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Rilke. Las horas

06/02/2017- Por Javier Galarza - Realizar Consulta

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El poeta Javier Galarza nos propone, en estos fragmentos de un capítulo de su próximo libro de ensayos, La noche sagrada, pasear junto a Freud y Rilke por la campiña de lo perecedero. Prontos a interrogarnos: ¿Para quién se ama, se escribe o se muere? ¿Qué es una palabra dirigida a un asiento vacío? ¿Quién habla en nosotros? Sin estar seguros de nuestras respuestas. Un paseo que puede traer sutiles consecuencias, como “escombros sobre el ánimo”... como “un brazo alrededor” de un cuerpo desgarrado.

 

 

 

Tres fragmentos de ·La noche sagrada· (Audisea, 2017) pertenecientes al capítulo “Rilke. Las horas.”

 

 

 

Una carta de Rilke a Freud con algunas notas de época

 

  En 1913 Freud y Rilke dan un paseo. Discuten acerca de la transitoriedad de las cosas. Tiempo después de esa caminata, Freud escribirá “Lo perecedero”. Ambos contemplan la naturaleza. Rilke se lamenta: Todo esto perecerá en el invierno. El profesor sostiene que justamente, porque todo eso va a perecer, debemos valorarlo. Pronto estallará la guerra.

  El 17 de febrero de 1916, Rilke escribe en una carta, al padre del psicoanálisis: “Mi estimado profesor Freud, estoy demasiado cansado, demasiado contrariado, demasiado confuso como para llegar hasta su casa […]. Estoy en estas diarias situaciones inconmensurables […] lo más extraño son los escombros sobre el ánimo acumulándose día a día […]. A menudo estuve a punto de intentar salvarme del entierro mediante una entrevista con usted. Pero finalmente prevaleció la decisión de llevar el asunto solo, mientras a uno le quede aún un turbio trozo de soledad […]. Reverenciándolo sinceramente siempre, su R.M.Rilke.

  Freud le escribe a Lou Andreas-Salomé que su hijo Ernst considera a Rilke su maestro y que tiene una hija que sabe todos los poemas de Rilke de memoria. El maestro escribe que la guerra nos demostró la fragilidad de toda nuestra cultura, pero insiste en que nada debe desvalorizarse porque vaya a perecer.

  En el mundo acababa de terminar la Primera Guerra Mundial. Freud iba hacia “Duelo y melancolía”, Rilke iba hacia la afirmación de la vida y de la muerte en Las elegías de Duino, Lou von Salomé había dejado atrás su encuentro con Nietzsche y con Rilke y ya era discípula de Freud, Vallejo va hacia la cumbre de Trilce, Mandelstam hacia los campos estalinistas, los físicos hacia la idea de que el observador modifica lo observado, Joyce hacia el Ulises, Eliot hacia La tierra baldía, Kafka hacia esa cima que representaron sus cuadernos, entre otros tantos acontecimientos.

  Quizás, de alguna manera, aquellos dos hombres en su conversación, o a través de sus obras, junto a los artistas mencionados, intentaron estar a la altura de su época, de la vida y de la muerte, de lo que perece o perdura en este mundo.

 

 

Hermano animal

 

  “Por desesperación ante la humanidad en guerra, acabo de adquirir un perro. (Y usted, ¿un gato?)” escribió Lou Andreas-Salomé, el 10 de enero de 1915, en la posdata de una carta a Freud. Lou Andreas-Salomé tuvo una relación íntima con Viktor Tausk cuando ambos eran discípulos de Freud. La historia no es nueva: la relación entre Tausk y Freud no fue sencilla. La cercanía de una misma mujer. El deseo de Tausk de analizarse con el maestro, quien rechazó la propuesta y le asignó como analista a su alumna y paciente: Helene Deutsch. Competencia. Acusaciones de plagio. El “doble” suicidio de Viktor Tausk puso fin a las discusiones: anudó una soga de cortina a su cuello y se disparó un balazo en la sien derecha.   Dejó dos cartas, una de ellas dirigida a Freud. El episodio apenas podría actualizar algunas preguntas. Qué es un padre. Cómo se va más allá de ese padre. Para quién se ama, se escribe o se muere. Escribe Pascal Quignard: “Somos animales sin instinto […]. Todo humano está alcanzado en el punto de la animalidad de la que se querría desprender”. Esto es tema de extensos ensayos. Preferimos quedarnos con las palabras que Lou Andreas-Salomé escribió sobre Viktor Tausk: “[…] desde el primer momento me di cuenta de que esta lucha que Tausk libraba en su interior era precisamente lo que más me conmovía – la lucha de la criatura humana. Hermano animal. Tú”.

 

Enhorabuena – Aún tienes tu dolor

 

  Desconcertado ante el entusiasmo que Lou Andreas-Salomé mostraba hacia el psicoanálisis, Freud le dijo: “Incluso las cosas más espantosas sobre las que conversamos, usted las mira como si fueran Navidad”. En una ocasión Lou le mostró a Freud un poema propio que había sido musicalizado por Nietzsche. Uno de los versos decía: Si no tienes fortuna ya que darme / Enhorabuena – aún tienes tu dolor. Freud plegó la hoja, golpeó con ella en el respaldo del sillón y, racional, le dijo: “¡No! Sabe usted que por ahí no pasa la cosa”. Y agregó que un buen resfriado bastaba para disuadirlo de esos deseos. Muchos años después, la salud de Freud se deterioró y el maestro debió atravesar años de extrema dificultad. Lou, conmovida ante su sufrimiento, le dijo de manera intempestiva que todo lo que él había criticado en aquel verso de entusiasmo juvenil, él mismo lo había cumplido. Luego, asustada por su propia franqueza, se echó a llorar de manera ruidosa y desconsolada. Freud no respondió. Entonces, escribe Lou: “Sentí su brazo alrededor de mí”.

 

Subrayados en dos cartas de Freud

 

  Nos detendremos sólo en dos subrayados de la extensa correspondencia entre Sigmund Freud y Lou Andreas-Salomé. El 10 de noviembre de 1912, el padre del psicoanálisis escribe a su discípula: “La eché de menos ayer en el curso, he adquirido el vicio de dirigir mi conferencia siempre a una determinada persona de entre los oyentes y ayer, tuve la mirada fija, como fascinado, en el asiento vacío que habían dejado para usted”. Y el 2 de marzo de 1913 Freud escribe: “Siento mucho tener que contestar su amable carta por escrito, es decir, que el sábado no estuviera usted en mi curso. Me vi privado de mi punto de fijación y hablé con inseguridad”. Lou von Salomé muestra en las cartas su entusiasmo por el psicoanálisis, habla de su amor con Rilke, sirve como puente para el saludo entre el poeta y el psicoanalista, y recibe el interés del profesor por otro de sus enamorados: Friedrich Nietzsche. Volvemos a los subrayados en las cartas de Freud. El amor o el deseo como deriva infinita. Para quién escribimos. Para quién hablamos. Quién habla en nosotros. Con los ojos de quién, miramos. Cuando vemos. O cuando dejamos de ver.

 

 

                                

  


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