una mera enumeración de infinitos hechos.       

  La condensación en el significante VITERBO -verdadero Aleph del texto- parece no tener fin, en él encontramos además de a Beatriz (Betri) también a Robert el marido de Beatriz - VI  TERBO (ROBERT), mostrándonos así la conflictiva edípica de Borges.    

  La necesidad de la palabra paterna aparece también en el cuento a través del segundo apellido del abuelo paterno de Borges Lafinur, cuando Daneri le pide a Borges que hable con el escritor Álvaro Melián Lafinur para que este prologue su poema. Su abuelo era el Coronel Francisco Borges Lafinur cuyo tío Juan Cristósomo Lafinur fue profesor de filosofía y una figura importante en la cadena generacional de Borges. Fernando Aostri (2005) señala que María Esther Vazquez “recuerda que siempre Borges hablaba de Lafinur.”

 

  En el poema que le dedicó (Borges 2007c), dice:

                            

                                  Cuando en la tarde evoco la azarosa

                                  procesión de mis sombras, veo espadas

                                  públicas y batallas desgarradas;

                                  con usted, Lafinur, es otra cosa.

                                  Lo veo discutiendo largamente

                                  con mi padre sobre filosofía

                                  y conjurando esa falaz teoría

                                  de unas eternas formas en la mente.

                                  Lo veo corrigiendo este bosquejo,

                                  del otro lado del incierto espejo.

                            

  A riesgo de lo que manifiesta Aostri: “escribir sobre Lafinur puede ser una temeridad; escribir sobre Borges directamente nos lleva al abismo del acierto o del error sin retorno”; no podemos dejar de señalar aquí el encadenamiento que va de la infinitud del Aleph  a Lafinur [laf – al(e)ph] - ya decía Freud que en lo inconsciente la ortografía cede a la pronunciación -  como significante que pone fin al uni-verso  materno. 

 

  Mientras seguimos a Borges hacia el sótano, donde el Aleph aparece como un punto en el espacio, quedamos atrapados en las imágenes que Borges maestramente nos relata; pero si escuchamos al significante como Freud y Lacan nos lo han enseñado nos encontramos con el verdadero Aleph del cuento.  Este, como no podía ser de otra, está en la letra.

 

  Al igual que Borges Cantor apeló al Aleph en busca de la palabra paterna de su abuelo, pero a diferencia de aquél no pudo dejar de contar al infinito, su pensamiento como dirían los cabalistas no tuvo fin ni conclusión.

 

    Bibliografía

-AOSTRI, Fernando. (2005): Borges y su primer antepasado literario Lafinur.  Editora Dunken. Bs. As.

-BORGES, Jorge Luis. (2007a): El Aleph. Obras Completas. Tomo 1. Emecé. Bs.  As.

 ------------------------- (2007b) La biblioteca de Babel. Obras Completas. Tomo 1. Emecé. Bs. As.

 ------------------------- (2007c) La moneda de hierro. Obras Completas. Tomo 3. Emecé. Bs.As.

-PEREZ BERNAL, ANGELES MA: DEL ROSARIO. (2008): Intertextualidad en Beatriz Viterbo, un acercamiento a la configuración del personaje borgeano. Acta literaria Nº 36. México.

-SCHOLEM, Gershom. (1999): El nombre de Dios y la teoría lingüística de la Cábala en COHEN, E. Cábala y deconstrucción. Azul. Barcelona.

 -------------------------- (2001) Los orígenes de la cábala I. Paidós. Barcelona.

 

 

 

 



[1]  Cantor tuvo con el tiempo una serie de episodios delirantes en el que vinculaba la idea del infinito con Dios, creyéndose el  escriba de lo que Dios decía sobre el tema.  Es interesante notar que la elección de la letra Aleph para designar los números transfinitos seguramente es signo del judaísmo abandonado (¿forcluído como significante del Nombre del Padre?) por su abuelo paterno Jacob, quien educó al padre de Georg en el protestantismo.

[2]  El delirio posterior de Cantor hace eco aquí de las ideas de la Cábala. Scholem nos enseña que el pensamiento de Dios (en hebreo mahshabá) es representado por tres símbolos: la consonante Aleph principio de todo lenguaje, el oído (en  hebreo ozen que comienza con la Aleph) que es una imagen de la Aleph y con el cual se percibe la palabra de Dios, y por último el Templo del Santuario que como el pensamiento de Dios no tiene fin ni conclusión y que no es otro que la Aleph.

[3] Anáfora es una figura retórica que consiste en la repetición de una expresión o palabra al principio de varias frases o de varios versos seguidos.

[4] ACVDO – el alfa (A) y el omega (O). En su construcción delirante Cantor asimilaba a Dios con el último ordinal (número que indica el orden sucesivo de los elementos de un conjunto) representado por el omega.

[5] Borges se refiere al punto, la coma, el espacio en blanco y a las 22 letras del alfabeto hebreo.

[6] Permítasenos hacer uso aquí del espacio en blanco como símbolo ortográfico a la manera de Borges.


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