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Escrituras del andén

21/09/2018- Por María José Bozzone - Realizar Consulta

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Qué se escribe parece estar íntimamente unido a lo que se escribe. Así, al menos, nos lo muestra Majo Bozzone, que escribe en el vaivén y el estrujamiento del tren, en la desesperación de la noticia actual, en la certeza del tiempo que arrecia y la arranca hacia la realidad poética. ¿Qué se escribe cuando la intimidad es un lugar de escritura, y en ella habita el otro? Bozzone nos propone, no sus respuestas, sino sus motivos. Damos lugar a su poesía...

 

 

 

                   

 

 

 

Papá Noel no existe, es un monstruo y tiene botas negras. ¡Papá!

         Y yo me miro en el brillo de tus botas.

         Tu mano avanza a mi pelo.

         Avanza y acaricia.

         Acaricia y arranca.

         Arranca y empuja.

         Pérdida en el infierno de tu apellido.

 

Papá Noel no existe, es un monstruo y tiene botas negras. ¡Papá!

         ¿Cordones? ¿Sogas? ¿Látigos? O ¿las rejas de los campos?

         Nunca miro tus ojos,

         Son dos cuencas hondas con hilachas de sangre

         que extasiados vigilan el camino a la muerte.

         El silencio, la traición.

         El dolor, la tortura. 

         El robo de los partos.

         La locura.

 

Papá Noel no existe, es un monstruo y tiene botas negras. ¡Papá!

         Y miro las suelas de tus botas que exhiben

         mechones de mi pelo, las nalgas de mi madre,

         y treinta mil cuerpos rotos, sin nombre ni sepultura.

 

Papá Noel no existe, es un monstruo y tiene botas negras. ¡Papá!

         Y miro la lengüeta de tus botas.

         Y escucho la caverna de tu boca hilarante.

         Oíd el grito del himno manchado:

         “Olvido y obediencia”.

         Yo rompo las cadenas.

         Tres palabras me embarazan,

         Y trituran mi apellido.

 

Papá Noel no existe, es un monstruo y tiene botas negras. ¡Papá!

         Y miro la cincha de tus botas ya caídas.

         Las arranco, las envuelvo en un pañuelo blanco

         las entrego, las denuncio,

         las transformo en testimonio del infierno tan temido.

         Hija sólo de la historia.

         Te miro y te respondo:

         MEMORIA
         VERDAD

         JUSTICIA

 

 

(Inspirado por la nota de Erika Lederer publicada en la revista Anfibia “Hijos de represores, del dolor a la acción”).

 

 

 

 

Llegamos a la estación con palabras horneadas en silencio.

El ruido del tren se cala en mi cuerpo.

Mis dedos se hunden en tu mano.

El motor grita el derrumbe del después.

El andén se despierta.

Y yo busco tu cara.

 

Un niño pide en letanía una moneda.

Un viejo apura torpemente sus pasos.

Una mujer empuja un carro que de tan pesado,

le agrieta la frente.

Y yo busco tus ojos.

 

Un bebé llora con espanto.

Nada te salva del estrago del tren.

Hay que subir, sin preguntas, sin respuestas,

a empujones, sin amarras, sin nombre.

Hay que subir.

Ya llegará mi terminal,

Pero hoy sé que te quedás en el andén,

y yo busco tu boca.

 

El tren llega, se impone a los rieles.

 

Tus labios se equivocan con los míos.

Los molinetes giran.

El silencio se guarece en nuestro abrazo.

El silbato aletea por el aire.

 

Mis ojos inmóviles graban tu rostro.

Mi cuerpo se resume en la humedad de tu lengua.

La bocina me arranca de tus brazos.

La puerta estruja mi espaldar.

El calor de tu beso aún me dibuja la cara.

La vida arde, arremete.

Es tan triste la llegada.

Es tan libre la partida.

 

 


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